La verdadera guerra contra las mujeres está en Oriente Medio.

En Distant View of a Minaret, la fallecida y olvidada escritora egipcia Alifa Rifaat comienza su relato corto con una mujer tan indiferente ante la relación sexual que está manteniendo con su marido que, mientras él se centra exclusivamente en su placer, ella se fija en una telaraña en el techo que tiene que barrer y le da tiempo a reflexionar sobre la reiterada negativa de su marido a prolongar las relaciones sexuales hasta que ella también llegue al clímax, “como si quisiera privarle de ello deliberadamente”. Mientras su marido le niega un orgasmo, la llamada a la oración interrumpe el del hombre y este se marcha. Después de lavarse, ella se sumerge en la oración –actividad más satisfactoria que la otra, hasta tal punto que está deseando que llegue la siguiente– y se asoma a la calle desde su balcón. Interrumpe su ensoñación para hacer café de manera obediente, para que su marido lo tome después de su siesta. Al llevarlo al dormitorio común para servírselo delante de él como le gusta, se da cuenta de que está muerto. Ella da instrucciones a su hijo de ir a buscar a un médico. "Ella volvió a la sala de estar y se sirvió café. Se sorprendió de lo tranquila que estaba”, escribe Rifaat.

En tres páginas y media, Rifaat expone una tríada de sexo, muerte y religión, una apisonadora que aplasta la negación y la actitud defensiva para entrar en el palpitante corazón de la misoginia en Oriente Medio. No suaviza nada. No nos odian por nuestras libertades, como afirmaba el cliché estadounidense posterior al 11-S. No tenemos libertades porque ellos nos odian, como esta mujer árabe sostiene de forma tan enérgica.

Sí, nos odian. Hay que decirlo.

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Algunos preguntarán por qué hablo de este tema ahora, en un momento en el que la región se ha levantado, impulsada no por el odio habitual contra Estados Unidos e Israel, sino por una demanda común de libertad. Después de todo, ¿no debería acceder primero todo el mundo a los derechos básicos antes de que las mujeres demanden un trato especial? ¿Qué tiene que ver el género, o en este caso el sexo, con la primavera árabe? No estoy hablando del sexo oculto en oscuros rincones y cerrados dormitorios. Todo un sistema político y económico, que trata a la mitad de la humanidad como animales, debe ser destruido junto con las otras tiranías más evidentes que están robando el futuro a la región. Mientras la ira no se desplace desde los opresores que ocupan nuestros palacios presidenciales a los opresores de nuestras calles y casas, nuestra revolución no habrá siquiera comenzado.

Por lo tanto: sí, las mujeres tienen problemas en todo el mundo; sí, EE UU aún no ha elegido nunca a una mujer de presidenta; y sí, las mujeres continúan siendo tratadas como objetos en muchos países "occidentales" (yo vivo en uno de ellos). Y aquí es donde generalmente la conversación se acaba cuando se intenta analizar por qué las sociedades árabes odian a las mujeres.

Pero vamos a dejar a un lado lo que Estados Unidos hace o deja de hacer a las mujeres. Cítenme un país árabe y les recitaré una letanía de abusos alimentados por una mezcla tóxica de cultura y religión que pocos parecen dispuestos o capaces de desenmarañar por miedo a ofender o blasfemar. Cuando más del 90% de las mujeres que han contraído matrimonio al menos una vez  en Egipto –incluyendo a mi madre y todas menos una de sus seis hermanas– han sufrido la mutilación de sus genitales en nombre de la modestia, entonces  todos debemos blasfemar. Cuando las mujeres egipcias están sujetas a humillantes "pruebas de virginidad" simplemente por hablar, no es tiempo de silencio. Cuando un artículo en el código penal egipcio dice que si una mujer ha sido golpeada por su marido "con buenas intenciones", no pueden reclamarse sanciones punitivas, entonces mandemos al infierno la corrección política. ¿Y, por favor… qué son las “buenas intenciones"? Desde un punto de vista legal, incluyen toda paliza "no grave" ni "dirigida a la cara". Lo que quiere decir esto es que la situación de la mujer en Oriente Medio no es mejor de lo que piensas; es mucho peor. Incluso después de estas "revoluciones", todo va más o menos bien siempre y cuando las mujeres se cubran, permanezcan encadenadas a su casa, despojadas incluso de la sencilla libertad de movimiento que constituye entrar en sus propios coches, obligadas a obtener el permiso de los hombres para viajar y dependientes de la bendición de un guardián masculino para casarse –o divorciarse.

