Una entrevista con Jody Williams y Susana Malcorra. 

Augusto Lopez-Claros: Gracias, Susana y Jody, por aceptar esta entrevista. En los próximos años habrá un momento, cuando se jubile Antonio Guterres —el actual Secretario General (SG) de Naciones Unidas—, en el que la ONU buscará un nuevo líder, el décimo SG desde que el diplomático noruego Trygve Lie asumió el cargo a principios de 1946. Como saben, los nueve que ha habido en los 78 años de historia de la organización han sido hombres: cuatro europeos, dos asiáticos, dos africanos y un latinoamericano.

En 2016, hasta que por fin se nombró al señor Guterres, hubo varias candidatas firmes para el puesto, incluida usted, Susana, junto con Helen Clark, ex primera ministra de Nueva Zelanda, e Irina Bokova, directora general de la UNESCO. En el Foro de Gobernanza Global creemos que ha llegado el momento de romper con la tradición y elegir a una mujer, y el objetivo de esta entrevista es explicar por qué esto va mucho más allá del mero simbolismo y, de hecho, tiene una importancia fundamental para el futuro de la ONU. Jody, permítame empezar por usted. Los tres participamos hace poco en una mesa redonda celebrada en una de las principales universidades españolas (Rethinking Global Affairs to Confront Global Challenges). Hablamos de algunos de los problemas cruciales que afronta hoy el mundo y de que el próximo Secretario General de la ONU tendrá que hacerles frente en los próximos años, tras la jubilación de Antonio Guterres. De los problemas que nos aguardan, ¿cuáles le parecen más importantes?

Jody Williams: Antes de pasar a otras cuestiones importantes que nos preocupan a todos, la propia pregunta ejemplifica una de las más importantes. Nombrar, por fin, a una mujer secretaria general de la ONU sería un paso más para derribar el mito de que son los hombres quienes están hechos para dirigir el mundo, no las mujeres.  Acabar con estos mitos, a veces, puede parecer una tarea de Sísifo, pero podemos y debemos esforzarnos más para acabar con la discriminación de género.

Otros tres grandes problemas serían la aceleración del cambio climático; el desmoronamiento de nuestro orden nuclear a medida que continúa el deseo implacable de aunar la inteligencia artificial con sistemas de armamento capaces de tomar decisiones sobre objetivos y órdenes de matar por sí solos, sin impedimentos humanos; y, por último, el espectacular aumento de la brecha entre ricos y pobres en el mundo, con sus repercusiones para las mujeres en particular.

La publicación, el 20 de marzo, del último informe de la ONU sobre el clima no deja lugar a dudas de que nos encontramos en un momento crítico en el cambio climático ni sobre sus nefastas consecuencias. Si no tomamos ya medidas serias y concertadas, los seres humanos destruiremos nuestro entorno físico, lo que desestabilizará nuestras economías y socavará nuestro orden político y social.  Las consecuencias que tiene lo uno sobre lo otro son muy visibles. En definitiva, el cambio climático es una crisis social, económica y política que debemos abordar.

En su Revisión del año nuclear 2022, The Bulletin of the Atomic Scientists afirmó que el orden nuclear mundial estaba “en ruinas”. En todo el año no hubo avances significativos en los intentos de desarme nuclear ni en la no proliferación; y este año, días antes de que se cumpliera el aniversario desde la invasión de Ucrania emprendida por él el 24 de febrero de 2022, Putin anunció que Rusia suspendía su participación en el nuevo tratado de control de armas nucleares START. El anuncio fue, en palabras del Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, el último clavo en el ataúd de la estructura del control de armas.

Cuando pensábamos que nuestro ensangrentado siglo XX había quedado atrás, las principales potencias nucleares, en contra del espíritu y la letra del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), están ampliando y modernizando sus arsenales (con un coste anual de más de 82.000 millones de dólares solo en 2021). En mi opinión, la crisis climática y la ruptura del orden nuclear mundial son las dos amenazas existenciales más terribles a las que se enfrentan la humanidad y todo el planeta.

Por último, tenemos que hacer frente al aumento descontrolado de la desigualdad de rentas en el mundo, que ya estaba en niveles altísimos antes de la pandemia y desde entonces se ha disparado. En 2020, por primera vez en 30 años, presenciamos un retroceso de los avances conseguidos en la disminución de la pobreza extrema en todo el mundo, con consecuencias directas para los miembros más vulnerables y discriminados de la sociedad, es decir, las mujeres y los niños. En países como Irán, por poner uno de los muchos ejemplos posibles, las mujeres se han convertido en ciudadanas de segunda clase, por culpa de quienes tienen el poder y mediante múltiples formas de discriminación consagradas en sus leyes que mantienen esa disparidad.

Es evidente que esta cuestión está vinculada a la de la distribución de rentas, pero constituye también un cuarto problema por derecho propio, porque la vulnerabilidad de las mujeres jóvenes, especialmente, a manos de quienes desean ejercer la violencia contra ellas para conservar su poder es ya una cuestión universal.

