Mujeres polacas dan comida a refugiados ucranianos en Przemysl, Polonia. (Hesther Ng/Getty Images)

Las diferencias en las reacciones son muchas y las razones diversas. ¿Cuáles son? 

Una de las principales consecuencias que ha provocado la brutal invasión rusa de Ucrania lanzada la madrugada del 24 de febrero ha sido forzar a millones de personas a abandonar sus hogares. Y hasta finales de marzo, según el recuento de la ONU, más de 4 millones de ucranios que han huido de la violencia han decidido buscar refugio en otro país, en el que ya se considera el mayor flujo de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial.

De estos, la inmensa mayoría ha acabado en países europeos fronterizos, como Polonia y Hungría, con gobiernos ultranacionalistas que siempre se han mostrado abiertamente en contra de acoger a refugiados. En esta ocasión, sin embargo, estos mismos gobiernos y buena parte de sus sociedades se han volcado a dar la bienvenida a refugiados de Ucrania. Los mensajes de apoyo de las autoridades nacionales se han mezclado con las muestras de solidaridad de sus ciudadanos, que se han movilizado en masa para recibirlos y ayudar.

Al mismo tiempo, han sido numerosos los relatos de personas de origen no ucranio que, pese a estar huyendo del mismo conflicto y en la misma dirección, se han topado con malos tratos por parte de las autoridades y la ciudadanía de los países vecinos, incluidos procedimientos de acceso particularmente estrictos para cruzar las fronteras. Todavía más contrapuestas a la cálida recepción de quienes huían de Ucrania fueron las imágenes de principios de marzo en las que se volvió a capturar la abierta violencia de las fuerzas de seguridad españolas en Melilla contra personas africanas que cruzaban la valla fronteriza.

La severidad exhibida contra estos últimos, y sobre todo el recuerdo aún candente de la oposición frontal de la mayoría de Estados europeos a recibir en los últimos años a refugiados que huían de otros contextos bélicos o violentos como Siria, Irak y Afganistán han dejado al desnudo la doble moral de la Unión Europea con los refugiados. Pero también han vuelto a plantear la pregunta de por qué se da la bienvenida a algunos refugiados y a otros no; cuáles son los motivos que explican esta flagrante disparidad.

 

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Un grupo de personas esperan para recibir ayuda humanitaria mientras en una zona cerrada asignada por el gobierno bielorruso la frontera bielorrusa-polaca en Grodno, Bielorrusia. (Sefa Karacan/Anadolu Agency vía Getty Images)

Contrastes

Ni un año antes de que estallara la guerra en Ucrania, miles de migrantes en situación irregular, muchos procedentes de países en guerra o sumidos en la violencia e inestabilidad, se desplazaron a Bielorrusia con la esperanza de poder luego entrar en territorio de la Unión Europea. Esta llegada de personas, muchas de las cuales reunían las condiciones para recibir el estatuto de refugiado, degeneró en una encendida disputa entre Bruselas y Minsk. Muchos de los que trataron de cruzar fueron expulsados por la fuerza, en una flagrante violación del derecho internacional, y muchos de quienes pudieron entrar en la UE fueron encerrados en pésimas condiciones en campamentos sobre todo en Polonia y Lituania, donde permanecen en un limbo a la espera de que se procesen sus solicitudes. Algunos informes sobre su situación indican que, al menos en el caso de Lituania, la mayoría de solicitudes siguen tramitándose o han sido ya denegadas.

Entre los años 2015 y 2016, cientos de miles de personas que huían de Siria y de otros países de Oriente Medio o África también trataron de llegar a territorio de la Unión Europea, principalmente por Italia y Grecia. Y aunque al inicio se registró una fuerte ola de solidaridad, sobre todo por parte de la ciudadanía europea, la respuesta de la mayoría de Estados, en particular en el este de Europa, fue muy hostil hacia los refugiados.

Según datos de la agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR), más del 75% de las personas que llegaron durante aquel período a Europa escapaban de la violencia y la persecución en Siria, Irak y Afganistán. Más de 8.500, según el recuento de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), murieron aquellos dos años intentando cruzar el Mediterráneo por la falta de habilitación de vías seguras alternativas.