Cítenme un país árabe y les recitaré una letanía de abusos alimentados por una mezcla tóxica de cultura y religión que pocos parecen dispuestos a, o capaces de, desenmarañar por miedo a ofender

Ni un solo país árabe se encuentra entre los 100 mejores en el Informe global sobre la diferencia de género del Foro Económico Mundial, colocando la región en su conjunto bien afianzada en el escalón más bajo del planeta. Pobres y ricos, todos odiamos a nuestras mujeres. Puede que los vecinos Arabia Saudí y Yemen, por ejemplo, estén a eones de distancia en cuanto a PIB, pero solo les separan cuatro puestos en el índice, con el reino se sitúa en el puesto 131 y Yemen en el 135 de un total de 135 países. Marruecos, aplaudido con frecuencia por su código de familia “progresista” (un informe de 2005 realizado por "expertos" occidentales lo calificó de "ejemplo para los países musulmanes que tengan el objetivo de integrarse en la sociedad moderna"), ocupa el 129; según el Ministerio de Justicia de Marruecos, 41.098 chicas menores de 18 años se casaron allí en 2010.

Es fácil ver por qué el país peor situado es Yemen, donde un 55% de las mujeres son analfabetas, un 79% de ellas no están integradas en la fuerza laboral y hay solo una mujer en un Parlamento de 301 personas. Los terribles reportajes que informan de que niñas de 12 años de edad mueren al dar a luz hacen poco para detener la ola de bodas infantiles allí. Al contrario, las declaraciones en apoyo del matrimonio infantil superan las que lo censuran, reforzadas por afirmaciones de religiosos que afirman que los detractores de la pedofilia autorizada por el Estado son apóstatas porque el profeta Mahoma, según ellos, se casó con su segunda esposa, Aisha, cuando era una niña.

Pero las mujeres yemeníes al menos pueden conducir. Seguramente esto no ha puesto fin a su letanía de problemas, pero es un símbolo de libertad, y en ninguna parte tal simbolismo resuena más que en Arabia Saudí, donde también se practica el matrimonio de niños y donde las mujeres son consideradas menores de edad a perpetuidad, independientemente de su edad y educación. Las saudíes ahora superan con creces a sus compañeros en los campus universitarios pero se ven obligadas a ver a hombres mucho menos cualificados controlando todos los aspectos de sus vidas.

Sí, Arabia Saudí, el país donde una superviviente de violación en grupo fue condenada a cárcel por haber aceptado entrar en un coche con un hombre que no era de su familia y necesitó un indulto real; Arabia Saudí, donde una mujer que se saltó la prohibición de conducir fue condenada a 10 latigazos y también necesitó un indulto real; Arabia Saudí, donde las mujeres aún no pueden votar o concurrir a unas elecciones, pero aun así se considera un "progreso" que un real decreto prometiera darles permiso para hacerlo en las elecciones locales, casi completamente simbólicas, –ojo al dato– en 2015. Es tan mala la situación para las mujeres en Arabia Saudí que esas diminutas y paternalistas palmadas en la espalda son recibidas con júbilo mientras el monarca que las respalda, el rey Abdulá, es aclamado como un "reformador" –incluso por quienes deberían conocer bien el asunto, como Newsweek, que en 2010 nombró al rey uno de los 11 líderes más respetados del mundo. ¿Quiere saber hasta qué punto esto es incorrecto? La respuesta de este "reformador" a las revoluciones que han surgido en toda la región ha sido embotar a su pueblo con más dádivas del gobierno, especialmente para los fanáticos salafistas, de quienes la familia real saudí obtiene su legitimidad. El rey Abdulá tiene 87 años. Espere y verá al siguiente en la línea de sucesión, el príncipe Nayef, un hombre salido de la Edad Media. Su misoginia y fanatismo hacen que el rey Abdulá parezca Susan B. Anthony [la feminista líder del movimiento estadounidense de los derechos civiles].

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Veamos: ¿por qué nos odian? El sexo, o más concretamente el himen, lo explica en gran parte.

