Si los millones de inmigrantes que viven, trabajan y pagan impuestos en Europa no están representados en los parlamentos, nunca se logrará su plena integración.

Cuando los colonos de Nueva Inglaterra se rebelaron contra el dominio británico en el siglo xviii, formularon un lema que ha perdurado en la historia de Estados Unidos: "No a los impuestos sin representación". Se quejaban de que las decisiones, que tenían consecuencias directas en sus vidas, se tomaban en su nombre pero ellos no podían influir en el proceso. No había un gobierno basado en el consentimiento de los ciudadanos. Se les exigía comportarse lealmente y cumplir
con sus responsabilidades con el Estado, pero nadie hablaba por ellos en el Parlamento.

Muchos inmigrantes de Europa pueden identificarse hoy con los padres fundadores de la Revolución Americana de 1776. Según un informe de Naciones Unidas de noviembre de 2004, hay 40 millones de inmigrantes viviendo en Europa. Los últimos datos muestran que en España hay tres millones (un 7% de la población). Aunque son numerosos, estos nuevos europeos suelen estar excluidos del proceso democrático por criterios de ciudadanía elaborados para otra era. Millones de personas viven, trabajan, pagan impuestos y sacan adelante a sus hijos en países donde no tienen voto ni representantes. ¿Cuánto tardarán los nuevos europeos en exigir un gobierno basado en el consentimiento de los ciudadanos y la negativa a pagar impuestos sin tener representación?

Aún en demasiados parlamentos del Viejo Continente los escaños están llenos de caras blancas, mientras sus capitales son cada vez más diversas, cosmopolitas y complejas. Se ha progresado en la integración en algunos países. En los parlamentos belga y holandés hay nacidos en Irán, Turquía y Marruecos. En el Reino Unido hay unos cuarenta parlamentarios de grupos inmigrantes -algunos de ellos, ministros. Pero ningún país tiene motivos para estar satisfecho.

La necesidad de fomentar la integración política de la comunidad musulmana es especialmente acuciante… y difícil. En algunos países europeos con parlamentarios musulmanes, éstos han recibido amenazas de extremistas de sus propios entornos. Pero (y estos valientes senadores o diputados lo entienden mejor que nadie) el mayor peligro es tener una amplia comunidad islámica que viva en Europa aislada y excluida de la vida política.

El arabista francés Gilles Kepel ha alertado de que la yihad (guerra santa) de Al Qaeda ha entrado en una nueva fase en la cual la batalla más importante por los corazones y mentes musulmanas no se librará en Palestina o Irak, sino entre la creciente población musulmana aquí, en Europa. Y se ha comprobado la existencia de células activas de la red desde Múnich a Madrid.

Aunque los grupos inmigrantes pueden ser fuente de un nuevo ataque terrorista, también serán cruciales para contener esa amenaza. Líderes musulmanes franceses y británicos, por ejemplo, han colaborado en operaciones de rescate de rehenes.

Es necesario unirse de forma más fluida, con la fuerza de la razón y la democracia, y ayudar a los inmigrantes a aislar las fuerzas del extremismo y la teocracia. El motor del proceso deben ser los partidos políticos. Éstos no pueden seguir eligiendo listas y candidatos como si las comunidades en la diáspora no existieran. Si los partidos no están ahí para reflejar la sociedad a la que sirven, ¿para qué, entonces? ¿En interés de quién buscan y ejercen el poder? Los partidos deben comenzar a discutir la forma en que van a responder al rápido cambio demográfico que tiene lugar a su alrededor. José Luis Rodríguez Zapatero ha brindado a Europa un magnífico precedente al constituir un Gobierno paritario de hombres y mujeres. Es hora de dar un paso más. Debería abrir negociaciones con los otros partidos para asegurar que los nuevos españoles puedan integrarse políticamente de forma plena en el país en que viven.

Hay otras razones por las que será vital para el futuro de España (y de Europa) en el siglo xxi lograr la integración de los inmigrantes. Las relaciones entre gobiernos seguirán siendo el eje de las relaciones internacionales. Sin embargo, las que se producen entre los pueblos serán cada vez más importantes a medida que los canales informales continúen floreciendo entre las comunidades de la diáspora y sus países de origen. Ya sea a través de canales tradicionales (como la religión o los medios de comunicación habituales) o de los nuevos medios (como Internet), nunca fue tan fácil para los inmigrantes compartir información en tiempo real con sus familias y amigos de todo el planeta. Son ahora embajadores populares.

