Los medios de comunicación internacionales a menudo eluden nombrar los presuntos enlaces de opositores ruandeses como Paul Rusesabagina —el héroe de la película Hotel Ruanda— o Victorie Ingabire con grupos armados, fomentando una narrativa simple e insuficiente para comprender la realidad del país africano.

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Paul Rusesabagina en el juzagado, Kigali, 2020. STRINGER / AFP) (Photo by STRINGER/AFP via Getty Images

Las cámaras de los medios de comunicación de todo el mundo fotografiaron a un héroe esposado. Eso es lo que ocurrió el pasado 31 de agosto en un tribunal de Ruanda. Como otros críticos del régimen ruandés, el detenido, Paul Rusesabagina, antiguo responsable de un hotel de lujo que supuestamente salvó la vida de 1.200 personas durante el genocidio de1994, ahora se enfrenta a cargos de terrorismo.

Un mes después, aún no conocemos todos los detalles del arresto de Rusesabagina. No está claro cómo viajó desde Emiratos Árabes Unidos, donde había mantenido reuniones de negocios, hasta Ruanda. En una entrevista con el diario The New York Times, Rusesabagina aseguró que el gobierno ruandés le había tendido una trampa. El empresario se subió a un avión privado pensando que su destino era Burundi, pero unas horas más tarde aterrizó en Kigali, la capital de Ruanda. Por eso, tanto sus abogados como sus familiares creen que el régimen ruandés “secuestró” a Rusesabagina en Dubái, unas acusaciones que el Gobierno ha desestimado. El director de los servicios de inteligencia, el general Joseph Nzabamwita, describió el arresto de Rusesabagina como “una operación maravillosa” en la que colaboraron los gobiernos de Estados Unidos y Bélgica, pues el ruandés tenía “una orden de arresto internacional”.

Durante años, Rusesabagina reprobó ferozmente el régimen de Ruanda, por lo que su arresto despertó la alerta de numerosos grupos de derechos humanos, que acusan al Gobierno de “ausencia de transparencia”.

Para críticos como Jeffrey Smith, investigador especializado en “la promoción de la democracia en África”, esta detención es otra señal del autoritarismo del régimen de Ruanda. Es una narrativa sencilla que tacha al mandatario ruandés, Paul Kagame, como un dictador implacable, e identifica a Rusesabagina como un activista de derechos humanos. Sin embargo, en un vídeo difundido en YouTube en el 2018, el mismo Rusesabagina confirmó su relación con un grupo armado —conocido como Frente de Liberación Nacional (FLN)— que cinco meses antes se responsabilizó del asesinato de dos civiles en el suroeste de Ruanda.

No es la primera vez que las autoridades ruandesas detienen a un político opositor. Tampoco es la primera vez que los medios de comunicación internacionales obvian los presuntos vínculos de sus partidos políticos con grupos armados. Ocurrió lo mismo en el 2010, cuando el Gobierno ruandés encarceló a Victorie Ingabire, presidenta del Partido Republicano por la Democracia en Ruanda (RDR), una organización política que nació en el este de la República Democrática del Congo con el respaldo de los que lideraron el genocidio de 1994.

En vez de subrayar las detenciones de opositores como pruebas del autoritarismo del Ejecutivo ruandés, quizás deberíamos considerarcomo señales de ese autoritarismo los presuntos enlaces de los partidos en la oposición con grupos terroristas: con un espacio político limitado, los críticos podrían pensar que solamente es posible luchar contra el gobierno de Ruanda usando la violencia.

 

Rusesabagina: ¿un líder rebelde?

Tras inspirar una película de Hollywood en el 2004 —Hotel Ruanda—, Rusesabagina se transformó en una celebridad mundial. Dos años más tarde, envalentonado por el éxito de ese filme, no se mordió la lengua para criticar al régimen ruandés. Entonces comenzó su carrera política. Primero en Bélgica y después en Estados Unidos, Rusesabagina reunió a decenas de opositores dentro de un partido político, el Movimiento Ruandés para el Cambio Democrático (MRCD), y su brazo armado, el Frente de Liberación Nacional (FLN).

