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Porristas norcoreanas durante una actuación sostienen un mapa de la Península de Corea antes del comienzo del partido de hockey en Pyeongchang, Corea del Sur. (Ed Jones/AFP/Getty Images)

¿Qué posibilidades tienen Corea del Norte y Corea del Sur para seguir por el sendero de la paz?

El amanecer noticioso de 2018 fue un grito de Donald J. Trump, en Twitter como de costumbre, que resumió la pesadilla recurrente del mundo durante 2017: la posibilidad de un holocausto nuclear, esta vez iniciado por un enfrentamiento entre Estados Unidos y Corea del Norte.

El presidente de Estados Unidos clamó el 3 de enero en Washington que él tiene un botón nuclear “mucho más grande y más poderoso” que el del autócrata que rige una de las naciones más pobres del planeta.

El 1 de enero, en Pyongyang, el líder supremo de Corea del Norte, Kim Jong-un, había reiterado en su discurso de año nuevo que su país es capaz de contener y responder un ataque de Estados Unidos. Su entero territorio continental está en el rango de nuestro alcance, advirtió a la nación con más poderío de guerra en el mundo, “y el botón nuclear está en el escritorio de mi oficina todo el tiempo”.

Trump tiene más seguidores en Twitter que los habitantes totales de Corea del Norte. Y nadie hoy, excepto Kim Jong-un y sus colaboradores cercanos, sabe de verdad si el más célebre artefacto del programa nuclear norcoreano, el misil Hwasong 15, es capaz de acarrear una cabeza nuclear al otro extremo del océano. Pero esa línea del botón nuclear en el escritorio del dictador impactó tan fuerte a la opinión pública estadounidense que, valga la redundancia, la arrasó como una bomba.

 

La ola suave

Esa capacidad de cautivar la atención, marcar una tendencia o impulsar un interés con un gesto, un objeto, palabras, una rima o movimientos, es virtud que los coreanos han perfeccionado en décadas recientes.

Corea del Norte y Corea del Sur, dos realidadesSuperada la guerra coreana, en los 50, la siguiente ocasión en la que el mundo occidental se interesó por la existencia de Corea fue cuando alguien, a finales de los 80, se preguntó de dónde provenía su refrigerador LG.
“¿Es LG una marca china?” La pregunta aún es frecuente, indica Google. Pero quien tenga intriga por el dato, posiblemente, realizará la búsqueda en un móvil Samsung –los teléfonos más vendidos en el mundo, junto con el iPhone– abordo de un Hyundai. Luego ese mismo recordará que Seúl se presentó al mundo moderno en 1988, como sede de unos juegos olímpicos, y luego repitió el acto en 2002 con la Copa Mundial de Fútbol. Relacionará entonces la ciudad con Gangman Style, el macro éxito instantáneo de Psy, en 2012, y al fin se percatará que al menos desde los 90 su mundo comenzó a ser envuelto por un fenómeno cultural conocido como “la ola coreana”; en ese momento sabrá que la base rítmica del tono de su despertador es una balada de K-Pop.

Al norte del paralelo 38, en tanto, el poder suave del régimen continuó echando mano de los fusiles en sus operetas y centrándose en las virtudes de la dinastía Kim, que este 2018 redondeará 70 años de mantener Corea del Norte como su feudo. Pero en tanto que Kim Jong-un pertenece a la generación millennial, sin duda ha entendido que la arena política fue sustituida por una pasarela –su vecino Vladímir Putin suele hasta descamisarse para esos efectos–, donde la imagen ya no dice lo que mil palabras: la imagen es la palabra.

El botón nuclear del escritorio ganó los titulares; pero Corea del Norte lanzó en ese mismo discurso de Kim Jong-un una ofensiva de carisma. Anunció allí mismo que participarían en los juegos olímpicos de invierno, que estaban por iniciar en la vecina ciudad de Pyeongchang, Corea del Sur.

Lo que sucedió en Pyeongchang con la delegación norcoreana –su marcha conjunta con los atletas del Sur bajo una misma bandera; los eventos culturales protagonizados por sus artistas; el encanto de la hermana Kim Yo-jong y su invitación al presidente de Corea del Sur a visitar Pyongyang– acalló el lenguaje belicista que, como fuego y furia, asolaba la región, no por coincidencia desde enero de 2017.

