
Las fuerzas políticas en el país luchan por conseguir el poder, pero lo que es necesario realmente es limitar sus excesos.
A pesar de que falta año y medio para las elecciones federales (junio 2024), en México estamos ya en plena, -aunque ilegal e informal-, campaña electoral. Son tiempos que invitan a la reflexión más profunda sobre el sistema político mexicano, porque el panorama es sombrío. La profunda polarización de la sociedad y la debilidad de los partidos de oposición enfrentan a los ciudadanos, una vez más, a la necesidad de un voto pragmático, sea a favor o en contra de Morena, o más bien, a favor o en contra del presidente Andrés Manuel López Obrador. Para algunos, es una situación cómoda, que les ofrece un sentimiento de claridad moral, sin necesidad de evaluar programas o candidatos. Para la democracia, es una catástrofe, porque la reduce a un acto de elección periódica de una oferta programática inexistente.
Idealmente, los partidos políticos deben representar proyectos nacionales basados en ideologías distintas. En México, el sistema de partidos moderno nace con el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó como partido hegemónico por más de setenta años. No era un partido ideológico, sino el atrapalotodo (catch-all), un partido que afianzó su poder sobre las redes clientelares y un presidencialismo fuerte, acostumbrando a la sociedad a una cultura política paternalista. En cuanto a la oposición real, el Partido de Acción Nacional (PAN), de orientación democristiana, ha sido el más estable y definido. Desde la izquierda, el panorama ha sido mucho más cambiante y fragmentado. Por un lado, el PRI reclamaba ser heredero de la Revolución Mexicana, por ende, de izquierda. Por el otro, los partidos de denominación socialista o comunista fluctuaban entre la legalidad e ilegalidad, sin oportunidad ni capacidad de lograr un apoyo social más amplio. Los partidos de nueva generación, tristemente, no han ampliado la oferta democrática ni ideológica. El Partido Verde Ecologista, fundado a finales de los 80, es un negocio familiar, más que un proyecto político (mucho menos ecologista). El Movimiento Ciudadano, desde finales de los 90, intenta posicionarse como una alternativa socialdemócrata, pero tampoco ha superado su dependencia de los protagonismos personales de Dante Delgado o Enrique Alfaro en Jalisco.
Llama la atención la ausencia del liberalismo como eje ideológico de alguna de las formaciones políticas. Andrés Manuel López Obrador en su proyecto de la Cuarta Transformación (4T) explícitamente retoma la victoria de los liberales sobre los conservadores en el siglo XIX como un evento histórico igualmente importante que la Independencia de México o la Revolución. Benito Juárez, el liberal más célebre de México, es su ídolo personal y político. Pero en su discurso, AMLO no reivindica el liberalismo, aunque sí, constantemente fustiga el conservadurismo. La tradición liberal no arraigó en México, y hoy en día es una ausencia que puede ser fatal para el futuro de la ...
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