¿Qué futuro tiene, con su nueva vida, el movimiento de protesta de Rusia?

 

 

Rusia
Getty Images

 

 

Aproximadamente a medianoche del sábado 10 de diciembre, mientras gran parte de Moscú llevaba mucho tiempo en una nube colectiva, feliz y embriagada, después de que unos 50.000 representantes de la clase media urbana se hubieran manifestado por los resultados de las elecciones parlamentarias del día 4, la agencia estadounidense de relaciones públicas contratada por el Kremlin, Ketchum, emitió un comunicado de prensa. El autor era Dmitri Peskov, el veterano jefe de prensa del primer ministro Vladímir Putin.

“Lo que hemos presenciado hoy es una concentración democrática de una parte de la población que está insatisfecha con los resultados oficiales de las elecciones de la semana pasada”, decía Peskov. “En los últimos días, también hemos visto protestas de otros sectores de la población que estaban de acuerdo con esos resultados. Respetamos el punto de vista de los manifestantes, tomamos nota de lo que dicen y seguiremos escuchándoles. Los ciudadanos de Rusia tienen derecho a expresar su punto de vista, tanto en contra como a favor, y esa libertad seguirá estando garantizada mientras todas las partes lo ejerzan de manera legal y pacífica”.

Dada la dimensión de la protesta en Moscú y de las manifestaciones de miles de ciudadanos más en docenas de ciudades rusas (las mayores desde que Putin llegara al poder hace casi 12 años), se trataba de una reacción extraña y curiosamente apagada. Pero más raro fue lo que dijo éste ese mismo día, también a través de Peskov. “El Gobierno no ha formulado todavía una postura”, señaló.

Los gobernantes rusos no han comprendido el alcance de la insatisfacción existente en un grupo de gente acomodada, educada y profesional

Sin embargo, había una persona que sí lo había hecho. El domingo, el presidente Dmitri Medvédev entró en su página de Facebook, el centro neurálgico de la organización de las protestas, y escribió lo siguiente: “De acuerdo con la Constitución, los ciudadanos de Rusia tienen libertad de expresión y de reunión. Las personas tienen derecho a expresar sus opiniones y eso es lo que hicieron ayer. Es positivo que todo se produjera en el marco de la ley. No estoy de acuerdo con los eslóganes ni las declaraciones que se hicieron en las concentraciones. Sin embargo, he dado la orden de comprobar todos los colegios electorales respecto al cumplimiento de las leyes sobre elecciones”.

Fueron unas palabras verdaderamente extrañas. ¿Qué quería decir el presidente de Rusia, al menos hasta el próximo año, cuando Putin propone volver a intercambiarse el puesto con él? También es insólito por el superfluo e innecesario recordatorio de que los ciudadanos tienen derecho a la libertad de expresión y reunión, un derecho que las autoridades rusas no suelen estar dispuestas a proclamar. La igualmente misteriosa preocupación, sobre todo por parte del Kremlin, que la manifestación del sábado, la cual había autorizado el Ayuntamiento de Moscú, pudiera terminar en un baño de sangre, parecía sugerir que todo el mundo, incluidos Putin y Medvédev, necesitaban el recordatorio. También estaba el asombro constante (incluso en el Canal Uno de la televisión, la cadena estatal, que el sábado, por fin, reconoció que existen las protestas), por el hecho de que las manifestaciones hubieran transcurrido de forma pacífica y de acuerdo a la ley.

Tal vez el principal problema es de credibilidad: Medvédev, el presidente saliente con menos poder de la historia desde que Putin anunció en septiembre sus planes de regresar al cargo en las elecciones de 2012, ha ordenado personalmente, y con gran ampulosidad, muchas investigaciones sobre asuntos escandalosos y ninguna ha producido muchos resultados. (El otoño pasado, el dirigente prometió investigar el caso del periodista Oleg Kashin, que recibió una brutal paliza. Incluso llegó a prometer a Kashin que iba a “arrancar las cabezas” a los culpables. “Aquí estoy, sentado, fumando mi pipa”, bromeó Kashin en Facebook.) Quizá ese es el motivo por el que tantos de los casi 13.000 comentarios sobre el anuncio de Medvédev en la red social este fin de semana fueron negativos. “Esto se llama estar aislado de la realidad”, decía un comentario. “Necesitas ir a ver al psiquiatra”.