En el 2014, Rusesabagina dijo a la agencia EFE que el presidente Kagame se había “convertido en un dictador millonario a quien solamente le importa su propia fortuna, no los ruandeses”. También denunció la reducción cada vez más pronunciada del espacio político en Ruanda. “Los tutsis se han apoderado de todo. […] En realidad, estamos cerca de otro genocidio. […] No ha habido justicia. Los tribunales se han centrado en los asesinatos cometidos por los hutus, eludiendo los que perpetraron los tutsis”, dijo Rusesabagina a Reuters. Esas acusaciones chocaron frontalmente con las declaraciones del Gobierno ruandés, que asegura haber trabajado durante décadas para conseguir la unidad nacional.

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Sospechosos de ser miembros de una milicia opositora al Gobierno de Paul Kagame frente a un tribunal, Kigali, 2019. Cyril NDEGEYA / AFP) (Photo by CYRIL NDEGEYA/AFP via Getty Images

Con este escenario, el portavoz del MRCD, Callixte Nasabimana Sankara, anunció a mediados del 2018 una rebelión armada para derrocar al presidente Kagame. Desde entonces, su grupo ha matado a al menos cuatro civiles ruandeses en el sur del país, cerca de las fronteras de Burundi y la República Democrática del Congo. El estado de Ruanda ahora acusa a Rusesabagina de ser cómplice de esos asesinatos. En palabras de las autoridades, “Rusesabagina es sospechoso de fundar, liderar, patrocinar y ser parte de grupos terroristas armados y violentos”.

En un vídeo publicado en YouTube en diciembre del 2018, Rusesabagina solicitó apoyos para la insurrección del brazo armado del MRCD: “El pueblo de Ruanda no puede soportar más la crueldad y los malos tratos que recibimos del régimen del Frente Patriótico Ruandés (RPF) [el partido oficialista de Ruanda, dirigido por el presidente Kagame]. Ha llegado el momento de usar todos los medios posibles para lograr un cambio en el país, algo que aún no hemos conseguido con medios políticos. Es la hora de usar nuestro último recurso. Pido mi apoyo incondicional a los jóvenes del FLN que se han lanzado en contra del ejército de Kagame para liberar al pueblo de Ruanda. Como ruandeses, es importante comprender que esta es la única manera de conseguir un cambio”.

¿Por qué, con frecuencia, los medios de comunicación internacionales ni siquiera mencionan ese vídeo? Para Lonzen Rugira, columnista ruandés, la cobertura del arresto de Rusesabagina es “deshonesta”. “Los medios de comunicación están desviando deliberadamente la atención de su público, de modo que una persona desinformada puede pensar que Rusesabagina fue arrestado por designarse a sí mismo como un ‘héroe’ o un ‘crítico’”, dice Rugira.

Durante su juicio, Rusesabagina admitió haber creado las FLN, aunque negó estar involucrado en sus crímenes: “Decidimos crear las FLN para llamar la atención del Gobierno sobre la difícil situación de los refugiados ruandeses en todo el mundo, no para cometer actos terroristas.[…] No niego que las FLN cometiesen delitos. […] Pero como diplomático, mi trabajo era independiente del brazo armado”. La fiscalía rechazó su defensa, alegando que “Rusesabagina no puede distanciarse de las actividades de las FLN” porque “todas las atrocidades cometidas en Ruanda tuvieron lugar mientras él era el presidente del MRCD”.

 

“¡Renunciad al miedo y liberémonos!”

La lista de opositores ruandeses detenidos o asesinados en circunstancias extrañas es larga. En el 2010, la encarcelación de Victorie Ingabire llamó la atención de grupos de derechos humanos de todo el globo. Tras 16 años en Bélgica, Ingabire decidió regresar a Ruanda para presentar su candidatura en las siguientes elecciones presidenciales. Poco tiempo después, organizó un mitin en el memorial del genocidio de Kigali, donde están enterrados más de 250.000 cuerpos. “¡Despertad, renunciad al miedo y liberémonos pacíficamente!”, dijo a sus seguidores.

