
La respuesta sencilla ante el retraso sería: ¿Y por qué no? La máxima es clara: no haré nada que no me compense. Serbia y Kosovo no encuentran incentivos lo suficientemente suculentos como para plegarse a un acuerdo con inevitables costes políticos, tanto en Belgrado como en Prístina, pero también para la Unión Europea, Estados Unidos y Rusia.
La visita de los enviados de EE UU, la UE, Francia, Italia y Alemania a Belgrado y Pristina en enero de 2023 no se trataba tanto de proponer incentivos (que también) como de fijar soluciones y entreverar amenazas; esta devino en la propuesta de acuerdo del 27 de febrero: Belgrade-Pristina Dialogue: EU Proposal - Agreement on the path to normalisation between Kosovo and Serbia.
El planteamiento de las negociaciones ha cambiado en un giro casi copernicano respecto al inicio de las mismas en 2011: la guerra de Ucrania ha movido el tablero internacional, y Transnistria, Serbia y la Republika Srpska son entidades donde la injerencia rusa es incisiva sin apenas invertir capital humano, financiero ni militar. No amenaza la guerra tanto como sí lo hace la desestabilización, y esos son recursos que detraer para Washington y Bruselas. El litigio entre Serbia y Kosovo ha subido de decibelios geopolíticos.
El poder blando ruso en Serbia es una realidad que supone que más de la mitad de la población se muestre en contra de la integración en la UE y un 80% esté en contra de imponer sanciones a Rusia por la guerra en Ucrania. Hay que sumar que el liderazgo de Vladímir Putin es admirado, la dependencia energética del gas ruso es clave en esas relaciones, hay vuelos diarios entre la capital serbia y San Petersburgo y Moscú y, al combinarse desertores e inmigrantes, se calcula que decenas de miles de rusos han situado su nueva residencia en Belgrado; es previsible que el país se oriente hacia la rusofilia. No en vano, tras el reciente (no) acuerdo en Ohrid, los diarios progubernamentales serbios, la inmensa mayoría, seguían la senda prorrusa y el periódico Politika en portada titulaba "Xi y Putin defienden el orden internacional".
Las razones del presidente serbio, Aleksandar Vučić, para rechazar el acuerdo son más profundas. Primeramente, que la cultura del país dictamina que ningún político debe de reconocer la independencia de Kosovo. No atiende, principalmente, a cuestiones de historia, justicia, legalidad, moral o interés, aunque sean elementos que formen parte del discurso, sino tiene que ver con la columna vertebral de la cohesión nacional, alimentada por la clase política desde antaño. Serbia no es un país prorruso, es una entidad en perpetua determinación por garantizar una soberanía nacional y la diplomacia serbia se ha servido de los lazos rusos para lograrlo, pero no siempre de una manera acrítica. ...
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