• L’espresso,
    nº 34, 1 de septiembre de 2005,
    Roma (Italia)

Disentir no es un anatema para el pensamiento católico, pero los prelados
más influyentes, a diferencia de los políticos, no se atreven
a criticar mucho a los poderes fácticos. Debido a que la política
vaticana no se practica precisamente de forma abierta, la tarea de discernir
(o adivinar) lo que se cuece en las altas esferas católicas se ha convertido
en un campo altamente especializado, restringido a un grupo selecto de veteranos
periodistas, académicos y analistas conocidos como vaticanisti (vaticanistas).
Estos expertos navegantes de la curia romana -una de las burocracias
más confusas del mundo- no sólo saben qué departamento
hace qué. Además, alardean de entender los entresijos del Vaticano,
de tener controlados a los protagonistas y de analizar sus intrincadas relaciones
con la misma atención que pondría un fanático aficionado
al béisbol en las estadísticas de bateo.

Entre los vaticanisti mejor considerados está Sandro Magister, que
cubre el Vaticano para el influyente semanario italiano L’espresso, que
cuenta con más de 600.000 lectores. Además, escribe a diario
un blog y una columna quincenal en su web, www.chiesa.espressonline.it. Aunque
L’espresso se considera un órgano de la izquierda italiana recelosa
con la Iglesia (su rival es Panorama, un semanario de información del
primer ministro Berlusconi), el corresponsal destaca porque en sus opiniones
se desliza más hacia la derecha. Sus columnas defienden un papado fuerte
que practique la realpolitik en el extranjero. Defiende la identidad del catolicismo
desde las mismas influencias que definen L’espresso: defensa del derecho
al aborto, la investigación con células madre, el pluralismo
religioso y una estricta separación entre Iglesia y Estado. Otra cosa
que diferencia a Magister de los otros vaticanisti es su habilidad para discernir
quién, entre los más cercanos al Papa, se está haciendo
valer dentro del Vaticano. Catedrático de Historia de la Iglesia en
la Universidad de Urbino, el periodista italiano peina el Vaticano en busca
de información del mismo modo que los académicos buscan textos
oscuros.

Ratzinger ejercía su influencia de forma opaca. Ahora
que se ha convertido en el rostro público
de los 1.200 millones de católicos, cualquier cambio de opinión
tendrá ramificaciones más directas

Como muchos periodistas italianos, deja que el lector imagine las fuentes,
pero sus primicias son efectivas y precisas, una rara combinación en
un campo que tiende a la especulación. Su perspicacia fue indispensable
en los últimos años del papado de Juan Pablo II, cuando proliferaban
las dudas sobre quién estaba guiando el barco de la Iglesia católica.
Tres años antes de la muerte de Karol Wojtyla, Magister fue el primero
en apostar por su asesor teológico, el cardenal Joseph Ratzinger, cuyo
nombre no había aparecido en la lista de papables hasta ese momento.
Pero el sagaz periodista se percató de que Ratzinger estaba haciendo
oír su voz en temas que sobrepasaban sus competencias. Si la enfermedad
de Juan Pablo II había creado un vacío de poder, su ayudante
estaba dando pasos para llenarlo. Entre otros, el alemán hizo público
un tratado sociológico sobre el papel de las mujeres; dijo que Turquía
no podía ser miembro de la UE; determinó que los políticos
católicos que apoyaban leyes contrarias a la doctrina eclesiástica,
como los que defienden el derecho al aborto, no podían recibir la comunión
(Ratzinger expresó esta decisión en un memorándum confidencial
a la conferencia de obispos estadounidenses en 2004, hecho público por
Magister, y que asestaba un golpe a las esperanzas presidenciales del senador
John Kerry).Y, por supuesto, el informador demostró sus habilidades
adivinatorias la pasada primavera cuando falleció Wojtyla y Ratzinger
se convirtió en Benedicto XVI.

