A: Ganador del 9-M
DE: Andrés Ortega
RE: Afírmese
FECHA: 10 de marzo de 2008

 

Sea osado en política exterior

Construya sobre lo que ya se ha conseguido. Después, atrévase a lanzar sus nuevas propuestas y, sobre todo, manténgalas.

Enhorabuena por su victoria. Debe prepararse para lo imprevisible, pero empiece a planear lo previsible. La política exterior, por diversas razones, no ha brillado durante los pasados cuatro años, en los que no pareció ser (importa poco que la percepción fuera fundada o no) una de las prioridades del presidente del Gobierno, más volcado en las cosas de casa. Y cuando falla el input presidencial, en nuestros tiempos falla mucho. No se duerma, presidente. Sea osado. En esta legislatura habrá ocasiones para hacer una política exterior firme y clara. El próximo enero, EE UU estrenará presidente. Nicolas Sarkozy, en Francia, no para de lanzar iniciativas. No se limite a rechazarlas ni a secundarlas; lance las suyas. Eso sí, no repita el error que se cometió en la anterior legislatura: anunciarlas sin tenerlas bien atadas. Las estrategias se diseñan para ejecutarlas, no para contarlas. Aunque también debe saber explicar la política exterior a una ciudadanía más interesada. Ése fue un gran error de José María Aznar, quien no sólo se equivocó de guerra sino que llevó a cabo una política exterior que la opinión pública no siguió, sin pedagogía alguna.

Busque el consenso, pero no se obsesione con él. Es una ilusión en política exterior que rara vez se ha dado en la democracia española, salvo en lo referente a Europa, y aún. La non nata Constitución Europea supuso una ocasión de consenso; poco más. Ahora bien, un país mediano no puede permitirse proponer iniciativas y luego abandonarlas. Construya sobre lo ya conseguido. Acumule.

Reforme el aparato exterior mucho más allá de lo hecho en la última legislatura. Como ocurre con la guerra y los militares, la política exterior es una cosa demasiado seria para dejarla en manos de los diplomáticos. En nuestros días, supera con creces el ámbito del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, aunque éste debe seguir siendo central y está harto necesitado de una reforma profunda que sólo puede llegar al principio de la legislatura. Más tarde no quedará energía política suficiente, pues no da réditos visibles.

 

Reciprocidad en los gestos

 

El 4 de noviembre habrá elecciones en Estados Unidos. Contenga las expectativas de un cambio sustancial en la política exterior americana, entre otras razones porque la actual Administración, la de Bush, ya ha cambiado el activismo neocon por un mayor grado de realismo. El próximo equipo de la Casa Blanca seguirá sin saber muy bien cómo salir de Irak. Buscará un mayor multilateralismo, pero ante todo seguirá siendo la mayor potencia militar, económica y cultural del mundo y lo que Madeleine Albright llamó “la nación indispensable”, aunque ya no sea el único Estado imprescindible en el mundo.

No espere a noviembre. Con los resultados de las primarias iniciales y del megamartes del 5 de febrero en la mano, a 10 de marzo ya está bastante claro quiénes se pueden enfrentar en el sprint final. No lo apueste todo a la carta demócrata. Aunque hoy por hoy es más probable que gane un demócrata que un republicano, ponga huevos en ambas cestas. Refuerce la Embajada de España en Washington: envíe delegaciones a hablar con los asesores de los dos candidatos y prepare el camino para que después pueda pisar sobre terreno abonado.

Tendrá que ver al nuevo comandante en jefe y ese encuentro debe dejar claro que España es aliado, y no subordinado. En la última legislatura, el presidente del Gobierno español demostró que podía vivir sin Bush (que no comprendió la salida de Irak y, menos aún, la forma en que se hizo). Ahora debe mostrar que prefiere vivir en buen diálogo con el nuevo presidente de EE UU.

