“NOS VEMOS, SI SEGUIMOS VIVOS”
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Los dos únicos occidentales que viven en Kandahar por su cuenta han sufrido bombas y emboscadas y por poco son vendidos a secuestradores. Esto es lo que han aprendido sobre Afganistán, el país donde la guerra nunca termina.
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Durante una décima de segundo, la habitación parece vibrar bajo la presión de la onda expansiva. Los oídos zumban, la cabeza sale lanzada hacia atrás y los músculos se contraen. Tu cerebro se acelera: ¿la explosión había sido fuerte o débil? ¿De dónde venía? Dudas, esperas otro sonido pero no oyes nada. Te pones de pie de un salto, agarrando una cámara de camino a la terraza.
Apenas a media milla de distancia, la nube de escombros asciende hacia el cielo. El aire se llena de ruido de sirenas y la gente sale a la calle, apostándose en puentes peatonales que nunca se usan, estirándose para intentar divisar algo a lo lejos. Una camioneta procedente del lugar de la explosión pasa repleta de cuerpos ensangrentados al tiempo que la polvareda desciende lentamente, perdiendo su forma y cubriendo la ciudad con una nueva capa de polvo y de arena.
Esto es Kandahar y ya nadie se sorprende. En siete ocasiones, durante el año pasado, las ondas expansivas de grandes coches bomba han desgarrado la ciudad, destrozando ventanas y desatando similares nubes de escomb...
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