Los Hermanos Musulmanes y algunos partidos laicos de izquierdas boicotean las elecciones.

 

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Aunque no recibieran quizás tanta atención mediática como los recientes comicios israelíes, Jordania acaba de celebrar elecciones parlamentarias. Los resultados finales tardarán todavía unos días en ser presentados oficialmente, pero no se esperan sorpresas, dado que la ley electoral las impide. Esto ha provocado que no sólo la Hermandad Musulmana, sino también varios partidos laicos de izquierdas y organizaciones estudiantiles las hayan boicoteado.

Según el Gobierno, el índice de participación de entre los 2,3 millones de votantes inscritos en el censo electoral fue del 55%, mientras que la oposición disputa esta cifra y la reduce a menos del 20%. Como ejemplo de fraude electoral critica que el Ejecutivo ampliara en el último minuto el horario de apertura de los colegios electorales, dando una hora adicional para ejercer el voto, ante la aparente baja participación. Por su parte, la misión de observación electoral de la Unión Europea ha constatado que en general los comicios se celebraron con normalidad, registrando pequeños incidentes.

En cualquier caso, la actual ley electoral asigna únicamente 27 de los 150 diputados que tiene el Consejo Legislativo a los representantes de partidos políticos nacionales –que ha sido la principal razón del boicot de islamistas y marxistas– mientras que 108 son elegidos entre los clanes familiares dentro de cada circunscripción electoral. Luego de una simbólica cuota de 15 escaños para promover la participación de la mujer en la política, la Monarquía Hachemita se asegura de seguir manteniendo un control político, económico y social total.

Transición hacia la democracia

La irrupción de las llamadas primaveras árabes ha obligado a la Casa Real jordana a dinamizar el sistema e ir abriendo nuevos espacios de participación. El hecho de que el Rey adelantara las elecciones casi dos años respecto del final del período legislativo es precisamente un buen ejemplo de cómo intenta adelantarse a los acontecimientos, introduciendo reformas que por un lado den respuesta a las demandas sociales, pero por otro garanticen la estabilidad del sistema, que es a fin de cuentas su principal objetivo.

El Rey Abdalá II (formado en Reino Unido y con un perfecto conocimiento de las instituciones británicas) ha afirmado en varias ocasiones que su país atraviesa un proceso gradual de transición hacia la democracia, pero que necesita más tiempo para alcanzar este fin teleológico. Para ello argumenta que los partidos políticos deben modernizarse y desarrollarse nacionalmente, antes de poder aumentar al 50% el porcentaje de escaños destinado a los partidos en relación con el otorgado a los clanes familiares en el voto por circunscripción.

La oposición en cambio reclama que al mantener un porcentaje de representación tan bajo para los partidos (27 escaños respecto de 150 vendría a ser el 18%) tiene precisamente como objetivo contener el desarrollo de las organizaciones políticas. A fin de cuentas la única formación con verdadera implantación nacional y una base social es el Frente de Acción Islámica, es decir, la rama política de los Hermanos Musulmanes. Esto hace que la monarquía hachemita esté de hecho interesada en el desarrollo de los partidos, quizás no tanto por su afán de fomentar la democracia como precisamente por disponer de herramientas de contención ante la eventual eclosión política de la Hermandad.

Entretanto, tal como critica la oposición, el Rey sigue manteniendo las prerrogativas de disolver el Gobierno y el Consejo Legislativo, nombrar y cesar a los miembros del Senado, declarar el estado de emergencia, así como intervenir en el nombramiento de jueces y fiscales, lo que hace que no haya una separación de poder ni controles entre éstos. La única figura, aparentemente, independiente resulta ser la del titular de la Comisión Electoral Central, el ex ministro de Asuntos Exteriores Abdulilá Al Jatib, quien en breve será el encargado de certificar la validez de los comicios y hacer públicos sus resultados.

Protestas sociales

Además de la adaptación a las dinámicas democratizadoras creadas por las primaveras árabes, el adelanto electoral coincidió en el tiempo con la mayor protesta social vivida por Abdalá II desde que sucedió a su padre Hussein en 1999. El pasado mes de noviembre miles de jordanos salieron a la calle para protestar por la carestía de la vida, responsabilizando algunos al monarca de haber permitido el aumento de los precios y pidiendo públicamente su abdicación (mensajes radicales que no se habían escuchado desde que comenzó su reinado).

Estas protestas fueron sofocadas con dureza, provocando 3 muertos, docenas de heridos y unos 130 detenidos. Quizás el hecho de que también coincidieran con la operación Pilar Defensivo efectuada por el Ejército israelí contra el Gobierno de Hamás en la Franja de Gaza y el miedo a que las protestas pudieran contagiarse de reivindicaciones por la apatía mostrada últimamente en relación con la resolución de la cuestión palestina hicieron que las fuerzas de seguridad jordanas se emplearan con tanta brutalidad.

El problema de fondo era que el Estado había recortado las subvenciones que aplica a los productos de primera necesidad y a los hidrocarburos, lo que hizo dispararse los precios y sacó a la gente a la calle. En realidad, la economía jordana presenta un cuadro macroeconómico muy malo, lo que obligó al Gobierno a reducir las subvenciones para cuadrar los presupuestos del año siguiente y desató la cólera social. Parece que estas protestas de momento se han calmado pero podrían volver a reactivarse si la evolución de la economía sigue siendo negativa.

Implicaciones regionales

La estratégica colocación de Jordania, situada en el centro de Oriente Medio, hace que se vea afectada por todo aquello que ocurre dentro de los países con los que comparte frontera. El hecho de que el modelo de dos Estados comience a disiparse –tal como acaba de señalar el titular del Foreign Office británico William Hage– y empiece a barajarse la hipótesis de que el nuevo Gobierno israelí intente aplicar un plan unilateral de desconexión de Cisjordania similar al que realizó en 2005 de la Franja de Gaza, hace que la Casa Real tenga miedo de que se reavive aquel eslogan de la extrema derecha israelí del Jordania es Palestina, por la altísima capacidad subversiva que esto tendría para el Palacio.

No obstante, a corto plazo su principal preocupación sigue siendo la guerra civil que tiene lugar en la vecina Siria. Tanto por la posibilidad de que el régimen de Bashar al Assad decidiera hacer uso de sus arsenal de armas químicas o bien porque –peor escenario todavía– éstas pudieran caer en manos de los rebeldes, entre los que se encuentran grupos salafistas y elementos vinculados a Al Qaeda, como por la gestión del imparable éxodo de refugiados. Según cifras de la ONU éstos albergan ya a más de 200.000 refugiados sirios y la cifra parece seguirá aumentando inexorablemente mientras dure el conflicto.

Jordania cuenta también con más de 400.000 refugiados que salieron de su también vecino Irak después de la invasión estadounidense y aliada en 2003. Y aunque una vez estabilizado el país algunos han ido regresando de forma progresiva, son muchos los que han preferido quedarse, dado el mayor nivel de vida jordano y, sobre todo, de estabilidad. Pues a falta de prosperidad económica –Jordania no dispone prácticamente de materias primas propias ni de recursos naturales relevantes y tampoco ha desarrollado industrias ni tecnologías de futuro– el principal atractivo para potenciales inversores y millares de turistas extranjeros ha sido precisamente ese: la estabilidad.

 

 

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