Vamos a necesitar petróleo. Mucho y durante mucho tiempo, pese a los progresos en las energías alternativas y otros avances tecnológicos. No sólo para mover los automóviles, sino también para fabricarlos, así como los ordenadores o los móviles que utilizamos. Suecia ha declarado su intención de convertirse en una “economía libre de petróleo” para 2030. Es imposible. Y para entonces la demanda global de petróleo será un 60% superior a la actual. El mundo desarrollado, especialmente Europa, gasta ahora menos crudo por habitante, pero desde hace algunos años están entrando en el mercado 3.000 millones de nuevos productores y consumidores, la mayoría –aunque no únicamente– de China e India. El oro negro no sólo no ha perdido importancia, sino que la ha ganado.

Quien dice petróleo dice territorio sobre el que se asientan los yacimientos y, por tanto, geopolítica. El destino árabe (y hasta musulmán) ha estado ligado al crudo, con una división fundamental, que el país con oro negro tuviera poca población (la gran excepción fue Irán). Dadas sus reservas, absolutamente vitales, el punto de gravedad es, desde hace décadas, Arabia Saudí. Y este maná le ha dado alas al fundamentalismo islamista, especialmente en su versión wahabí, exportada desde allí a golpe de petrodólar. El descubrimiento, aún por confirmar, del mayor yacimiento en 30 años en el fondo marino brasileño puede suponer una auténtica revolución geopolítica. Es aún difícil imaginar un mundo que no necesite petróleo. Pero quizás más fácil vislumbrar uno en el que Oriente Medio no sea el gozne vital de la economía mundial.

De confirmarse los indicios, el yacimiento de hidrocarburos de Carioca será el tercero mayor del mundo, después del de Ghawar en Arabia Saudí (que lleva bombeando desde 1948 y al que todavía le quedan cerca de 70.000 millones de barriles de reserva, frente a un consumo mundial de 85,7 millones de barriles diarios en 2007). Cuando el taladro perfora, y se confirma el descubrimiento, si todo va bien, pueden pasar años antes de llegar a la comercialización de los hidrocarburos detectados. Brasil puede convertirse en una gran potencia petrolera, además de serlo ya   en términos económicos y hasta militares en América Latina. Probablemente haría que sus vecinos se pusieran las pilas para competir económicamente. Existe el riesgo de que caiga sobre Brasil la maldición que conduce al populismo y al autoritarismo –al estilo saudí, ruso o de la Venezuela de Chávez– a los países petroleros que aún no tienen democracias consolidadas, pero tiene bazas para no tropezar en esa   piedra. Se convertiría así en un polo atractivo, con consecuencias no sólo para sí mismo sino para todo el Cono Sur y toda América Latina, que ganaría de ese modo importancia global, aunque su petróleo acabe principalmente en Estados Unidos, que ya importa de Canadá un 40% del crudo que consume.

Si Brasil y otros países de Latinoamérica dan lo que prometen, pueden provocar un
cambio geopolítico de gran magnitud

La nueva situación, según algunos analistas, podría hacer perder centralidad a las guerras americanas en Asia Central y Occidental. A esta tendencia hay que añadir la importancia que van cobrando, ante la subida del precio del crudo, las arenas bituminosas en varios países de América –también en EE UU en las Rocosas, pero muy especialmente en Canadá y en Venezuela–, que podrían convertirse en el equivalente a Arabia Saudí, sin la dimensión árabe y musulmana.

La Faja Petrolífera del Orinoco es la mayor reserva del mundo de estas arenas. Pero se trata de petróleo pesado y se necesitan tecnologías que afronten la situación. Súmese México (aunque vaya a la baja, tiene uno de los cuatro yacimientos de crudo más importantes del planeta), y el resultado es que América, como continente, ganaría aún más importancia, frente a una Asia sedienta de crudo y a una Europa cada vez más dependiente del petróleo y del gas de Oriente Medio, el Magreb y Rusia. Esto en términos de suministros, pues los precios los fija el mercado global. Muchos países árabes productores de petróleo que, en algunos casos, ven reducirse sus reservas de   forma dramática están intentando pasar a otro modelo para sus economías, invirtiendo   –como Dubai o los Emiratos Árabes Unidos– en industria, turismo y otras posibilidades de futuro, aunque las pistas artificiales de esquí en el desierto requerirán más energía para mantenerlas. El caso es que, si Brasil y otros países de América dan lo que prometen, pueden provocar un cambio geopolítico de enorme magnitud, a la espera de un mundo más lejano menos dependiente del petróleo.

P.D. Estimado lector:
Ésta es mi última contribución a la sección ‘Una Mirada’. Ha sido una gran satisfacción dirigir esta revista desde su nacimiento hace más de cuatro años, lo que no hubiera sido posible sin el inestimable apoyo de Diego Hidalgo, presidente de FRIDE, de Moisés Naim, editor de FP en Estados Unidos, y de un excelente equipo.