Martin Schulz, candidato del SPD, durante el Congreso Federal del Partido (Steffi Loos/Getty Images)

Los alemanes deben decidir en los próximos meses si siguen con una política continuista o si cambian el rumbo político del país. ¿Cuáles son las opciones de los partidos de izquierda en Alemania?

Alemania será la última de las potencias económicas de la Unión Europea en acudir a los colegios electorales en este año 2017. Tras Holanda y Francia, los 61,5 millones de alemanes que pueden ejercer el voto podrán decidir entre dar la reválida a Angela Merkel o apostar por un cambio.

Los democristianos de la CDU buscan un cuarto mandato que haría que la canciller estuviera en el poder hasta 2022. Sin embargo, aunque en las encuestas de intención de voto se mueve en torno a un holgado 35%, políticas como la migratoria y la crisis de refugiados o la económica, con una bajada del crecimiento de la economía, están suponiendo un quebradero de cabeza para las aspiraciones de una Angela Merkel que ha gobernado desde 2005 de manera ininterrumpida. Mientras, el partido de corte racista y eurófobo Alternativa por Alemania (AfD, en sus siglas en alemán), que irrumpió en la arena política en 2013, muestra en las encuestas que hasta un 10% de la población estaría dispuesta a apoyar su discurso xenófobo.

El horizonte de las elecciones federales se perfila en un lejano 24 de septiembre. Ante ellas, las opciones reales que la izquierda tiene para ocupar escaños en el Bundestag son las tradicionales: el Partido Socialista (SPD), la Izquierda (Die Linke) y Los Verdes (Die Grünen). ¿Cuál es su posición de salida?

Schulz, ¿esperanza para la socialdemocracia europea?

Aunque Martin Schulz no es ni mucho menos un desconocido de la política alemana, su regreso a la arena nacional ha producido desde una eclosión entusiasta hasta un recelo causado por su posible desconexión de la agenda local. Desde 1994, año en que fue por primera vez elegido para ocupar un escaño en la Eurocámara, el político alemán ha desarrollado su carrera profesional en Bruselas, ocupando en los últimos años (2012-2016) la presidencia del Parlamento Europeo (PE). Como uno de los máximos representantes de la Unión, se ha fraguado una imagen de hombre europeísta, de consenso y defensor de la justicia social como enfoque necesario para salir de la crisis que azota a Europa desde varios frentes. Una imagen pública que se refuerza cuando su historia personal aflora para apoyar el storytelling político. Europeísta convencido, refuerza esta idea con el hecho de que se criara en Würselen (Renania), ciudad alemana a escasos kilómetros tanto de la frontera holandesa como de la belga. Allí, un joven Schulz sin estudios abrió una librería y se centró en superar sus propias crisis. Afiliado al SPD desde los 19 años, se dedicó a la política municipal primero como concejal y luego como alcalde, convirtiéndose en uno de los más jóvenes de Alemania, antes de levantar el vuelo y apostar por Europa.

Cuando en noviembre del pasado año anunció que no se iba a presentar a una tercera elección para el PE (es el único presidente que ha estado cinco años en el cargo), este movimiento se consideró como el paso previo para volver a jugar en casa, veinte años después de abandonarla. El “efecto Schulz” es, a estas alturas de la carrera hacia el Bundestag, un término recurrente en el análisis mediático de este nombramiento. Y no es para menos puesto que está consiguiendo acercarse, al menos en la intención de voto, a la canciller Merkel. Con poco -o casi nulo- desgaste en la política doméstica, Martin Schulz parece estar llamado a ser el líder que reflote el socialismo alemán y la socialdemocracia europea. Un llamamiento que se ve reforzado no solo en esta nominación sino también en su elección para ser el presidente del SPD, apoyado por el 100% de los afiliados, una circunstancia novedosa en los 153 años de la socialdemocracia alemana.

Pero, a pesar de este expediente sin aparente borrón, Martin Schulz va a tener que hacer frente a una dura travesía, no solo con el CDU como rival natural, sino también dentro de sus propios votantes como opción que se sitúa más cercana al centro dentro del espectro de izquierdas.

En busca del tiempo perdido

Schulz va a tener que lidiar con una crisis de identidad del SPD y recuperar a los votantes que abandonaron el apoyo a la formación para apostar por alternativas como Die Linke (La Izquierda). Una época compleja que comenzó en 2005 con la derrota de Gerhard Schröder y su tercera vía, aquella que se postulaba entre el neoliberalismo y el socialismo clásico. Al igual que otras formaciones de centroizquierda europeas, el declive de los apoyos al SPD vino acompañado por luchas de poder internas, teniendo la formación hasta seis dirigentes distintos. En estos años, la estabilidad de la CDU se fue asentando con la figura de líder fuerte personalizada en Angela Merkel, única dirigente del partido democristiano en este mismo periodo de tiempo.

