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La ex presidenta de Chile, Michelle Bachelet, en Santiago. Martin Bernetti/AFP/Getty Images

¿Qué futuro hay para la igualdad de género en la región?

La llegada de la democracia a América Latina ha permitido que el traspaso de mando entre presidentes que acceden al poder por la vía de las urnas se haya convertido en una rutina. Sin embargo, el de Michelle Bachelet y Sebastián Piñera en Chile se sale un poco de lo que ya, felizmente, se ha convertido en norma. A la luz de lo que anticipa el próximo ciclo electoral, Bachelet será la última en conducir un país latinoamericano con lo que finalizaría un tiempo en la región: el de las mujeres presidentas. Serán 14 los Estados que, en un plazo de tan solo dos años, llevarán a cabo sus comicios presidenciales. Las primeras señales son de inclinación del péndulo ideológico hacia la derecha pero también de una situación que parecerá extraña, ya que por primera vez en muchos años, y a partir de abril de 2018, no habrá mujeres a la cabeza del ejecutivo.

Dado que apenas son 16 (de 193) los países en el mundo que tienen una mujer como jefas de Estado o gobierno (incluyendo cargos principalmente ceremoniales), América Latina venía resultando una excepción. En los últimos 40 años había tenido 10 presidentas, coincidiendo cuatro de ellas tan solo en la última década: la mencionada Michelle Bachelet, la brasileña Dilma Rousseff, la argentina Cristina Fernández de Kichner y Laura Chinchilla en Costa Rica. Las tres primeras, procedentes de partidos de izquierda comprometidos con una sociedad más igualitaria, aunque con estilos y estrategias diferentes, terminaron gobernando sobre una porción significativa de la población y la economía de Suramérica. Alcanzaron incluso un segundo mandato, aunque el de Rousseff resultó inconcluso debido a un juicio político.

De todas ellas, Bachelet es reconocida como la más comprometida con los derechos de sus congéneres. Todas pertenecientes, además, a la segunda oleada de mujeres presidentas la que, por contraste con las pioneras de los años 70 que llegaron al ejecutivo en períodos de accidentabilidad política, fueron electas después de competir electoralmente, compartiendo un conjunto de características: profesionales, origen urbano, extracción socioeconómica media-alta y estudios universitarios. Su ascenso fue a la par del ingreso de mujeres a las asambleas legislativas gracias, esencialmente, a las leyes de cuotas y en un contexto donde, además, se ha logrado avanzar en la consagración constitucional de la paridad política de género. No es casual que la región ostente el segundo lugar del mundo en presencia de mujeres en los órganos legislativos, solo por debajo de los países nórdicos. Se ha llegado a decir que no se trata solamente de una implementación exitosa del mecanismo de discriminación positiva sino que la ley de cuotas constituiría un aporte de América Latina al mundo. Fue allí donde adquirió obligatoriedad por ley ya que, antes de la aprobación en 1991 de la Ley del Cupo Femenino en Argentina, ningún Estado las incluía en su legislación.

La región logró estar a la vanguardia de mujeres a cargo de sus países a pesar de la reconocida persistencia del sexismo y del machismo. Cuando se constata, como ahora, que podría pasar a ser regida exclusivamente por hombres en un futuro inmediato, habida cuenta de la inexistencia de candidaturas femeninas competitivas, surgen legítimas preguntas: ¿por qué no hay candidatas a la presidencia en el horizonte electoral que se avecina?, ¿qué nos dice esa situación acerca del estado más general de sus democracias? y ¿qué podría suponer para la condición de las mujeres y sus derechos?

Si para su respuesta nos volcamos en los hallazgos de la literatura, constatamos que los análisis acerca del liderazgo de las mujeres que conducen países son todavía incipientes. Desde la preocupación inicial por sus biografías, sus vías de acceso al poder, así como los factores que lo posibilitaron y sus particulares habilidades y oportunidades, se ha tratado de avanzar en marcos de análisis que permitan entender hasta qué punto el género es una variable relevante políticamente para la comprensión del liderazgo presidencial. Falta por profundizar más en los entresijos del poder, así como en sus procesos de producción y reproducción. Detección y promoción de carreras políticas, prácticas de sucesión, círculos de hierro y posibles dedazos que seguirán existiendo, por mucho que las primarias se hayan instalado con fuerza como parte de las reformas políticas de la región. ¿Cómo se relaciona la ausencia de candidatas de relevo con acciones u omisiones de las propias mandatarias en ese tipo de asuntos? Una respuesta incómoda nos llevaría a admitir que, a pesar de los avances femeninos a nivel del poder formal y que la mitad de la militancia partidista son mujeres, los hombres retienen todavía buena parte de los resortes del poder informal. En ese marco, los procesos de reclutamiento y selección de candidaturas a distintos niveles son gravitantes.

