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Una mujer se encuentra en una ventana destrozada dentro de un edificio residencial dañado como consecuencia de los bombardeos de las tropas rusas en el distrito de Sviatoshynskyi, en Kiev, capital de Ucrania. (Oleksandra Butova/Ukrinform/NurPhoto vía Getty Images)

El papel estereotipado de las mujeres en la guerra y la falta de representación de estas como líderes en el contexto internacional impide que nuevas formas de concebir y resolver los conflictos se produzcan en el siglo XXI. ¿Por qué es necesario cambiar las narrativas de la guerra y aportar una visión con perspectiva de género?

En las últimas semanas, el papel de las mujeres en la guerra en Ucrania ha sido retratado en numerosas ocasiones en multitud de artículos e informes en distintos medios o think tanks occidentales. En la mayoría de los casos, las ucranianas son descritas como víctimas o como soldados que se movilizan en diferentes formas con papeles más o menos activos. Sin embargo, en la mayoría de ellos se habla en tercera persona. Tradicionalmente, en las guerras, tal y como afirma Irene Zugasti, politóloga y periodista experta en Relaciones Internacionales, conflictos y género, el papel de las mujeres se encasilla en dos vertientes: o bien víctimas a las que se silencian sus relatos y se revictimiza, o por el contrario combatientes instrumentalizadas y retratadas como fetiches o como personajes grotescos, dependiendo de dónde proceda la propaganda.

Esta simplificación de su papel no ayuda a entender ni esta guerra ni ninguna otra, y mucho menos favorece la salida. Lucía Mantecón de la Cátedra de Seguridad y Defensa “Francisco Villamartín”, sostiene que “las mujeres no son un grupo homogéneo y, por lo tanto, no es lo mismo un conflicto en Balcanes, que en Afganistán o Malí”. Es necesario analizar las situaciones de cada una en base a la crisis en particular. Para ayudarnos a entender la guerra y su impacto en el género, las especialistas en relaciones internacionales desde una perspectiva feminista tienen mucho que añadir al debate. En un artículo reciente publicado en el blog de la LSE sobre Mujeres, Paz y Seguridad, Katharine A. M. Wright, profesora de Política Internacional en la Universidad de Newcastle, aporta una perspectiva feminista sobre la guerra en Ucrania e indica la forma en la que se invoca a las masculinidades y feminidades en la construcción de la geopolítica.

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Mujeres guerrilleras de las FARC vistas durante una alineación dentro de un campamento de desmovilización el 18 de enero de 2017 en Vereda La Elvira, Colombia. (Kaveh Kazemi/Getty Images)

Esta cuestión también ha sido puesta sobre la mesa en las últimas semanas: la narrativa masculinizada de la geopolítica del conflicto en general y en Ucrania en particular. El patrón que se siguió en los meses previos a la invasión de Rusia fue una regresión a escenarios bélicos anteriores. Alicia Cebada, profesora titular de Derecho Internacional Público, indica que “lo que pasó [en Ucrania las semanas previas al estallido] fue una vuelta atrás en el tiempo, también en los planteamientos y en el tipo de conflicto entre Estados. En los mensajes que se fueron lanzando en ambos lados, había mucha testosterona. Ha sido una concepción de las Relaciones Internacionales muy clásica, en la que no ha existido la participación de las mujeres, cuyos puntos de vista podrían haber influido de una manera u otra”. Y es que, efectivamente, las figuras femeninas que han asistido a las cumbres o reuniones de emergencia en torno a la crisis, más allá de la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, han sido inexistentes. Tampoco en las diversas reuniones de las delegaciones rusas y ucranianas.

