Un omaní con una bandera del país (Bryn Lennon/Getty Images)
Un omaní con una bandera del país (Bryn Lennon/Getty Images)

Un desafío se cierne sobre Omán: convertirse en una sociedad moderna rodeada por un vecindario voluble y anárquico.

Omán es un país que analistas y medios de comunicación pasan a menudo por alto. Un antiguo Imperio que hoy reclama su papel de actor clave desde el punto de vista geopolítico. El Océano Índico será uno de los puntos vertebradores del nuevo mundo que inauguró el siglo XXI, y ningún país (con excepción de India) está más a horcajadas del mismo que él. La diosa Fortuna también determinó que Omán esté hoy situado entre los dos grandes pilares y rivales de un Oriente Medio siempre convulso, Irán y Arabia Saudí.

Es un país profundamente tribal. A diferencia de sus vecinos y como legado de su rica Historia, el Sultanato cuenta con una sociedad extremadamente heterogénea. No se volvió nación per se hasta que accediera al trono el que ha sido su líder a lo largo de casi 45 años: el Sultán Qaboos bin Said al Said. Tomó el poder tras el derrocamiento sin sangre de su reaccionario padre Sa'id ibn Taimur', conocido por adoptar una política que mantuvo a su pueblo en el subdesarrollo y la oscuridad. En cuatro décadas Omán ha alcanzado un desarrollo sin parangón en el ámbito económico y social. Según Naciones Unidas ocupaba en 2014 el primer lugar en el mundo en ‘tasa de progreso’. Tomó forma un Estado moderno sometido sin embargo al despotismo ilustrado de un líder personalista y de un régimen que ha permanecido inmóvil mientras que la sociedad evolucionaba sin cesar.

La Primavera Omaní

Omán experimentó su propia Primavera allá por 2011. Las raíces de las protestas son de sobra conocidas: una población desproporcionadamente joven en la que abundan los inmigrantes, con acceso casi ilimitado a las nuevas tecnologías y acuciada por una creciente sensación de descontento, principalmente como resultado de insuficientes oportunidades laborales. Consecuencia de una modernización forzada y no siempre bien gestionada, una abismal brecha entre la generación que recuerda la pobreza extrema en la que el país estuvo sumido y una que ha sido educada en la cultura de la abundancia.

Las llamadas 'Marchas Verdes' replicaron la estrategia de sus vecinos y fueron recibidas por una represión en un principio moderada que sin embargo se intensificó en la ciudad de Sohar, y culminó con los trágicos eventos de Salalah. Las protestas en casi ningún momento ponían en entredicho la autoridad del Sultán y adoptaron su propio canto de guerra: “el pueblo quiere la reforma del régimen” (no la 'caída' del mismo, como exigían en Túnez y Egipto). Clamaban contra la corrupción y la desigualdad económica. La reacción del régimen no se hizo esperar: puesta en marcha de un 'Plan Marshall' con dinero proveniente del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG); concesiones económicas, sobre todo en forma de empleos públicos; cambios cosméticos en el Gobierno; creación de consejos municipales y promesas de mayor rendición de cuentas y separación ...