Desde que en marzo de 2013 Jorge Mario Bergoglio se convirtiera en el nuevo pontífice de la Iglesia Católica, hemos asistido a una nueva manera de concebir el papado que incluye una labor clave como mediador en los principales conflictos internacionales.

El presidente venezolano, Nicolás Maduro, y el Papa Francisco en el Vaticano. Andreas Solaro/AFP/Getty Images
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, y el Papa Francisco en el Vaticano. Andreas Solaro/AFP/Getty Images

La labor diplomática del Papa Francisco se ha centrado en tres frentes fundamentales: la relación entre Cuba y Estados Unidos; el conflicto entre el régimen chavista y la oposición; y la guerra civil de Colombia. Sin embargo, la extraordinaria agenda internacional que está llevando a cabo el Papa resulta en realidad mucho más extensa: desde los conflictos en la República Centroafricana hasta la violencia en la frontera entre México y Estados Unidos (donde sobresale la urbe de Ciudad Juárez), pasando por el permanente contencioso árabe-israelí e incluso las constantes denuncias de agresiones del ser humano al medio ambiente (que motivaron su primera encíclica, “Laudatio si”), así como una dura crítica a las fuertes desigualdades socioeconómicas existentes en muchos rincones del mundo.

Siguiendo un orden cronológico, deberíamos comenzar con el primer encuentro (en junio de 2013) que se produjo entre el Presidente venezolano, Nicolás Maduro, y Francisco. Encuentro que tuvo lugar en territorio vaticano y en el que se abordó la situación política y social del país tras la desaparición del presidente Hugo Chávez, así como diversos problemas tales como la pobreza, la lucha contra la criminalidad y el narcotráfico.Unos días antes de la llegada de Maduro a Roma, el líder de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), Henrique Capriles, había enviado una carta a Francisco en la que le pedía su ayuda en función de lo que ellos calificaba de “(…) su enorme e indiscutida autoridad moral para lograr ese diálogo basado en la verdad”. Eso sí, Capriles informó a Francisco en aquella masiva de que el pueblo venezolano seguía “sufriendo persecución y cárcel en razón de sus ideas”.

En ese sentido, la mejor prueba del interés que tenía Francisco por solucionar el conflicto entre Gobierno y oposición en Venezuela lo encontramos en su decisión de convertir en Secretario de Estado (en octubre de 2013) a quien había sido desde agosto de 2009 Nuncio Apostólico en Venezuela, el italiano Pietro Parolin. Una elección que la locuacidad del actual Presidente venezolano convirtió en indiscreción cuando, hablando en un programa en televisión, gritó a los cuatro vientos: “¡Que venga Pietro Parolin! ¡Que venga!”. Lo que puso en serios aprietos a la Santa Sede, ya que el Secretario de Estado suele ser normalmente quien lleva el gobierno de la Iglesia, mientras que hay una persona escogida específicamente para las relaciones exteriores, que no es otro que el Cardenal Dominique Mamberti.

En el caso de la guerra civil que se libra en Siria desde 2011, como en el largo conflicto árabe-israelí, el Papa Francisco no ha actuado como mediador, si bien ha dejado su impronta personal en ambos conflictos. El 1 de septiembre de 2013, desde el balcón de San Pedro y con ocasión de su “Angelus” dominical, afirmó: “Queremos un mundo de paz, queremos ser hombres y mujeres de paz. Queremos que en nuestra sociedad destrozada por divisiones y por conflictos, estalle la paz. Nunca más la guerra”. Y convocó para el día 7 de ese mes (víspera de la Natividad de María, Reina de la Paz), lo que él llamó “una jornada de ayuno y de oración por la paz en Siria, en Oriente Medio y en el mundo entero”. Casi un año después, el 24 de mayo de 2014, volvió a afirmar públicamente que había que “(…) seguir esforzándose por lograr la tan deseada paz” en Oriente Medio, y que para conseguirla resultaba “(…) necesario y urgente encontrar una solución pacífica a la crisis siria” y “una justa solución al conflicto entre israelíes y palestinos”. Es más, el Papa agradecería a Jordania (con motivo de un viaje a este país) sus “generosos esfuerzos” a la hora de acoger a refugiados palestinos, iraquíes y de otras zonas en crisis, “en especial de la vecina Siria, destruida por un conflicto que está durando demasiado tiempo”. Y añadió: “Esta acogida merece el reconocimiento y la ayuda de la comunidad internacional”.

Finalmente, al tiempo que seguía con sus llamadas a la paz en Siria, en septiembre de 2015 recibió en el Vaticano al Presidente del Estado de Israel, Reuven Rivlin, encuentro en el que le hizo saber la necesidad de fomentar un clima de confianza con los palestinos y de reanudar las negociaciones directas para llegar a un acuerdo que respetara las aspiraciones de ambos pueblos, afirmando sin tapujos que Palestina debía ser reconocido como Estado, lo que a algunos dirigentes israelíes, históricamente opuestos a cualquier reconocimiento del Estado palestino, como es el caso de Benjamín Netanyahu, les molestaría profundamente. A pesar de ello, las relaciones con Israel han seguido siendo cordiales.