Son muchas las lecturas que se pueden hacer de este hecho, pero una de ellas, y la más  evidente, muestra que las mujeres siguen sin liderar y sin estar representadas en organismos internacionales o altos cargos dentro de los propios Estados. Lo que conlleva crear un mundo geopolíticamente hipermasculinizado. ¿Hubiera tenido lugar la guerra en Ucrania bajo un liderazgo femenino? Recientemente, Helen Clark, ex primera ministra de Nueva Zelanda, en una entrevista publicada en el think tank Chatham House formulaba la siguiente pregunta: “¿Alguien cree que hoy tendríamos una invasión en Ucrania si hubiera una dirigente como Jacinda [Arden, primera ministra de Nueva Zelanda] en Rusia?”. “Un estilo de dirección diferente [continuaba] puede encontrar soluciones a problemas intratables. Muchos de estos estarían en vías de solución si pudiéramos barrer las capas de liderazgo masculino y poner líderes femeninas”. Por supuesto, este relato está basado en la premisa de que las mujeres tienden menos al uso de la fuerza que los hombres o que un mundo más igualitario sería más pácifico y próspero, pero ¿qué dicen los informes, estudios y expertos al respecto?

 

Liderazgo, más allá de los números

Diferentes estudios indican que sería un error ignorar los vínculos existentes entre la igualdad de género y la paz y la prosperidad internacional, ya que estas cuestiones están intrínsecamente unidas. El libro Sex and World Peace, editado por la Universidad de Columbia, señala que la igualdad de género es el factor más importante para predecir la paz. Más que la riqueza, el nivel de democracia o la identidad religiosa de un país. La experta Mary Caprioli profundiza en la cuestión e indica que “los países con igualdad de género tienen menos probabilidades de entrar en guerra, de utilizar la fuerza en primer lugar durante los conflictos o de verse involucrados en crisis internacionales violentas”. El estudio empírico del impacto del trabajo de las mujeres y su visión en la política exterior sugiere que son más pacíficas en el sentido de que son menos propensas que los hombres a apoyar el uso de la violencia internacional.

Sin embargo, afirmar desde un punto de vista estrictamente empírico que un mundo más igualitario sería más pacífico y seguro no es baladí. La razón principal, pero no única, es que medirlo y extraer conclusiones al respecto es complejo, sobre todo porque los números y los datos sobre cuestiones tan básicas como la representación política femenina siguen siendo muy bajos. A pesar de que existen algunas mejoras. De acuerdo con el último Global Gender Gap, la brecha global de género en el empoderamiento político se había ampliado en 2,4 puntos porcentuales desde el índice de 2020. De los 35.500 escaños parlamentarios de 156 países, solo el 26,1% estaba ocupado por mujeres. Están infrarrepresentadas en los puestos ministeriales y un número limitado ha ejercido como jefas de Estado en los últimos 50 años, (81 de los 156 países evaluados nunca han tenido una mujer en este cargo). Podemos ampliar el análisis y salir del ámbito político para detenernos en el económico o el militar. De nuevo, la falta de representación femenina es exponencial.

No se trata de ir aportando un sinfín de datos para aturdir a la audiencia, pero sí es importante que algunos de ellos queden claramente reflejados para poder entender la dimensión de los temas que estamos tratando. En este sentido, es necesario mencionar el #Shesurity Index, que recoge cifras de la UE y sus Estados miembros, del G20 y de los países que tienen planes de acción nacionales sobre la Agenda de Mujeres, Paz y Seguridad en cinco categorías (política, diplomacia, ejército, policía y misiones civiles y militares). Este índice muestra porcentajes sobre la representación de las mujeres con cargos como Ministras de Defensa y la tasa de participación femenina en el ejército en 2020: sólo un 11,4% eran mujeres frente a un 88,8% hombres. Aunque el documento arroja cifras extremadamente desfavorables, va más allá e indica que el análisis solo de los números no es suficiente para medir el impacto real sobre el terreno. Los aspectos que considera cruciales son aquellos relacionados con la calidad de la participación de mujeres como la posición dentro de las estructuras jerárquicas, sus derechos y el grado de reconocimiento y garantía de los mismos, la distribución de los recursos y, por último, las normas y prácticas socioculturales que son barreras adicionales para una participación justa e igualitaria.

