El futuro del petróleo está siendo debatido y desafiado. El autor explica  por qué, justo cuando se necesita más ‘oro negro’ que nunca, la industria del crudo está cambiando a un ritmo vertiginoso.

 

Museo al aire libre: cada uno de estos tanques en Cushing contiene unos 500.000 barriles de petróleo. Pero hoy, la verdadera acción está en el parqué de Nueva York.

En una tranquila tarde bajo el ardiente sol de Oklahoma (EE UU), no había una nube ni un gramo de volatilidad. Todo lo contrario. Lo único que se veía eran los depósitos somnolientos llenos de oro negro, cientos de ellos, extendidos sobre las colinas, algunos nuevos, otros de más de 70 años, y muchos con más de medio millón de barriles de crudo dentro de su piel plateada o de color óxido. Es Cushing, el lugar de encuentro para el petróleo dulce y ligero que se conoce con el nombre de West Texas Intermediate (WTI o petróleo Texas). Ese cuyo precio se oye anunciar cada día: “El WTI ha cerrado hoy a…”. A esta ciudad se la considera, como dice el cartel a su entrada, la “encrucijada de oleoductos del mundo”. Por allí pasa la red de conductos que llevan el crudo de Texas, Oklahoma, Nuevo México, Luisiana, la Costa del Golfo y Canadá, a los depósitos, en los que los compradores adquieren títulos de propiedad antes de trasladarlo a las refinerías donde se transforma en gasolina, combustible para aviones, gasóleo para calefacciones y otros productos.

Pero eso no es lo que hace que Cushing sea tan importante. Al fin y al cabo, hay otros sitios en el mundo por los que fluye mucho más oro negro. Este lugar tiene un papel único en la nueva industria global del petróleo porque el WTI es el modelo de referencia con arreglo al cual se fijan los precios de los demás crudos. Cada día, se venden miles de millones de barriles de papel en el parqué de la Bolsa Mercantil de Nueva York (NYMEX) y, a la velocidad del electrón, en todo el mundo, en un comercio virtual que, por muy grande que sea su dimensión, sigue conectado de algún modo a un barril que cambia de manos en esta ciudad de Oklahoma.

Ese frenético comercio diario ha contribuido a hacer del petróleo algo nuevo, no sólo una materia prima en el sentido físico, fundamental para la seguridad y la viabilidad económica de los países, sino un activo financiero, parte de la gran compraventa instantánea de acciones, bonos, divisas y todo lo demás que constituye la cartera financiera global. Hoy, el comercio diario de los barriles de papel –futuros de crudo– representa más de 10 veces el consumo diario de barriles físicos de este codiciado recurso. Si se añaden los intercambios realizados en otras bolsas o fuera de ellas, la proporción puede ser de hasta 30 veces más. Y, aunque el oro negro sale y entra de Cushing a una tranquila velocidad de 6 kilómetros por hora, el mercado mundial del petróleo es cualquier cosa menos estable.

De ahí que, cuando me senté a trabajar en una nueva edición de The Prize y pensé en qué había cambiado desde el inicio de los 90, cuando escribí esa historia de la materia prima más valiosa e incomprendida del mundo, noté que no dejaba de venirme a la mente la palabra “volatilidad”. ¿Cómo no iba a ser así? Cuando la gente habla de volatilidad, muchas veces está pensando en el petróleo. El 11 de julio de 2008, el WTI alcanzó los 147,27 dólares (unos 105 euros). Justo un año después, estaba a 59,87 dólares. Entre esas dos fechas, en diciembre, cayó hasta los 32,40 dólares (y no olvidemos que, hace más de una década, estaba a 10 dólares el barril y se suponía que los consumidores iban a nadar eternamente en un mar de crudo barato).

Estos cambios tan pronunciados no sólo afectan a los hedgers (productores de petróleo, líneas aéreas, vendedores de combustible para calefacción…) y los especuladores. También se notan en los precios de las estaciones de servicio. Agitan pasiones políticas y alimentan las sospechas de los consumidores. Además, hacen que sea más difícil planear futuras inversiones energéticas, ya sea en crudo, en gas o en combustibles renovables y alternativos. Y puede tener efectos de cataclismo en la economía global.

