Simpatizantes fascistas marchan mientras los italianos conmemoran los cien años de la Marcha de Roma de Mussolini el 30 de octubre de 2022 en Predappio, Italia. (Foto de Francesca Volpi/Getty Images)

¿Por qué Mussolini es recordado por algunos italianos como un pasado aceptable e incluso deseable?

Mussolini in Myth and Memory

Paul Corner

Oxford University Press, 2022

Mientras la guerra llegaba a su fin en Italia en abril de 1945, se podría haber asumido que el fascismo había terminado y que el lugar de Benito Mussolini en la historia estaba asegurado: era un dictador fracasado, un hombre que había llevado la muerte y la destrucción a su nación. Pero, al igual que ha sucedido con otros dictadores, como Iósif Stalin, Nicolae Ceaucescu y se podría decir que Francisco Franco, que en realidad nunca se fue, Mussolini ha regresado. Algunas personas incluso hablan bien de él. La nueva primera ministra italiana, Giorgia Melloni, y su partido, Hermanos de Italia, se sitúan en el bando de la extrema derecha nacionalista del espectro político italiano, pero se han hecho con el poder en elecciones libres y competitivas, no han utilizado la violencia indiscriminada contra sus oponentes y no tienen planes de crear una dictadura de partido único, y mucho menos de resucitar un imperio italiano en el Mediterráneo.

Paul Corner es un respetado historiador del totalitarismo y el fascismo italiano en la Universidad de Siena. Y su libro nos ayuda a responder a una pregunta: “¿Cómo es posible que un hombre ejecutado por los italianos, vilipendiado por ellos, un hombre cuyo cuerpo fue colgado de una viga en una gasolinera entre la execración pública de los italianos, se haya convertido en una figura de la que algunos hablan con cierta consideración, incluso con nostalgia? Casi lo mismo puede decirse del propio fascismo. ¿Por qué la memoria del fascismo gira en torno a lo que, en general, ahora se ve como un pasado aceptable, invocado a veces casi con una sensación de indulgencia, en lugar de con un escalofrío de repulsión? ¿Qué ha pasado con nuestra memoria del fascismo —nuestra relación con el pasado fascista— para que se haya producido un giro así?”.

Corner ofrece tres razones. “Después de la guerra, los italianos en la práctica se exoneraron de cualquier culpa o responsabilidad por los crímenes del fascismo”. No hicieron balance de su participación en los horrores del fascismo, a diferencia de los alemanes. Ese período crucial de la historia italiana no se enseña, y nunca se enseñó, en las escuelas, en marcado contraste con Alemania. En segundo lugar, una amnistía de 1946 permitió que muchos exfascistas permanecieran en la vida pública. No hubo una limpieza general ni en la policía ni, lo que es aún más revelador, en la judicatura. El hecho de que Italia se mantuviera en lo que se consideró el lado correcto mientras se intensificaba la Guerra Fría permitió que las preguntas incómodas se desvanecieran, a pesar de la existencia de un Partido Comunista fuerte cuyo papel crucial en la lucha contra Mussolini dejó paso al temor de que esta parte clave de la izquierda pudiera actuar como un caballo de Troya para el nuevo enemigo: la Unión Soviética. Y, en tercer lugar, la muy poderosa Iglesia Católica y el recién creado Partido Demócrata Cristiano apoyaron plenamente la política estadounidense, que incluso contó con el apoyo de la mafia —contra la cual Mussolini había luchado enérgicamente—, en su nueva cruzada contra los “rojos”.

Todo esto permitió a los italianos exonerarse después de la guerra de cualquier culpa o responsabilidad. Muchos incluso mostraban un lírico entusiasmo hacia el fascismo porque nunca les contaron la verdad sobre él, y creían que la gestión de Mussolini había sido bastante eficaz. Se olvidaron de los horrores perpetrados por el Ejército italiano en Libia y Abisinia. Se consolaron con la convicción de que el fascismo no fue responsable del Holocausto. Italia tenía sus leyes racistas, por supuesto, pero eran mucho menos duras que sus equivalentes alemanas. La insistencia en los aspectos que diferenciaban al fascismo del nazismo sirvió para situar al primero bajo una luz más favorable. Cuanto más fuera posible distanciarlo de las atrocidades del nazismo, más se podía hacer que el fascismo pareciera esencialmente inofensivo. Además, “la teoría totalitaria de la Guerra Fría hablaba del nazismo y del comunismo soviético en un conjunto, pero tenía poco que decir sobre el fascismo. De hecho, la filósofa Hannah Arendt excluyó a Italia de sus reflexiones sobre el totalitarismo en su clásico estudio; Mussolini, al parecer, era simplemente un dictador autoritario y no debía ser considerado en los mismos términos”.