Lopez-ClarosSusana, ¿le importaría explicar algo más este último aspecto? ¿Qué importancia tiene, en su opinión, la igualdad de género en relación con los otros asuntos mencionados por Jody? ¿Es un problema tan urgente como el cambio climático, por ejemplo? O ¿es un peligro tan inmediato como la proliferación de armas nucleares? ¿Por qué es más horrible que otras violaciones de los derechos humanos?

Susana Malcorra: En las últimas décadas, hemos presenciado una evolución en nuestra forma de pensar sobre la igualdad de género. En los primeros tiempos de la posguerra, nos fijábamos sobre todo en la idea de que la discriminación de género era una violación de los derechos humanos y civiles. Entendíamos que contradecía de forma directa la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada en 1948 y la Carta de la ONU, un documento refrendado por sus 193 países miembros.

Sin embargo, con los años, nos dimos cuenta de que la discriminación de género tenía una dimensión económica y social muy importante. La productividad —y, por tanto, el crecimiento económico— se resentiría si no se daban a las mujeres y las niñas las mismas oportunidades de educación y progreso. El hecho de que la mitad de la población no disfrutara de toda su capacidad desde el punto de vista económico afectaba al PIB y al crecimiento de éste en todo el mundo. Era necesario eliminar los obstáculos que impedían su participación en el mercado laboral; y surgieron numerosas pruebas empíricas que demostraban que ofrecer a las mujeres oportunidades para contribuir a la economía redundaba en beneficio de la prosperidad de todos.

Al mismo tiempo y a medida que éramos cada vez más conscientes de todo esto, y quizá en parte porque empezamos a comprender los beneficios que suponían para la sociedad que las mujeres tuvieran más oportunidades, empezamos a darnos cuenta de que éstas habían estado muy ausentes de la toma de decisiones políticas; se las había excluido de los llamados pasillos del poder, un fenómeno que también se extendía a los consejos directivos de las empresas que cotizaban en bolsa, incluso en países (por ejemplo, los nórdicos) que habían sido pioneros en la lucha para reducir la brecha de género en muchos otros ámbitos.

En los últimos años, hemos avanzado algo a la hora de facilitar la participación política de las mujeres, pero todavía queda mucho por hacer. En 2021 solo el 21% de todos los cargos ministeriales estaban ocupados por mujeres, el 25% de los escaños en los parlamentos estaban ocupados por mujeres y, lo que es más deprimente, solo el 12% de todos los puestos de primeros ministros y jefes de Estado estaban en manos de mujeres; y es probable que ahora esta cifra sea menor por la reciente salida de Jacinda Ardern en Nueva Zelanda y Magdalena Andersson en Suecia.

Lopez-Claros: Aunque todo esto es cierto, también avanza con gran lentitud. La perspectiva histórica que emplea usted ilustra el papel que desempeña el tiempo en este proceso. Pero, mientras tanto, nos encontramos con problemas candentes como, por ejemplo, la proliferación nuclear y su repercusión en el medio ambiente, para los que se nos está acabando el tiempo y que exigen medidas urgentes. Jody, ¿qué efecto puede tener la igualdad de género sobre la paz y la seguridad en el mundo?

Joven mujer soldado sirve como fuerza de mantenimiento de la paz de la ONU en Skopje, Macedonia. (Getty Images)

Williams: El número cada vez mayor de datos que tenemos en la actualidad deja muy claro el coste que pagamos en la guerra y en la paz por la marginación de las mujeres a la hora de tomar decisiones. El Consejo de Seguridad de la ONU, en su Resolución 1325 de 2000, hizo un llamamiento para “aumentar la participación de la mujer en los niveles decisorios de los procesos de solución de conflictos y de paz” y reconoció que “la plena participación de la mujer en el proceso de paz puede contribuir de manera significativa al mantenimiento y el fomento de la paz y la seguridad internacionales”. Es decir, esta cuestión ocupa un lugar central en el mandato de las Naciones Unidas y he aquí algunos ejemplos de por qué:

1. La gran mayoría de los 20 países con peores puntuaciones en el Índice de Igualdad de Género y Gobernanza del Foro Global de Gobernanza han padecido guerras importantes durante las dos últimas décadas;

2. En los países con mayor presencia de mujeres en el parlamento hay menos violaciones de los derechos humanos y menos casos de torturas, asesinatos y “desaparecidos”; Irán tiene una de las cifras de mujeres en el Parlamento más bajas del mundo;

3. Un análisis de 40 negociaciones de paz en 35 países a lo largo de 20 años aproximadamente demostró que los procesos en los que las mujeres se sentaron a negociar desembocaron en acuerdos, mientras que aquellos en los que no lo hicieron, en general, acabaron fracasando. Además, los acuerdos en los que participaban mujeres tenían una probabilidad mucho mayor de durar más de 15 años que aquellos en los que no estaban presentes;

4. Hay pruebas contundentes de que las organizaciones en cuya dirección —el consejo de administración— hay mujeres son menos proclives a la corrupción y a sufrir escándalos y otros fallos de gobernanza que, a veces, han derivado en crisis financieras con sus correspondientes consecuencias, que a menudo afectan también a la seguridad.