Paradójicamente, en la paz olímpica fue una milicia la que ganó más simpatías: la delegación de graciosas porristas norcoreanas, a quienes la prensa llamó el “ejército de bellezas”. Fue éste otro duro golpe de poder suave; un arma que luce nueva en las manos del régimen ermitaño.

 

¿Y después de la tregua?  

La relación oficial entre las dos Coreas está hoy en manos de dos personajes centrales: el presidente surcoreano Moon Jae-in y el líder norcoreano Kim Jong-un.

El antecedente más relevante a la distensión alcanzada durante estos juegos olímpicos es la política del Amanecer, impulsada por Corea del Sur hacia Corea del Norte.

Entre 1998 y 2008 se establecieron numerosos proyectos financieros y de inversión comunes; se llevaron a cabo participaciones deportivas conjuntas; ocurrieron innumerables reencuentros de familias separadas desde la guerra de Corea y se sostuvieron dos cumbres presidenciales en Pyongyang.

La política del Amanecer le granjeó a su proponente, el entonces presidente surcoreano Kim Dae-jung, el premio Nobel de la Paz en el año 2000.

Pero la interacción colapsó ocho años después, con la llegada del conservador Lee Myung-bak al Gobierno de Seúl. En respaldo al presidente George W. Bush, quien había colocado a Corea del Norte desde 2002 junto con Irán e Irak en el “eje del mal”, Lee notificó a Pyongyang que debía deshacerse de sus armas nucleares para continuar recibiendo asistencia económica.

Pero bajo el mando de Kim Jong-il, alertados por la caída de Saddam Hussein en Irak, el régimen del Norte había optado por la ruta contraria; en 2006 hizo su primer ensayo nuclear en la historia y en 2009, el segundo. Corea del Sur declararía entonces terminada la política del Amanecer.

Tras una larga noche de continuos recelos, no exenta de incidentes –en junio de 2002, en plenas semifinales de la Copa Mundial de Fútbol, un zipizape entre las armadas de ambos países deRadiografía macroeconómica de las dos Coreajó cuatro marinos surcoreanos muertos; en marzo de 2010, el hundimiento de la corbeta Cheonan, atribuido a Corea del Norte, con saldo de 46 marinos surcoreanos muertos, y el 23 de noviembre, el bombardeo a la isla Yeonpyeong, en territorio del Sur, que mató a dos soldados–, llegó, al fin, la mañana del 9 de febrero de 2018 en Pyeongchang. Hubo fuego, pero solo en el pebetero olímpico, y fue encendido, con el clamor del público y las sonrisas del presidente surcoreano Moon Jae-in y Kim Yo-jong, hermana del líder norcoreano y titular del Departamento de Agitación y Propaganda de su país, sentados en un mismo cubículo del estadio, donde también estaba un Mike Pence deslucido, quien con todo y siendo el vicepresidente de Estados Unidos, parecía estorbar en la foto.

Once días después de esta escena, la oficina de Pence reveló que los norcoreanos habían cancelado una reunión con él en Pyeongchang, en la que el vicepresidente iba a conversar con Kim Yo-jong y Kim Yong-nam, jefe de Estado de Corea del Norte. Nick Ayers, jefe del equipo de colaboradores de Pence, reveló el 20 de febrero que el régimen de Kim ofreció el encuentro con la esperanza de que el vicepresidente no insistiera durante su estancia en Corea del Sur con que debe presionarse al máximo a Corea del Norte para que desista de su programa nuclear. Pero la Casa Blanca decidió que no cejarían las críticas a Pyongyang, ni habrían de darle la oportunidad a Kim Jong-un de, en palabras de Ayers citadas por The Washington Post, maquillar “su régimen asesino ante la oportunidad de tomarse una bonita foto en los Olímpicos”.

 

Distinto amanecer

Moon Jae-in, nacido en una familia norcoreana de refugiados de la guerra de Corea, ha regido su vida pública a partir de pregonar el espíritu de la distensión con el Norte.

Tan pronto asumió la presidencia de Corea del Sur en mayo de 2017, con un bien cimentado respaldo popular, declaró que buscaría establecer contactos con Pyongyang y aprovechó la oportunidad de los juegos olímpicos para poner en marcha su “diplomacia deportiva”.

Decidió, además, posponer la realización de ejercicios militares de rutina entre su país y Estados Unidos, algo que es un continuo clamor de Pyongyang.

Kim Jong-un, por su parte, llegó al poder sin experiencia partidista ni militar, fue educado en Suiza y posee bien conocidos gustos y aficiones occidentales –inocultable es su afición por el baloncesto de la NBA.