No hay que olvidar cómo sufrió Detroit (EE UU) las consecuencias de lo que sucedió en las gasolineras en 2007 y 2008, incluso antes de la crisis crediticia. La enorme repercusión de estos cambios es la razón por la que el primer ministro británico, Gordon Brown, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, hicieron un llamamiento a buscar una solución global para la “volatilidad destructiva”. Aunque se vieron obligados a añadir: “No existen soluciones fáciles”.

Esta volatilidad forma parte de la nueva era del oro negro. Aunque Cushing tiene más o menos el mismo aspecto que cuando se publicó The Prize, el mundo de este recurso energético ha cambiado mucho. Algunos hablan hoy del “fin del petróleo”. En ese caso, responden otros, estamos iniciando su larguísimo adiós. Una característica de esta nueva etapa es que el crudo ha desarrollado una personalidad dividida, como materia prima física y como activo financiero. Otras tres características son la globalización de la demanda de petróleo, un panorama muy distinto al de hace sólo un decenio; el ascenso del cambio climático como factor político que influye en las decisiones sobre cómo y cuánto utilizar esta materia prima en el futuro, y la búsqueda de nuevas tecnologías que pueden afectar radicalmente al crudo y al resto de la cartera energética.

El reparto de personajes en este negocio también ha crecido y cambiado. Algunas empresas petrolíferas se han vuelto supercompañías, como ExxonMobil y Chevron, mientras que otras, como Amoco y Arco, han desaparecido. El “gran petróleo” ya no significa las tradicionales multinacionales, cuyos logotipos eran reconocibles en cualquier gasolinera, sino unas empresas mucho mayores, propiedad del Estado, que, junto con los gobiernos, controlan hoy más del 80% de las reservas del planeta. Quince de las veinte primeras firmas petrolíferas del mundo son hoy estatales.

La lista de operadores de crudo también se ha incrementado mucho. En el juego actual del petróleo global hay fondos de pensiones, instituciones de gestión del dinero, fundaciones y fondos alternativos, además de inversores individuales y operadores del día. Los gestores de los fondos de pensiones y las fundaciones universitarias se consideran dedicados a la “asignación de activos”, con el fin de cubrir riesgos y diversificar sus inversiones para proteger las pensiones y los sueldos del profesorado. Sin embargo, también contribuyen al enorme crecimiento de las filas de los nuevos especuladores.

Con todos estos cambios, lo que está en duda y es objeto de debate y controversia es el propio futuro de esta materia prima fundamental, pese a que el mundo va a necesitarla más que nunca. Tanto el Departamento de Energía estadounidense como la Agencia Internacional de la Energía proyectan que, aunque se tengan en cuenta las mejoras en la eficacia energética, el uso global de la energía aumentará casi un 50% entre 2006 y 2030, y el crudo seguirá proporcionando el 30% o más de la energía del planeta en 2030. ¿Será verdad?

El petróleo ha sido una industria globalizada desde 1861, cuando se transportó el primer cargamento de queroseno de Pensilvania –la Arabia Saudí del petróleo decimonónico– a Gran Bretaña (la tripulación tenía tanto miedo de que el queroseno se incendiara que tuvieron que emborracharlos para llevarlos al barco). Pero ésa es la globalización del suministro, una historia conocida. Lo que resulta nuevo es la globalización de la demanda. Durante décadas, la mayor parte de los mercados, y los más importantes, se encontraban en Norteamérica, Europa occidental y Japón. También allí estaba el crecimiento. En el momento de la primera Guerra del Golfo, en 1991, China era todavía un exportador de petróleo.

Ahora, sin embargo, el crecimiento está en China, India, otros mercados emergentes y Oriente Medio. Entre 2000 y 2007, la demanda diaria mundial de crudo aumentó en 9,4 millones de barriles. Casi el 85% de ese incremento se produjo en los mercados emergentes. Hubo muchos motivos por los que los precios alcanzaron los 147,27 dólares en 2008, desde geopolíticos hasta el impacto de los mercados financieros y la especulación (con todos sus significados).

Pero el punto de partida fue el básico, el aumento de la demanda de oro negro impulsado por el poderoso crecimiento en los mercados emergentes. Este giro ha tenido más fuerza de lo que se cree: en lo que va de año, se han vendido más coches nuevos en China que en EE UU. Cuando la recuperación económica se reafirme, será crucial lo que suceda con la demanda de crudo en los países emergentes.