Washington medirá a España sobre todo con la vara de Afganistán, donde Madrid ha cooperado, pero arrastrando los pies. Puede que EE UU, entre otros países, le pida más soldados. El Gobierno de España no tiene que convencerse (aunque los españoles sí) de lo que está en juego en el antiguo feudo talibán (entre otras cosas, el futuro de la OTAN). Aunque tenga que enviar más tropas, tiene que hacer entender a todos los implicados que no hay salida militar. Cuando esto se haya asumido –y cuando se admita que los talibanes son parte del problema pero también de la solución, como han comprendido norteamericanos y británicos– podrá empezar a mejorarse la realidad en la zona.

Aproveche la posibilidad de entendimiento transatlántico que ha abierto la nueva actitud de Francia, que quiere acercarse a la OTAN con su posible retorno a la estructura militar y un nuevo impulso a la política exterior, de seguridad y defensa común de la UE y un cierto encuentro entre ambas. Si es así –y no está garantizado–, España tiene que estar ahí y contribuir a europeizar la OTAN. Fortalezca las Fuerzas Armadas si quiere que Madrid pese en cualquier nuevo arreglo militar entre ambos lados del Atlántico. Todo el mundo sabe que hay que hacerlo y pocos lo dicen, porque es impopular. Quien pertenece a una organización de carácter militar sin tener la estatura suficiente tiene que limitarse a seguir órdenes. Los servicios de inteligencia hoy son tan importantes como el Ejército –si no más–, pero de eso se habla también poco. Demande más comprensión de su importancia y a ellos exíjales más calidad.

Hay posibilidad de entendimiento con Washington en algunos asuntos, como Oriente Medio, y de desencuentros en otros como Cuba. En sus relaciones con la isla, continúe la línea marcada en los últimos años, no en la época Aznar. Se avecinan momentos de cambio y Madrid debe tener capacidad de interlocución con el actual régimen y con el siguiente. Escuche al establishment castrista y a la disidencia que no llega a oposición. Es un buen momento para que en La Habana hagan más caso a España, dada la debilidad (aunque sea transitoria) demostrada por Chávez al perder el referéndum constitucional. No se equivoque. No todos los cubanos, ni siquiera los progubernamentales, quieren meterse de lleno en una nueva dependencia, aunque la economía cubana necesite del petróleo venezolano a precios abordables. Con los actuales, no sobreviviría.

 

AMÉRICA LATINA Y LOS BICENTENARIOS
Las relaciones con América Latina andan algo complicadas. A diferencia de otras épocas, hoy Madrid debe combinar unas relaciones históricas y culturales muy reales y de alcance general con unos intereses económicos muy concretos, de gran valor y con manifestaciones distintas según los países latinoamericanos. Por eso, señor presidente, no tiene que ver la relación España-América Latina en términos generales (como en la época en que no teníamos intereses concretos allí), sino como conjunto de relaciones bilaterales (unas armónicas y otras menos) compatibles con la existencia de la comunidad iberoaméricana.

Además, hay proyectos latinoamericanos diversos (el de México, puente entre América Latina y EE UU; el de Brasil, centro de gravedad del continente, y el de Chávez) y hay países que no saben dónde meterse. Madrid no puede decir: “Éste me gusta y éste no me gusta”, y menos aún pretender que lo digan las Cumbres Iberoamericanas. Puede y debe decir a cada Estado lo que le resulta aceptable en la relación bilateral y cuidar de que las Cumbres Iberoamericanas no se vean fracturadas por las diferentes dinámicas de integración. Sitúe a España con finura ante los países que están creando nuevas clases dirigentes. Se acabó tratar con ciertos países llamando a los “amigos”. Y si quiere apostar, hágalo por Brasil, un país que promete aún más con los últimos descubrimientos petrolíferos.

En estos años le tocará lidiar con los bicentenarios de las independencias. Abórdelos como algo positivo para España, mirando al futuro –y no sólo al de las inversiones españolas en América Latina, también en sentido contrario– y sin olvidar nunca la dimensión humana: la de los nuevos inmigrantes en España, pero también la de los emigrados al otro lado del Atlántico.

