¿Es el nuevo primer ministro, Nawaz Sharif, el hombre adecuado?

 

AFP/Getty Images

 

La elección de Nawaz Sharif como primer ministro de Pakistán en mayo de 2013 recuerda en ciertos aspectos a la victoria del presidente Obama. La ola de optimismo ante la perspectiva de cambios positivos que recibió a los dos candidatos -pese a todas sus diferencias- demostró ser, por desgracia, en el caso del primer mandato de Obama, más un triunfo de la esperanza sobre la realidad. Confiemos en que sea más lo segundo que lo primero en el caso de Nawaz Sharif.

El éxito de la Liga Musulmana de Pakistán (LMP) en las elecciones de mayo sorprendió a la población por muchos motivos. La gente esperaba el cambio, lo deseaba incluso con ahínco, pero la mayoría de las esperanzas estaban depositadas en el partido Tehrik e Insaaf de Imran Khan, y pocos imaginaban que Nawaz Sharif iba a obtener un mandato tan avasallador.

El nuevo primer ministro se enfrenta a una serie de retos temibles, que hasta ahora no se han abordado con auténtica voluntad de hacerlo: la grave situación de la economía, la crisis energética que se prolonga desde hace años, los militantes radicales locales, la violencia sectaria y la inestabilidad.

En su tercer periodo como primer ministro, de vuelta tras haber acabado desacreditado y exiliado en Arabia Saudí, astuto y con un gran instinto para la política de la calle, Nawaz tendrá que elaborar una hoja de ruta clara de hacia dónde debe encaminarse el país bajo su mandato. Se habla mucho de lo que puede haber cambiado y madurado como político gracias a su experiencia en el exilio, de que es “más flexible”, “más pragmático”. Pero solo el tiempo y sus acciones dirán si es verdaderamente así y cómo va a evolucionar la situación.

Los indicadores para predecir el futuro forman una mezcla curiosa: Sharif llega con una cómoda mayoría, credibilidad (por ahora), opinión pública favorable y el control de la provincia del Punjab (gobernada por su hermano Shahbaz), la más grande, poderosa y habitada del país, y la que suministra la base del Ejército. Sin embargo, el panorama político de Pakistán en 2013 es muy distinto al que había durante su última estancia en el poder, hace 13 años. Como indicaba recientemente la experta Maleeha Lodhi,  hoy existen un cuerpo judicial lleno de activismo y empeñado en conservar su independencia, unos medios de comunicación vibrantes, para no decir audaces, y un jefe del estado mayor del Ejército no intervencionista, el general Kayani (por lo menos, hasta que se retire en noviembre), y dos de las cuatro provincias están en manos de la oposición. La práctica desaparición del Partido del Pueblo Paquistaní del escenario nacional también ha causado conmoción, pero a la hora de la verdad podría acabar derivando en su revitalización como fuerza política capaz de desarrollarse más allá de sus tradicionales bases feudales y obreras mientras esté en la oposición, sobre todo tras la dimisión del presidente Zardari, que ha anunciado que no va a volver a presentarse. Para Sharif, el manejo de las relaciones entre el centro y la periferia será una prueba crucial, pero el estado de la economía y la necesidad perentoria de reformas estructurales son los elementos en los que se jugará su reputación y el destino del país.

 

El ‘nuevo’ Nawaz Sharif

A primera vista, existen indicios preocupantes de un excesivo dominio punjabí entre sus asesores, algunos de los cuales (ellos o sus familias) también estaban muy próximos al dictador militar, el general Zia ul Haq, de convicciones religiosas conservadoras. La vieja guardia que forma su gabinete de confianza está formada por hombres acomodados, procedentes de los negocios y la banca o el sector inmobiliario, y muchos son conocidos por su estilo insolente de hacer política, muy propio de Lahore. En todo el Gobierno no hay una sola mujer, una situación muy distinta a la del gobierno anterior, en el que Hinna Rabbani Khar era ministra de Exteriores. El conservadurismo abunda: se dice que la familia de Khwaja Mohammed Asif, ex banquero y hoy ministro de Agua y Energía, tenía estrechos lazos con Zia; Ahsan Iqbal, ministro de Educación, es hijo de la Apa (hermana mayor) conservadora Nisar Fatima (congresista del partido Jamat e Islami) y estuvo relacionado con Jamat e Tulaba,la rama estudiantil de extrema derecha de Jamat e Islami.  El hijo del ministro de Finanzas, Ishaq Dar (que posee unas sólidas credenciales por haber trabajado en el Banco Mundial) está casado con la hija de Nawaz, que a su vez está asumiendo un papel político más visible. Dadas las quejas permanentes de las otras tres provincias por la hegemonía de Punjab, todo esto resulta poco tranquilizador. Y tampoco augura nada bueno para quienes no asuman una visión estrecha y conservadora de la sociedad y la política.
Aun así, el lado positivo es que tal vez este conservadurismo sea precisamente lo que permita a su Gobierno enfrentarse a las fuerzas reaccionarias como no lo han hecho sus predecesores (aparte de cuando el general Musharraf envió al Ejército al Valle de Swat para acabar con el radicalismo militante en 2007).

Además, la estrecha relación de Nawaz con el mundo empresarial es seguramente lo que le movió a hacer, inmediatamente después de ser elegido, una primera apertura hacia India que podría tener consecuencias positivas. Muchos consideran que el aumento de las relaciones comerciales con su vecino es un factor clave para dar la vuelta a la situación económica en Pakistán.

Aunque la economía es fundamental, también es muy importante para la estabilidad del país que haya una política de seguridad nacional integrada y global. Es imposible resolver una cosa sin abordar la otra. Las amenazas del radicalismo interno siguen vigentes, y los asesinatos sectarios son un hecho casi cotidiano, que no parece que nadie controle. Existe una fuerte base partidaria de que se aborden las amenazas internas de los radicales. Habrá que ver si Nawaz Sharif es el hombre capaz de hacerlo. Y si el Ejército se lo permite, como señaló hace poco el periodista Ahmed Rashid en el diario The New York Times.

En política exterior, aparte de la esperanza de reconciliación con India pese al problema aún no resuelto de Cachemira, lo que suceda en Afganistán tendrá repercusiones en el futuro de Pakistán. La política de apoyo a los talibanes de los 90 ha pasado a la historia, o al menos eso es lo que dicen en Islamabad. Desde luego, el país no puede permitirse más consecuencias negativas en relación con el grupo talibán paquistaní Tehrik e Taliban e Pakistan(TTP).  Parece estar en marcha una estrategia más pragmática, que reconoce la necesidad de un proceso de paz dirigido por Afganistán (y que incluya a los talibanes) y muestra menos incomodidad con la presencia de India en Kabul, porque es consciente de su contribución al desarrollo del país. Aunque persiste un sentimiento de desconfianza (recíproco) respecto a los indios. Además, en el ámbito internacional, Pakistán es al mismo tiempo un aliado y un obstáculo para los intereses de Estados Unidos, y esa es una contradicción que es preciso resolver. Tal vez Nawaz, el hombre que durante su primer mandato como primer ministro reunió a representantes de los muyahidines afganos en Peshawar a principios de 1992 para negociar un reparto pacífico de poder, sea la persona adecuada. Ahora bien, lo que está claro es que la prolongación de la inestabilidad en Afganistán es mala para Pakistán, sobre todo en una situación económica tan llena de peligros. La evolución que tenga esa situación y la de las relaciones con EE UU tendrán sin duda enorme influencia sobre las futuras perspectivas para este país musulmán y dotado de armas nucleares, en el ámbito nacional, regional y global.

 

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