El Vaticano suele ser prolijo en explicaciones para asegurar a sus fieles
y al mundo que lo que parece un cambio de política de un pontífice
a otro es, en realidad, un signo de continuidad. Cuestionar esa premisa es
el desayuno de cada día de todo vaticanista cualificado, y Magister
no es una excepción. En los primeros meses del papado de Benedicto XVI,
el reportero predijo que el Papa adoptaría una actitud escéptica
ante el islam, y recalcó su decisión de declinar una invitación
de representantes de la comunidad islámica alemana para visitar una
mezquita. Los instintos del reportero se confirmaron en la última Cumbre
Mundial de la Juventud, cuando el pontífice se reunió con líderes
musulmanes en un campo más neutral y les emplazó a rechazar toda
interpretación del islam que inspire el terrorismo. "Ningún
Papa", escribió en el número del 1 de septiembre de L’espresso, "había
sido tan explícito y directo frente a la cuestión del terrorismo,
de un modo personal, con representantes de la comunidad islámica".

Hasta ahora, el pontífice no ha identificado ningún grupo islámico
que suponga una amenaza para la Europa cristiana. Donde Benedicto XVI se queda
corto, interviene Magister para terminar la frase. "Su prudencia es comprensible",
escribió on line el 18 de agosto. "En Colonia y Múnich -donde
Joseph Ratzinger fue arzobispo de 1977 a 1981- los Hermanos Musulmanes
(la organización que, durante décadas, ha sido la principal fuente
ideológica y de organización del islam radical en el mundo) ha
pasado a controlar la mayoría de las mezquitas y el islam activo en
Alemania y en Europa". Ratzinger puede estar limitado por la diplomacia,
pero el periodista es libre de dar nombres.

Leer la mente de un Papa es un negocio arriesgado. Como ha probado Magister,
ni siquiera la política papal es absoluta. Benedicto XVI fue persona
de confianza en el Vaticano, y ejercía su influencia de forma opaca.
Ahora que se ha convertido en el rostro público de los 1.200 millones
de católicos, cualquier cambio de opinión tendrá ramificaciones
más directas. Y Magister estará entre los primeros en conectar
esos puntos.

Pronósticos papales.
Stacy Meichtry

  • L’espresso,
    nº 34, 1 de septiembre de 2005,
    Roma (Italia)

Disentir no es un anatema para el pensamiento católico, pero los prelados
más influyentes, a diferencia de los políticos, no se atreven
a criticar mucho a los poderes fácticos. Debido a que la política
vaticana no se practica precisamente de forma abierta, la tarea de discernir
(o adivinar) lo que se cuece en las altas esferas católicas se ha convertido
en un campo altamente especializado, restringido a un grupo selecto de veteranos
periodistas, académicos y analistas conocidos como vaticanisti (vaticanistas).
Estos expertos navegantes de la curia romana -una de las burocracias
más confusas del mundo- no sólo saben qué departamento
hace qué. Además, alardean de entender los entresijos del Vaticano,
de tener controlados a los protagonistas y de analizar sus intrincadas relaciones
con la misma atención que pondría un fanático aficionado
al béisbol en las estadísticas de bateo.

Entre los vaticanisti mejor considerados está Sandro Magister, que
cubre el Vaticano para el influyente semanario italiano L’espresso, que
cuenta con más de 600.000 lectores. Además, escribe a diario
un blog y una columna quincenal en su web, www.chiesa.espressonline.it. Aunque
L’espresso se considera un órgano de la izquierda italiana recelosa
con la Iglesia (su rival es Panorama, un semanario de información del
primer ministro Berlusconi), el corresponsal destaca porque en sus opiniones
se desliza más hacia la derecha. Sus columnas defienden un papado fuerte
que practique la realpolitik en el extranjero. Defiende la identidad del catolicismo
desde las mismas influencias que definen L’espresso: defensa del derecho
al aborto, la investigación con células madre, el pluralismo
religioso y una estricta separación entre Iglesia y Estado. Otra cosa
que diferencia a Magister de los otros vaticanisti es su habilidad para discernir
quién, entre los más cercanos al Papa, se está haciendo
valer dentro del Vaticano. Catedrático de Historia de la Iglesia en
la Universidad de Urbino, el periodista italiano peina el Vaticano en busca
de información del mismo modo que los académicos buscan textos
oscuros.

