Las figuras emergentes toman posiciones ante un posible adelanto electoral de cara al verano.

 

Jack Guez/AFP/Getty Images
Noam Shalit anuncia en una rueda de prensa que se presentará a la próximas elecciones israelíes con el Partido Labotista. De fondo, el retrato del que fue el primer ministro Isaac Rabin.

 

Después de décadas iniciales de hegemonía de las formaciones Mapam y Mapai, y de posterior paridad entre el Partido Laborista y el Likud, hoy en día el actual sistema político israelí resulta altamente inestable y fragmentado. De hecho desde 1988 ningún primer ministro -por unas razones u otras- ha logrado terminar la legislatura, dada la fragilidad de las coaliciones. El último, Ehud Olmert, se vio obligado a presentar su dimisión en septiembre de 2008 debido a un caso de corrupción heredado de su etapa anterior como Alcalde de Jerusalén. El actual Primer Ministro, Benjamín Netanyahu, que ya lo fue entre 1996 y 1999, también tuvo que adelantar las elecciones. Ahora sin embargo parece decidido a terminar esta legislatura, con fecha de caducidad a principios de 2013.

A pesar de que en público Netanyahu intente transmitir esta sensación de determinación y estabilidad, hay miembros de su propia coalición de Gobierno que piensan que podría disolver la Knesset (Parlamento israelí) en verano. Por ejemplo, el  líder del partido sefardí Shas, Eli Yishai, ha dado ya orden a sus diputados para que se preparen de cara al otoño. Yishai, que ejerce como ministro del Interior, piensa que los Presupuestos Generales del Estado que está preparando Netanyahu para el próximo año resultarán inaceptables para los partidos ultraortodoxos -el propio Shas y el Judaísmo Unido de la Torá, que representa a los askenazíes- por lo que optará por disolver el Parlamento en agosto y convocar elecciones en octubre. Otra razón para adelantar los comicios sería reducir el margen de tiempo para que cuajen las nuevas figuras emergentes.

 

El efecto Lapid

Según las últimas encuestas de opinión, el periodista Yair Lapid -que habla castellano y al que podríamos calificar de hispanófilo- obtendría entre 15 y 20 escaños dentro de un Parlamento de 120 en los próximos comicios. De esta forma, emularía la hazaña política de su padre, el también periodista Tommy Lapid que a finales de los 90 logró colocar al Shinui como tercera fuerza política con 15 diputados, convirtiéndose así en un partido bisagra imprescindible. Yair, que dejó de presentar el magazine informativo del viernes por la noche del Canal 2 (uno de los de mayor audiencia en el país) para dedicarse completamente a la política, se ha convertido en uno de los nuevos líderes de opinión, lo que no sólo podría hacer sombra al Likud, sino también fagocitar gran parte del electorado de Kadima.

Aunque desde que dejara la televisión solamente ha hecho una aparición pública ante la patronal de los empresarios en Eilat y todavía presenta un ideario difuso, el programa electoral que presentará Lapid será muy similar al de Kadima. Esto es, un ideario liberal tanto en lo político como en lo económico y lo social. Yair se muestra orgulloso como sabra -nacido en Israel, a diferencia de su difunto padre, Tommy, procedente de Serbia- y encarna al hombre hecho a sí mismo israelí, que tras realizar su correspondiente servicio militar triunfó como periodista. Su programa político incluye una revisión del sector público, que considera sobredimensionado, y propone una nueva forma de elaborar los presupuestos que no esté basada en “criterios sectoriales” sino en el interés general, después de que los ultraortodoxos hayan recibido cuantiosas subvenciones desde la misma fundación del Estado de Israel debido a razones de aritmética política.

Lapid, al igual que Kadima y parte del Laborismo, pretenden eliminar lo que consideran como un clientelismo de los partidos ultraortodoxos, obligando a que este sector de la población -tradicionalmente exento de realizar el servicio militar y de pagar impuestos- pase a tener los mismo derechos y obligaciones que los demás ciudadanos. Además de los haredim (ultraortodoxos), los principales enemigos de Lapid parecen ser la corrupción y los oligopolios. Para ello plantea luchar contra lo que en Israel se denomina popularmente como proteksia (enchufe o nepotismo) y contra la concentración de la riqueza en manos de unos pocos conglomerados económicos y financieros que dominan el país.

 

El padre de Shalit

Al contrario que en el caso de Lapid, cuya legitimidad política emana de la figura de su padre, Noam Shalit, ha adquirido la suya a través de la figura de su hijo, el conocido cabo Gilad Shalit, que fue secuestrado en junio de 2006 en una operación de los Comités de Resistencia Popular contra el control militar de Kerem Shalom, y liberado por el Gobierno de facto de Hamás en octubre de 2011 a cambio de más de un millar de presos palestinos. El largo secuestro de su hijo hizo que tras sus múltiples reuniones con dirigentes israelíes, audiencias con mandatarios extranjeros y apariciones en los medios de comunicación, Noam Shalit se haya convertido en otro importante líder de opinión. Tras aguantar estoicamente acampado junto a la residencia del Primer Ministro en Jerusalén durante casi dos años, Shalit podría encarnar ahora el revulsivo que necesita imperiosamente el histórico Partido Laborista, el Avodá, para remontar el vuelo político.

