Jueces amiguetes designados a dedo por las altas esferas. Denunciantes castigados por informar de corrupción. Influencia política comprada mediante donaciones. ¿Suena a la clásica corrupción que asola a los Estados al borde del abismo? Piense, en cambio, en países como Canadá, España o Italia. Las naciones ricas a menudo sufren la misma debilidad institucional y similar corrupción que los países en desarrollo, según un reciente informe de Global Integrity, organismo de control gubernamental con sede en Washington.

 

Justicia corrupta: la corrupción afecta tanto a naciones pobres como a ricas.   

 

Al evaluar el comportamiento de 55 países en las salvaguardas legales contra la corrupción, Global Integrity situó varias naciones del G-8 en la misma liga que algunos países en desarrollo en cuanto a leyes políticas financieras, transparencia judicial y defensa de los denunciantes. Aunque Italia recibió una calificación general de “fuerte” en cuanto a responsabilidad gubernamental, sus leyes de protección sobre la corrupción fueron calificadas de deficientes, tanto como las de Ecuador y Tayikistán. Las garantías de Francia contra la corrupción en la Administración se situaron en el mismo nivel que las de Uganda, donde el nepotismo y el enchufismo son requisitos para los empleos gubernamentales. Y Canadá se situó en la categoría de “muy débil”, por su falta de transparencia en asuntos judiciales, igual que Kenia y México. Es “una pequeña llamada de atención sobre el hecho de que en Occidente todavía no hemos arreglado realmente muchos de esos temas”, plantea Nathaniel Heller, director general de Global Integrity.

Pero algunos expertos opinan que este informe no mide la corrupción real, sólo la potencial, por lo que se necesitarían muchos matices para interpretar los resultados. Según Troy Riddell, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Gueph, en Ontario, “la metodología y las conclusiones del estudio exageran la falta de transparencia y de responsabilidad en Canadá”, y añade que “ponerla en la misma categoría que Kenia y México exagera el problema”. Heller no está de acuerdo. “Es interesante oír muchas reacciones a la evaluación por parte de algunos canadienses que dijeron: ‘¿Sabes qué? Eso es cierto’”, explica. Aconseja que, para todos aquellos en Occidente que sermonean al mundo en desarrollo, hay mucho trabajo por hacer cerca de casa.