Por último, estas comunidades serán cada vez más significativas en una de las áreas más importantes de las relaciones internacionales: el comercio. En una época de mercados globales cada vez más integrados habrá varios asuntos cruciales: ¿cómo pueden asegurar los países la mayor integración económica posible de los inmigrantes? y ¿cómo puede un Estado emplear la inmigración en su beneficio económico? Los que proporcionen las respuestas más efectivas estarán entre los países más prósperos del siglo xxi. El capital humano (la gente) es el recurso más importante de todo sistema económico. En una economía cada vez más global, los países necesitarán encontrar modos de usar el capital humano de su inmigración para entablar relaciones comerciales y competir por los mercados globales.

La integración económica de muchos nuevos europeos ya se está realizando, aunque en un nivel muy básico. Muchos inmigrantes son vistos en Europa sólo como trabajadores baratos. Éste no debe ser el límite. Por toda Europa y Norteamérica las comunidades inmigrantes han demostrado cuánto pueden revitalizar las economías nacionales y locales. En América del Norte, de Silicon Valley a Vancouver, los inmigrantes del sureste asiático aportaron capital y capacidades para revitalizar la economía. En Gran Bretaña, la empresa Easy Jet ha revolucionado los viajes en avión. Su propietario, Stelios Haji-Ioannou, nació y creció en Grecia, y fue al Reino Unido a estudiar. Ahora es una de las personas más ricas del país. Otro nuevo británico, Sanjay Kakar, es de India, y acaba de ganar el Premio al Empresario del año 2004. Es impensable que se consiga la integración económica sin lograr la integración política. Los inmigrantes y sus anfitriones deberán tomar difíciles decisiones, pero no es un juego de suma cero: un enfoque adecuado generará beneficios para todos en Europa. La alternativa puede ser catastrófica.

Si los millones de inmigrantes que viven, trabajan y pagan impuestos en Europa no están representados en los parlamentos, nunca se logrará su plena integración. David Mathieson

Cuando los colonos de Nueva Inglaterra se rebelaron contra el dominio británico en el siglo xviii, formularon un lema que ha perdurado en la historia de Estados Unidos: "No a los impuestos sin representación". Se quejaban de que las decisiones, que tenían consecuencias directas en sus vidas, se tomaban en su nombre pero ellos no podían influir en el proceso. No había un gobierno basado en el consentimiento de los ciudadanos. Se les exigía comportarse lealmente y cumplir
con sus responsabilidades con el Estado, pero nadie hablaba por ellos en el Parlamento.

Muchos inmigrantes de Europa pueden identificarse hoy con los padres fundadores de la Revolución Americana de 1776. Según un informe de Naciones Unidas de noviembre de 2004, hay 40 millones de inmigrantes viviendo en Europa. Los últimos datos muestran que en España hay tres millones (un 7% de la población). Aunque son numerosos, estos nuevos europeos suelen estar excluidos del proceso democrático por criterios de ciudadanía elaborados para otra era. Millones de personas viven, trabajan, pagan impuestos y sacan adelante a sus hijos en países donde no tienen voto ni representantes. ¿Cuánto tardarán los nuevos europeos en exigir un gobierno basado en el consentimiento de los ciudadanos y la negativa a pagar impuestos sin tener representación?

Aún en demasiados parlamentos del Viejo Continente los escaños están llenos de caras blancas, mientras sus capitales son cada vez más diversas, cosmopolitas y complejas. Se ha progresado en la integración en algunos países. En los parlamentos belga y holandés hay nacidos en Irán, Turquía y Marruecos. En el Reino Unido hay unos cuarenta parlamentarios de grupos inmigrantes -algunos de ellos, ministros. Pero ningún país tiene motivos para estar satisfecho.

La necesidad de fomentar la integración política de la comunidad musulmana es especialmente acuciante… y difícil. En algunos países europeos con parlamentarios musulmanes, éstos han recibido amenazas de extremistas de sus propios entornos. Pero (y estos valientes senadores o diputados lo entienden mejor que nadie) el mayor peligro es tener una amplia comunidad islámica que viva en Europa aislada y excluida de la vida política.

