¿Pueden convivir el milagro económico y las desigualdades sociales? Las jóvenes sociedades de los países emergentes podrían no tolerarlo.

 










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Tiempo lleva discutiéndose sobre la sostenibilidad de ciertas contradicciones que alberga la economía de Brasil como país emergente, y se habían pronosticado un pinchazo de algunas burbujas para después de los eventos mundiales deportivos que tendrán lugar en el gigante latinoamericano, pero no antes como parece que empieza a producirse.

Brasil está inflando de forma espectacular dos burbujas, la crediticia y la inmobiliaria. En Río de Janeiro los precios de la vivienda son desorbitantes, prohibitivos y agrandan aún más las diferencias sociales. Y la facilidad con que se está dando el crédito nos trae al recuerdo los años del dinero fácil en España.

El estallido social ha surgido a consecuencia de la elevada inflación que viene castigando de hace tiempo al consumo de la población, que sufre abismales diferencias de renta a causa de las marcadas desigualdades sociales que aún persisten. Estas circunstancias hacen que las clases sociales de baja renta no puedan permitirse ni desplazarse en autobús ni comprar alimentos básicos, que están al alza pero que, por otro lado, no son servicios de calidad. La enorme disparidad entre salario mínimo y aumento de precios básicos es clave. Y tras ello entramos en la segunda parte de las razones por las que estalla Brasil socialmente. El perfil sociológico de los manifestantes, estudiantes universitarios entre la veintena y treintena que aspiran a mejores condiciones de vida, y sobre todo que han nacido y crecido en democracia a diferencia de las generaciones mayores, nos marca el perfil de unas exigencias de mejoras democráticas y de vida frente a los que participaron en las protestas de los 80. La cuestión era hasta cuándo Brasil iba a contener esa brecha que tiene entre su crecimiento macroeconómico y sus servicios e infraestructuras mediocres, su falta de inclusión social, de competitividad en los servicios públicos (de los que el transporte es uno de los más clamorosos ejemplos de disfuncionalidad y no acorde con su estatus de potencia mundial, que condiciona bastante la vida de la gente).

Mientras Brasil no se abra a la competencia exterior y siga tan excesivamente proteccionista y ensimismado, tanto con su mano de obra (necesitada de cualificación, pero existen muchas trabas a la inmigración) y con su política comercial (cerrada a cal y canto contra las importaciones del exterior hasta el punto de que la mayoría de ventas en el país son de productos brasileños de mala calidad, mientras que deben pagarse elevados precios por los productos del exterior debido a su política de aranceles), no avanzará ni será capaz de aportar servicios de calidad. En las relaciones internacionales anda demasiado encerrado en el marchito Mercosur, muy dependiente de la ya frágil situación económica de Venezuela, agotada en su modelo, y no podrá desarrollarse como potencia con esa ...