En el poder desde 2011, tras la muerte de su padre Kim Jong-il, su gobierno ha puesto énfasis en dos ejes: mejores condiciones de vida para la población e incrementar las capacidades defensivas de la nación; esta doble política es conocida como “el desarrollo paralelo” o byungjin. Además de pregonar incesante el deseo de una Península unida.
Debido al hermetismo norcoreano, es difícil determinar, de primera mano, las condiciones económicas del país. El Gobierno no autoriza censos de ninguna índole (aunque el año pasado abrió la puerta al Fondo de Población de Naciones Unidas); tampoco publica cifras de sus avances, excepto notas laudatorias en sus propios órganos de prensa –The Pyongyang Times, escrito en inglés, es una fuente semanal para atisbar esos progresos.

Los economistas dispuestos a conocer y analizar la realidad norcoreana suelen trabajar por esto sobre retazos de información obtenida mediante espionaje –fotos satelitales, confidencias de diplomáticos o turistas a quienes se ha autorizado el acceso al país–, esporádicas y estrictamente controladas visitas personales y recorridos por el territorio fronterizo chino, una franja de 1.300 kilómetros que incluye un tramo de costa en la bahía de Corea, en el mar Amarillo, aguas de intenso tráfico mercantil entre ambos países, y al norte la provincia de Jilin, asiento de la prefectura autónoma de Yanbian (China), conocida como “la tercera Corea”, donde un tercio de su población es de origen coreano e incluso la lengua coreana es de uso oficial, junto con el mandarín.

Se estima que de noviembre de 2017 a esta fecha la actividad comercial en esa región de Yanbian ha disminuido entre un 70% y 80%. Algunas fábricas han cerrado; el comercio ha decaído; las garitas hacia territorio norcoreano lucen desiertas, debido a las sucesivas y crecientes sanciones comerciales impuestas por Naciones Unidas al régimen de los Kim con el afán de que desistan de su programa nuclear. El mayor peso del cumplimiento de las sanciones ha recaído justamente en China, pieza clave para su efectividad al ser el principal socio comercial de Corea del Norte. La aceptación de Pekín de votar a favor de la ampliación y endurecimiento de las sanciones en los últimos años y, sobre todo, de implementarlas en meses recientes, ha sido gradual y es más un producto de la presión internacional que del convencimiento de su pertinencia.

La cultura popular en las dos CoreaEl Korean Development Institute (KDI), un centro de pensamiento de Corea del Sur, estima, en un informe publicado el pasado 30 de enero, que en 2017 las exportaciones norcoreanas cayeron quizá en 37% (China es el principal receptor de sus productos) y que la economía en general decreció en -2% ese mismo año. El país podría tolerar sin mayores sobresaltos, al menos por seis meses más en 2018, el bloqueo de importaciones y exportaciones y el estrangulamiento de las vías para obtener divisas foráneas impuesto por la ONU, se agrega. Pero en dos años más, se calcula, las sanciones reducirán a -4% el crecimiento de la economía.

No obstante, en la premura económica se han registrado avances con la política byungjin. En junio de 2017, el periódico Financial Times dedicó un artículo a las graduales reformas de mercado observadas en Pyongyang, que han propiciado “un ligero crecimiento en las empresas privadas y un incremento en los estándares de vida”.

La calidad de la comida ha mejorado, dice KDI en su informe sobre la economía de Corea del Norte en 2017, esto debido a que en los años anteriores, previo al endurecimiento de las sanciones, las importaciones crecieron. Fundados en notas diversas en The Pyongyang Times, se observa que el Gobierno ha incrementado la construcción, incluso de centros recreacionales, como el Wonsan-Kalma, en la costa este.

En su discurso de año nuevo, Kim Jong-un anunció planes específicos para producir más energía eléctrica –en mayo de 2016, la información oficial refería que la industria eléctrica había rebasado sus metas en 10%–, mediante la construcción de otras termoeléctricas y mejoras a la infraestructura existente. Insistió en que pueden erigir una economía autosustentable.

Pequeños talleres industriales, empresas y asociaciones cooperativas han proliferado en el país, destaca también KDI. Kim los ha descrito como ejemplos de un “sistema socialista de negocios responsables”. En el habla común se les denomina jangmadang; operan algunos de manera no oficial, aunque son tolerados, de acuerdo a Financial Times.