Los números están claros: más consumidores significan más demanda, que implica más necesidad de suministro. ¿Pero qué pasa con la política? Ahí, las previsiones son más borrosas, y hablan de una nueva situación de tensión internacional, de competencia, incluso choque entre China y Estados Unidos por un petróleo “escaso”. Es una perspectiva que viene acompañada de un modelo histórico conocido: la rivalidad entre Gran Bretaña y la Alemania en ascenso, que acabó en la Primera Guerra Mundial.

Este panorama, aunque resulta interesante, no encaja en realidad con la forma en la que opera el mercado mundial de crudo. Los chinos son actores nuevos, de eso no hay duda, que quieren y pueden pagar mucho dinero para lograr el acceso a las fuentes de petróleo tanto existentes como nuevas y que, últimamente, prestan dinero a los países productores para garantizarse el suministro en el futuro. Con más de dos billones de dólares en reservas de divisa extranjera, el gigante asiático tiene capacidad para prestar mucho dinero. Pero la industria globalizada del petróleo no es un negocio en el que uno pueda arreglárselas solo. El riesgo y los costes del desarrollo a gran escala hacen que las compañías trabajen en consorcios con otras empresas. Los países exportadores de este recurso tratan de diversificar las firmas y los Estados con los que realizan proyectos. Era inevitable que cualquier país en la posición de China –cuya demanda subió de 2,5 millones de barriles diarios a 8 millones en década y media– se preocupase por el suministro. Pero ese aumento no anuncia una lucha inevitable; es un mensaje sobre el crecimiento y la mejora de los niveles de vida. Sería mucho más preocupante si, ante una demanda creciente, las empresas chinas no invirtieran en producción, tanto dentro de sus fronteras (de donde procede la mitad de su suministro) como fuera.

 

