Alemania y Polonia se han convertido en estrechos aliados políticos. El futuro de la UE puede decidirse en Berlín y Varsovia. ¿Pero ha sustituido este país de Europa del Este a Francia como el socio alemán más leal?

 

Rusia

Fue necesario el trágico accidente aéreo de Smolensk en 2010, en el que Polonia perdió a la mitad de su élite político-militar, para dar un vuelco total, no solo a la relación entre Polonia y Rusia, sino también entre Varsovia y Berlín. En los años anteriores, habían aparecido en la política interior de esta última unos desagradables reflejos revanchistas, intolerantes y absurdos que daban lugar a hoscas disputas por cosas ridículas (por ejemplo, el derecho de los alemanes a comprar propiedades en Polonia). Los alimentaba la llamada asociación de refugiados de la Segunda Guerra Mundial en Alemania (Vertriebenenverband) y muchas veces desencadenaban -de forma completamente merecida- reacciones igual de duras en territorio polaco.

Durante los años en los que gobernó Polonia el populista primer ministro Jaroslav Kaczynski, polacos y alemanes tuvieron duras peleas por las fórmulas matemáticas en las negociaciones de la UE previas al Tratado de Lisboa que debía decidir el nuevo reparto del poder de voto, y aquello no contribuyó a suavizar las relaciones. El simbolismo del triángulo de Weimar no sirvió de nada; a mediados de la década pasada, Polonia y Alemania estaban seriamente distanciadas, algunos dicen que incluso más que cuando el Telón de Acero las separaba.

El presidente polaco, Bronislaw Komorowski, y la canciller alemana, Angela Merkel, en una conferencia de prensa en el Palacio Wilalow en Varsovia, 2011. AFP/Getty Images

Pero los sucesos de Smolensk cambiaron todo eso. No solo Rusia y Polonia emprendieron una vía de acercamiento, una transformación fundamental de su relación, sino que ambos países decidieron dar por terminada la pequeña guerra fría que había hecho que Rusia ignorara de forma deliberada los intereses y expectativas de los polacos y Polonia bloquease muchas iniciativas de la Unión Europea respecto a Rusia. La desconfianza se sustituyó por una transparencia que desembocó en la cooperación.

Además, aunque a Polonia le había ofendido que Alemania la marginara en su relación con Rusia a través de la conexión de Gasprom (el proyecto del gasoducto Nord Stream es una espina que Varsovia sigue teniendo clavada) entre el ex canciller Gerhard Schröder y Vladímir Putin, tuvo el valor de coger el toro alemán por los cuernos y aliarse con el país vecino en lugar de ponerse en su contra. En 2010, y después de Smolensk, Polonia logró convencer a Alemania -que a mitad de la década anterior estaba dispuesta a estrechar lazos con Rusia- de que europeizase su Ostpolitik alemana. Es significativo que, tras las elecciones de 2009, la primera visita del ministro alemán de Exteriores, Guido Westerwelle, fuera a Varsovia, cuando normalmente era a París. En cierto modo, los dos países se intercambiaron los papeles con respecto a Rusia: Polonia pasó de la suspicacia a una actitud más amistosa y Alemania dejó de tener una confianza casi ciega para condicionar su política a que encajara en un marco europeo. Eso es lo que constituye un giro radical y constructivo en la política exterior. Es probable que de aquí a un par de años se utilice este caso en los manuales de relaciones internacionales como ejemplo de cómo mejorar la relación con los vecinos mediante la confianza y la cooperación.

En 2011, este doble giro polaco permitió a la nueva pareja polaco-alemana formar una combinación innovadora y llena de iniciativa para desbloquear las relaciones entre la UE y Rusia. En noviembre de 2011, Radek Sikorski y Guido Westerwelle sugirieron estrechar la cooperación con Rusia en una carta conjunta a la responsable de Asuntos Exteriores de la UE y le pidieron que se centrara en modernizar la economía rusa y mantener el suministro de gas y petróleo como prioridad fundamental. La carta restaba importancia a las preocupaciones por la perspectiva de un regreso no democrático de Vladímir Putin al poder en 2012 e instaba a Ashton a que hiciera de él un “socio fiable” en cuestiones de energía y seguridad internacional. “Debemos mantener el rumbo hacia la intensificación de los lazos con Rusia y superar el aletargamiento político y económico”, decía la carta de Westerwelle y Sikorski.