Así lo cree su nueva secretaria general, la también periodista (y van tres), Shelly Yachimovich, que en las elecciones internas de septiembre de 2011 venció por 54% a 43% al más conocido ex ministro de Defensa y dirigente del Histadrut, Amir Peretz. Yachimovich, que probablemente ofrezca un puesto privilegiado en las listas a Noam en búsqueda de ese efecto Shalit, pretende imprimir un giro a la izquierda al Laborismo, que alcanzó un mínimo histórico en las elecciones de 2009 (13 diputados frente a los 44 que consiguió Isaac Rabin en 1992). En cualquier caso, está por ver si el Laborismo podrá recomponerse después del segundo harakiri político (el primero se lo hizo el actual Presidente, Simón Peres, al pasarse a las filas de Kadima) que le hizo el titular de Defensa, Ehud Barak, a principios de 2011 cuando se escindió junto a otros 4 diputados para crear el nuevo partido Atzmaut (Independencia). Barak, que fue elegido primer ministro frente a Netanyahu en 1999 como “el militar más galardonado” del Tsahal (Fuerzas Armadas de Israel) no puede presentar una peor hoja de servicios política.

 

La nueva schmola

Otra diputada, Zaava Gal-On -que vendría a representar para la schmola (izquierda) lo que simboliza la ministra de Cultura Limor Livnat para la derecha y Yachimovich para el centro, esto es, una política valiente y con coraje, que dice las cosas como las piensa- será la encargada de intentar reflotar al malogrado Meretz, el tradicional referente de izquierdas después del giro al centro que experimentó el Laborismo de Peres y Barak. Gal-On acaba de tomar las riendas de un grupo parlamentario de sólo 3 diputados frente a los 12 que obtuvo en 1992 y que representó un apoyo clave para la política pacifista del difunto Issac Rabin. Demasiado optimista quizás tras ser elegida secretaria general de Meretz, ha declarado estar dispuesta a llevar a aumentar su representación hasta los “15 o 20 diputados”.

Para ello, tendría que capitalizar electoralmente la angustia colectiva que una potencial guerra con Irán provoca en parte de la población (que según los sondeos tiende a apoyar un bombardeo preventivo de su programa nuclear, tal como propone Netanyahu, pero que sería la mayor perjudicada de un potencial contraataque iraní, al orientar sus misiles contra los núcleos urbanos) y también poner sobre la mesa algún tipo de propuesta nueva para desatascar las negociaciones de paz con los Palestinos. Ésta se basaría probablemente en la Iniciativa de Ginebra, elaborada por el ex ministro de Justicia y conocido pacifista Yossi Beilin.

Gal-On concentrará su estrategia en impulsar una nueva agenda social, pues las acampadas colectivas registradas la pasada primavera en la Avenida Rothschild de Tel Aviv y otros puntos estratégicos de las principales ciudades, y las manifestaciones masivas del verano, demuestran que hay un amplio estrato social que demanda soluciones ante la carestía de la vida en general y de la vivienda en particular. Y aunque los líderes de este movimiento de indignados israelí -Dafne Liv, Itzik Schmulik y Stav Safir- han dicho en repetidas ocasiones que no van a ser cooptadas por ningún partido político, es posible que más adelante lo hagan, insatisfechas por la falta de resultados prácticos de las recomendaciones elaboradas por la comisión Trachtenberg (creada por el Gobierno israelí para aportar propuestas de solución al problema inmobiliario, entre otros).

 

La hegemonía de la Yamina

A pesar de la emergencia de todos estos nuevos actores y actrices políticos, las encuestas apuntan a que habrá Bibi (apodo con el que comúnmente se conoce a Netanyahu) y Yamina (derecha) para rato. El Primer Ministro gobierna desde una posición de comodidad, manejando la coalición a placer, maniobrando entre la derecha radical que representa el Israel Beitenu (Israel Nuestro Hogar) del ministro de Asuntos Exteriores, Avigdor Liebermann, y el centro que representa el Atzmaut de Barak, y contentando a sus socios ultraortodoxos. De hecho, ha sido capaz de tapar un escándalo en su entorno por el que su director de gabinete, Nathan Eshel, ha sido acusado de acoso sexual hacia una empleada, lo que constituye un tema my sensible ante la justicia israelí, ya que un caso similar obligó a dimitir al anterior presidente, Moshe Katsav, y ha terminado llevándole a la cárcel. Sin embargo, el caso Eshel, a pesar de su anuncio de dimisión, parece haberse esfumado del debate público ante la connivencia de Netanyahu y el silencio de sus socios.

Fue precisamente este puesto, el de director de gabinete del Primer Ministro el que hizo que Avigor Liebermann -que dio sus primeros pasos en el Likud- tuviera contacto con la primera línea de la política, a donde llegó de la mano de Netanyahu durante su anterior mandato. El cambio de gobierno en 1999 hizo que Libermann creara su propio partido, Israel Beitenu, que no ha dejado de crecer desde entonces y que se ha consolidado como representante de la derecha radical. Liebermann aceptaría la creación de un Estado palestino, pero sólo tras la permuta de los grandes bloques de asentamientos (Ariel, Gush Etzion, Giva´at Zeev) a cambio de las localidades árabe-israelíes colindantes con la Línea Verde (Um el Fahem, Kafar Kassem, Taybeh), a pesar de que la gran mayoría de los ciudadanos árabe-israelíes estén claramente en contra.

De esta forma, Netanyahu se proyecta a sí mismo como un estadista pragmático, capaz de llegar a acuerdos tanto con la derecha como con los ultraortodoxos y con la izquierda, a pesar de que él sea esencialmente un estandarte de la Yamina. Además, a diferencia de 1999 en que tuvo que adelantar las elecciones al verse salpicado por varios casos de prevaricación, nepotismo y corrupción, durante este segundo mandato parece estar aplicando las lecciones aprendidas y tener todo bajo control. Quizá en estos momentos la única variable imprevisible en su agenda política sea ese posible ataque preventivo contra Irán, especialmente después de los últimos conatos de atentado contra intereses israelíes en India, Georgia y Tailandia, que hacen que los tambores de guerra redoblen cada vez con más fuerza.

 

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