El arabista francés Gilles Kepel ha alertado de que la yihad (guerra santa) de Al Qaeda ha entrado en una nueva fase en la cual la batalla más importante por los corazones y mentes musulmanas no se librará en Palestina o Irak, sino entre la creciente población musulmana aquí, en Europa. Y se ha comprobado la existencia de células activas de la red desde Múnich a Madrid.

Aunque los grupos inmigrantes pueden ser fuente de un nuevo ataque terrorista, también serán cruciales para contener esa amenaza. Líderes musulmanes franceses y británicos, por ejemplo, han colaborado en operaciones de rescate de rehenes.

Es necesario unirse de forma más fluida, con la fuerza de la razón y la democracia, y ayudar a los inmigrantes a aislar las fuerzas del extremismo y la teocracia. El motor del proceso deben ser los partidos políticos. Éstos no pueden seguir eligiendo listas y candidatos como si las comunidades en la diáspora no existieran. Si los partidos no están ahí para reflejar la sociedad a la que sirven, ¿para qué, entonces? ¿En interés de quién buscan y ejercen el poder? Los partidos deben comenzar a discutir la forma en que van a responder al rápido cambio demográfico que tiene lugar a su alrededor. José Luis Rodríguez Zapatero ha brindado a Europa un magnífico precedente al constituir un Gobierno paritario de hombres y mujeres. Es hora de dar un paso más. Debería abrir negociaciones con los otros partidos para asegurar que los nuevos españoles puedan integrarse políticamente de forma plena en el país en que viven.

Hay otras razones por las que será vital para el futuro de España (y de Europa) en el siglo xxi lograr la integración de los inmigrantes. Las relaciones entre gobiernos seguirán siendo el eje de las relaciones internacionales. Sin embargo, las que se producen entre los pueblos serán cada vez más importantes a medida que los canales informales continúen floreciendo entre las comunidades de la diáspora y sus países de origen. Ya sea a través de canales tradicionales (como la religión o los medios de comunicación habituales) o de los nuevos medios (como Internet), nunca fue tan fácil para los inmigrantes compartir información en tiempo real con sus familias y amigos de todo el planeta. Son ahora embajadores populares.

Por último, estas comunidades serán cada vez más significativas en una de las áreas más importantes de las relaciones internacionales: el comercio. En una época de mercados globales cada vez más integrados habrá varios asuntos cruciales: ¿cómo pueden asegurar los países la mayor integración económica posible de los inmigrantes? y ¿cómo puede un Estado emplear la inmigración en su beneficio económico? Los que proporcionen las respuestas más efectivas estarán entre los países más prósperos del siglo xxi. El capital humano (la gente) es el recurso más importante de todo sistema económico. En una economía cada vez más global, los países necesitarán encontrar modos de usar el capital humano de su inmigración para entablar relaciones comerciales y competir por los mercados globales.

La integración económica de muchos nuevos europeos ya se está realizando, aunque en un nivel muy básico. Muchos inmigrantes son vistos en Europa sólo como trabajadores baratos. Éste no debe ser el límite. Por toda Europa y Norteamérica las comunidades inmigrantes han demostrado cuánto pueden revitalizar las economías nacionales y locales. En América del Norte, de Silicon Valley a Vancouver, los inmigrantes del sureste asiático aportaron capital y capacidades para revitalizar la economía. En Gran Bretaña, la empresa Easy Jet ha revolucionado los viajes en avión. Su propietario, Stelios Haji-Ioannou, nació y creció en Grecia, y fue al Reino Unido a estudiar. Ahora es una de las personas más ricas del país. Otro nuevo británico, Sanjay Kakar, es de India, y acaba de ganar el Premio al Empresario del año 2004. Es impensable que se consiga la integración económica sin lograr la integración política. Los inmigrantes y sus anfitriones deberán tomar difíciles decisiones, pero no es un juego de suma cero: un enfoque adecuado generará beneficios para todos en Europa. La alternativa puede ser catastrófica.

David Mathieson, jefe de Economía en el International College Spain, fue asesor, de 1998 a 2002, del entonces ministro de Asuntos Exteriores británico, Robin Cook.