Al mismo tiempo, el Papa Bergoglio se ha distinguido por su permanente lucha contra determinadas actitudes, como la falta de solidaridad de la Unión Europea ante la grave crisis humanitaria de los refugiados. Invitado a pronunciar un discurso en el Parlamento europeo, Francisco aprovechó la ocasión para criticar la Europa que solo atiende a la economía y desatiende, en cambio, a las personas. Consideró a las instituciones europeas “distantes e insensibles a los ciudadanos”, y puso de manifiesto la falta de ideales y de atractivo del proyecto europeo, secuestrado por “el tecnicismo burocrático”.

El presidente cubano, Raúl Castro, y el Papa Francisco hablan en el Vaticano. Gregorio Borgia/AFP/Getty Images
El presidente cubano, Raúl Castro, y el Papa Francisco hablan en el Vaticano. Gregorio Borgia/AFP/Getty Images

En todo caso, su principal éxito como mediador internacional ha sido la resolución del largo contencioso entre Estados Unidos y Cuba. Y es que una de las principales cualidades de Francisco es su capacidad para sintonizar rápidamente con dos personas tan diferentes como Barack Obama y Raúl Castro. En este tema concreto, todo había comenzado con una audiencia en marzo de 2014 entre Francisco y Obama en las estancias vaticanas. Obama debió quedar bastante impresionado por la personalidad del pontífice, del que diría poco después: “Él nos desafía. El Papa nos pone ante los ojos el peligro de acostumbrarnos a la desigualdad. Y su autoridad moral hace que sus palabras cuenten. Con una sola frase, él puede focalizar la atención del planeta”. Poco después, el Presidente cubano era recibido en el Vaticano por Francisco. El pontífice no pudo dejar mejor impresión en él, hasta el punto de que llegó a afirmar públicamente: “Si el Papa sigue así volveré a rezar y regreso a la Iglesia”. Y tenía poderosas razones para ello, ya que el buen hacer de Francisco había posibilitado que en diciembre de 2014 los presidentes de Estados Unidos y Cuba se declararan dispuestos a dejar atrás el conflicto que había enfrentado a ambos países durante más de medio siglo, y en la que por cierto ninguno de los dos se olvidaron de destacar la labor mediadora de Francisco. Una Cuba donde, no debe olvidarse, hace ya dos décadas antes, con Juan Pablo II y Fidel Castro como protagonistas, había comenzado a normalizarse la situación de la Iglesia Católica en el país caribeño, tras décadas expulsando a sacerdotes católicos.

No podemos olvidar los intentos pontificios por ayudar a que la paz en Colombia sea una realidad, tras más de medio siglo de conflicto entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC. Ya la primera vez que vio a Juan Manuel Santos, Presidente colombiano recientemente galardonado con el Premio Nobel de la Paz, le dijo: “Usted es la persona por la que más he rezado, mucho, mucho, por el proceso de paz”. Santos, conocedor de la habilidad diplomática del Papa Bergoglio, le respondió: “A eso he venido, a pedir ayuda”. Y añadió luego en una concurrida rueda de prensa: “Hablamos de las víctimas, y de cómo Colombia es el primer país que pone a las víctimas en el centro de la solución del conflicto. Hablamos de cómo podíamos respetar sus derechos, buscar esa forma de justicia y al mismo tiempo lograr la paz”.

También debe destacarse, en su papel como actor internacional, el discurso que pronunció ante el Congreso estadounidense, convirtiéndose en el primer jefe de la Iglesia Católica en hablar ante esta cámara. Allí pidió la abolición de la pena de muerte y el fin del tráfico de armas, además de hablar de otros temas, como los movimientos migratorios (“les hablo como hijos de inmigrantes, como muchos de ustedes que son descendientes de inmigrantes”, les dijo Francisco) y el papel de la familia. Y de paso lanzó un mensaje muy claro para la nación capitalista por excelencia: “Si es verdad que la política debe servir a la persona humana, no puede ser esclava de la economía y de las finanzas”.

A pesar de los muchos frentes abiertos, los esfuerzos del Papa Francisco se centran en solucionar el conflicto venezolano. Ya en mayo de este año escribió una carta a Nicolás Maduro denunciando la “grave” situación que vivía el país latinoamericano. A pesar de ello, el pontífice acaba de volver a abrir las puertas del Vaticano al Presidente venezolano, quien hizo una escala en Roma en la última semana de octubre durante su vuelo de vuelta a Venezuela desde el Medio Oriente. Derrotado el “sí” a la paz en Colombia, el Papa hará lo posible para que haya un entendimiento entre las dos partes en conflicto: la labor del Nuncio Celli, presente en todas las conversaciones entre Gobierno y oposición, es buena prueba de ello.

Y lo hará a sabiendas de que su voz se escucha cada vez más en la escena internacional, como consecuencia del extraordinario prestigio que su figura posee. Porque Francisco, antes de hablar de lo que pueden hacer los demás para solucionar sus conflictos, ha hecho primero una dura autocrítica, arremetiendo contra todo aquello que no le gustaba de la Iglesia de la que él es cabeza universal: el “carrierismo” (pensar más en promocionar dentro de la Iglesia que en evangelizar), la escasa presencia de la Iglesia en muchas sociedades, la pederastia, la ostentacióny la falta de preocupación por los más necesitados. De tal manera que el Papa Francisco está pasando a la historia no sólo como una auténtica sacudida en la conciencia de los católicos, sino también como un hábil mediador en los conflictos internacionales. Y eso que su pontificado prácticamente no ha hecho más que comenzar.