• Development, Vol. 47,
    nº 2, junio 2004, Londres

 

Alas clínicas especializadas en sida de Kinshasa, capital de la República
Democrática del Congo, hoy no les faltan herramientas básicas
como esterilizadores, vendas y personal especializado, y, sin embargo, estas
necesidades están mal cubiertas en el Hospital General de la ciudad.
Como consecuencia, una niña de tres años que esté muriendo
de neumonía podría no recibir los cinco céntimos de euro
en antibióticos que podrían salvarle la vida.

El panorama se repite en países en desarrollo de todo el mundo: los
miles de millones de euros que se gastan en sanidad se emplean en luchar contra
las pandemias, mientras sigue mal dotada la infraestructura sanitaria que llevó a
la expansión y al alto coste de las epidemias. De este trágico
despropósito trata una serie de artículos sobre la política
sanitaria global que aparecen en un número especial de la revista cuatrimestral
Development, punta de lanza de la Sociedad para el Desarrollo Internacional,
de Roma. Los autores se ocupan de cómo se relacionan –y a menudo
interfieren– los intereses políticos con los problemas sanitarios en áreas como las sociedades mixtas, la política alimentaria
y la planificación familiar. Pero la mayoría describe una situación
en la que los agentes con intereses en la sanidad mundial –agencias internacionales,
gobiernos, industrias, académicos y grupos de presión– pelean
por los fondos para sus proyectos sin preocuparse más que de las prioridades
de sus organizaciones.

Se gastan miles de millones
de euros en combatir las pandemias, pero no se mejora la infraestructura
sanitaria que contribuyó al gran coste y expansión de las
epidemias

En su editorial, Derek Yach, catedrático de Salud Pública de
la Universidad de Yale (EE UU), sostiene que la presión para producir
resultados rápidos y efectivos a bajo coste a menudo deja de lado programas
con objetivos integrales a largo plazo. Los programas específicos contra
una sola enfermedad logran aún la mayor parte de los euros sanitarios
internacionales, porque salvan vidas de manera más tangible e inmediata.

Hay programas innovadores que han proporcionado datos claros sobre los costes
económicos globales de las enfermedades. El proyecto Global
Burden of Disease
(Carga Global de las Enfermedades), por ejemplo, patrocinado por el
Banco Mundial y la OMS, mide el impacto socioeconómico global de la
muerte prematura, así como los factores y comportamientos de riesgo
de determinadas enfermedades. Los primeros hallazgos de la Comisión
sobre Macroeconomía y Salud, presentada por la OMS en 2000, demostraron
que las inversiones relacionadas con la salud tienen un impacto positivo sobre
el desarrollo económico y la equidad en los países en desarrollo.

Gracias en parte a estos programas, la situación sanitaria global está ahora
entre los intereses del Foro Económico Mundial, de las cumbres del Grupo
de los Ocho, de la Ronda de Doha de la OMC y entre los Objetivos de Desarrollo
del Milenio de Naciones Unidas.

Pero ¿han influido realmente estos proyectos en las prioridades legislativas
y de financiación a largo plazo? La respuesta, lamentablemente, es que
no. Aunque se supone que priorizar los resultados demostrables a corto plazo
debería animar a los donantes a invertir en cobertura sanitaria integral,
Yach observa que la historia prueba que esta lógica es falsa. El programa
de erradicación de la viruela de los 70 fue un éxito global,
pero los recursos invertidos hicieron poco por reforzar o desarrollar la atención
primaria. La mejor parte de los recursos va aún a parar a enfermedades
urgentes, que acaparan titulares, como el bioterrorismo o las enfermedades
infecciosas. Mientras, muchos países en desarrollo carecen de la capacidad
para tratar las enfermedades más sencillas, para las que hay vacuna,
como el sarampión, y enfermedades crónicas como las coronarias,
el cáncer y la diabetes, que están sustituyendo rápidamente
a las infecciones como mayor amenaza sanitaria.

Negligencia crónica: un niño enfermo descansa en un hospital de la República Democrática del Congo.
Negligencia crónica:
un niño enfermo descansa
en un hospital de la República Democrática del Congo.

