Las nuevas herramientas de comunicación favorecen una nueva forma de relacionarse, de hacer política y una nueva escala de poder.

 

Blogueros egipcios antigubernamentales trabajan en sus ordenadores portatiles desde la plaza Tahrir de El Cairo en febrero 2011.

PATRICK BAZ/AFP/Gettyimages

 

“Las revoluciones árabes son revoluciones post leninistas que carecen de líder, de programa, de organización… y esto molesta”. Bertrand Badie, profesor de relaciones internacionales en el Instituto de Ciencias Políticas de París y autor de libros como Un mundo sin soberanía o La impotencia de la potencia, afirma que las revoluciones que han inflamado el mundo árabe durante los primeros meses de 2011 son importantes porque tiran por tierra todos nuestros paradigmas, nuestros análisis; en definitiva, nuestro modo de ver el mundo.

En efecto, el mundo está patas arriba y los modos tradicionales de observar y analizar la realidad han quedado descolocados ante nuevos fenómenos como el de las redes sociales, que han tenido un papel significativo (el debate sigue abierto) en las protestas que acabaron con los regímenes autoritarios de Ben Alí y Hosni Mubarak en Túnez y Egipto, respectivamente.

 

Sociedad en red
La novedad de estos fenómenos, no obstante, es relativa. Manuel Castells, uno de los grandes gurús de la sociedad en red, viene explicando el fenómeno desde la década de los 90, cuando acuñó un nombre para los nuevos tiempos que corren (a una velocidad de vértigo): la Era de la Información. Según Castells, las redes sociales son tan antiguas como la propia humanidad, pero han cobrado nueva vida porque las nuevas tecnologías realzan la flexibilidad inherente a las redes, al tiempo que solucionan los problemas de coordinación y gobierno que, a lo largo de la historia, lastraban a estas redes en su competencia con las organizaciones jerárquicas. Por definición, una red carece de centro y sólo tiene nodos. La gradación tradicional, así, queda erosionada.

La sociedad en red crea nuevas jerarquías, mientras cambian las reglas del juego en el entorno digital. Un buen ejemplo es el del propio Luis von Ahn (Guatemala, 1979), fundador de la compañía Recaptcha, un sistema utilizado para reconocer el texto presente en imágenes y que está sirviendo para digitalizar libros o proteger a las webs del fraude y el spam, ya que ayuda a determinar, mediante imágenes distorsionadas que se supone que una máquina no puede comprender, cuándo el usuario es o no humano.

Foreign Policy en español pidió a sus lectores que votasen al intelectual más influyente del ámbito iberoamericano entre una lista de 25 nuevos rostros, como Jorge Volpi, Daniel Innerarity, Yoani Sánchez, Fernando Iwasaki o Javier Cercas, entre otros. Por mayoría abrumadora, el científico guatemalteco fue elegido como vencedor. ¿Sorpresa? No tanto, si tenemos en cuenta su predicamento en el entorno digital: en 2009, Recaptcha fue comprada por Google. Lo que nos lleva de nuevo a las revoluciones en el mundo árabe, en particular a la egipcia, y a la figura de Wael Ghonim (Egipto, 1980). El directivo de Google se convirtió en una de las cabezas visibles de la protesta, primero desde las redes sociales y luego mediante su ausencia, encarcelado por el régimen, lo que generó un movimiento solidario en Internet que alimentó la protesta contra el Gobierno. Y todo ello sin una función política oficial.

Las características de los movimientos revolucionarios en Túnez y Egipto ejemplifican bien las características de la sociedad digital y su jerarquía alternativa. Pero cuidado: cometeríamos un error si pensásemos que el poder queda diluido hasta desaparecer en el vacío hipertextual de Internet. El poder, como la energía, no desaparece, simplemente se transforma. La jerarquía en la Red cambia, pero nada más (y nada menos). Por ejemplo, los usuarios de Facebook con un gran número de amigos actúan como nodos críticos, convirtiéndose en influyentes transmisores de información. Y una cifra: el 2% más activo de los usuarios de Wikipedia son los responsables de aproximadamente el 70% de los cambios editoriales efectuados en la enciclopedia virtual.

Las nuevas herramientas de comunicación favorecen así una nueva forma de relacionarse, de hacer política y, por ende, una nueva escala de poder. Von Ahn y Ghonim son buenos ejemplos, por no citar al creador del propio Facebook, Mark Zuckerberg (Estados Unidos, 1984).

 

Débiles versus poderosos
Los lazos creados por estas nuevas redes sociales son relativamente débiles, lo que los dota de una mayor eficacia, ya que conectan a los ciudadanos de un modo personal y difuso que a las autoridades tradicionales les resulta más difícil de controlar. La pirámide se erosiona y queda cubierta por una tela de araña sumamente resistente, a pesar de su aparente fragilidad. Es lo que Charlie Beckett, fundador y director de Polis, llama “la fortaleza del vínculo débil”.

Sin embargo, la pirámide no desaparece. La jerarquía tradicional se ve en ocasiones sobrepasada, aunque quizá sería mejor decir circunvalada, por otras alternativas, pero los resortes tradicionales del poder siguen bajo el control de los… bueno, de los poderosos de toda la vida. Las revoluciones en los países árabes vuelven a ser un buen ejemplo de las limitaciones de estas nuevas herramientas de comunicación.

¿Por qué decía el profesor Badie que las carencias de las revoluciones árabes molestaban? ¿A quién? A los jerarcas, en primer lugar. No hay nada que moleste más a un mandatario que la ruptura de la jerarquía, la suya. Badie tiene un nombre para esa insurrección: la “revancha de las sociedades”, que se vengan de la política lejana a la ciudadanía mediante todas las herramientas a su disposición, cuya importancia queda refrendada por la atención que los regímenes autoritarios de todo el mundo dedican a lo que se mueve en esos canales virtuales. Lo resumen bien Beckett: “Los tiranos siguen teniendo los tanques y la policía secreta. Y como dicen en Irán, algunos de ellos hasta saben usar Internet”.

 

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