• The Bin Ladens. An Arabian family in the American Century
    (Los Bin Laden. Una familia árabe en el siglo americano)
    Steve Coll, 671 págs., The Penguin Press,
    Nueva York, 2008 (en inglés)

Diciembre de 1996, la inauguración de un Hard Rock Cafe en la Corniche, al borde del Mediterráneo, pretende simbolizar el regreso de Beirut al cosmopolitismo lúdico tras lustros de guerras. Su promotor, un millonario saudí llamado Hasán Bin Laden, se ha esforzado para que no falte de nada: ni fuegos artificiales, ni actuación de un grupo extranjero –los Gipsy Kings–, ni exhibición de reliquias de ídolos del pop como Elvis Presley, John Lennon, los Rolling Stones o Michael Jackson, ni por supuesto lo más exquisito de las bodegas, las cocinas y las cavas de habanos del planeta. Invitados por su pariente y acomodados en la zona VIP, dos docenas de miembros masculinos y femeninos de la familia Bin Laden disfrutan de la velada.

Retrato del clan Bin Laden: un adolescente Osama (segundo por la derecha) durante un viaje a Suecia en 1971.

Esa misma noche, un hermano de Hasán llamado Osama prosigue en su refugio de Afganistán su imparable carrera hacia la lista de los Diez fugitivos más buscados por el FBI. A diferencia de sus familiares presentes en el Hard Rock Cafe de Beirut, Osama Bin Laden cree que la más rigurosa ley islámica debe regir en las tierras donde son mayoritarios los musulmanes. O sea que ni alcohol ni Gipsy Kings ni mujeres con escotes, minifaldas y cabellos al descubierto. Recién expulsado de Sudán por presiones de Estados Unidos y Arabia Saudí, Osama, ahora bajo la protección de los talibanes afganos, teje una red yihadista internacional destinada a combatir con el terrorismo tanto las ocupaciones por israelíes y occidentales de territorios musulmanes como a los gobernantes “apóstatas” de Dar el Islam.

Este contraste entre las veladas beirutí y afgana de Hasán y Osama es uno de los momentos fuertes de Los Bin Laden, el último libro del periodista estadounidense Steve Coll. Ganador de un par de premios Pulitzer, Coll, tras una ardua investigación en varios continentes, ha conseguido el que quizá sea el retrato más completo de esta familia árabe cuyo apellido ha quedado asociado al estupor y el espanto del 11-S. Y con ese retrato, ha levantado asimismo acta de varias décadas de compleja relación entre Estados Unidos y Arabia Saudí.

Osama Bin Laden es uno de los 54 hijos –25 varones y 29 mujeres– de Mohamed Bin Laden, un yemení que emigró a Arabia Saudí, se puso al servicio de la familia real, se convirtió en uno de sus principales contratistas de obras públicas y amasó una copiosa fortuna. Sus herederos al frente del clan –primero su hijo Salem y luego otro hijo, Bakr– ampliaron el negocio a nuevos sectores (telefonía, turismo, industria del lujo…) y se esforzaron por seguir manteniendo vínculos de vasallaje con los Al Saud y con los protectores de todos ellos, los estadounidenses. Francamente, todo les hubiera ido de maravilla de no ser porque Osama se convirtió en la oveja descarriada.

Coll le reconoce al también periodista estadounidense Peter
Bergen, el mérito de haber retratado muy bien a Osama y Al Qaeda, por lo que se centra en darnos noticia de los otros Bin Laden. Instalado en Arabia Saudí, el tronco del clan es una fotocopia de la familia real de ese país: tradicionalista en materia social, política y religiosa, amante de la cría de caballos de pura raza árabe y entusiasta de maravillas de Occidente como los Rolls-Royce, los aviones privados Learjet y Gulfstream; las mansiones en California, Florida, Londres, París, Sharm el Sheik y Beirut, y, casi por encima de todo, del aire acondicionado que, a toda pastilla y temperatura glacial, es para las familias ricas de la península Arábiga el paradigma de la modernidad. ¿Qué importan al lado de este invento genial las elecciones democráticas, la igualdad de la mujer o la cohesión social? De hecho, el uso intenso de aire acondicionado es lo más memorable de la principal obra de la familia Bin Laden: las reconstrucciones de los cascos históricos de La Meca y Medina.

En buena armonía con el tronco saudí, algunas ramas de los Bin Laden vivían plácidamente en Estados Unidos antes del 11-S. Unos se daban a la buena vida del rentista, otros estudiaban en universidades prestigiosas y algunos velaban por inversiones en centros comerciales, condominios, prisiones privadas, aeropuertos, filmes de Hollywood, paquetes accionariales de grandes empresas y ese tipo de cosas. Entre estos Bin Laden, según cuenta Coll con numerosos ejemplos, se daban los casos más patentes de esa adopción de formas de vida occidentales que tanto indigna a su pariente Osama.

En otro de los momentos más intensos del libro, Steve Coll relata el vuelo especial que, en los días que siguieron al 11-S, repatrió a Arabia Saudí a los Bin Laden residentes en Estados Unidos. Sus vidas podían estar en peligro: su apellido se había convertido en lo más odiado en un país que ellos admiraban y hasta amaban. A partir de ahí, la familia, que ya había repudiado a Osama en 1994, se esforzará por rehabilitar su reputación y, aunque no lo conseguirá, sí logrará salvar buena parte de sus negocios.

Los Bin Laden puede leerse también como un estudio de las relaciones entre EE UU y Arabia Saudí, que su autor califica como “turbadoras, compulsivas, movidas por la codicia, aplastadas por los secretos y, para ambos lados, definitivamente poco convincentes”. El libro de Coll arranca con un encuentro en la Casa Blanca entre Ronald Reagan y el rey Fahd, en febrero de 1985; reunión en la que Salem Bin Laden ha desempeñado cierto papel y en la que Reagan dice en público: “Todos adoramos al mismo Dios. El pueblo de Afganistán, con su sangre, valor y fe, es una fuente de inspiración para la causa de la libertad en todo el mundo”.

Osama, que entonces combatía a los soviéticos en Afganistán, hubiera suscrito sin problemas tal comentario. En realidad, no se desvió de la política familiar de apoyo a los Al Saud y la complicidad con EE UU hasta que, en otoño de 1990, tras la invasión de Kuwait por Sadam Husein, el rey Fahd pidió a gritos que Washington enviara tropas al país de La Meca y Medina. Esta gota desbordó algún tipo de vaso en Osama, y desde entonces su vida podría resumirse en esta frase suya que Coll considera particularmente sugestiva: “El que nada en el mar no teme la lluvia”.