"Por qué los extremistas siempre se centran en las mujeres sigue siendo un misterio para mí", dijo hace poco la secretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton. "Pero parece que todos lo hacen. No importa en qué país están o de qué religión sean. Quieren controlar a las mujeres" (y sin embargo Clinton representa una Administración que apoya abiertamente a muchos de esos déspotas misóginos). Los esfuerzos por controlarlas por parte de estos regímenes se derivan con frecuencia de la sospecha de que sin ellos, una mujer está a unos pocos pasos de la insaciabilidad sexual. Observemos el caso de Yusuf Al Qaradawi, el religioso conservador y popular presentador de Al Yazira, quien desarrolló una sorprendente inclinación por las revoluciones de la primavera árabe 
–una vez que estaban en marcha, por supuesto–, sin duda al comprender que eliminarían a los tiranos que le atormentaron y oprimieron a él y al movimiento de los Hermanos Musulmanes, del que él procede.

Podría mencionar a un montón de chalados que claman contra la "mujer, tentadora insaciable", pero me quedo dentro del panorama convencional con Al Qaradawi, que cuenta con una enorme audiencia dentro y fuera de los canales por satélite. Si bien afirma que la mutilación genital femenina (que él llama "circuncisión", un eufemismo común que trata de poner esta práctica a la par con la circuncisión masculina) no es "obligatoria", puede encontrarse también esta inestimable observación en uno de sus libros: "Apoyo personalmente esto en las circunstancias actuales en el mundo moderno. Quien piense que la circuncisión es la mejor manera de proteger a sus hijas debería hacerlo", escribe. Y añade: "La opinión moderada está a favor de la práctica de la circuncisión para reducir la tentación". Incluso los "moderados" cortan los genitales de las niñas para garantizar que su deseo se ataje de raíz (juego de palabras plenamente intencionado). Qaradawi ya ha emitido una fetua contra la mutilación genital femenina, pero cuando Egipto prohibió la práctica en 2008, algunos legisladores de la Hermandad Musulmana se opusieron a la ley sin que ello sorprendiera a nadie. Y algunos todavía la rechazan; incluso una destacada parlamentaria, Azza Al Garf.

Pero en realidad son los hombres quienes no pueden controlarse en las calles en las que el acoso sexual es endémico, de Marruecos a Yemen, y es por el bien de los hombres por lo que tantas mujeres son animadas a cubrirse. El Cairo tiene un vagón de metro solo para mujeres con el fin de protegernos de manos demasiado largas y otras cosas peores; innumerables centros comerciales de Arabia Saudí son solo para familias y prohíben la entrada a los hombres solteros a menos que vayan acompañados de una mujer.

Son los hombres quienes no pueden controlarse en las calles en las que el acoso sexual es endémico y es por su bien por lo que tantas mujeres son animadas a cubrirse

A menudo oímos que las deterioradas economías de Oriente Medio han impedido casarse a muchos hombres, e incluso algunos utilizan esto para explicar los crecientes niveles de acoso sexual en las calles. En una encuesta de 2008 del Centro Egipcio para los Derechos de la Mujer, más del 80% de las egipcias dijeron haber sufrido acoso sexual y más del 60% de los hombres admitió acosar a las mujeres. Sin embargo, nunca se habla de cómo afecta a las mujeres casarse tarde. ¿Las mujeres tienen apetitos sexuales, o no? Al parecer, el jurado árabe todavía desconoce lo más básico de la biología humana.

Aquí entra esa llamada a la oración y la sublimación a través de la religión que Rifaat introduce en su historia con tanta maestría. Igual que los clérigos designados por el régimen adormecen a los pobres de la región con promesas de justicia –y vírgenes núbiles en el otro mundo– en lugar de reconocer la corrupción y el nepotismo del dictador en esta vida, se silencia a las mujeres por una combinación letal formada por el odio de los hombres y la convicción de estos últimos de tener a Dios sin fisuras de su parte.

Vuelvo a Arabia Saudí, y no sólo porque cuando conocí el país a la edad de 15 años quedé traumatizada y me hice feminista –no hay ninguna otra manera de describirlo–, sino porque el reino adora sin tapujos a un Dios misógino y nunca sufre ninguna consecuencia por ello, gracias a la doble ventaja de tener petróleo y albergar dos de los lugares más sagrados del Islam: La Meca y Medina.

