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Barack Obama tiene que repensar la forma en que trata de atraerse al mundo musulmán. Después de la promesa que formuló en su trascendental discurso de El Cairo en junio de 2009, su Administración no se ha centrado en ninguna iniciativa seria y ha caído en la trampa del servilismo con los musulmanes de un modo que entra en conflicto con los valores esenciales de EE UU. El mensaje religioso debe ser el de la tolerancia, punto final. Celebrar una cena de iftar (ruptura del ayuno al finalizar) el ramadán, en la sala Benjamin Franklin del Departamento de Estado, un ritual impostado que ya existía antes de la Administración Obama, es particularmente problemático. Los espacios públicos deberían rendir homenaje a virtudes cívicas seculares. Las buenas intenciones se han convertido en un obstáculo para el sentido común y los valores del país.

A Obama le iría mejor obviando el simbolismo y trabajando para mejorar la eficacia de los Estados de Oriente Medio a la hora de proporcionar servicios y de ampliar la participación de los ciudadanos en la política pública. El caso de Egipto y sus próximas elecciones presidenciales es un buen punto de comienzo. La Casa Blanca debe intentar asegurar que la contienda de 2011 sea justa y legítima, por el bien de Egipto y por el de EE UU. Pero el buen trabajo con los activistas de base necesita complementarse con una actitud pública más agresiva e incluso con medidas severas cuando los gobiernos no realizan las más básicas reformas democráticas.

Al final, el mejor modo de contribuir al legado de Obama a las relaciones de EE UU con el mundo musulmán serían: el fortalecimiento de las instituciones públicas, la promoción de los valores y las prácticas democráticas y la defensa pública ante las injusticias, aunque se cometan en países que oficialmente son amigos de Washington.