Lopez-Claros: Todo esto contradice los prejuicios que tenemos sobre las mujeres en todo el mundo, ¿verdad?, eso de que son “el vaso más frágil” y el sexo más vulnerable, que tienden a la histeria y no saben qué hacer ante el peligro. Ustedes están diciendo exactamente lo contrario.  Susana, ¿por qué cree que las mujeres pueden ser especialmente aptas para gestionar crisis?

Malcorra: Veamos el ejemplo de la pandemia. Es indudable que fue una crisis, y de dimensiones mundiales. Las mujeres tienden a abordar los problemas de forma más integral y por eso encuentran soluciones polifacéticas a problemas complejos. No puedo decir cómo lo afrontaron las mujeres a ese nivel, pero sí disponemos de datos interesantes sobre la gestión de la COVID en cada país, a escala nacional, durante el periodo 2020-2021. Algunos investigadores han hecho una lista de los países en los que la pandemia se gestionó con eficacia, se respetó como es debido la opinión de los expertos, el gobierno mantuvo bien informada a la población y actuó, en términos generales, con sensibilidad y responsabilidad. Y, sorpresa, sorpresa, resulta que en el 40% de esos países gobernaba una mujer: Nueva Zelanda, Finlandia, Dinamarca, Islandia, Singapur y Taiwán. Así que, aunque las mujeres no dirigen más que el 12% de todos los países, este ejemplo puede indicar con qué eficacia podrían dirigir el mundo en cuanto tuvieran alguna oportunidad.

Lopez-Claros: Esto me lleva a la pregunta obvia. ¿Por qué creen que el próximo secretario general debe y puede ser una mujer? Me gustaría que me respondieran las dos.

Malcorra: Se me ocurren varios argumentos:

1. En primer lugar, Naciones Unidas representa a los pueblos. El hecho de que, desde su fundación en 1945, no haya habido ni una sola mujer al frente es otra muestra más de lo mal representados que están los pueblos. Presido una organización llamada GWL Voices que ha analizado 33 instituciones y ha elaborado un Informe en el que se muestra que, desde su creación, las mujeres han dirigido las instituciones analizadas sólo el 12% del tiempo y 13 de ellas (incluida la ONU) nunca han tenido una mujer al frente. En mi opinión, en pleno siglo XXI, eso es totalmente inaceptable.

2. En segundo lugar, sería una forma de manifestar de forma explícita que el Consejo de Seguridad reconoce que las mujeres desempeñan un papel de vital importancia en la consecución y el mantenimiento de la paz y la seguridad en un momento de tensiones mundiales y peligros cada vez mayores y en el que, en el futuro, se pedirá a Naciones Unidas que asuma un papel más visible.

3. En tercer lugar, como dije durante nuestra mesa redonda de enero en Madrid, estamos saliendo de un largo periodo en el que el mundo ha estado dirigido sobre todo por hombres que, siendo benévolas, no lo han hecho demasiado bien, a juzgar por las calamidades que nos rodean.  Así que es difícil que vaya a peor. Las mujeres aportan una perspectiva diferente y tienen una estrategia de “solucionar problemas” ante los problemas. Dejemos que las mujeres tomen las riendas y veamos si pueden hacerlo mejor. Estoy segura de que lo harán.

Williams: Estoy de acuerdo con estos argumentos tan válidos y convincentes de Susana. A ellos añadiría:

4. Si nos fijamos en las grandes organizaciones del sector privado y en los efectos de la presencia de mujeres en los niveles más altos de la toma de decisiones, los estudios demuestran que, cuando hay más mujeres que forman parte de su dirección, suelen estar mejor gestionadas, ser más rentables, tener menos rotación de personal y ser más eficaces en su labor, ya sea producir bienes y servicios o —en el caso examinado en un estudio del FMI— supervisar el sistema bancario y financiero.

5. Además, no estamos hablando solo de señales y símbolos, aunque estos sean importantes. Ninguno de los últimos nueve secretarios generales de la ONU, a veces a pesar de intentarlo con todas sus fuerzas, ha tenido éxito en sus intentos de reforma y modernización. La Carta de las Naciones Unidas nunca ha sido objeto de ninguna enmienda, a pesar de que su artículo 109 abre la puerta a hacer eso precisamente. De manera que, ¿por qué no dar la oportunidad a una candidata cualificada para traer por fin la ONU al siglo XXI? Naciones Unidas tiene que pasar a ser una organización que resuelva problemas, no correr peligro de perder peso en un momento en el que es más crucial que nunca que intervenga en los asuntos mundiales y gestione las crisis tan graves a las que nos enfrentamos hoy en día.

Lopez-Claros: Gracias a las dos por compartir estas interesantes reflexiones. Tienen unos argumentos convincentes. Esperemos que el mundo preste atención.

La entrevista original en inglés está publicada en Global Governance Forum

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia