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El orden liberal podría no estar tan afectado como se piensa, pero sí se presagia un mundo multipolar y más inestable.

La conferencia sobre seguridad celebrada en Munich la semana pasada confirmó que el orden liberal, en general, y especialmente la relación transatlántica, en particular, se encuentran ante serios problemas. El presidente de EE UU, Donald Trump, muestra desprecio por las organizaciones multilaterales y de seguridad mientras que su Gobierno (en formación) no tiene opiniones comunes sobre cómo tratar con los aliados de la OTAN y la Unión Europea. Al mismo tiempo, tanto Trump como los partidos políticos y los líderes europeos que podrían acceder al poder en 2017, indican sus simpatías por regímenes autoritarios, en concreto el de Rusia. Como telón de fondo, en las sociedades occidentales disminuye la confianza en la democracia.

Una de las características centrales del orden liberal atlantista (economía de mercado, libre comercio y seguridad garantizada por la OTAN) ha sido el liderazgo de Estados Unidos. Europa y Canadá han seguido sus caminos, en ocasiones divergentes, pero sin cuestionar la hegemonía de Washington. Pero en el curso de las últimas décadas EE UU ha dado crecientes signos de sufrir una crisis económica y política. Al mismo tiempo ha perdido legitimidad y capacidad de influencia global.

Las élites gobernantes en Europa se han negado a ver esa realidad, como si el declive de Washington no estuviese ocurriendo y pudiesen continuar eternamente en su papel secundario. Igualmente, han tardado en ver, como ocurre con los demócratas en Estados Unidos, que el modelo económico neoliberal globalizado tiene un alto coste social (desempleo, caída de salarios, precarización) que produce en millones de personas una profunda desafección hacia el orden liberal y democrático.

Ahora, como lo reconoce el informe con el que se lanzó el debate de la conferencia de seguridad de Munich –que reúne cada año a diplomáticos y expertos internacionales-, Estados Unidos pone en cuestión la eficacia y necesidad de la Alianza Atlántica, critica el orden democrático liberal, exige a los aliados de la OTAN que aumenten sus presupuestos militares y que paguen más por su seguridad. Inclusive, cuestiona la realidad misma de los hechos políticos planteando que hay “realidades alternativas”.

Rusia y China también se hacen eco y critican el orden establecido, realizando llamados en favor de construir uno alternativo, “un orden posoccidental”, como indicó el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov en Munich.

Un análisis de la German Marshall Fund indica que en la situación actual se presentan tres grandes riesgos. Primero, que los pilares del orden liberal internacional se encuentran debilitados; segundo, que la política de “América primero” produce un vacío en el liderazgo global; tercero, que la democracia se encuentra en riesgo. Y se pregunta: “¿Estamos ante el abismo de una era posoccidental, un posorden o una era posverdad?”

¿Un plan de Trump para Rusia?

La ambigüedad con la que la Administración Trump trata la cuestión rusa ha puesto en alerta a los aliados europeos y a los neoconservadores que en Washington presionaron al ex presidente Barack Obama para que hiciese una política más dura hacia Moscú. Ahora reina el desconcierto. ¿Busca Trump una alianza con Putin con el objetivo de disminuir la tensión que ha crecido en los últimos años entre EE UU y Rusia?, o ¿terminará el presidente escuchando a los oficiales veteranos de las Fuerzas Armadas de lo que se rodea y volverá a un discurso de choque heredero de la guerra fría?

Reconstruyendo ideas lanzadas por Trump y algunos de sus asesores, The Economist considera que la expectativa de Washington es aliarse con Moscú para luchar contra Daesh; lograr que Rusia se aleje de Irán y ayude a Estados Unidos a imponer nuevas sanciones y dejar en nada el acuerdo sobre su programa nuclear; convencer a Putin de que reduzca sus agresiones en Ucrania y que le ayude a limitar el poder de China. El presidente buscaría presentarse como el gran negociador que pudo disminuir las tensiones y sacar beneficio de la relación con el Kremlin.

Para la diplomacia rusa, estos intentos de Trump son bienvenidos. Primero, porque en círculos de Moscú se especula con volver a un orden bipolar en el que Estados Unidos controle a Europa, mientras que Rusia y China comparten el poder hegemónico entre el grupo de los emergentes. Segundo, si esos son los objetivos del presidente estadounidense, entonces se producirán tensiones y rupturas con la Unión Europea.

Un reciente análisis del Russian International Affairs Council (RIAC) señala que por culpa de la presidencia de Obama las relaciones entre Washington y Moscú se encuentran en un punto muy bajo. Por lo tanto, “El nuevo presidente de Estados Unidos se verá forzado a empezar a trabajar desde el marco legal existente de las relaciones Rusia-Estados Unidos. Pero Donald Trump ha demostrado su capacidad para romper los moldes. Es muy posible que pueda embarcarse en un camino que revise en su totalidad la relación entre los dos países, con objetivos absolutamente pragmáticos”.