“La reacción del presidente es ridícula”, me dice Igor Yurgens, director de un think tank de Moscú muy relacionado con Medvédev. “No estoy de acuerdo, pero ya nos enteraremos. Esa no es una respuesta”. Hasta ahora, destaca Yurgens, no se ha tomado en serio ninguna de las demandas de los manifestantes, desde la inscripción de nuevos partidos hasta la liberación de los detenidos en las protestas de los días anteriores.

De hecho, la sucesión de declaraciones oficiales desde las protestas del sábado, da a entender que el Kremlin está ganando tiempo o ignorando las demandas. Una de éstas era que se despidiera a Vladímir Churov, amigo de la infancia de Putin y jefe de la Comisión Electoral Central. Churov ha negado casos de fraude electoral bien documentados y ha dicho que todos los vídeos que los activistas han presentado como pruebas desde las elecciones son falsos y que se grabaron en apartamentos decorados para parecer colegios electorales. La semana pasada, para su eterna vergüenza digital, Medvédev, calificó a Churov de “mago”. Con todo, el domingo, la Comisión Electoral Central rechazó una propuesta de que estudiaran la posibilidad de despedirle.

Otra demanda era la celebración de nuevas elecciones. El viernes por la noche, en vísperas de la gran manifestación, la Comisión certificó los resultados. El lunes, Peskov desechó no solo la posibilidad de nuevas elecciones, sino incluso la de un nuevo recuento. “Si tenemos en cuenta estas supuestas pruebas, en total representan alrededor del 0,5% del número total de votos” dijo. “Aunque, hipotéticamente, quedara demostrada la veracidad de todas las quejas en los tribunales, seguirían sin cambiar el resultado total de las elecciones”. El fiscal general de Rusia expresó una opinión similar.

A propósito de la Constitución rusa, el partido Rusia Unida celebró una concentración el lunes 12 en Moscú, bajo el título “¡Gloria a Rusia!”, para celebrar el día de la Carta Magna. El partido prometió una multitud de 30.000 personas, quizá para dar la razón a Putin, que había dicho que había tanta gente feliz como indignada con las elecciones. Según la policía acudieron 25.000 personas. De acuerdo a varios periodistas presentes, y según las pruebas fotográficas, hubo, como mucho, 2.000. A muchos asistentes les habían llevado en autobús, una táctica habitual. “No sé por qué coño estoy aquí”, declaró un joven a un periodista. “Es por la televisión. Estos cabrones del KGB, están mintiendo a la gente en televisión, prometiendo todo y no haciendo nada. Yo no necesito esta mierda. Nos han cancelado las clases para que viniéramos”.

“Esto no tiene pinta de revolución”

Dado el dinero que se dedica a los grupos juveniles leales y el que se había gastado en llevar en autobús a los jóvenes, la manifestación del lunes fue un fracaso histórico. Fue, asimismo, prueba de la ineficacia de la obstinación de Rusia Unida en conservar sus técnicas anticuadas y poco convincentes. Las protestas preparadas van acompañadas de una gimnasia retórica que se repite en toda la cadena alimentaria del partido y que, en el mejor de los casos, niega la evidencia. La postura oficial es que da igual que las del sábado fueran las mayores concentraciones antigubernamentales desde la caída de la Unión Soviética; no fueron nada del otro mundo. Al fin y al cabo, ¿qué son 50.000 personas en una ciudad de 12 millones?

Mientras tanto, Putin y Medvédev están claramente tratando de ganar tiempo, aunque de forma muy poco organizada. “Putin está retrasando las cosas, sin duda”, dice el consultor político Gleb Pavlovsky, que, hasta hace poco, trabajaba para Medvédev y ayudó a Putin a ganar sus primeras elecciones presidenciales, en 2000. “Medvédev se apresuró a decir algo negativo, pero Putin dijo que está reflexionando. En mi opinión, hizo bien. Están asustados, y eso ha sido bueno para el Estado, porque les ha obligado a empezar a pensar en sus actos, en lugar de dejarse llevar como siempre por las reacciones impulsivas”, asegura.

Pavlovsky, que me ha dicho que está profundamente desilusionado con un Putin que está cometiendo errores impropios de él, subraya también la ausencia de violencia y de caos en la manifestación del sábado. “Esa fue quizá la primera medida acertada que tomó Putin en todo este año”, dice sobre la decisión del Kremlin de no reprimir a los manifestantes como lo hicieron los días 5 y 6 de diciembre, con el arresto de casi 1.000 personas en dos días. “El día de la manifestación [del sábado], se hizo todo lo más apropiado para mantener el poder. Si el Kremlin hubiera intentado enfrentarse, ahora estaría en medio de un acoso profundo, sordo y probablemente sangriento. ¿Seguirá actuando así? Esa es la pregunta”.

