Los bancos centrales tienen prisa por empezar las pruebas de una moneda digital propia. Quizá parece una cosa emocionante. Pero seguramente no ofrecen a los usuarios casi ninguna ventaja de la que no disfruten ya.

Los consumidores están dejando de usar dinero en efectivo y pasándose a los pagos digitales, una tendencia a largo plazo que se aceleró de forma increíble durante la pandemia. A los bancos centrales les preocupan las consecuencias. ¿Dependen los consumidores demasiado de las redes de tarjetas estadounidenses, que hace poco han retirado sus servicios de Rusia y han demostrado así que los conflictos internacionales pueden llegar a involucrar incluso a los sistemas de pago privados? ¿Necesitamos sistemas alternativos para mejorar la capacidad de resistencia de la economía ante las interrupciones del sistema, las catástrofes naturales o los ciberataques? ¿Es importante que deje de existir una alternativa pública a los servicios de pago privados, como los pagos con tarjeta? Y los consumidores que valoran la privacidad que les da el dinero en efectivo ¿adoptarán alternativas más arriesgadas como el bitcoin o las monedas estables, algunas de las cuales, en los últimos tiempos, han resultado ser reservas de valor poco seguras?

Casi todos los bancos centrales del mundo, entre ellos los de la UE, el Reino Unido y EE UU, están estudiando la posibilidad de una moneda digital (Central Bank Digital Currencies, CBDC), por ejemplo el “euro digital”, como posible solución. Muchos ya están llevando a cabo proyectos piloto.

Una CBDC al por menor permitiría a los consumidores tener acceso a un dinero electrónico respaldado por el banco central. En la actualidad, solo los bancos comerciales tienen ese privilegio, con las reservas del banco central. Los particulares pueden tener dinero del banco central pero solo en forma física, es decir, en billetes y monedas. Cuando los particulares manejan fondos por vía electrónica, esos fondos no representan más que un derecho sobre el banco privado que administra la cuenta, no sobre el banco central.

Sin embargo, a los consumidores europeos de a pie esta revolución les puede parecer algo teórico. El sector bancario europeo es sólido y los depósitos están garantizados hasta un límite holgado. Los consumidores consideran, con bastante lógica, que los ahorros bancarios son tan seguros como el efectivo. Además, las CBDC probablemente se ofrecerían a través de los bancos privados y permitirían los pagos a través de una aplicación móvil, una tarjeta o un dispositivo similar. Por tanto, una CBDC se parecería bastante a cualquier cuenta bancaria actual. Ya existen opciones de ahorro respaldadas por el Estado a disposición de quienes las deseen.

Por consiguiente, no está nada claro que los consumidores y los minoristas vayan a preferir utilizar una CBDC en vez de servicios de pago privados como las tarjetas actuales. Algunos banqueros centrales dan a entender que el uso no es importante y alegan que basta con que exista la CBDC como “ancla” para dar a los consumidores la seguridad de que es posible retirar dinero del sistema bancario privado. Pero ...