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Foto de familia de los los líderes de los Estados miembros de la OTAN durante el Consejo Extraordinario de la Alianza con motivo de la guerra de Ucrania en Bruselas, Bélgica, 24 de marzo, 2022. (Halil Sagirkaya/Anadolu Agency via Getty Images)

Un análisis similar hace Chatham House. Recientemente, este think tank exploraba los retos de la integración de la perspectiva de género y la inclusión en la seguridad internacional. Indicaba que a menudo se piensa que la incorporación de la perspectiva de género significa solo aumentar la representación de mujeres (que es muy importante, pero no exclusiva). También se trata de abarcar mucho más; hay que incluir en la ecuación cuestiones como el diseño, el impacto y la aplicación equitativa de los métodos de análisis y el trazado de las políticas.

Los acuerdos de paz que incluyen a las mujeres tienen un 35% más de probabilidades de durar al menos 15 años. Sin embargo, siete de cada diez siguen sin contar con mujeres mediadoras o firmantes. Según Irene Zugasti, “cuando se le da un rol a la mujer más allá de víctima o guerrera-amazonas, se rompe con los relatos preestablecidos”. En Naciones Unidas cuando hay mujeres y, sobre todo, perspectiva de género, estas influyen en las acciones de política exterior y en los acuerdos de paz. Por ejemplo, volviendo a la actualidad: ¿quién está en la mesa de la OTAN tomando decisiones cruciales sobre cómo responder a la invasión rusa de Ucrania? Una vez más, miremos a los números y tengamos en cuenta un detalle: sólo cuatro de los 30 países de la OTAN (13%) están dirigidos por mujeres. Recientemente, en la última cumbre extraordinaria de la Alianza celebrada en Bruselas, la representación femenina ha brillado por su ausencia: de los 30 líderes solo 4 eran mujeres (las primeras ministras de Dinamarca, Islandia y Estonia y la presidenta de Eslovaquia).

¿Por qué es tan importante contemplar la perspectiva de género en estas cuestiones? Y, ¿por qué es necesario que la OTAN trabaje firmemente en esta línea? El artículo de Katharine Wright interesa, porque hace una aproximación a las implicaciones de la Alianza en el conflicto de Ucrania a través de una lente feminista y trata de contextualizar y contribuir a una mejor comprensión de su papel en el orden global y su futuro. Vamos a detenernos en esto.

 

Desmasculinízate

“El discurso de la OTAN en cuestión de género siempre ha ido a la par del de la ONU”, en palabras de Lucía Mantecón. En ese sentido se ha sumado a la Resolución 1325 y, desde 2007, ha ido implementando diversos Planes de Acción sobre Mujeres, Paz y Seguridad, el último fechado en octubre de 2021. Para Mantecón, el documento actual cuenta con una particularidad y es que hace mención a la transversalización de la perspectiva de género, “ya no solo la incorpora de manera cuantitativa, sino que lo hace como capacidad estratégica con respecto al adversario”. “El enfoque tradicional de la Alianza ha sido de protección a las mujeres, niños y niñas, es decir, las mujeres como objeto pasivo”. Bajo esta premisa, el concepto ha cambiado y ahora aboga por “un papel de la mujer como sujeto de participación”.

Las distintas expertas coinciden en la importancia de la transversalidad con perspectiva de género en todas las instancias de la organización tanto interna como externamente. En este sentido, es necesario entender que existen dos aplicaciones en el seno de la OTAN: cómo integra la cuestión de género dentro de su propia estructura interna y la otra cómo la proyecta al exterior y en sus misiones. Ambas están relacionadas, pero la diferencia es el margen de maniobra y de autonomía que tiene a la hora de implantar la perspectiva de género en los distintos escenarios. Además, por supuesto, de la voluntad de hacerlo.