A finales del año 2020, el último del que hay cifras completas, los países de la Unión Europea acogían un total de 2,6 millones de refugiados, de acuerdo con los datos de la Comisión Europea, lo que representa apenas un 0,6% de su población total. Aquel año, además, los Estados miembro de la Unión recibieron 472.000 solicitudes de asilo. A 280.000 personas se lo concedieron: el 27% eran sirias, 17% venezolanas y 15% afganas.

En el caso de la guerra en Ucrania, el desarrollo de los acontecimientos ha sido muy diferente. Hasta el 21 de marzo, menos de tres semanas después de empezar la invasión rusa, ACNUR ya había contabilizado más de 3,5 millones de personas que habían abandonado Ucrania, la mayoría en dirección a países vecinos de la Unión Europea, lo que representa casi el triple del número de solicitudes de asilo registradas en todo 2015 y 2016.

La diferencia no solo ha sido la política de puertas abiertas de los países vecinos, sino también a nivel comunitario. La Comisión Europea ha destinado cientos de millones de euros a abordar la crisis y, más significativo aún, ha invocado la Directiva de Protección Temporal. Aprobada en 2001, pero nunca antes activada, la directiva permite a los ucranios, como colectivo, permanecer tres años en territorio de la Unión Europea, poder desplazarse, tener derecho de trabajo y residencia y acceder a prestaciones sociales.

 

¿Por qué?

Una de las razones más evidentes de esta diferencia en la recepción, sobre todo porque se ha expresado abiertamente sin rubor, es la identidad y está arraigada en el racismo. Los ucranios son vistos como un colectivo mayoritariamente blanco, cristiano, de clase media y europeo, mientras que las personas llegadas de países de Oriente Medio y de África no. Tal y como nota la politóloga de la Universidad de Siracusa Lamis Abdelaaty, especializada en Relaciones Internacionales y refugiados, la gente tiende a simpatizar con los que comparten –o que perciben más cercanos a– su raza y religión. Es esta línea, hay estudios que ponen de relieve que en Europa existe un mayor rechazo hacia la llegada de refugiados simplemente cuando hay una elevada proporción de musulmanes y cuando se percibe una mayor diversidad étnica entre ellos.

Por otro lado, la proximidad geográfica con el país del que huye la gente y la existencia de vínculos históricos, culturales o lingüísticos con la sociedad de acogida contribuyen a explicar también esta diferencia. En el caso de Ucrania y los países de la Europa del Este que han abierto sus fronteras, por ejemplo, se ha señalado que el sentimiento de vecindad, la presencia previa de comunidades de ciudadanos de un país en el otro, y las experiencias pasadas de agresión por parte de Moscú son factores que pueden ayudar a explicar su respuesta actual. De hecho, los ciudadanos ucranios ya podían viajar por el territorio de la Unión Europea durante 90 días sin visado desde hace cuatro años, lo que explica, por un lado, que su movimiento ya fuera frecuente y, por el otro, que en su caso hayan podido cruzar ahora las fronteras de la Unión sin barreras equiparables a las de otros refugiados.

En este punto, sin embargo, hay dos argumentos que han sido considerados por lo general poco fundamentados. El primero es que se están abriendo las puertas a los refugiados ucranios porque son mayoritariamente mujeres y niños, mientras que quienes llegan de países de Oriente Medio y de África son en su mayoría hombres. Más allá de que, como recuerda Abdelaaty, este factor no justifica que se rechace a nadie, lo cierto es que es, además, falso y engañoso. Un tercio de quienes llegaron a Europa por el Mediterráneo desde 2021 fueron mujeres y niños, y no se sabe cuántas han fallecido en el intento. Así, Abdelaaty señala que son “las duras políticas de Europa las que hacen que las llegadas al Mediterráneo sean mayoritariamente hombres, no al revés”. Por otro lado, el argumento de la proximidad geográfica también es relativo, puesto que, por ejemplo, España está evidentemente más cerca de Marruecos, Túnez, Argelia o Libia que de Ucrania.

En cualquier caso, la identidad por sí sola no resuelve por qué la reacción a la llegada de refugiados de 2015 y 2016 fue, por ejemplo, tan dispar entre países europeos. En este aspecto, Abdelaaty y la profesora, Liza Steele, señalan en un estudio de 2020 sobre las actitudes hacia los refugiados e inmigrantes en Europa que la evidencia sugiere que un mayor estatus ocupacional y tasa de desempleo del país de acogida parece asociarse a un mayor apoyo a los refugiados. En cambio, la renta y el PIB per cápita no parecen ser tan significativos, lo que las lleva a notar que “el apoyo a refugiados [parece estar] inversamente relacionado con la prosperidad económica”, aunque notan que aún existe muy poca investigación sobre las actitudes hacia los refugiados como para sacar conclusiones en firme.