Así, algunos aspectos supuestamente benignos del fascismo (¡buena gestión de la economía!) han sido recordados desde 1945, mientras que otros, tan centrales en el régimen de Mussolini como la violencia del Estado, la policía secreta, la feroz represión de la oposición obrera y las atrocidades en lo que ahora es Etiopía, han sido olvidados.

El historiador italiano Renzo de Felice, quien sostenía que en los años 30 el fascismo era en gran medida un régimen basado en el consenso masivo de los italianos, fue muy cuestionado en sus publicaciones, pero parece que posteriormente esta tesis ha adquirido un sorprendente grado de aceptación. También muchos historiadores alemanes reaccionaron violentamente a la tesis de Daniel Goldhagen, quien retrató a los alemanes en Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto en 1996, pero allí se produjo un debate muy público sobre el tema y la mayoría de los alemanes terminaron aceptando que existió una abrumadora mayoría a favor de Hitler. Corner señala que, en Italia, muchas personas parecían coincidir en que “existió un consenso sobre el hecho de que el fascismo fue recibido con un suspiro de alivio”, ya que puso fin a un turbulento período posterior a la Primera Guerra Mundial caracterizado por muchas huelgas revolucionarias. “Es como decir que, si todos estuvimos de acuerdo sobre el fascismo, entonces no debió de ser tan malo después de todo”. Tal vez la cuestión era que la historia había tratado a la dictadura fascista con demasiada dureza. Como dice Corner, “sin demasiado esfuerzo hemos vuelto a los trillados clichés del ‘fascismo bondadoso’ y la ‘dictadura del agua de rosas’. La culpa colectiva se convierte en absolución colectiva”. Mucho de lo que se escribe sobre Mussolini corresponde “más al mito que a la realidad. Y el mito es, en gran medida, el creado por el propio fascismo, no una elaboración posterior de lo que realmente representó Mussolini”.

En una tienda de Predappio, donde está enterrado Mussolini, se venden objetos de devoción del antiguo dictador italiano Benito Mussolini y artículos de fans del fascismo. Foto: Oliver Weiken/dpa (Foto de Oliver Weiken/picture alliance vía Getty Images)

Merece la pena hacer una última consideración cuando Corner señala que “la pura realidad es que los nostálgicos se han equivocado de hombre. Mussolini estaba, en verdad, muy lejos de ser esa figura fuerte, decidida y clarividente que se imaginan quienes son indulgentes con el Duce. Él no era el líder fuerte de sus fantasías. Fue, en muchos aspectos, un dictador débil, que en última instancia solo era capaz de controlar una parte de lo que sucedía a su alrededor. Su conocimiento de los límites del poder fascista explica por qué el Duce marginó a los fascistas más exaltados cuando estos comenzaron a presionar para llevar a cabo la segunda ola de la revolución tras el asesinato de Matteotti”. Mussolini fue esencialmente un mediador entre grupos de interés, un líder muy diferente a Hitler. Permaneció anclado al Estado (monarquía) y no al Partido.

Mussolini se ajusta a la necesidad actual de Italia de un ganador: un hombre que pueda tranquilizar a nivel personal, pero que también responda a los complejos del país sobre su reputación internacional y muestre a Italia el respeto que la nación siente que se le debe. El Estado italiano ha alcanzado un punto de gran debilidad y el país proyecta una apariencia de impotencia en el escenario internacional. El mensaje fascista “somos los mejores del mundo y el mundo se verá obligado a reconocerlo” todavía tiene peso en una nación que cuestiona persistentemente su papel e identidad. Solo hace falta mirar el violento estallido anti-Macron de Melloni justo antes de asumir el cargo: dijo en voz alta lo que la mayoría de los italianos piensa para sus adentros sobre la política francesa en Libia y cómo Italia se ha llevado la peor parte de sus efectos, especialmente en lo que concierne a la inmigración ilegal proveniente de África.

“No es de extrañar que encontremos elementos del sueño fascista ahora confusamente enmarañados con las realidades del régimen hasta el punto de que comienzan a dominar en la memoria colectiva. Las promesas y las esperanzas comienzan a borrar las penurias, las privaciones, la regimentación… y los cientos de miles de tumbas”. El comunismo ha desaparecido hoy con una velocidad sorprendente, pero estamos hablando nuevamente del fascismo. Cualquiera que sea la dirección, posiblemente digital, de la que provengan los peligros de un nuevo fascismo, estos “no deberían estar apuntalados en ilusiones sobre el pasado que anteponen el mito a la realidad. Históricamente, puede haber pocas dudas de que el fascismo italiano fue un fracaso, un fracaso muy costoso”. El autor sugiere que aquellos que se sientan fascinados por el mito del Duce deben “estudiarlo con atención y reflexionar un poco”. Entonces pueden incluso descubrir que “gran parte de lo que piensan sobre Mussolini, gran parte de lo que recuerdan de Mussolini, no tiene para nada que ver con Mussolini”. Este libro no podría ser más oportuno.