Las distopías son la otra cara de las utopías. Mientras que éstas son las previsiones de un futuro mejor, aquéllas lo son de uno peor. Nacen de la crisis de las utopías ilustradas del progreso. Kant las englobaba dentro de la concepción “terrorista de la historia”, designándolas como profecías autocumplidas. Suelen ser la proyección en el futuro de los momentos de crisis del presente en forma de pesimismo, con frecuencia determinista y paralizante. Se traducen en una cierta incapacidad de imaginar un mañana distinto del presente, de desearlo y fabricarlo modificando éste. En definitiva, se enraízan en la pérdida del hombre de su confianza en poder controlar su propia vida y diseñar el futuro.

El tratamiento de las distopías en el siglo xx cobra una nueva dimensión con el auge de las tecnologías, en su comienzo, y de las nuevas tecnologías al final. Su relación dialéctica con las utopías hace que con frecuencia se vean como las utopías tecnológicas consumadas. Así ocurre en el libro Un mundo feliz, de Aldous Huxley. En estos casos, la visión distópica asocia políticamente la utopía a las diversas formas de totalitarismo.

Desde el punto de vista estético, las distopías han gozado de una enorme popularidad a finales del siglo pasado en la construcción de imaginarios sociales, en especial en la literatura y en el cine ciberpunk. En la actualidad, están siendo corregidas mediante la propuesta de utopías limitadas.