Tras lo ocurrido con el Rey en la Cumbre Iberoamericana en Santiago de Chile, tiene que repensar un papel para el Monarca en este ámbito, que sea más protocolario y que no le meta en debates políticos. Aproveche su presencia para todo tipo de encuentros informales, no para que intervenga en plenarias. Es decir, expóngalo menos; especialmente cuando puede haber otros dirigentes, además de Chávez, que puedan querer sacar partido en nuevos pulsos con el Rey. Por último, no olvide a China y a otros países asiáticos al pensar en América Latina. Puede haber suficiente base para una nueva triangulación que sirva los intereses de todos. No olvide a China per se cuando, por fin, las grandes empresas españolas ya están invirtiendo allí. Este memorándum se haría interminable si entrásemos en todo. Pero el gigante asiático es clave. En cuanto a Rusia, hay que comprender que está recuperando su orgullo nacional y no cayendo en una nueva guerra fría. Frente a Moscú, España tiene capacidad de interlocución. Utilícela.

 

¡EUROPA!
Con el Tratado de Lisboa, y tras la malograda Constitución, la Unión Europea ha dejado atrás 10 años de debates institucionales. Es una pena que en el camino la UE haya perdido varias plumas, especialmente las más simbólicas. El discurso nacional y soberanista se ha vuelto a imponer en París, en Londres e incluso en Berlín. No espere que Bruselas le saque demasiadas castañas del fuego a España: inmigración ilegal, energía… Algo puede conseguirse, pero no mucho. Europa ya no va a ser la solución, aunque sí marco indispensable. Será el trío formado por Londres, París y Berlín, en la medida en que funcione, el que lleve la voz cantante en la UE, y de la UE fuera de ella. El reto para usted en estos años es unirse a este trío, y no como simple comparsa. Felipe González y Francisco Fernández Ordóñez lo lograron en su día, aunque eran otros tiempos. ¿Por qué no ahora?

Va a tener muchas ocasiones de hacer propuestas, sobre todo durante la presidencia española del Consejo de la UE, en el primer semestre de 2010, que concluirá también con el informe del Grupo de Reflexión sobre el futuro de Europa, presidido por Felipe González. Es una ocasión que usted no debe desperdiciar, aunque el papel de la presidencia pesará menos al estar en vigor el Tratado de Lisboa, que crea la figura de un presidente del Consejo Europeo. Apueste para este cargo por uno de los actuales dirigentes que creen en el proyecto. No por un euroescéptico.

Intente que Javier Solana se convierta en el primer ministro europeo de Asuntos Exteriores, aunque ya no se le llamará así, sino alto representante, como hasta ahora. Impulse los pasos necesarios para que la integración europea se vuelva a convertir en un motor de crecimiento económico. El Proceso de Lisboa, que buscaba hacer de la UE la región de mayor competitividad del mundo y que tanto debe a Blair y a Aznar, ha languidecido. Impulse una nueva metodología que probablemente requerirá mayor integración y no sólo objetivos voluntarios. Le vendrá bien a usted y a España cuando nuestra economía está cambiando de fase.

Le va a tocar la nueva negociación presupuestaria en la Unión, que será muy importante, pues España puede pasar a ser un contribuyente neto, es decir, pagar más de lo que recibe. No es una tragedia, sino reflejo del éxito de la europeización del país. Apueste por europeizar las finanzas de la UE, que deberían basarse en impuestos progresivos europeos, aunque sea una propuesta con pocas posibilidades, dadas las eurorreticencias de británicos y daneses, entre otros. Y, sobre todo, empiece a traducir la pérdida de ingresos en una mayor influencia para las cuestiones que nos interesan. E introduzca en el debate lo que le cuesta al erario español la atención médica a los millones de jubilados comunitarios instalados aquí y por cuyos gastos sólo recibimos una pequeña compensación que no llega al 20% de su coste real.