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La opositoria ruandesa Victoire Ingabire de camino al juzgado, Kigali 2011. STEVE TERRILL/AFP via Getty Images

Las autoridades ruandesas arrestaron a Ingabire. Cuatro personas testificaron contra ella tras identificarse como miembros arrepentidos de uno de los grupos armados más sangrientos en la República Democrática del Congo—las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR)—; admitieron que Ingabire tenía enlaces con ellos. Aunque Human Rights Watch sospecha de la credibilidad de esos testigos, la organización política que lidera Ingabire —el Partido Republicano por la Democracia en Ruanda (RDR), también conocido como Partido para el Retorno de los Refugiados y la Democracia en Ruanda— nació, como las FDLR, del anhelo de los cabecillas del genocidio por recuperar el poder político en el país. En 1995, el partido político que diseñó el genocidio contra los tutsis —el Movimiento Republicano Nacional por la Democracia y el Desarrollo (MRND)— se transformó en el RDR para rescatar su legitimidad.

Ingabire es, además, la presidenta de la Unión de Fuerzas Democráticas Ruandesas (UFDR), una plataforma política que reúne varios partidos en la oposición. Para ligarse a la organización, los miembros del RDR debieron admitir que las matanzas masivas que el gobierno ruandés lideró en 1994 eran parte de un genocidio, un requisito que no todos estaban dispuestos a cumplir. La UFDR quería fundar un partido político legítimo desprendiéndose de las ideas que generaron esas matanzas, un movimiento que causó una fractura en el RDR. Los miembros más extremistas del RDR crearon, cinco años más tarde, las FDLR.

A pesar de señalar su preocupación por la fiabilidad de algunas de las pruebas presentadas en contra de Ingabire, Human Rights Watch reconoció carecer de pruebas para negar o confirmar “su presunta colaboración con grupos armados”.

En la actualidad, las FLDR aún son uno de los grupos armados más poderosos del este de la República Democrática del Congo, aunque, después de una serie de disputas internas, su número de combatientes probablemente se redujo desde 6.500 en 2008 a menos de 1.000 a finales de 2017. Según Kivu Security Tracker, una plataforma que monitorea las actividades de los grupos rebeldes de la región, las FDLR han perpetrado al menos 73 ataques mortales y 22 violaciones masivas desde abril del 2017, casi todos en la provincia congoleña del Kivu Norte. La finalidad declarada de las FDLR es derrocar al presidente Paul Kagame e imponer un gobierno nuevo en Ruanda, pero, según Christopher Vogel, investigador especializado en los grupos armados congoleños, “las FDLR actuales no son capaces de enfrentarse al Ejército ruandés por sí solas, aunque continúan siendo una amenaza para el país por razones ideológicas y por su resiliencia”.

A pesar de su largo historial de abusos de derechos humanos en la República Democrática del Congo, Ingabire dijo en una entrevista con el periódico regional The East African que las FDLR aseguraban “estar luchando por la paz”. Es difícil determinar si, en la actualidad, los partidos políticos que representa Ingabire todavía conservan enlaces directos con esos rebeldes, pues en Ruanda tanto la tanto la oposición armada como la desarmada están enormemente fragmentadas y sus coaliciones son volátiles, pero, como destaca William Jones, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Londres, “Ingabire tuvo todo tipo de reuniones en Europa a principios de la década de 2000. Sería sorprendente si ella no hubiese mantenido vínculos con miembros de las FDLR”.

 

Relatos demasiado simples

Rusesabagina e Ingabire tienen un enemigo común: el régimen del presidente Paul Kagame. Pero, al contrario que Rusesabagina, Ingabire siempre ha rechazado la violencia en sus discursos públicos. “No creemos que un derramamiento de sangre pueda resolver los problemas de Ruanda. Cuando derramas sangre, la sangre te persigue. Nosotros queremos que todos los ruandeses trabajen juntos, uniendo nuestras diferencias para que la tragedia que ocurrió en nuestro país no se repita”, dijo Ingabire. Aún así, pasó ocho años en una cárcel. En octubre del 2012,los tribunales ruandeses la declararon culpable, entre otros cargos, de conspirar contra las autoridades y propagar rumores para incitar la violencia.