Algo ha pasado. Tanto que la ultraconservadora fundación estadounidense Heritage, promotora de la reducción del gobierno y la libre empresa, muestra en su índice de libertades económicas que, entre 2012 y 2017, Corea del Norte incrementó en 4,9% su puntuación general, al favorecer entre otros valores los derechos de propiedad, la integridad gubernamental, la libertad para emprender negocios y contratar empleados –estos dos últimos rubros a partir de 2016.

 

Los buenos deseos y la realidad

Imaginar la reunificación de las Coreas es difícil hasta por razones históricas. Aun cuando la identidad étnica y lingüística es una, por siglos los territorios del sur y el norte han tenido poca afinidad entre sí, sea por dinastías propias que guerreaban con sus vecinas en la misma Península, o por estar sujetos al control de otros pueblos (japoneses, mongoles y chinos). El Imperio coreano como tal, fundado a finales del siglo XIX, al debilitarse la dinastía Qing en China, prevaleció 13 años, hasta que fue invadido por los japoneses en 1910.

Desde 1945 hasta la actualidad, ambos países se han desarrollado a un ritmo muy distinto y tienen características sociales e ideológicas tan contrastantes, que la referencia a la reunificación de las Alemanias en la década de los 90, un ejemplo con frecuencia citado por algunos analistas, parece no ajustarse a este caso. La idea de la reunificación obliga a plantearse, más aún, bajo qué sistema político y económico existiría una sola Corea.

Las relaciones pueblo a pueblo entre ambos lados del Paralelo 38 formalmente no existen. Los contactos entre civiles, así como los viajes entre las dos Coreas han estado prácticamente prohibidos desde el final de la guerra (1950-1953). Los norcoreanos tienen un conocimiento muy limitado de lo que acontece en el sur de la Península y los surcoreanos, como el resto de nosotros, obtienen reportes fragmentados a través de terceras voces, principalmente de deflectores, periodistas que de forma esporádica acceden y funcionarios de agencias de Naciones Unidas.

En el ámbito externo, el principal reto del Gobierno surcoreano para lograr que su acercamiento con el Norte sea duradero y tenga avances, es encontrar un equilibrio entre sus aspiraciones de reconciliación peninsular y sus propios intereses de seguridad, así como los de Estados Unidos, China, Japón y Rusia, para quienes una Corea del Norte apertrechada nuclearmente representa un gran peligro, no sólo para la estabilidad del norte de Asia, sino en la esfera internacional.

Todo parece indicar que llegará un punto en el que Seúl deberá fungir como mediador entre Pyongyang y los principales países involucrados en las tensiones en la Península.

Tendrá quizás que persuadir a las partes a iniciar conversaciones para frenar los programas nuclear y de misiles de Corea del Norte y, en paralelo, promover la abolición paulatina de las sanciones. Sin duda, a Corea del Norte se le demandaría, sin concesiones, ceder en su pretensión de erigirse como potencia nuclear mientras que Estados Unidos tendría que reducir sus actividades militares y presencia en la Península –algo que, previsiblemente, China apoyará–. Con todo esto se conseguiría, en un primer momento, mejorar las condiciones de seguridad en la zona e incrementar la confianza entre las partes. Paulatinamente, se buscaría mejorar las condiciones de vida del pueblo norcoreano e integrar al país al sistema internacional mediante diversos proyectos conjuntos. Más allá de los detalles de una posible reunificación, estas parecen ser las cuestiones de más urgente atención.

Pero el obstáculo más grande para esta lista de buenos deseos aparenta ser la política de Estados Unidos hacia Corea del Norte.

Por un lado, Washington intentaría doblegar al régimen complicando su subsistencia. En el nuevo bloque de sanciones económicas, destaca la reducción en casi 90% de las importaciones de petróleo refinado y la cancelación de visas de trabajo para unos 93.000 trabajadores norcoreanos dispersos por el mundo, quienes representan al menos 500 millones de dólares en remesas anuales para el país. En dos años más, es uno de los escenarios del KDI, la economía norcoreana terminaría por colapsar.

Además del estrangulamiento económico, el presidente Donald Trump parece buscar la apertura de un escenario de guerra en Corea del Norte.

El nuevo amanecer iniciado en Pyeongchang podría cambiar el curso de estas intenciones. Evitar el cañoneo de Washington a la Península es, a todas luces, la prioridad evidente. Asegurada la paz, ya después se verá cuál es el mejor arreglo para que estas dos hermanas continúen su vida juntas de una mejor manera.