Por desgracia, hasta ahora, eso no ha contribuido a la transformación de Rusia ni a reforzar su compromiso democrático. El reciente caso de las Pussy Riots no es más que un horrible ejemplo más del deterioro de la democracia en la relación del Estado ruso con su propia sociedad civil desde las elecciones presidenciales. Sin embargo, lo que sí ha mejorado es la reacción europea frente a Moscú, que muestra una unidad muy prometedora. Y si se ha conseguido ha sido gracias a Polonia y Alemania. Por cierto, sin Francia.

 

… y después Europa

Tras desempeñar un papel decisivo en la revisión de la orientación geoestratégica de Europa respecto a Rusia, la nueva pareja trata ahora de ocuparse de Europa desde dentro con la misma energía, pero con la esperanza de obtener mejor resultados. El ejemplo más reciente es la carta conjunta de Guido Westerwelle y Radek Sikorski que se publicó en el diario The New York Times en septiembre de 2012, en la que pedían y esbozaban una nueva visión de Europa. Es la continuación de una nueva -y tal vez trascendental- tendencia en la actitud polaca respecto a Alemania en el contexto europeo, una tendencia que posee su propia historia.

En un destacado discurso pronunciado en Berlín hace un año, el dinámico ministro polaco de Exteriores, Radek Sikorski, dijo: “Es probable que sea el primer ministro polaco de Exteriores de la historia que lo diga, pero lo voy a decir: Temo el poder alemán menos de lo que estoy empezando a temer la inactividad alemana”. Fueron unas palabras muy citadas en los medios europeos y, por supuesto, alemanes, si bien los franceses -cosa significativa- apenas tomaron nota de ellas. Sin embargo, en unos momentos de pesimismo cada vez mayor en Europa, el discurso del ministro polaco fue notable no solo porque expresaba su apoyo contundente a “más Europa” (de hecho le criticaron mucho por eso en su país, donde la corriente soberanista sigue teniendo mucha fuerza), sino por el hecho de que lo dijera un polaco. Varsovia no suele figurar como parte del círculo íntimo que toma las decisiones en la UE. Además, este polaco expresó el apoyo de su país al liderazgo de Alemania en la UE (“Nadie más puede hacerlo… Os habéis convertido en la nación indispensable de Europa”) con palabras inequívocas. Dijo que Estados Unidos, Reino Unido y Francia eran “amigos y aliados”, pero solo nombró Alemania como “amiga y aliada… por encima de todos los demás”.

Una Polonia con nuevas energías: raíces históricas y milagro económico. Las declaraciones tan contundentes como esa son poco frecuentes en la política internacional, donde siempre es más seguro jugar con varias opciones y mantener las puertas abiertas. Polonia, en particular, ha utilizado siempre su supuesta “relación privilegiada” con Estados Unidos, hasta el punto de que la han llamado “el caballo de Troya de EE UU en la UE”, ha construido un estrecho vínculo con Londres gracias a una serie de perspectivas comunes sobre normas sociales y económicas y sobre defensa, y también mantiene históricamente una relación especial con París. Zbigniew Brzezinski ya había previsto la nueva y amplia posición estratégica de Polonia en una Europa futura en su libro The Grand Chessboard, dentro de una supuesta alianza con Alemania, Francia y Ucrania. Pero los tres primeros no son más que amigos y aliados. Estados Unidos perdió gran parte de su atractivo cuando empezó a ignorar de manera sistemática los intereses de Varsovia (hubo tropas polacas luchando en Irak y Afganistán y, pese a ello, los polacos siguen necesitando visado para viajar a EE UU), y Gran Bretaña, debido a su labor de obstrucción en la resolución de las crisis de la UE. Francia no se recobró jamás de la conmoción provocada cuando Jacques Chirac dijo “Ils ont perdu une bonne occasion de se taire” (“Han perdido una buena oportunidad de callarse”), aunque, en retrospectiva, el comentario del presidente francés sobre la posición de la nueva Europa junto a Estados Unidos en relación con Irak, a pesar de su arrogancia, estuviera justificado. Mientras se deterioraba la relación con estos dos países, la relación con Alemania iba en aumento.