Los colaboradores de Development, como el antiguo científico de la
OMS Sócrates Litsios, sostienen que ha llegado la hora de revitalizar
la visión presentada en la Declaración de Alma-Ata de la Conferencia
Internacional de Atención Sanitaria Primaria de 1978, en la que se adoptó el
eslogan Salud para todos en el año 2000. Yach reclama un Fondo Mundial
para la Atención Primaria comparable al Fondo Mundial para la lucha
contra el sida, la tuberculosis y la malaria establecido en 2001.

La idea de integrar la atención sanitaria primaria en los programas
de desarrollo de las comunidades despertará los recelos de ONGs y gobiernos,
que a menudo actúan como propietarios con respecto a los proyectos de
desarrollo. El reto reside en acabar con esta guerra de taifas y unificar a
estos agentes. Esta tarea podría llevarse a cabo adoptando una Constitución
para la equidad sanitaria global
, un documento vinculante firmado por todos
los agentes, que sirviera de brújula. Bajo los auspicios de la OMS,
los agentes involucrados en la salud global se encargarían de redactar
la constitución, definir sus objetivos, identificar los mecanismos de
responsabilidad y determinar las consecuencias de su incumplimiento. Una declaración
explícita de prioridades de este tipo es necesaria para asegurar que
ninguna niña de tres años muera por falta de cinco céntimos
en medicinas.

Sin embargo, se necesita con urgencia un cambio radical y un incremento de
los recursos financieros para pasar a la acción. Aunque la inversión
internacional en salud ascendió a unos 6.500 millones de euros en 2002,
EE UU gasta unos 4.000 millones de euros al mes en las guerras de Irak y Afganistán.
En lugar de tratar los síntomas de los sistemas sanitarios fallidos
invirtiendo sólo en políticas a corto plazo, se necesitan inversiones
a más largo plazo en infraestructura sanitaria pública. Si no,
la humanidad corre el riesgo de repetir la misma trayectoria con la próxima
pandemia global.

ENSAYOS, ARGUMENTOS Y OPINIONES DE TODO EL PLANETA

André-Jacques
Neusy

Development, Vol. 47,
nº 2, junio 2004, Londres

Alas clínicas especializadas en sida de Kinshasa, capital de la República
Democrática del Congo, hoy no les faltan herramientas básicas
como esterilizadores, vendas y personal especializado, y, sin embargo, estas
necesidades están mal cubiertas en el Hospital General de la ciudad.
Como consecuencia, una niña de tres años que esté muriendo
de neumonía podría no recibir los cinco céntimos de euro
en antibióticos que podrían salvarle la vida.

El panorama se repite en países en desarrollo de todo el mundo: los
miles de millones de euros que se gastan en sanidad se emplean en luchar contra
las pandemias, mientras sigue mal dotada la infraestructura sanitaria que llevó a
la expansión y al alto coste de las epidemias. De este trágico
despropósito trata una serie de artículos sobre la política
sanitaria global que aparecen en un número especial de la revista cuatrimestral
Development, punta de lanza de la Sociedad para el Desarrollo Internacional,
de Roma. Los autores se ocupan de cómo se relacionan –y a menudo
interfieren– los intereses políticos con los problemas sanitarios en áreas como las sociedades mixtas, la política alimentaria
y la planificación familiar. Pero la mayoría describe una situación
en la que los agentes con intereses en la sanidad mundial –agencias internacionales,
gobiernos, industrias, académicos y grupos de presión– pelean
por los fondos para sus proyectos sin preocuparse más que de las prioridades
de sus organizaciones.

Se gastan miles de millones
de euros en combatir las pandemias, pero no se mejora la infraestructura
sanitaria que contribuyó al gran coste y expansión de las
epidemias

En su editorial, Derek Yach, catedrático de Salud Pública de
la Universidad de Yale (EE UU), sostiene que la presión para producir
resultados rápidos y efectivos a bajo coste a menudo deja de lado programas
con objetivos integrales a largo plazo. Los programas específicos contra
una sola enfermedad logran aún la mayor parte de los euros sanitarios
internacionales, porque salvan vidas de manera más tangible e inmediata.

