No quiero polemizar con Daniel Callahan sobre qué se considera el punto
de vista "tradicional" de la sacralidad de la vida humana. Hay
mucho más en cuestión en su ataque a mi sugerencia de que matar
a seres conscientes que quieren seguir viviendo es mucho más grave que
hacerlo con quienes carecen incluso de la conciencia de existir, y que no tienen
deseos o planes para el futuro. Cuando Callahan dice que esa es una vieja historia,
no alcanza a ver que "el baremo moral para el respeto" que él
mismo propone -"la pertenencia a una especie"- es sólo
otra variante de esa vieja y terrible historia, excepto que hoy está aún
viva. Porque "quienes ostentan el poder" determinan que los animales
no serán respetados ni protegidos, que millones de criaturas sufrirán
una vida llena de crueldad en las granjas industriales y otros millones padecerán
sin necesidad en los laboratorios de investigación. Aunque no fuera
comparable matar a uno de estos animales como a un ser humano consciente, debería
respetarse su derecho a no sufrir.

Por otra parte, Callahan no justifica su criterio basado en las especies,
excepto para decir que dibujar algún tipo de distinción dentro
de las mismas parecería desembocar en males como la esclavitud o el
Holocausto. Es una alegación vagamente empírica de la que no
presenta ninguna evidencia (…). Gordon Preece dice que desde mi anterior
libro, Repensar la vida y la muerte, "muchos países han estudiado
atentamente las leyes sobre la eutanasia activa y después las han rechazado".
También dice que en los Países Bajos, donde la eutanasia activa
es legal, "los peligros que representa este terreno resbaladizo han sido
evidentes". Curiosamente, no menciona que, durante ese periodo, Bélgica
aprobó una ley sobre esta cuestión, muy similar a la holandesa.

No quiero polemizar con Daniel Callahan sobre qué se considera el punto
de vista "tradicional" de la sacralidad de la vida humana. Hay
mucho más en cuestión en su ataque a mi sugerencia de que matar
a seres conscientes que quieren seguir viviendo es mucho más grave que
hacerlo con quienes carecen incluso de la conciencia de existir, y que no tienen
deseos o planes para el futuro. Cuando Callahan dice que esa es una vieja historia,
no alcanza a ver que "el baremo moral para el respeto" que él
mismo propone -"la pertenencia a una especie"- es sólo
otra variante de esa vieja y terrible historia, excepto que hoy está aún
viva. Porque "quienes ostentan el poder" determinan que los animales
no serán respetados ni protegidos, que millones de criaturas sufrirán
una vida llena de crueldad en las granjas industriales y otros millones padecerán
sin necesidad en los laboratorios de investigación. Aunque no fuera
comparable matar a uno de estos animales como a un ser humano consciente, debería
respetarse su derecho a no sufrir.

Por otra parte, Callahan no justifica su criterio basado en las especies,
excepto para decir que dibujar algún tipo de distinción dentro
de las mismas parecería desembocar en males como la esclavitud o el
Holocausto. Es una alegación vagamente empírica de la que no
presenta ninguna evidencia (…). Gordon Preece dice que desde mi anterior
libro, Repensar la vida y la muerte, "muchos países han estudiado
atentamente las leyes sobre la eutanasia activa y después las han rechazado".
También dice que en los Países Bajos, donde la eutanasia activa
es legal, "los peligros que representa este terreno resbaladizo han sido
evidentes". Curiosamente, no menciona que, durante ese periodo, Bélgica
aprobó una ley sobre esta cuestión, muy similar a la holandesa.

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