Existen buenos motivos para ello. Berlín no solo fue el más firme defensor de la adhesión de Polonia a la OTAN y, sobre todo, la UE, sino que se ha convertido en el principal socio económico de Varsovia. Una cuarta parte de las exportaciones polacas van destinadas a Alemania, un total del 10% del PIB, lo que le convierte en su mayor mercado exportador. Por su parte, Polonia, aunque no es más que el décimo mayor mercado para Alemania, está por delante de Rusia; las inversiones extranjeras directas de Alemania, tanto en volumen total (1.200 millones de euros solo en 2010) como en número de inversores, le convierten en el mayor inversor extranjero en la economía polaca. El sólido crecimiento económico polaco (4,2% del PIB el año pasado, y una proyección del 2,4% para 2012) hace que el país sea un socio atractivo. Al mismo tiempo, en 2010, el 75% de los polacos (frente al 48% de los alemanes en 2008) consideraban las relaciones mutuas “buenas o muy buenas”.

Todo esto explica los elogios de Sikorski a la némesis histórica de su país. Pero sus palabras fueron acompañadas de una condición importante: “Siempre que nos incluyáis a la hora de tomar de decisiones, Polonia os apoyará”. Sin embargo, es evidente que Alemania no pudo vencer la resistencia de Francia ante las aspiraciones polacas de participar en la toma de decisiones de la eurozona, y el entusiasmo de Sikorski disminuyó. “No seréis un poder hegemónico benigno en Europa y no deberíais ni intentarlo”, dijo unos meses más tarde a sus anfitriones alemanes en la Conferencia de Seguridad de Munich. Desde entonces, Varsovia ha hecho nuevos intentos de granjearse el favor de Francia (con la visita de Sikorski a París en marzo y el recibimiento del candidato Hollande por parte del presidente Komorowski en abril).

Asimismo, la controversia sobre el deterioro de la situación política en Ucrania abrió un nuevo frente: Angela Merkel comparó Ucrania con Bielorrusia y pareció amenazar con un boicot de la Eurocopa 2012 de fútbol. Polonia, coorganizadora del campeonato junto con Ucrania, rechazó la comparación y el llamamiento. Pero da la impresión de que los países ni siquiera habían hablado sobre un asunto tan importante. Mientras tanto, su política respecto a Bielorrusia es caótica y Lukashenko ha vuelto a intensificar sus políticas represivas.

¿Quiere esto decir que se acabó la luna de miel? No parece, porque a ninguno de los dos países le interesa enfriar las relaciones, y mucho menos algo más serio. Berlín, pese a lo impresionante de su nueva posición, no es la potencia hegemónica sobre la que advertía Sikorski. Hasta que Polonia se incorpore a la eurozona (como ha declarado que pretende hacer cuando pase la tormenta), no podrá tener hueco en la mesa por más magia que emplee Alemania, y si Varsovia quiere ablandar la postura francesa para encontrarse a medio camino, tendrá que conseguirlo en la capital francesa.

Ahora bien, París, que ha perdido su posición de privilegio respecto a Berlín, no tiene ningún interés en conceder ese sitio a Varsovia y, de esa forma, mejorar la posición de Polonia. Y si Berlín no quiere convertirse para Europa en lo que es Estados Unidos para el mundo -imprescindible pero odiado-, necesita tener amigos, pero no va a cambiar, ni siquiera en parte, París por Varsovia. Son dos polos innegociables para Alemania. Las tres capitales seguirán con sus presiones, quizá otra vez en el marco del triángulo de Weimar, que es más que nada decorativo, pero las cosas no cambiarán demasiado. Berlín y París siguen necesitándose y Varsovia necesita a Berlín, hasta tal punto que no es posible ni pensar en ninguna otra configuración. El peso de Polonia -en política, en economía, en defensa-, aunque está aumentando, no es aún comparable al de Francia, pese a que este último esté en declive. Es como decían en el anuncio que puso fin a una de las grandes guerras publicitarias de Estados Unidos. Después de que Avis, la segunda empresa de alquiler de coches, retara al gigante Hertz con el eslogan “Somos el número 2, pero nos esforzamos más”, Hertz respondió con otro: “Avis dice que son el número 2. Estamos de acuerdo”.

