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El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, en Pensilvania. (Michael M. Santiago/Getty Images)

En los primeros ocho meses de su presidencia Joe Biden ha definido como prioridad solucionar las disfunciones económicas y políticas de su país. Consecuentemente, está ejecutando una política exterior de competencia con China, estabilizar la relación con Rusia, recuperar el liderazgo entre los aliados, retirar las tropas de Afganistán e Irak y evitar la proliferación nuclear en Oriente Medio.

“América ha regresado, la diplomacia ha regresado”, afirmó Joe Biden después de asumir la presidencia. Desde entonces propone a los aliados de la OTAN y de otras regiones trabajar juntos para enfrentar problemas comunes, como el cambio climático y las pandemias, pero con voluntad de “liderazgo”.

Ha identificado a China (como hizo Donald Trump) y a Rusia (al contrario que Trump) como los principales contrincantes en la “lucha esencial” entre democracia y autoritarismo. En ese contexto, la nueva Administración vigila los derechos humanos mientras aplica selectivamente un realismo cauteloso y pragmático.

Biden continúa la política que inició Obama y siguió Trump de retirar a Estados Unidos de Afganistán, restringir las implicaciones de tropas en “guerras que nunca acaban” y limitar la presencia en Oriente Medio. América Latina y África subsahariana quedan fuera de la primera línea de prioridades.

La Casa Blanca ha revertido algunas de las decisiones más polémicas de Trump: Estados Unidos ha vuelto al Acuerdo de París sobre cambio climático y a ser miembro de la Organización Mundial de la Salud (OMS); ha acordado con Moscú extender por cinco años la vigencia del tratado START sobre armas nucleares estratégicas y reiniciado las negociaciones sobre el programa nuclear iraní.

Sin embargo, mantiene las altas tarifas de importación que impuso la Administración anterior a una serie de productos chinos y ha incrementado los contactos con el gobierno de Taiwán (país al que China considera como parte de su soberanía). Esto irrita al Gobierno de Pekín y podría escalar a un enfrentamiento violento con Washington.

También anuló una parte de las medidas más extremas de Trump contra la recepción de refugiados, sobre la inmigración y la separación de niños inmigrantes de sus familias.  La migración y los refugiados forman uno de los problemas más complejos porque son parte de la guerra cultural con los republicanos. El flujo de personas que quieren entrar en Estados Unidos aumenta de forma proporcional a los conflictos armados, sequías y agotamiento de recursos, pobreza y desigualdad, cuestiones aceleradas por la Covid-19.

La nueva Administración tiene un plan de ayuda al desarrollo y fortalecimiento de las instituciones en Honduras, Guatemala y El Salvador, pero cuenta con escaso apoyo de las autoridades locales, poco tiempo para implementarlo y dudosas perspectivas de éxito. Entre tanto, difícilmente demócratas y republicanos llegarán a un consenso sobre la muy necesaria reforma del sistema migratorio y de asilo.

Una política exterior para la clase media

El presidente demócrata vincula la reconstrucción económica y de infraestructuras de Estados Unidos con una “política exterior para la clase media”. En febrero, indicó ...