Además de esta falta de liderazgo, Schulz tiene también que enfrentarse a la herencia de la controvertida Agenda 2010, paquete de medidas que fueron el comienzo del fin del canciller Schröeder. Lo que sus detractores llaman “socioliberalismo”, esta agenda se puso en marcha en 1998 para hacer frente a la globalización y al nuevo mercado laboral surgido de este nuevo orden económico, político y social. La apuesta estrella del por entonces líder del SPD se saldó con una oposición feroz de los sindicatos y de los sectores más a la izquierda del partido, que denunciaron un endurecimiento de la legislación laboral que desembocó en una precarización de los empleos, una presión desmesurada sobre los desempleados y una liberalización del mercado laboral. Sin embargo, sus defensores afirman a día de hoy, que gracias a estas reformas Alemania pudo sortear mejor la crisis de 2007 y afrontar la Gran Recesión de una manera más competitiva que sus vecinos europeos.

Sea como fuere, Martin Schulz es consciente de que esta “Agenda 2010” alcanza la definición de tabú entre los socialistas alemanes y, aunque considera que algunos puntos de esta se pueden recuperar para su revisión, lo cierto es que se muestra distante de las propuestas de sus antecesores. Así, el nuevo líder y candidato del SPD defiende, al menos en precampaña electoral, un programa político de talante social que incluye la implementación de impuestos que sean favorables a la familia, la igualdad para el matrimonio homosexual o la desaparición de la brecha salarial entre hombres y mujeres.

Un cartel de ‘Die Linke’ en Ludwigshafen, Alemania. (Thomas Lohnes/Getty Images)

La coalición de izquierdas

A pesar de este bagaje, las encuestas son favorables al SPD, algo impensable hace unos meses cuando todavía Schulz desempeñaba la presidencia del Parlamento Europeo. Al frente del partido, el ex librero ha conseguido que este se sitúe cada vez más cerca de la CDU de Merkel, con porcentajes de intención de voto que se igualan en torno al 32%.

Ahora el dilema estaría si el SPD, batiendo sus marcas recientes de popularidad, apoya o pacta con la CDU, apostando por una coalición que buscara la estabilidad del bipartidismo en el gigante europeo o si por el contrario se decide por la colación roja-roja-verde, esto es, con Die Linke, que acapara cerca del 8% de los posibles votos, y Die Grünen, otrora formación pionera del ecologismo europeo y cuyo apoyo se muestra a la baja, a cada encuesta, con apenas un 6%. No es nuevo, aún así, que ambas formaciones de izquierda no sean consideradas como una opción mayoritaria en el Bundestag. De hecho, la alianza izquierdista de Die Linke -nacida en 2007 y promovida, entre otros, por el disidente del SPD Oskar Lafontaine- es la heredera de partidos radicales y extremistas de las dos repúblicas prerreunificación. En 2013, obtuvieron 64 escaños, pero han tenido momentos muy bajos como ya pasó en 2002 cuando solo consiguieron 2 representantes en el Parlamento. Además, las salidas de tono de algunos de sus dirigentes, sobre todo en las críticas feroces a la política migratoria de Merkel en la crisis de refugiados y que tildan de demasiado aperturista, le ha costado a la formación un pequeño, pero constante, debate interno. A su vez, la canciller ha devuelto el boomerang comparándolos con la radicalidad y xenofobia de Alternativa por Alemania.

Por su parte, Die Grünen busca volver a tener un nicho electoral claro. El partido, que nació al calor de los movimientos pacifistas, ecologistas y antinucleares de los 70 y que tuvo a la emblemática Petra Kelly como símbolo y líder, ahora ve como los puntos principales de su ideario los absorben partidos como la propia CDU. Las políticas regulatorias de las nucleares tras Fukushima, la política energética del “Energiewende” o el debate abierto sobre la igualdad de género se tamizan en la forma y el fondo, pero hacen que Die Grünen pueda empezar a ser visto como un partido perteneciente a otra época. Las disidencias internas, con críticas a Joshka Fisher y su reconversión en “hombre del sistema”, no ayudan a que este partido (cuyo pico de representación fueron los 68 escaños federales obtenidos en 2009), recopile más apoyos que los de sus incondicionales.

Si es tiempo o no de un cambio de rumbo de la política en Alemania, solo lo pueden decidir los alemanes con sus votos cuando la empresa de Martin Schulz y el SPD se presenten al examen de las urnas. Por el momento, es la opción conservadora la que han elegido los habitantes del Sarre en los comicios regionales y que supone el 1% del censo electoral alemán. Allí, el partido de la actual canciller ha recibido el 41% de los votos, mientras que el SPD se ha desinflado, respecto a las perspectivas nacionales, con un 30% de apoyo. En septiembre se verá si Alemania apuesta por una nueva etapa o si por contrario, el continuismo pragmático de la CDU con Merkel se impone.