La capital del petróleo

Existen también puntos conflictivos en esta nueva era del petróleo, pero no surgirán de la competencia comercial normal y corriente. Nacerán cuando el crudo (y el gas natural) forme parte de problemas más amplios en materia de política exterior. Por ejemplo, el posible estallido de una crisis por las ambiciones nucleares de Irán, un país rico en ambos recursos energéticos.Sin embargo, pese a toda esa perspectiva de un choque por el petróleo, parece haber menos preocupación que hace unos años y mucho más debate sobre un diálogo energético. La propia China parece estar más segura de su importancia en este mercado globalizado del crudo. Aunque los riesgos siguen existiendo, a los chinos –y a los indios también– les conviene tanto como a otros consumidores que haya un mercado mundial debidamente provisto y que forme parte de la economía global. La perturbación de ésta, como ha demostrado sin lugar a dudas el año pasado, no les beneficia. ¿Por qué iban a querer los chinos enfrentarse a EE UU por el petróleo, cuando el mercado exportador a dicho país es tan importante para su crecimiento y cuando ambas naciones tienen tanta interdependencia financiera?En realidad, el crudo no es la cuestión energética más importante entre Estados Unidos y China. Es el carbón. Los dos poseen las mayores reservas del mundo de este mineral y son los principales consumidores. En un planeta ahogado por la producción de carbono, tienen un firme interés común en encontrar soluciones tecnológicas para las emisiones que se producen cuando se quema el carbón.Y eso nos lleva directamente al segundo rasgo que define la nueva era del petróleo: el cambio climático. El calentamiento global era ya un problema conocido cuando salió The Prize. En 1992, 154 países firmaron el Convenio de Río, en el que se comprometían a reducir las concentraciones de CO2 en la atmósfera. Pero ha sido en años recientes cuando el cambio climático se ha convertido de verdad en un problema político; en Euro-pa a principios de esta década, y en Estados Unidos hacia 2005. Sea cual sea el resultado de la conferencia de la ONU sobre el cambio climático del próximo diciembre en Copenhague, la regulación del carbono forma parte ya del futuro del petróleo. Y eso significa un esfuerzo continuo para reducir la demanda de crudo.¿Cómo hace el mundo para afrontar al mismo tiempo el desafío del cambio climático y el reto del crecimiento, la constante expansión de los países industriales y el tremendo desarrollo de China, India y otros mercados emergentes, en los que decenas de millones de sus ciudadanos salen de la pobreza y compran coches y electrodomésticos? La respuesta tiene que estar en otro cambio trascendental, un énfasis en la tecnología como no se ha visto nunca. El sector de la energía siempre ha sido tecnológico. Al fin y al cabo, los hombres que en 1859, hace 150 años, imaginaron cómo perforar aquel primer pozo de oro negro –el coronel Drake y sus inversores de New Haven, Connecticut– eran un grupo de revoltosos empresarios tecnológicos y capitalistas de riesgo. Una y otra vez, al investigar la historia del petróleo, me llamó la atención cuántos obstáculos y barreras, aparentemente invencibles, se habían superado mediante el progreso tecnológico, muchas veces imprevisto.Pero la importancia que se da hoy a la tecnología –en todo el campo de la energía– es de una intensidad sin precedentes. A mediados de los 90, presidí un grupo de trabajo del Departamento de Energía estadounidense sobre “I+D en energía estratégica”. Nuestro panel trabajó duro durante año y medio y elaboró lo que muchos consideraron un informe muy digno. Pero después no se hizo gran cosa. La Guerra del Golfo había quedado atrás, y parecía que el problema de la energía estaba resuelto.Hoy, en cambio, el interés por la tecnología energética es enorme. Y va a serlo todavía más con el aumento sustancial que se avecina del apoyo gubernamental a la I+D en este sector. Gran parte de ese gasto y ese esfuerzo se destina a hallar alternativas al petróleo. Pero no se trata sólo de encontrarlas, sino de que puedan ser competitivas a enorme escala.¿Cuáles serán esas alternativas? ¿El coche eléctrico, que es el tema energético más de moda hoy? ¿Los biocombustibles avanzados? ¿Los sistemas solares? ¿Nuevos diseños de edificación? ¿Grandes inversiones en energía eólica? ¿La red inteligente, en plena elaboración, capaz de integrar los coches eléctricos con el sector de la electricidad? ¿Alguna otra cosa que todavía no somos capaces de adivinar? ¿O quizá una revolución en el motor de combustión interna, que lo haga el triple de eficaz que los que llevan hoy los vehículos?Podemos aventurar respuestas. Pero la verdad es que no sabremos nada hasta que lo sepamos. Por ahora, está claro que un mayor apoyo a la innovación –junto con unos incentivos y unas ayudas gubernamentales considerables–  impulsará de forma inevitable el cambio tecnológico y, de esa forma, modificará la curva de la futura demanda de petróleo.Tal vez las mayores sorpresas surjan en el lado de la demanda, mediante la mejora de la conservación y un aumento de la eficacia energética. EE UU es el doble de eficiente hoy que en los 70. Quizá volvamos a ver cómo se duplica. Desde luego, la eficacia energética nunca había sido objeto de tanto interés y apoyo como hoy. El hecho de que hayamos emprendido esta nueva era de cambios a toda velocidad no significa que haya que hablar del fin inminente del crudo. Pensemos en la tesis del “nivel máximo del petróleo”, la hipótesis de que el mundo ha alcanzado el tope de producción y se encamina a una cuesta abajo. Históricamente, las teorías sobre el apogeo de este recurso captan la atención en épocas en las que los mercados están ajustados y los precios suben, lo cual alimenta el miedo a una escasez permanente. En 2007 y 2008, el sistema de creencias construido en torno al grado máximo del petróleo ayudó a que los precios subieran hasta 147,12 dólares. (Fue la quinta vez que se decía que el mundo “se había quedado sin” oro negro. La primera fue en la década de 1880; después en los 70 del siglo xx).

 