 

Perspectivas

A la hora de la verdad, da la impresión de que la continuación de la pareja polaco-alemana en favor de Europa será cuestión de compromiso, resistencia y esfuerzo. Al menos en los últimos tiempos, Berlín y Varsovia parecen más decididos a hacer realidad conceptos, ideas y compromisos políticos con Europa que ningún otro país. Por supuesto, existen preguntas y no hay nada fácil. La primera cuestión es: ¿Cuánto tiempo durará esta luna de miel? ¿Es verdaderamente estructural, una relación nueva e irreversible, o solo cuestión de química entre dos ministros de Exteriores que han decidido trabajar juntos?

Sin embargo, existen motivos para suponer que la buena relación y la pareja durarán: desde el punto de vista de Polonia, porque ha decidido jugárselo todo a una carta y esa carta es Europa. Polonia necesita a Europa para salir adelante económica y estratégicamente. Y Radek Sikorski está haciendo mucho para conseguirlo. Este país del Este puede vivir en y con una Europa fuerte, pero no al lado di una Alemania fuerte si el euro y el proyecto europeo fracasaran debido a las presiones populistas que sufren en la actualidad. Por consiguiente, Varsovia necesita a toda costa una Europa próspera con una Alemania que trabaje dentro de ella y no se lance al mundo por su cuenta.

Por su parte, Alemania precisa de un socio fuerte en Europa. Francia, en opinión de muchos alemanes, está quedándose atrás. No está avanzando lo suficiente en las reformas estructurales de la economía ni en la adaptación a los mercados globales, mientras que Polonia disfruta todavía de un crecimiento considerable y, desde el punto de vista ideológico, está más en la línea de la filosofía económica liberal de Alemania. Además, y a diferencia de Polonia, Francia no está entrando en el mercado de las ideas sobre una Europa más política y la posible organización de la nueva democracia europea. Pero Alemania vivió hace no mucho la dolorosa experiencia del aislamiento cuando intentó dominar las instituciones europeas e imponer sus propias preferencias estratégicas en la eurozona, al menos en el plano económico, y sabe que no puede tratar de hacerlo sin ayuda. Las ideas institucionales alemanas sobre “más” y mejor Europa solían tener una buena acogida cuando iban acompañadas y, por tanto, sublimadas, por otro país, en general, Francia. Solas, no pueden hacer nada, y Polonia ha sustituido ya en gran parte a Francia como socio de Alemania en este ámbito.

El diseño de la futura relación institucional entre una UE de 17, una unión no solo fiscal sino -se quiera o no- política, y una Polonia que por el momento permanece fuera de ese proceso, no será fácil, en absoluto. Pero Varsovia tiene un firme compromiso de incorporarse al euro alrededor de 2016. Hasta entonces, el sistema de la Unión tendrá que hacer frente a delicadas cuestiones sobre cómo mantener abierta la puerta entre la UE de 17 y la UE de 27 y organizar una pasarela entre los miembros de la eurozona que buscan una mayor integración. Una idea concreta podría ser la de crear puestos de observadores en el eurogrupo, por ejemplo. La forma de participación de Polonia en esta discusión hoy será también su manera de permanecer en una Europa cada vez más integrada.

El verdadero interrogante es si, al distanciarse de esa discusión, los franceses están mostrando su manera de quedarse al margen de lo que debería acabar siendo el trío dirigente más importante, creativo y ambicioso que ha tenido jamás la UE, una forma de preparar su futuro sin obligar a Alemania a cambiar de novia: una especie de extensión del liderazgo de la antigua pareja franco-alemana después de que se cumpla el 50º aniversario del Tratado del Elíseo en 2013, que la UE merece y necesita.