Hay programas innovadores que han proporcionado datos claros sobre los costes
económicos globales de las enfermedades. El proyecto Global
Burden of Disease
(Carga Global de las Enfermedades), por ejemplo, patrocinado por el
Banco Mundial y la OMS, mide el impacto socioeconómico global de la
muerte prematura, así como los factores y comportamientos de riesgo
de determinadas enfermedades. Los primeros hallazgos de la Comisión
sobre Macroeconomía y Salud, presentada por la OMS en 2000, demostraron
que las inversiones relacionadas con la salud tienen un impacto positivo sobre
el desarrollo económico y la equidad en los países en desarrollo.

Gracias en parte a estos programas, la situación sanitaria global está ahora
entre los intereses del Foro Económico Mundial, de las cumbres del Grupo
de los Ocho, de la Ronda de Doha de la OMC y entre los Objetivos de Desarrollo
del Milenio de Naciones Unidas.

Pero ¿han influido realmente estos proyectos en las prioridades legislativas
y de financiación a largo plazo? La respuesta, lamentablemente, es que
no. Aunque se supone que priorizar los resultados demostrables a corto plazo
debería animar a los donantes a invertir en cobertura sanitaria integral,
Yach observa que la historia prueba que esta lógica es falsa. El programa
de erradicación de la viruela de los 70 fue un éxito global,
pero los recursos invertidos hicieron poco por reforzar o desarrollar la atención
primaria. La mejor parte de los recursos va aún a parar a enfermedades
urgentes, que acaparan titulares, como el bioterrorismo o las enfermedades
infecciosas. Mientras, muchos países en desarrollo carecen de la capacidad
para tratar las enfermedades más sencillas, para las que hay vacuna,
como el sarampión, y enfermedades crónicas como las coronarias,
el cáncer y la diabetes, que están sustituyendo rápidamente
a las infecciones como mayor amenaza sanitaria.

Negligencia crónica: un niño enfermo descansa en un hospital de la República Democrática del Congo.
Negligencia crónica:
un niño enfermo descansa
en un hospital de la República Democrática del Congo.

Los colaboradores de Development, como el antiguo científico de la
OMS Sócrates Litsios, sostienen que ha llegado la hora de revitalizar
la visión presentada en la Declaración de Alma-Ata de la Conferencia
Internacional de Atención Sanitaria Primaria de 1978, en la que se adoptó el
eslogan Salud para todos en el año 2000. Yach reclama un Fondo Mundial
para la Atención Primaria comparable al Fondo Mundial para la lucha
contra el sida, la tuberculosis y la malaria establecido en 2001.

La idea de integrar la atención sanitaria primaria en los programas
de desarrollo de las comunidades despertará los recelos de ONGs y gobiernos,
que a menudo actúan como propietarios con respecto a los proyectos de
desarrollo. El reto reside en acabar con esta guerra de taifas y unificar a
estos agentes. Esta tarea podría llevarse a cabo adoptando una Constitución
para la equidad sanitaria global
, un documento vinculante firmado por todos
los agentes, que sirviera de brújula. Bajo los auspicios de la OMS,
los agentes involucrados en la salud global se encargarían de redactar
la constitución, definir sus objetivos, identificar los mecanismos de
responsabilidad y determinar las consecuencias de su incumplimiento. Una declaración
explícita de prioridades de este tipo es necesaria para asegurar que
ninguna niña de tres años muera por falta de cinco céntimos
en medicinas.

Sin embargo, se necesita con urgencia un cambio radical y un incremento de
los recursos financieros para pasar a la acción. Aunque la inversión
internacional en salud ascendió a unos 6.500 millones de euros en 2002,
EE UU gasta unos 4.000 millones de euros al mes en las guerras de Irak y Afganistán.
En lugar de tratar los síntomas de los sistemas sanitarios fallidos
invirtiendo sólo en políticas a corto plazo, se necesitan inversiones
a más largo plazo en infraestructura sanitaria pública. Si no,
la humanidad corre el riesgo de repetir la misma trayectoria con la próxima
pandemia global.

André-Jacques Neusy es director y
fundador del Centro para la Salud Global de la Universidad de Nueva York y
presidente del Consorcio Internacional para la Educación Médico-Sanitaria.