Si bien la participación de las mujeres en la OTAN ha aumentado en un 37%, hay que tener en cuenta que es una estructura civil y militar y la proyección del género no se puede implementar de igual forma en ambos “territorios”. Como numerosos documentos y especialistas señalan, la inclusión de la perspectiva de género es un compromiso desde la política, la planificación y la formación hasta las misiones. Sin embargo, caer solo en el aumento de los números puede ser un arma de doble filo, porque no quiere decir que vaya en línea con el incremento del poder y la influencia. Nada más hay que mirar dónde recaen los cargos de responsabilidad en ambas estructuras, tanto la civil como la militar. Recientemente, se ha hecho público el deseo (y la necesidad) de que sea una mujer la próxima Secretaria General, pero dadas las circunstancias, Jens Stoltenberg, ha prolongado por un año su mandato. Lucía Mantecón señala que “aunque es importante que haya más mujeres en las fuerzas armadas de los países miembros, puede ser engañoso si solo es un cambio cosmético. Hay que darles un papel destacado, no solo incluirlas para cubrir cupos”. Si no se crea un espacio concreto para dar impulso y solidez a la perspectiva de género y se traduce en liderazgo, este no es real.

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Trabajadoras del estudio de moda de Uzun Vitaliy, que diseñaba ropa de mujer antes de los ataques rusos, fabrican actualmente chalecos antibalas para el ejército ucraniano en Odessa, Ucrania, el 31 de marzo de 2022. (Vladimir Shtanko/Anadolu Agency vía Getty Images)

Además, según Irene Zugasti, de poco sirve la diversidad interna si las acciones militares no las acompañan. Son los Estados miembros los responsables de asegurar la provisión de tropas y de expertos entrenados y formados en cuestiones de género, para alcanzar un mejor equilibrio de este en las fuerzas dirigidas por la OTAN. En este sentido, lograr cambios dentro de los países es complicado porque son decisiones nacionales, pero si bien la Alianza no puede imponerlos, “si realmente consiguiera mejorar las estructuras y las dinámicas internas de la organización, sí podría producir nuevos comportamientos en los aliados”, sostiene Mantecón.

Por supuesto, la velocidad de cada uno es y será muy dispar. En total, la representación media de las mujeres en las fuerzas armadas nacionales de los países miembros de la OTAN en 2019 fue del 12%. El último informe de la Alianza (2019) muestra datos de los Estados con mayor representación femenina en las fuerzas armadas y van desde Hungría, Canadá, Eslovenia y Grecia entre las mejores posiciones (por encima del 15%, hasta un máximo del 20%) o las más negativas con Turquía a la cabeza (0,3%) y Bélgica, Polonia o Austria (entre un 4% y un 6%). Además aborda otros análisis y recomendaciones relacionados con la implementación del género en diferentes dimensiones dentro de los países.

Existe una segunda cuestión sobre cómo integrar esa visión de género en las distintas misiones de la OTAN. Afganistán, coinciden algunas especialistas consultadas, es la primera operación en la que la Alianza llevó expertos en género a terreno y la construcción de la paz fue de la mano de los derechos de las afganas. El uso de estos gender advisors es una de las claves dentro del Plan de Acción porque trabajan conociendo los distintos contextos y se apoyan más en la sociedad civil. Alicia Cebada señala que “se debe dar prioridad y tener en cuenta la perspectiva de género en las distintas operaciones para desplegar este enfoque y evaluarlo para poner en el centro a la sociedad civil”. Para ello, hay que favorecer la implementación de un espacio multidimensional donde exista una visión feminista. Hay que “superar las trabas estableciendo prioridades, dando presupuesto y recursos y desarrollar un concepto más amplio de la seguridad que no incluya solo la parte militar”, concluye Cebada.

 

 OTAN + feminismo = ?

