Geert Wilders, Marine Le Pen, Nigel Farage, Beppe Grillo, Viktor Orbán y, por supuesto, Donald Trump. Estos son algunos de los protagonistas de una agenda internacional en la que se suceden las convulsiones políticas. Escenarios propios de la política-ficción hasta hace poco -como tener a una ultraderechista xenófoba y euroescéptica presidiendo la República Francesa- son hoy, tras el Brexit y la elección de un estrafalario agitador al frente de la primera potencia mundial, una posibilidad que nadie se atreve a descartar.

El auge del populismo es uno de los ejes explicativos del cambio de paradigma internacional al que estamos asistiendo. Se trata, no obstante, de un fenómeno controvertido: ¿nos encontramos ante una ideología con rasgos propios y definidos o ante una estrategia discursiva que reduce la política a la lucha del pueblo virtuoso contra una élite corrupta? En cualquiera de los casos, los populismos de nuevo cuño están alterando consensos de fondo surgidos tras la Segunda Guerra Mundial y ponen de manifiesto la precipitación de Fukuyama al declarar el fin de la Historia en la última década del siglo pasado. En los últimos años se detecta un cambio en los sistemas de partidos europeos por el cual el tradicional cleavage izquierda-derecha estaría dando paso a una fractura entre los defensores del sistema liberal y quienes buscan su impugnación global. Un elemento común al Frente Nacional, Podemos, Syriza, UKIP o el Movimiento 5 Estrellas, por citar algunos ejemplos, es su carácter de partidos “anti-establishment” críticos con el modelo representativo sobre el que se sustenta la democracia liberal. En el enfoque conceptual del populismo, los partidos y la “casta política” son un lastre a superar a través de fórmulas de democracia directa como los referéndums y la teledemocracia en sus distintas variantes.

La crisis económica iniciada en 2008 constituye un factor necesario pero no suficiente para explicar este fenómeno. Ello porque el populismo no solo ha arraigado en los países de la Europa del Sur más afectados por la recesión, sino también en Holanda, Francia, Austria, Alemania o Reino Unido, donde el impacto social de la crisis ha sido mucho menor o incluso inexistente. Lo mismo cabe decir de EE.UU, donde Obama deja una economía en crecimiento en manos de un Trump que, al margen de toda evidencia empírica, dibujó un escenario apocalíptico en su carrera a la Casa Blanca. En este sentido, la crisis ha funcionado en el mundo occidental como detonante de un malestar de fondo ligado a las incertidumbres económicas pero también culturales provocadas por la globalización. El miedo al futuro se está traduciendo en un repliegue hacia la identidad nacional como un elemento de estabilidad y cohesión. Al mismo tiempo, un porcentaje considerable de trabajadores de cuello azul que solían optar por partidos de izquierda -más o menos moderada- están cambiando su voto en favor de fuerzas antisistema con características propias en cada país. El resultado es el hundimiento de la socialdemocracia y una polarización política que augura un periodo de gran inestabilidad en los países donde los partidos antisistema han arraigado con mayor fuerza.

La Unión Europea es otra víctima de la ola populista. El alivio que para los europeístas han supuesto los resultados en las presidenciales austriacas de diciembre de 2016 y las legislativas holandesas en marzo de este año no debería ocultar que, incluso sin alcanzar el gobierno, los populistas triunfan cuando consiguen monopolizar la agenda política obligando a sus rivales a endurecer sus discursos para no perder apoyo popular. Así, el debate político en EE.UU y en Europa gira cada vez menos en torno a cuestiones de justicia social y redistribución económica para focalizarse en asuntos como la inmigración, la integración de las minorías étnicas y la identidad nacional. Los niveles de islamofobia en los procesos electorales desarrollados entre 2016 y 2017 no tienen parangón y abonan las tesis del Choque de Civilizaciones como una profecía autocumplida. El problema no radica en abordar estos asuntos, sino en hacerlo desde un nuevo modelo de comunicación política en donde el info-tainment y la búsqueda del espectáculo termina banalizando el debate público y reforzando, a través de las redes sociales, las posiciones más sectarias presentes en una sociedad abierta.

Estos y otros temas son analizados en el ciclo de seminarios ¿Un cambio en el paradigma internacional? que, organizado a lo largo de 2017 por el Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas ICAI-ICADE, examina las claves de la política internacional y los elementos de cambio y continuidad presentes en este convulso inicio de siglo.

Carlos Rico. Politólogo y profesor de Relaciones Internacionales de Comillas ICAI-ICADE

Con el apoyo de la Universidad Pontificia Comillas ICAI-ICADE