Después de detener el genocidio contra los tutsis e instaurar en Ruanda un gobierno que, por primera vez desde la invasión colonial, trató a todos los ruandeses por igual, sin importar si eran tutsis o hutus, el presidente Kagame basó una buena parte de su legitimidad política en esos logros. Por eso, al régimen le cuesta mucho trabajo admitir sus abusos. En los meses posteriores al genocidio, Human Rights Watch acusó al RPF de haber asesinado a decenas de miles personas en masacres de represalia. Esas acusaciones se transformaron en la parte central de una campaña en contra del régimen, a la que enseguida se unieron tanto los cabecillas del genocidio como las organizaciones legítimas de la oposición.

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El presidente ruandés, Paul Kagame, conmemora el aniversario del genocidio en la televisión, abril 2020. SIMON WOHLFAHRT/AFP via Getty Images

Rusesabagina e Ingabire son los herederos de esas campañas: sus discursos son acusaciones que intentan derribar la narrativa que el régimen de Ruanda ha tratado deproteger con ahínco durantecasi tres décadas, en ocasiones cerrando el espacio político de sus opositores. Para ambos, el presidente Kagame es un tirano que solamente está dispuesto a compartir su poder con otros miembros de la élite tutsi, en vez de un mandatario que lideró la reconstrucción de Ruanda. Las autoridades, por su parte, han creado un código penal que limita la libertad de expresión, un hecho que el presidente Kagame nunca ha ocultado. Para él, el modelo de Ruanda no es una democracia perfecta, sino un sistema único, diseñado para responder a los desafíos y realidades específicos de ese país. “El proceso democrático y el comportamiento electoral de Ruanda son el resultado de nuestra historia. Juzgarlos dentro del contexto de países que no han experimentado nuestro genocidio, no tiene sentido. No se entenderá nada”, dijo el mandatario.

Para el gobierno de Ruanda, las voces que aseguran que los tutsis han acaparado el poder político y económico no son críticas lícitas contra el régimen, sino mensajes parecidos a los que generaron el genocidio de 1994.

Ingabire dijo en el memorial del genocidio de Kigali: “No existe una política real para conseguir la reconciliación de los ruandeses. Este monumento solamente menciona a los tutsis que murieron durante el genocidio. Los hutus que perdieron a sus familiares también están tristes. […] Es importante que tanto los hutus como los tutsis comprendan que pueden ser castigados”. En palabras de William Jones, su discurso era demasiado ambiguo, permitiendo múltiples interpretaciones: “Ingabire usa un lenguaje codificado que la comunidad internacional generalmente considera inocuo, pero tiene una resonancia adicional para muchos ruandeses. Ingabire afirma que su única intención es reabrir el debate sobre la historia de Ruanda, un objetivo razonable para sus defensores occidentales. Sin embargo, no puede ignorar que su mensaje será escuchado por algunos ruandeses de una manera muy distinta”. Los artículos de Jones contienen más ejemplos de la ambigüedad de los mítines de Ingabire: antes de comenzar su campaña electoral en Ruanda, la opositora insistió públicamente en que ganaría las elecciones si se celebrasen al día siguiente porque el pueblo “sabía quiénes somos”. ¿Hablaba de los partidos políticos a los que representaba, aunque entonces pocos ruandeses los conocían? ¿O, en realidad, hacía referencia a su pertenencia al grupo hutu, prácticamente el único dato que los votantes ruandeses sabían de ella en ese momento?

En cualquier caso, el régimen ruandés respondió contundentemente de inmediato, acusando a Ingabire de defender ideas divisionistas para desestabilizar el país.

¿Es legítimo censurar el espacio político en un país con un pasado reciente como el de Ruanda? ¿Es legítimo usar la violencia para luchar contra un gobierno que cierra el espacio político? Tanto el régimen ruandés como sus opositores han creado narrativas que señalan a sus propios héroes y villanos. Este artículo rechaza ambos relatos porque no son útiles para explicar lo que está ocurriendo en Ruanda.