 

MEDITERRÁNEO
Consolide las relaciones con Sarkozy, para empezar porque va estar en el cargo cinco años –y lo normal será que repita– y París es crucial para acabar con ETA. Sarko aún es una fuerza desconocida. No ha parado de lanzar iniciativas, aunque está aún por ver en qué se traducen. La Unión Mediterránea puede tener futuro, como quedó claro en la reunión de Roma en diciembre, principio de la comunitarización de este proyecto y de simbiosis con el Proceso de Barcelona, que es lo único real que hay. Pero a la vez, debe tomar iniciativas para superar algunas heridas con Marruecos y con Argelia. Vuelva a poner sobre la mesa el puente sobre el Estrecho. No se meta demasiado abiertamente en el tema del Sáhara: como español, siempre estará mal visto y es un problema de difícil solución. Si hace algo, que sea con discreción.

 

La política exterior influye en la interior

 

Piense que muchos países de la cuenca Sur del Mediterráneo están lanzándose a programas de desarrollo de centrales nucleares. Queramos o no, vamos a estar rodeados por el Norte, Sur y Este de países que han tomado la opción nuclear. ¿Tiene sentido que España siga manteniendo una moratoria? En todo caso, esta proliferación de energía nuclear civil puede despertar un nuevo temor a otra proliferación militar. Sea creativo. Apoye la renovación y el fortalecimiento del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares y una autoridad mundial que procese el uranio y otros materiales susceptibles de ser utilizados para fabricar la bomba.

En cuanto a África, construya sobre lo realizado en los últimos cuatro años, en los que –de la mano de la lucha contra la inmigración ilegal– se ha desarrollado por vez primera una política hacia el África subsahariana que no es neocolonial, que va más allá de nuestro problema psicosomático con Guinea Ecuatorial y que ha recibido el aplauso de dirigentes de la zona, como el presidente de Senegal, Abdulaye Wade. África está ganando importancia y cada vez necesita menos a Europa, dado el interés de China y EE UU en estrechar lazos con una zona clave para las materias primas.

 

ISLAM Y ALIANZA DE CIVILIZACIONES
Como digo: acumule. España no puede permitirse lanzar proyectos al viento y luego abandonarlos. Una vez se trató de la Alianza de Democracias, que con Aznar no despegó; y después de la Alianza de Civilizaciones que, pese al escepticismo inicial, se ha convertido ya en un programa de Naciones Unidas. Construya sobre él y también busque el acercamiento necesario con otras iniciativas similares que han surgido de Irán o de Malaisia. Y tenga presente el conflicto entre Israel y Palestina. Si ve que el proceso de Annapolis no funciona, prepare nuevas iniciativas. Eso no bastará para derrotar al terrorismo islamista, pero no lo alimentará.

Recupere también la centralidad de algunos valores, como la defensa de los derechos humanos en la política exterior. No todo puede ser puro realismo. Ahora que regresa con fuerza la escuela realista en la política exterior de EE UU, añádale algo y hable de “realismo progresista”, si es usted ZP, o de “realismo con valores”, si es Rajoy. No se crea eso de que exportar la democracia va a ser bien recibido fuera. Acuérdese del profético aviso de Robespierre en 1792, dos años antes de ser guillotinado, sobre los peligros de expandir la libertad por la fuerza de las armas. Y siga construyendo la política de ayuda al desarrollo y cooperación, que ha crecido sobremanera en los últimos años. Exija calidad y establezca las prioridades adecuadas. Un consejo: estos fondos han crecido mucho más rápidamente que los controles sobre ellos. Refuércelos, si no quiere llevarse un disgusto. Y refuerce la dimensión cultural de toda la política exterior. El poder blando a veces puede pesar tanto o más que el duro.

¿Quiere España estar entre los que cuentan? Señor presidente, dé un paso y demuestre que apuesta por la política exterior. Fuera puede conseguir muchas cosas para dentro, y viceversa. Otorgue rango de vicepresidente, con capacidad de coordinación y de unidad de acción, al ministro de Asuntos Exteriores. Y, sobre todo, no se canse de explicar la política exterior. Haga mucha más diplomacia pública. La palabra tiene que triunfar tanto como la acción en esta materia. Lo busque o no, el papel del presidente del Gobierno es central en la política exterior. Parta de esta premisa.