Dícese de aquellas potencias emergentes que no quieren amedrentar a nadie para hacerse un hueco entre los grandes”. ¿Recuerda la foto veraniega de Vladímir Putin con el torso desnudo y el rifle de mira telescópica? ¿O de George W. Bush vestido de piloto de caza en el portaaviones Eisenhower proclamando “misión cumplida”? ¿O los aburridísimos desfiles chinos e iraníes, con el inevitable alarde de misilería? Si el canal National Geographic hiciera un documental sobre la etología de los Estados, muy probablemente veríamos a Richard Attenborough diciendo que EE UU, Rusia y China son “potencias carnívoras” (incluso omnívoras, si observamos su apetito por lo militar y los combustibles fósiles). Pero frente al mundo despiadado y hobbessiano que nos plantean últimamente estos grandes depredadores, sumamente clásicos en su manera de entender el poder y las relaciones internacionales, una serie de países se están abriendo paso sigilosamente desde presupuestos, valores y propuestas diferentes. India, Brasil y Suráfrica nos plantean un mundo más equilibrado en la relación Norte-Sur, con mayor equidad en la distribución de la riqueza, mucho más multilateral en cuanto a la gestión y solución de los conflictos económicos y militares y con una agenda política más centrada en la promoción de la democracia, los derechos humanos y la responsabilidad de proteger a los más débiles (R2P, en su tecnoacrónimo más reciente). Estos países cuentan con algo de lo que las grandes potencias carecen: aceptación, es decir, legitimidad. Y sin legitimidad no hay poder, sólo poderío, pura fuerza. Por tanto, frente al poder duro, poder blando. Claro que a veces hay conflictos de identidad: India se está haciendo vegetariana (aunque tiene armas nucleares en la despensa), y la Unión Europea es herbívora, pero a veces preferiría comer algo más de carne. ¿Y España? ¿Qué quiere ser de mayor?