En su estudio, Abdelaaty y Steele también apuntan que la poca evidencia directa que existe sugiere que cuanto más tiende a la derecha ideológicamente un país, menor es el sentimiento a favor de los refugiados. A nivel individual, la orientación política también es relevante y los individuos de derechas son menos partidarios a recibir refugiados.

Abdelaaty y Steele apuntan que el lenguaje es un factor clave, ya que las actitudes hacia inmigrantes y refugiados no están fuertemente correlacionadas y la mayoría de la gente acepta más a quienes son calificados como refugiados que a quienes los son como migrantes. Independientemente de la interpretación legal. En este sentido, el uso del lenguaje también se ha puesto de relieve durante la guerra en Ucrania.

Según nota la propia Abdelaaty, es discutible que muchos ucranios cumplieran con los requisitos para obtener el estatus de refugiado cuando huyeron del país, pero ello no parece haber afectado al hecho de que se los considerara como tal desde el principio, algo que acaba teniendo importantes implicaciones en la opinión –y la receptividad– pública. En esta misma línea, los académicos Andrea Pettrachin y Leila Hadj Abdou señalan en una pieza publicada por la London School of Economics que la percepción de los ucranios como culturalmente similares se construye y se moldea mediante la comunicación. “La representación de los ucranios como héroes, que defienden su país contra una de las potencias militares más poderosas, también ha sido crucial. El apoyo a las fuerzas armadas es un componente que afecta a cuestiones de identidad nacional, seguridad y estabilidad. Se trata de valores profundamente conservadores que suelen influir en las actitudes de las personas y líderes políticos que tienden a ser más escépticos,” escriben.

El segundo gran factor que explica la diferente recepción de refugiados, en paralelo con la identidad, es la política exterior. Aquí, el hecho de que los ucranios estén huyendo de una agresión de Rusia representa un aliciente para los Estados europeos, para convertir su acogida en una condena a Vladímir Putin y para contrarrestar su intento de utilizar un éxodo masivo de personas hacia Europa como una forma de desestabilizar a Occidente. También lo es el hecho de que la invasión se enmarque como una guerra contra Europa.

Esta última dimensión lleva a lo que la investigadora del centro de investigación CIDOB Blanca Garcés Mascareñas se refiere como la “geopolitización del asilo”, un fenómeno particularmente preocupante. “El problema es que es justo ahí donde estas múltiples diferencias entran en contradicción”, escribe Garcés en un artículo reciente. “Porque para ganar esta contienda moral e ideológica, no se puede distinguir entre unos refugiados y otros. En la huida de Ucrania, la discriminación de trato en función del origen y la nacionalidad, y la posibilidad de que esta distinción se mantenga a la hora de acceder a la protección temporal dentro de la [Unión Europea], hace mucho daño.”

De hecho, si bien las diferencias en la acogida ya han sido abismales, todavía es un misterio hasta qué punto Europa mantendrá los brazos abiertos en el futuro. Ya en 2015, muchas ciudades europeas –aunque, ciertamente, no tanto en el este– se volcaron en un primer momento con la recepción de refugiados, solo para ir luego perdiendo fuerza con el paso del tiempo. A medida que se enquiste la guerra en Ucrania y sigan aumentando los niveles de destrucción, más evidente será que los ucranios no van a poder volver a sus hogares en un futuro cercano, lo que podría afectar la posición inicial europea. En este sentido, la generosidad exhibida por los ciudadanos en países como Polonia ya parece mostrar a estas alturas límites y una cierta tensión, provocada en gran medida por una intervención del Gobierno menos ambiciosa de lo necesario.

“La literatura [académica] ha demostrado que las percepciones y discursos sean volátiles”, alertan Pettrachin y Hadj Abdou, “y pueden cambiar muy rápidamente cuando se dispone de nuevas señales e indicios y cuando se producen cambios en el encuadre de las cuestiones políticas por parte de los medios de comunicación”.