Desde luego el Kremlin ha variado su retórica desde los primeros días, en los que ante la agitación postelectoral empezó haciendo vagas advertencias sobre “provocaciones” y guerra civil, hasta la afirmación más reciente de que muchos de los que salieron a la calle el sábado eran simples curiosos. No obstante, da la sensación de que los gobernantes rusos no han comprendido del todo el alcance de la insatisfacción existente en un grupo de gente en gran parte acomodada, educada y profesional.

Algunos miembros de la Administración sí han sabido comprender la situación. El día anterior a la manifestación del día 10, Vladislav Surkov, número dos en el Gabinete del presidente y el encargado de microgestionar la política y los medios rusos, convocó al quién es quién de los intelectuales leales al régimen para hablar de los acontecimientos, prueba de que él sí es consciente. Pero lo que han dicho quienes estuvieron en la discusión no resulta precisamente tranquilizador a la hora de pensar en los posibles compromisos. Margarita Simonyan, directora del diario Russia Today, dijo en tono despreciativo que la próxima manifestación, prevista para el 24 de diciembre, reunirá a menos participantes “porque la gente tiene que ir a comprar regalos”. Maxim Shevchenko, presentador en el canal estatal de televisión, Canal Uno, dijo, en un comentario titulado “Para responder a los tontos”, que la mejor táctica es dejar que la oposición proteste para no convertirlos en mártires. “No son nadie y tienen que seguir siendo nadie”, escribió.

Aún así, el lunes pareció que había algún indicio de acuerdo. El partido Rusia Unida anunció que está dispuesta a ceder algunos puestos importantes en la Duma a la oposición parlamentaria. El ex ministro de Finanzas, Alexei Kudrin, al que un enfurecido Medvédev despidió en septiembre, dijo en una entrevista con el diario económico ruso, Vedomosti, que estaba dispuesto a encabezar un partido político liberal, seguramente dirigido al amplio sector profesional (abogados, médicos, consultores, empleados del sector financiero, diseñadores gráficos, ingenieros, etcétera) que salió a la calle el sábado.

Después, el lunes por la tarde, en un giro sorprendente y muy significativo, el multimillonario Mijaíl Prójorov anunció su intención de presentarse como candidato a las elecciones presidenciales del 4 de marzo. Durante el verano, éste intentó organizar un grupo político exactamente como el que sugiere ahora Kudrin, pero desistió, frustrado, al ver que el proyecto descarrilaba a toda velocidad, por motivos que, en definitiva, se reducían al insistente deseo del Kremlin de controlarlo y la intromisión constante de Surkov. Entonces, Prójorov declaró que no pensaba abandonar “la gran política” y su regreso indica que el Gobierno ruso le ha permitido volver para distraer la atención de los sucesos del sábado o para dar a la gente una alternativa ligeramente creíble. Su presencia ayudaría a rebajar las tensiones y a que no haya nuevas protestas que empañen todavía más la candidatura personal de Putin a las elecciones (que no olvidemos, ganará), lo cual le permitiría hacer campaña sin tener que granjearse aún más el antagonismo de unos profesionales ya opuestos a él.

En cuanto a los profesionales (el “plancton de oficina”, los llaman en Rusia), muchos de esos recién llegados al activismo político prometen volver a salir dentro de dos semanas, el día de Nochebuena. Lo más probable es que haya menos gente que el sábado, porque hará más frío, porque el Kremlin les arrojará unas migajas, porque perderán interés o porque todavía no hay nadie, en el escenario político ruso, que les represente. Como la mayoría de ellos insiste en destacar, esta no es la Primavera Árabe, y ellos no son revolucionarios, solo unas personas que se han despertado y quieren participar en el sistema. “Por desgracia, será un voto de protesta”, me dijo un joven oficinista cuando le pregunté cómo iban a ser las nuevas elecciones, si es que se celebran. “Y, por desgracia, seguirá sin haber nadie en la Duma que represente mi postura para los cinco próximos años. Pero es un paso. Avanzaremos poco a poco y eso no está mal”.

Eso, a pesar de su retórica alarmista, es con lo que cuenta el Kremlin. Como me dice Pavlovsky, “Esto no tiene pinta de revolución”.

 

Artículos relacionados