La estrategia de la no violencia gana fuerza en el pueblo palestino.

 

AFP/Getty Images

La lista: La resistencia no violenta palestina

Vídeo: Desde Palestina sin violencia.

La primavera palestina se hace esperar. El efecto contagio que se esperaba tras las revoluciones en otros países árabes de la región no parece llegar a Cisjordania y Gaza. Algo que puede explicarse por las particularidades del tan mediático e internacional conflicto, por los obstáculos físicos y políticos de la ocupación israelí, por la diversidad de actores e instituciones contra los que la población palestina tendría razones para levantarse.

La primavera no florece o, sí lo hace, pero a otro ritmo, el de los movimientos populares de resistencia no violenta que ganan legitimidad y animan a las nuevas generaciones. Quizá Gandhi no viva en los territorios ocupados, una acusación recurrente, pero también es cierto que el ruido de dos décadas de atentados suicidas no ha dejado oír a muchos en Occidente que existe una nueva estrategia pacífica de movilización popular que es hoy una realidad.

Los palestinos suelen remitir a las largas huelgas generales desde los años veinte contra el Protectorado Británico ante la inmigración sionista o a la Primera Intifada, en los 80 y 90, como prueba de una suerte de apuesta histórica continuada por la desobediencia civil. Pero el actual movimiento estuvo impulsado principalmente por el inicio en 2002 de la construcción israelí de una barrera de separación en Cisjordania que dividió vidas y tierras. En las aldeas de Na’lin, Budrus o la emblemática Bil’in, la población comenzó a manifestarse cada viernes, acompañados de activistas israelíes e internacionales.

A las acciones de la última década se suman sucesivos levantamientos en el último año y medio. Las protestas a favor de la unidad nacional llevaron a la Autoridad Nacional, que controla Cisjordania, y a Hamás, que ostenta el poder de facto en Gaza, a anunciar en 2011 un gobierno de cohesión que todavía está pendiente de hacerse realidad. La huelga de hambre de un millar de presos palestinos en cárceles israelíes fue secundada con acciones populares y manifestaciones a principios de 2012. Y la anunciada visita del político israelí Shaul Mofaz a Ramala este verano sacó a cientos a las calles y tuvo que ser suspendida. Volvieron a salir en mayor número hace poco, para protestar por una subida de impuestos y precios de la que acusaron no sólo a sus autoridades, sino a una ocupación que hace a su economía rehén de la israelí.

Uno de los denominadores comunes de las protestas es la no violencia. Otro que en buena medida están detrás grupos juveniles. Es uno de los puntales de la resistencia no armada: La aparición en escena de jóvenes, muchos de ellos universitarios, que se unen a líderes veteranos y contradicen a quienes hablan de apatía en el pueblo palestino. La estrategia no violenta gana así más peso en las ciudades y presenta una perspectiva de futuro.

También adquiere legitimidad, una palabra clave en el complicado contexto de los territorios ocupados. El de una clase política divida hasta tal punto que tiene dos gobiernos de facto y acusada de seguir órdenes israelíes, en el caso de Cisjordania, y otros intereses externos, en el de Gaza, con un mandato expirado en las urnas y constantes sospechas de corrupción.

Frente a la pérdida de credibilidad política, que genera tanta desidia en la población como la sensación de enfrentarse a un enemigo imbatible, los movimientos populares presentan una alternativa frente a un adversario común, la ocupación, se muestran cercanos a la gente y son capaces de atraer el favor del público extranjero y su clase diplomática, cambiando la dual y dañina imagen del palestino como héroe armado o víctima pasiva. Cuentan además con estrategias, como el llamamiento internacional al boicot de productos e instituciones israelíes, y han aprendido a moverse en el mundo de la comunicación y los nuevos medios, frente a las anquilosadas estructuras de la vieja guardia palestina.

Los movimientos populares presentan una alternativa frente a un adversario común, la ocupación, se muestran cercanos a la gente y son capaces de atraer el favor del público extranjero y su clase diplomática

“Dado el poderío militar israelí y los esfuerzos de Israel por militarizar siempre el conflicto y convertirlo en un asunto de seguridad, el mejor enfoque es la resistencia no violenta”, apunta Mustafa Barguti, líder del partido Al Mubadara. “La lucha popular está logrando lentamente cambiar las reglas del juego, la forma de interactuar con la ocupación israelí de modo que los palestinos ganen fuerza moral”, explica por su parte Fadi Quran, uno de los jóvenes más activos en la actualidad.

La legitimidad frente a sí mismos y sus adversarios se ha apuntalado a base de puntuales pero simbólicas conquistas. Bil’in marcó el camino con una demanda que forzó al Supremo israelí a reubicar la barrera. En Budrus, los vecinos recuperaron el acceso a sus olivos tras medio centenar de protestas recogidas en un emotivo documental. Hoy, un pequeño porcentaje del trazado del muro ha sido modificado. “No estamos hablando de victorias completas ni de acabar con la ocupación. No estamos siquiera cerca de eso, pero se pueden señalar algunas pequeñas victorias”, explica Yonathan Pollack, posiblemente el activista israelí más constante en estas protestas.

Sería en todo caso ingenuo creer que los movimientos no violentos tienen por si solos capacidad de cambiar el equilibrio de fuerzas en un conflicto asimétrico, en el ojo del huracán de tantas tensiones internacionales y tan marcado por intereses encontrados. Su capacidad se ve cercada por una ocupación que limita su capacidad de movimiento y por tanto de movilización. Y sus estrategias se ven cuestionadas por una parte de la ciudadanía palestina, que defiende la lucha armada frente a un adversario aún más armado y critica la presencia de simpatizantes internacionales e israelíes en las protestas.

Su peso territorial es además desigual. En Gaza es menor y se enfrenta a las trabas del Gobierno de Hamás en cuanto la percibe como un reto a su autoridad. En Cisjordania, la Autoridad Nacional ha optado más bien por un doble juego: con una mano trata de capitalizar los réditos y, con la otra, reprime las manifestaciones en las que se le acusa de actuar como subcontrata de la ocupación.

La resistencia popular, que no se limita a manifestaciones ni tiene un mando unificado, también adolece de rencillas internas e interpretaciones divergentes. “El titular es el mismo: luchar contra la ocupación. El problema está en los subtítulos”, resume Yamal Yuma, líder de la campaña “Stop the Wall”, sobre la dificultad de formar un bloque cohesionado para una revuelta a gran escala. El próximo estallido de una tercera Intifada, con su cuándo, dónde y por qué, ha sido una constante en los análisis de expertos locales, amenazas de políticos y conversaciones callejeras. Cualquier periodista que haya pasado algo de tiempo en Cisjordania, Gaza o Jerusalén Este ha escuchado en repetidas ocasiones la advertencia de que el levantamiento es inminente y, más de una vez, se lo ha creído; hasta hace un año, cuando las elucubraciones cambiaron de nombre para llamarse primavera árabe palestina y preguntarse, de nuevo, cuándo, dónde y por qué estallaría.