Entonces –en la década de 1980 y 1990– como ahora, clérigos de la televisión saudí estaban obsesionados con las mujeres y sus orificios, especialmente con lo que salía de ellos. Nunca olvidaré el momento en el que escuché que si un bebé (niño) orinaba sobre una persona, ésta podía continuar rezando con la misma ropa, mientras que si era una niña, el afectado tenía que cambiarse. ¿Qué narices hay en la orina de la niña que te vuelve impuro?, me pregunté.

El odio hacia las mujeres

¿Cuánto odia Arabia Saudí a las mujeres? Hasta el punto de que 15 niñas murieron en el incendio de una escuela en La Meca en 2002, porque la policía de la moral les prohibió huir del edificio en llamas –e impidieron que los bomberos las rescataran– debido a que no llevaban los velos y túnicas preceptivos para mostrarse en público. Y no pasó nada. Nadie fue procesado. Los padres fueron silenciados. La única concesión al horror fue que el entonces príncipe Abdulá fue retirando la educación de las niñas de forma silenciosa de manos de los fanáticos salafistas, quienes, a pesar de ello, han logrado conservar un férreo control sobre el sistema de educación del reino en general.

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Esto, sin embargo, no es solo un fenómeno de Arabia Saudí; no es una detestable curiosidad del rico y aislado desierto. El odio de los islamistas hacia la mujer calienta con fuerza toda la región, ahora más que nunca.

En Kuwait, donde los islamistas combatieron durante años la emancipación de la mujer, acosaron a las cuatro mujeres que finalmente llegaron al Parlamento, exigiendo a las dos diputadas del grupo que no se cubrían que se pusieran el pañuelo. Cuando el Parlamento kuwaití fue disuelto el pasado diciembre, un parlamentario islamista exigió a la nueva cámara, que no contaba con una sola legisladora, a debatir su propuesta de ley sobre "vestimenta decente".

En Túnez, un país considerado durante mucho tiempo como lo más parecido a un faro de tolerancia en la región, las mujeres respiraron hondo el otoño pasado después de que el partido islamista Ennahda obtuviera la mayor parte de los votos en las elecciones a la Asamblea Constituyente, se comprometiera a respetar el Código del Estatuto Personal tunecino de 1956, que declaraba "el principio de igualdad entre hombres y mujeres" como ciudadanos y prohibía la poligamia. Pero las estudiantes y profesoras universitarias se quejan desde entonces de agresiones e intimidaciones por parte de los islamistas por no llevar hiyab, mientras muchos activistas por los derechos de la mujer se preguntan cómo los comentarios sobre la ley islámica afectarán la ley real bajo la que vivirán en el Túnez postrevolucionario.

¿Qué esperanza puede existir para las mujeres en el nuevo Parlamento egipcio, dominado por hombres estancados en el siglo VII?

En Libia, lo primero que prometió hacer el jefe del Gobierno provisional, Mustafá Abdel Yalil, fue levantar las restricciones del fallecido tirano libio sobre la poligamia. Para que no piensen que Muamar el Gadafi era un feminista, recuerde que bajo su Gobierno las niñas y las mujeres que sobrevivían  a agresiones sexuales o eran sospechosas de crímenes morales, eran enviadas a centros de rehabilitación social, verdaderas cárceles de las cuales no podían salir sin que un hombre hubiera aceptado casarse con ellas o sus familias se las llevaran a casa otra vez.

Y luego está Egipto, donde menos de un mes después de que el presidente Hosni Mubarak dejara el cargo, la Junta Militar que lo reemplazó aparentemente para "proteger la revolución", nos recordó sin querer las dos revoluciones que las mujeres necesitamos. Después de limpiar la Plaza Tahrir de manifestantes, los militares detuvieron a decenas de hombres y mujeres activistas. Los tiranos oprimen, golpean y torturan a todos… lo sabemos. Pero estos oficiales reservan a las activistas unas "pruebas de virginidad": una violación disfrazada pues un médico inserta sus dedos en la abertura vaginal en busca del himen (el médico fue encausado y finalmente absuelto en marzo).

¿Qué esperanza puede existir para las mujeres en el nuevo Parlamento egipcio, dominado por hombres estancados en el siglo VII? Una cuarta parte de los escaños parlamentarios están ahora ocupados por salafistas, que creen que imitar los comportamientos originales del profeta Mahoma es una receta adecuada para la vida moderna. El otoño pasado, cuando presentó a sus candidatas, el partido egipcio salafista Nur puso una flor en lugar del rostro de cada mujer. Las mujeres no deben ser vistas ni oídas –incluso sus voces son una tentación– y ahí están en el Parlamento egipcio, cubiertas de pies a cabeza, de negro y sin pronunciar una palabra.