Delicados equilibrios

Para los europeos la relación con Rusia es un difícil ajedrez que Trump ha venido a complicar. Por un lado, Europa trata de encontrar el balance entre sus principios (democracia, inviolabilidad de las fronteras, rechazo al uso de la fuerza en los conflictos) y sus intereses (mantener una relación a la vez comercial y pacífica con Rusia). Las políticas del presidente Vladímir Putin en Ucrania y Crimea, y su liderazgo militar y diplomático en la guerra en Siria, han alterado ese balance. Europa y la Administración Obama respondieron con sanciones limitadas y aceptaron de manera no formal la anexión de Crimea, y han consentido que Putin vaya por delante de ellos con la diplomacia de la fuerza en Siria.

Esto significa que Europa no quiere alinearse con la política neoconservadora agresiva hacia Rusia, pero tampoco desea practicar la amistad, e inclusive admiración, que parecen guardar Trump y los políticos emergentes autoritarios europeos, como Marine Le Pen o Geert Wilders. La alternativa sería buscar su propia política. Pero aquí es dónde las cosas se complican por dos razones: primero la inercia de seis décadas de orden atlantista basado en la hegemonía estadounidense y segundo las divisiones internas que le impiden tener una política exterior común.

Socios, pero pagando más

El mensaje de los enviados de Trump a Munich (el secretario de Estado, Rex Tillerson, el secretario de Defensa, James Mattis, y el secretario de Seguridad Nacional, John Kelly) ha sido que Washington reafirma su compromiso con la OTAN pero que los aliados deben aumentar sustancialmente su contribución y centrase más en operaciones contra el terrorismo. Esto satisface a los mandos de la Alianza Atlántica, pero no es sencillo incrementar los presupuestos militares en países cuyas sociedades se encuentran todavía pagando por la crisis financiera de 2008, y que además tienen que contribuir a financiar el coste de la crisis de los refugiados.

La tensión que subyace es que los europeos no terminan de saber quién manda en Washington y cuánto de real será el compromiso con la Alianza. Los signos de “América primero” indican que la denominada “solidaridad atlántica” se encuentra en riesgo. Los europeos quieren que Estados Unidos siga cumpliendo el papel de ser un “socio responsable” y éste contesta que espera que la Unión Europea y Japón sean “socios” que se hagan cargo de la factura de la seguridad. La discusión no avanza, sin embargo, sobre el sentido e identidad de la OTAN.

En este contexto las divisiones internas de la UE no ayudan. La denominada crisis de los refugiados ha mostrado la falta de consenso para enfrentar problemas comunes. La respuesta ha sido erigir controles fronterizos (y “muros”) donde debía haber libre circulación, no implementar la propuesta de Bruselas de recibir refugiados sirios según las posibilidades económicas de cada miembro de la Unión y unirse en la política de desplazar la frontera europea a Turquía con el fin de que este país frene a los solicitantes de asilo antes de que toquen suelo europeo.

El golpe más duro ha sido la decisión de Gran Bretaña de salir de la Unión Europea. Si gana Marine Le Pen en Francia y se expande la onda del Brexit podría ser el fin de la UE. Alemania trata de mantener la cohesión, pero la canciller, Angela Merkel, se encuentra en una difícil posición debido a las críticas hacia su política de acogida a los refugiados y el ascenso de la ultraderecha.

Tensiones imprevisibles

En el campo de la seguridad, Europa tiene, además de Rusia y sus posibles ambiciones sobre los países Bálticos y Montenegro, la preocupación por Oriente Medio y el Norte de África. Francia y Alemania están cooperando militarmente en operaciones de contra insurgencia en la región del Sahel, donde también hay presencia de Estados Unidos, Holanda y Canadá. La Unión Europea combina diplomacia con apoyo a la misión del enviado especial de la ONU, Staffan de Mistura, para la guerra en Siria con la creciente ayuda al desarrollo hacia la región. Al igual que colabora promoviendo diplomacia y cooperación en otros países en conflicto como Irak y Libia. Estratégicamente, la idea es que la cooperación traerá estabilidad y menos inmigrantes. Entre tanto, la Administración Trump podría disminuir de manera sustancial los fondos estadounidenses de ayuda al desarrollo.

Es posible que el orden liberal no esté tan afectado como se presagia en estos días. La capacidad de empresas y grupos financieros que operan de manera global no lo dejarán caer, más allá de los intentos de Trump o Marine Le Pen de renacionalizar las cadenas productivas de sus países. Parece prematuro pensar que emerja un “nuevo orden” liderado por Rusia o China. Pero el declive de Estados Unidos escenificado por Donald Trump, la falta de unidad política de Europa, más los posicionamientos agresivos de Rusia en Europa y Oriente Medio, y de Pekín en el Mar de China presagian un mundo más multipolar, inestable según los parámetros que rigieron en la zona atlántica desde la Segunda Guerra Mundial, sin rumbo, y con tensiones imprevisibles.