A los tres años de su descubrimiento, ocurrido en 1912, el yacimiento de Cushing, en Oklahoma, producía ya casi el 20% del crudo estadounidense. Dos años después, suministraba una parte importante del combustible empleado por el Ejército de EE UU en Europa durante la Primera Guerra Mundial. La zona de Cushing era tan prolífica que se la llamó “la reina de los yacimientos de petróleo”, y se convirtió en una de esas ciudades que vivieron un apogeo repentino a principios del siglo xx. “Cualquier hombre con sangre en las venas se contagia de la fiebre”, fue el diagnóstico de un periodista que visitó el área en aquellos días. La producción aumentó a tal velocidad en la región que hubo que construir a toda prisa oleoductos y depósitos para guardar el excedente. Cuando la producción empezó a disminuir, existía ya un gran volumen de infraestructura, de modo que Cushing se convirtió en un centro fundamental del crudo, y sus oleoductos se utilizaron para traerlo de otros lugares de Oklahoma y el oeste de Texas. Esas reservas se almacenaban en los depósitos de la ciudad antes de pasar a otros conductos para su traslado a las refinerías. Cuando la Bolsa Mercantil de Nueva York empezó a comerciar en futuros de petróleo, en 1983, necesitaba un lugar de entrega física. El apogeo de Cushing quedaba ya muy atrás, pero, con su red de oleoductos y depósitos y su situación central, era la respuesta necesaria. Cada día entran y salen de allí hasta 1,1 millones de barriles, el equivalente al 6% del consumo de oro negro en EE UU. Sin embargo, los precios de gran parte del crudo mundial se fijan con arreglo al modelo de referencia del petróleo Texas que se encuentra en esos aproximadamente 300 depósitos que hay en Cushing, por lo que esta tranquila ciudad de Oklahoma es no sólo un centro del petróleo, sino también uno de los puntos principales de la economía mundial. —DY

 

No son una amenaza: trabajadores chinos de la construcción en África

Sin embargo, el examen minucioso de la base mundial de recursos –incluido el análisis hecho por mi propia empresa de más de 800 de los mayores yacimientos– indica que la dotación del planeta es suficiente para satisfacer la demanda durante decenios. Eso no significa que el petróleo llegue a los consumidores. En el camino pueden surgir variados peligros y obstáculos, como políticas gubernamentales que restrinjan el acceso, sistemas fiscales, guerras civiles, cuestiones geopolíticas, costes mayores de exploración y producción, incertidumbres sobre la demanda. Como ocurre desde hace años, las relaciones cambiantes entre Estados productores y países consumidores, entre compañías petrolíferas tradicionales y estatales, influirán en qué recursos se desarrollan y cuándo, y contribuirán a definir el futuro del sector.

Quedan otras dos advertencias. Muchos de los nuevos proyectos serán mayores, más complejos y más caros. En los 90, un megaproyecto podría haber costado entre 500 y 1.000 millones de dólares. Hoy, el precio está más bien entre 5.000 y 10.000 millones. Y una parte cada vez mayor del nuevo crudo será el llamado “petróleo no convencional”, procedente de aguas ultraprofundas, de arenas bituminosas canadienses y de los líquidos que se producen con el gas natural.

Con todos estos cambios, la constante de este mercado es que no es constante. El cambiante equilibrio de la oferta y la demanda –influido por la economía, la política, las tecnologías, los gustos de los consumidores y accidentes de todo tipo– seguirá influyendo en los precios. La recuperación económica, sus expectativas, la demanda acumulada de demanda, el paso al petróleo como activo financiero: todos estos factores podrían volver a hacer subir los precios, incluso con los actuales excedentes de mercado. Al mismo tiempo, la búsqueda de estabilidad es una constante para el petróleo, ya sea como reacción al mundo de auge y derrumbe del noroeste de Pensilvania a finales del siglo xix, el de los 10 centavos el barril del crudo de Texas de los años 30 o los 147,27 dólares el barril del WTI en julio de 2008.

Desde luego, los altibajos de los precios del petróleo durante los dos últimos años, a medida que los mercados financieros y del crudo se han ido integrando cada vez más, han hecho que la volatilidad sea una preocupación de las autoridades, que no desean que sus economías se vean afectadas por cambios drásticos de precios. Sin embargo, sin la flexibilidad y la liquidez de los mercados, no existe una forma eficaz de equilibrar la oferta y la demanda, ni de que los consumidores y los productores cubran sus riesgos. Ni tampoco una manera de enviarles señales sobre cuánto petróleo utilizar y cuánto dinero invertir, ni a los posibles innovadores sobre las oportunidades del mañana.

Una parte de la solución es no sólo la mejora de la ya considerable regulación de los mercados financieros en los que se comercia con oro negro, sino también más transparencia y mejor comprensión de quiénes son los actores en los mercados financieros de petróleo. Pero los cambios normativos no pueden eliminar los ciclos de mercado ni anular las leyes de la oferta y la demanda en el mercado organizado de materias primas más grande del mundo.

Dichos ciclos quizá no sean muy visibles entre los depósitos y las colinas de Cushing. Pero son una parte ineludible del paisaje globalizado del nuevo mundo del petróleo.