¡Y estamos en medio de una revolución en Egipto! Fue una revolución en la que las mujeres han sido asesinadas, golpeadas, disparadas y agredidas sexualmente luchando al lado de los hombres para librar a nuestro país de ese patriarca superlativo que era Mubarak, pero aún las oprimen tantos patriarcas menores… Los Hermanos Musulmanes, con casi la mitad de los escaños de nuestro nuevo Parlamento revolucionario, no creen que las mujeres (ni los cristianos) puedan ser presidentes. La mujer que dirige el Comité de la mujer del partido político de la Hermandad dijo recientemente que las mujeres no deben manifestarse ni protestar porque es más "digno" dejar que sus maridos y hermanos lo hagan por ellas.

El odio hacia las mujeres está muy enraizado en la sociedad egipcia. Aquellas que nos hemos manifestado y hemos protestado hemos tenido que movernos por un campo minado de agresiones sexuales por parte del régimen y de sus lacayos y, lamentablemente, a veces por parte nuestros compañeros revolucionarios. Aquel día de noviembre en el fui asaltada sexualmente en la calle Mohamed Mahmud, cerca de la Plaza Tahrir, por al menos cuatro policías antidisturbios egipcios, primero me había toqueteado un hombre en la propia plaza. Si bien estamos dispuestas a exponer los asaltos perpetrados por el régimen, cuando nos agreden nuestros compañeros civiles, asumimos inmediatamente que son agentes del régimen o matones porque no queremos mancillar la revolución.

¿QUÉ HAY QUE HACER?

Primero, dejar de fingir. Llamar al odio por su nombre. Resistirse al relativismo cultural y saber que incluso en los países que están pasando por revoluciones y levantamientos, la mujer seguirá siendo la carta menor de la baraja. Ustedes, el mundo exterior, oirán que es nuestra "cultura" y nuestra "religión" las que hacen tal o cual a las mujeres. Comprendan que quien hizo que sea así no fue una mujer. Puede que quien instigara las revueltas árabes fuera un hombre árabe (Mohamed Bouazizi, el vendedor ambulante tunecino que se prendió fuego por desesperación), pero quienes las zanjarán serán mujeres árabes.

Somos más que nuestro velo y nuestros hímenes. Tenemos que escuchar a las que luchan. Amplificar las voces de la región y saltarle un ojo al odio de una puñalada

Amina Filali, la niña marroquí de 16 años que bebió veneno después de que la obligaran a casarse con su violador y de ser golpeada por éste, es nuestro Bouazizi. Salwa Al Husseini, la primera mujer egipcia que alzó la voz contra las "pruebas de virginidad"; Samira Ibrahim, la primera de ellas que puso una demanda contra éstas, y Rasha Abdel Rahman, que testificó junto a ella, son nuestras Bouazizis. No tenemos que esperar a que mueran para que lo sean. Manal Al Sharif, quien pasó nueve días en la cárcel por desobedecer la prohibición vigente en su país de que las mujeres conduzcan, es la Bouazizi de Arabia Saudí. Ella es una avanzadilla revolucionaria formada por una sola mujer que se enfrenta a un océano de misoginia.

Nuestras revoluciones políticas no triunfarán a menos que estén acompañadas por revoluciones de pensamiento, revoluciones sociales, sexuales y culturales que expulsen a los Mubaraks de nuestras mentes y de nuestras habitaciones.

"¿Sabe por qué nos someten a pruebas de virginidad?", me preguntó Ibrahim poco después de que marcháramos juntas durante horas para conmemorar el día internacional de la mujer en el Cairo el 8 de marzo. "Quieren silenciarnos; quieren perseguir a las mujeres hasta que vuelvan a casa. Pero no nos vamos a ir a ninguna parte”.

Somos más que nuestro velo y nuestros hímenes. Tenemos que escuchar a las que luchan. Amplificar las voces de la región y saltarle un ojo al odio de una puñalada. Hubo un tiempo en el que ser islamista era la categoría política más vulnerable en Egipto y Túnez. Entiendo que ahora podría serlo perfectamente ser mujer. Como siempre lo ha sido.

 

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