La identidad estratégica europea dependerá de lo que suceda en el Pacífico.

 

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El primer ministro chino, Li Keqiang, junto al El presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, en Bruselas.

 

¿Los europeos pueden permitirse el lujo de ignorar las tensiones en la región de Asia-Pacífico? En Europa, muchos dicen que, con la crisis económica y el giro de Estados Unidos hacia Asia, los agobiados Estados miembros de la UE deberían limitar su actividad estratégica a los problemas de las regiones vecinas. Si la Unión consigue controlar la situación en el norte de África y servir de contrapeso a Rusia en Ucrania, sus relaciones multilaterales y transatlánticas se revitalizarán. La conclusión implícita es que Europa puede permanecer inmune a los acontecimientos estratégicos en Asia, donde debe limitarse casi por completo a defender sus intereses económicos.

Pero la idea de que la UE puede convertirse en actor estratégico en las regiones vecinas y mantenerse al margen de los asuntos estratégicos en Asia-Pacífico, el nuevo eje de la política internacional, se basa en dos errores. El primero es creer que la relación de Europa con Estados Unidos no va a verse afectada por la nueva rivalidad estratégica entre Washington y Pekín. El segundo es suponer que esa rivalidad estratégica, desde el punto de vista geográfico, va a circunscribirse a Asia. China tiene una influencia cada vez mayor en zonas mucho más próximas.
La rivalidad estratégica entre el gigante asiático y EE UU podría muy bien desembocar en un enfrentamiento, aunque, dada la interdependencia de los dos países, ambos están dispuestos a evitarlo. Es muy poco probable que dicho enfrentamiento implicara una participación directa de Europa, pese a que Francia insiste en que va a mantener un papel militar en la región de Asia-Pacífico y es de suponer que el Reino Unido tendría una participación indirecta en cualquier conflicto en el que participe Estados Unidos, debido a los acuerdos para compartir informaciones entre sus respectivos servicios de inteligencia. Pero, como sostiene el experto Daniel Keohane, la reacción europea más habitual ante el desarrollo militar de China en el último decenio y el aumento de las tensiones en el Pacífico en los últimos años ha sido la apatía, “en parte porque los europeos tienden a buscar mercados, y no enemigos, en Asia oriental”.

Si hubiera un enfrentamiento entre China y Estados Unidos, por ejemplo en el Mar del Sur de China, sería casi imposible que los países europeos no adoptasen alguna postura política. La creciente dependencia económica europea de China -en especial la “relación especial” que está aflorando entre Pekín y Berlín- podría poner en peligro la coordinación transatlántica durante un choque de ese tipo. Aunque es difícil imaginar que, llegado el caso, los europeos tomaran verdaderamente partido por Pekín, desde luego es verosímil que la Unión se dividiera sobre la reacción conveniente o adaptara una postura de nerviosa neutralidad. En cualquier caso, Estados Unidos vería las vacilaciones europeas como una profunda traición.

Pekín también podría enviar a Europa varias señales políticas muy claras. El peso mundial de China ha crecido de forma increíble durante los últimos años, y sus decisiones políticas ya no afectan solo a su región sino a todos los temas y todas las regiones, desde África hasta Oriente Medio. El gigante asiático ha ofrecido ayuda económica a muchos Estados, desde Bielorrusia hasta la República Democrática del Congo, y esa ayuda ha sido a menudo perjudicial para los esfuerzos de la UE por promover la estabilidad y el buen gobierno. Por ejemplo, ha respaldado con firmeza a los regímenes de Siria e Irán, una actitud que ha complicado enormemente la labor diplomática europea.

Su influencia se extiende hasta la propia Europa. Como destacaban los expertos François Godement y Jonas Parello-Plesner en 2011, China está “explotando el punto más débil de Europa” con inversiones y compras de activos que están pasando apuros de dinero, como Grecia, Italia, España y Portugal, e incluso el Reino Unido. Ha logrado que en la UE surjan discrepancias por cuestiones comerciales y financieras, como demostró la disputa reciente a propósito de los paneles solares.

Si aumenta la fricción entre Pekín y Washington en Asia, no es probable que China considere Europa como territorio neutral. Lo normal será que coaccione o presione a sus socios y clientes económicos europeos para que obliguen a EE UU a retroceder. Aunque Estados y China no lleguen a un enfrentamiento abierto, la Unión daría una imagen de confusión estratégica que, como mínimo, podría impedir que la UE transformase su creciente activismo estratégico en su propia región a una presencia más sólida y constante en el escenario mundial. Es decir, quiera o no quiera Europa, su identidad estratégica va a depender de lo que suceda en Asia.

Por más que los responsables políticos europeos pretendan centrarse en las zonas vecinas y la relación transatlántica, acabarán teniendo que hacer frente, de una u otra forma, a las consecuencias del aumento de las tensiones en Asia. Es de suponer que Estados Unidos va a tener cada vez más en cuenta la actitud de sus socios estratégicos, incluidos sus aliados occidentales de toda la vida, respecto a China; y Pekín puede utilizar su peso económico en Europa para limitar la capacidad de maniobra de la UE en caso de crisis. Por tanto, las decisiones estratégicas más difíciles para Europa serán, entre otras, cómo tratar con Pekín y cómo encontrar el equilibrio en sus relaciones con China y Estados Unidos. Incluso aunque la UE decida mantener una postura deliberadamente localista y niegue cualquier ambición estratégica en Asia, seguirá siendo vulnerable a las consecuencias de la política de las grandes potencias en el Pacífico.

 

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