Ratzinger ejercía su influencia de forma opaca. Ahora
que se ha convertido en el rostro público
de los 1.200 millones de católicos, cualquier cambio de opinión
tendrá ramificaciones más directas

Como muchos periodistas italianos, deja que el lector imagine las fuentes,
pero sus primicias son efectivas y precisas, una rara combinación en
un campo que tiende a la especulación. Su perspicacia fue indispensable
en los últimos años del papado de Juan Pablo II, cuando proliferaban
las dudas sobre quién estaba guiando el barco de la Iglesia católica.
Tres años antes de la muerte de Karol Wojtyla, Magister fue el primero
en apostar por su asesor teológico, el cardenal Joseph Ratzinger, cuyo
nombre no había aparecido en la lista de papables hasta ese momento.
Pero el sagaz periodista se percató de que Ratzinger estaba haciendo
oír su voz en temas que sobrepasaban sus competencias. Si la enfermedad
de Juan Pablo II había creado un vacío de poder, su ayudante
estaba dando pasos para llenarlo. Entre otros, el alemán hizo público
un tratado sociológico sobre el papel de las mujeres; dijo que Turquía
no podía ser miembro de la UE; determinó que los políticos
católicos que apoyaban leyes contrarias a la doctrina eclesiástica,
como los que defienden el derecho al aborto, no podían recibir la comunión
(Ratzinger expresó esta decisión en un memorándum confidencial
a la conferencia de obispos estadounidenses en 2004, hecho público por
Magister, y que asestaba un golpe a las esperanzas presidenciales del senador
John Kerry).Y, por supuesto, el informador demostró sus habilidades
adivinatorias la pasada primavera cuando falleció Wojtyla y Ratzinger
se convirtió en Benedicto XVI.

El Vaticano suele ser prolijo en explicaciones para asegurar a sus fieles
y al mundo que lo que parece un cambio de política de un pontífice
a otro es, en realidad, un signo de continuidad. Cuestionar esa premisa es
el desayuno de cada día de todo vaticanista cualificado, y Magister
no es una excepción. En los primeros meses del papado de Benedicto XVI,
el reportero predijo que el Papa adoptaría una actitud escéptica
ante el islam, y recalcó su decisión de declinar una invitación
de representantes de la comunidad islámica alemana para visitar una
mezquita. Los instintos del reportero se confirmaron en la última Cumbre
Mundial de la Juventud, cuando el pontífice se reunió con líderes
musulmanes en un campo más neutral y les emplazó a rechazar toda
interpretación del islam que inspire el terrorismo. "Ningún
Papa", escribió en el número del 1 de septiembre de L’espresso, "había
sido tan explícito y directo frente a la cuestión del terrorismo,
de un modo personal, con representantes de la comunidad islámica".

Hasta ahora, el pontífice no ha identificado ningún grupo islámico
que suponga una amenaza para la Europa cristiana. Donde Benedicto XVI se queda
corto, interviene Magister para terminar la frase. "Su prudencia es comprensible",
escribió on line el 18 de agosto. "En Colonia y Múnich -donde
Joseph Ratzinger fue arzobispo de 1977 a 1981- los Hermanos Musulmanes
(la organización que, durante décadas, ha sido la principal fuente
ideológica y de organización del islam radical en el mundo) ha
pasado a controlar la mayoría de las mezquitas y el islam activo en
Alemania y en Europa". Ratzinger puede estar limitado por la diplomacia,
pero el periodista es libre de dar nombres.

Leer la mente de un Papa es un negocio arriesgado. Como ha probado Magister,
ni siquiera la política papal es absoluta. Benedicto XVI fue persona
de confianza en el Vaticano, y ejercía su influencia de forma opaca.
Ahora que se ha convertido en el rostro público de los 1.200 millones
de católicos, cualquier cambio de opinión tendrá ramificaciones
más directas. Y Magister estará entre los primeros en conectar
esos puntos.

Stacy Meichtry, colaboradora habitual de
National Catholic Reporter, es corresponsal en el Vaticano de la agencia estadounidense
RNS (Religion News Service).