En cuanto a su relación con la democracia, el hecho de que las mujeres puedan acceder a la primera magistratura por la vía de las urnas es un indicador positivo, pero tan insuficiente como reducir la dimensión de género a la existencia de mecanismos de cuotas en las legislaciones nacionales. En una perspectiva comparada de exploración de las dimensiones culturales, institucionales y políticas del acceso de mujeres al poder ejecutivo vio la luz recientemente Women Presidents and Primer Ministers in Post-Transition Democracies. Centrado en América Latina, en el artículo "Presidentas latinoamericanas e igualdad de género: un camino sinuoso" se pone el foco en las cuatro presidentas mencionadas y su rol en la democratización de sus sociedades. En este trabajo se compararon las políticas de igualdad que promovieron a través de un marco interpretativo que considera la capacidad institucional de sus países, los legados recibidos, la vulnerabilidad a la presión internacional y el grado de democracia. Corroboran hallazgos previos en el sentido de que una mujer que llega al poder no muestra necesariamente un estilo diferenciado ni tampoco promueve políticas de igualdad de género, pero también alerta acerca de la necesidad de que los estudios y debates acerca de la calidad de la democracia puedan imbricarse más y mejor con el género y a las políticas en pos de la igualdad.

Acerca del riesgo ante posibles retrocesos, Michelle Bachelet afirma que "no debiera pensarse que el hecho de que el continente se quede sin mujeres presidentas será un paso atrás en la lucha por la igualdad de género". Datos recientes, sin embargo, recomiendan no dormirse en los laureles. El Proyecto de Opinión Pública de América Latina (LAPOP) advierte una abrupta caída (9 puntos, desde 2014 a 2017) en el apoyo a la democracia. La disminución viene acompañada de una mayor insatisfacción con la democracia, un fuerte descenso en la adhesión a los gobiernos, un bajo nivel de confianza en las elecciones y en las principales instituciones de la democracia representativa, en particular en relación con los partidos políticos. Más preocupante aún es que 40% de los ciudadanos de las Américas apoyaría un golpe de Estado para combatir los altos niveles de crimen y corrupción. Añádase que la última encuesta regional Latinobarómetro mostró un aumento significativo en el porcentaje de latinoamericanos que opinan que el conflicto entre hombres y mujeres es fuerte o muy fuerte, pasando del 51% en 2008 a 66% de 2017.

Por otro lado que las mujeres de una región, considerada la más desigual del mundo y con los mayores niveles de violencia de género fuera de los contextos de guerra, están más empoderadas, no hay ninguna duda. La discontinuidad de mujeres en la presidencia coincide con el movimiento #Metoo, nacido en Hollywood como forma de rechazo y denuncia del acoso sexual y generando de paso un intenso debate dentro del propio feminismo. Pero no hay que olvidar que, de alguna forma, América Latina se adelantó a ello. Lo hizo bajo sus propios términos y en la forma del movimiento "Ni una menos". Lo que acontece en el norte en estos momentos, y que cobra visos de guerra cultural global dando señales de que no habrá vuelta atrás en esta nueva ola de reivindicación de las mujeres, no hará más que potenciarlo.

Por ello, aunque las presidentas latinoamericanas no dejan tras de sí herederas inmediatas, su paso no será en vano. A pesar de los ambientes ideológicos cambiantes, existe una razonable confianza en la existencia de una apertura a las cuestiones de género y a debates vibrantes que están lejos de dar la razón a aquella frase atribuida a Indira Gandhi: "El hecho de que yo sea primer ministro no significa nada. Sólo que soy una excepción. De modo que el hecho de que Francia produjera una mujer general no significa que otras pueda ser Juana de Arco. Solo significa que, de tanto en tanto, aparecen unas freaks".