La OTAN tiene previsto actualizar su Concepto Estratégico en Madrid en junio. Hace unos meses publicó las directrices políticas y militares que marcarán la futura estrategia. Aunque el proceso se ha visto ensombrecido por la guerra en Ucrania. Los conceptos estratégicos marcan la orientación de las estrategias y las respuestas de los aliados a los retos o las amenazas futuras. También definen el peso que quiere tener la organización en la escena internacional. Me sorprendió mucho leer que en las cuestiones enumeradas (medio ambiente, tecnología, relaciones trasatlánticas, etc.) no había una sola mención al género ni al enfoque o perspectiva de este. Pero, ¿cómo es posible enfrentarse a los desafíos sin tener en cuenta el enfoque de género?

Desde un punto de vista estratégico son varios los motivos por los que la OTAN tiene que incorporar el género en su próximo Concepto Estratégico. No es una cuestión menor, pero existe un compromiso que debería establecer como prioritario según diversos expertos: abrirse a la sociedad civil en materia de género. A pesar de que en la última década la Alianza parecía involucrar a la sociedad, en la actualidad, las ideas y las voces de mujeres no están presentes en los acontecimientos relevantes. En este sentido, es crucial por muchas razones, pero por una en particular, y es que actuaría como elemento diferenciador con respecto a Rusia y China.

Es importante recordar que los movimientos feministas son generados desde la sociedad civil y que van de abajo a arriba. Moscú y Pekín, ambos sentados en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, son dos países hostiles y contrarios a ella. Tienden a acallar las voces disidentes y, en general, siempre actúan en contra de cualquier iniciativa procedente de ella. Con la Resolución 1325 se dio a la mujer un papel de agente de acción y cambio, sin embargo, ambos Estados prefieren mantenerla en su papel tradicional otorgado como sujeto pasivo. Un apoyo y un impulso procedente de la Alianza en este sentido podría hacer cambiar el status quo y suponer una ventaja que le permitiera aumentar su capacidad estratégica. En el artículo Why NATO should adopt a feminist foreign policy, los y las analistas indican que esta visión “podría hacer que las democracias de la OTAN sean más competitivas de lo que lo son los regímenes totalitarios”. Pero para ello, “la organización debe no militarizar la agenda de la 1325 ya que está concebida como un instrumento de derechos humanos y la institución está muy militarizada”, indica Mantecón.

Dicho todo esto, y a pesar del compromiso de algunos países de la OTAN (Canadá, España, Francia o Luxemburgo, por ejemplo) por adoptar políticas exteriores feministas, no se abordan los temas cruciales con esta perspectiva. Lo estamos viendo en la actualidad. La OTAN y sus Estados miembros no han articulado una respuesta con la perspectiva de género en la guerra de Ucrania. Una vez más en su artículo, Katharine A. M. Wright, aborda las siguientes cuestiones: ¿Dónde están las mujeres y los asesores de género?, ¿dónde está la experiencia de género?, ¿se incluye a la Representante Especial de la OTAN para la Mujer, la Paz y la Seguridad en todos los debates de alto nivel?, ¿se ha incorporado la perspectiva de género en las comunicaciones estratégicas de la OTAN, en los procesos de toma de decisiones y en las reuniones extraordinarias? La respuesta es que no lo suficiente.

En numerosas ocasiones, se ha interpelado a la justicia social al decir que no se debe dejar fuera al 50% de la población. En este caso, es más importante que nunca, cuando hablamos de invocar nuevas narrativas de género en la guerra y cómo articular las acciones de los diferentes actores y Estados implicados. El relato de la guerra no deja que sean las mujeres las que cuenten su historia y las coloca en compartimentos estancos (previamente estereotipados) sin profundizar en los matices y en las distintas posiciones que ocupan dentro de ella. Independientemente de dónde tenga lugar un conflicto: Ucrania, Siria, Yemen, Colombia, Myanmar o Etiopía. Villanas, heroínas o víctimas, ¡elijan el papel! Esta mirada viciada y microscópica no favorece el entendimiento ni la complejidad de los conflictos ni de las personas atrapadas en ellos. Por eso, ahora más que nunca, todos y todas las implicadas deberían decidir en qué lugar posicionarse. Es el momento de la OTAN para elegir dónde quiere y debería estar.