La coyuntura de inestabilidad en Malí ha permitido a los islamistas del grupo radical Ansar Dine y a los integrantes de la organización terroristas de AQMI apoderarse lentamente del territorio.

 

  

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AFP/Getty Images
Islamistas del grupo radical Ansar Dine

 

El efecto galvanizador de las revueltas de Túnez, Egipto y, especialmente, Libia -refugio ideológico y el dorado económico para una parte de la comunidad tuareg de Malí que huyó de la sequía de los 70- explica la cristalización del alzamiento tuareg que, en nombre de la justicia, la unidad y la libertad, mantiene una apuesta decidida por el control absoluto de todo el norte del país y por la autodeterminación.

El estallido de la primavera árabe sirvió de aliciente a los tuaregs, que constituyen el 15% de una población de 15 millones de habitantes y que quedó diseminada tras el reparto colonial, para volver a impulsar una lucha desesperada por mantener su independencia. El levantamiento tiene motivaciones políticas pero también sociales: la carestía de los precios, el desempleo, la corrupción crónica, la concentración de la riqueza en manos de una élite. La ignominia. Las generaciones tuareg sufren el abandono y la marginación en manos de la Administración central desde la independencia del país en 1959. Los más pobres se han pauperizado aún más en los últimos años y ahora miles de familias no alcanzan el euro al día. No hay motivos de esperanza con una clase política paralizada, una sociedad civil anquilosada y una economía siniestrada.

Aunque no sólo las condiciones socioeconómicos han sido la fuerza motriz del levantamiento, también lo han sido el no reconocimiento de la identidad de esta población con lengua y cultura propias. Seguramente, inspirados en la insurrección Libia, los tuareg entraron en las ciudades de Gao, Timbuctú y Kidal -los tres principales enclaves de la región- izando la bandera de Azawad (término que han acuñado para el norte del país) sin apenas encontrar resistencia militar. “Nuestro combate es imparable”, señaló un portavoz del grupo independista tuareg, Movimiento Nacional de Liberación de Azawad (MLNA), Moussa Ag Acharaotumane, quien ha reconocido que la asonada militar del pasado 21 de marzo contra el ex presidente, Amadou Toumane Touré, ha favorecido su causa para proseguir con el lanzamiento de ofensivas contra el Ejército de Malí.

Sin embargo, desde las filas rebeldes calcularon mal al alinearse a los grupos islamistas en la conquista de Azawad, perdiendo el control de la situación. Al poco tiempo del asalto militar que generó en la región una situación de anarquía e inseguridad, los islamistas del grupo Ansar Dine -un movimiento de ideología islamista que busca la instauración de un Estado islámico- consiguieron imponer su hegemonía. Desde hace unas semanas, los niños y niñas están separados en las aulas donde las clases en francés han desaparecido. Las mujeres no están autorizadas a salir a la calle sin la compañía de sus maridos y los hombres son obligados a dejarse una abundante barba y llevar túnica hasta los pies. Una transformación lenta de la sociedad hacia el sistema talibán.

La inquietud general reside en que esta desestabilización en el Sahel pueda fortalecer a AQMI y sus redes instaladas en la franja liberada por los rebeldes

En mitad de este paisaje resquebrajado, Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) que, desde su santuario, promueve un rosario de ideas rigoristas del islam, ha salido reforzado para continuar dando satisfacción a sus objetivos y sacar rentabilidad política. Los tuaregs no desprecian las armas pero sí cualquier relación con el terrorismo de AQMI contra el que están dispuestos a combatir a cambio de que Bamako reconozca el Estado de Azawad. Cuando la región parecía que empezaba a levantar cabeza con el incipiente turismo, el difundo Bin Laden, selló en 2005 la be’yaa (acuerdo) con estos grupúsculos de terroristas y traficantes de armas y drogas dispuestos a entrar en el entramado yihadista.

La organización criminal empezó a mejorar en su capacidad organizativa, logística y técnica, lo que obligó al poder central a aunar a las diferentes comunidades étnicas para luchar contra el terrorismo de AQMI. Tras el anuncio de la independencia del Estado de Azawadpor parte del grupo de alzados, el combate contra los discípulos de Bin Laden se ha estancado y la base donde los hombres del Pentágono, en el marco del programa Trans Sahara desarrollado por Estados Unidos, luchan contra el terrorismo, ha quedado en una situación de impasse.

Desde que el terrorismo de Al Qaeda asentó sus bases en el desierto del Sahel, un centenar de estadounidenses entrenan allí a diario a los nativos que integran un Ejército débil y con medios limitados. Pero estos militares en proceso de adoctrinamiento, ahuyentados por las fuerzas rebeldes tuareg, que se apoderaron del territorio hace algunas semanas, se replegaron en Bamako dejando vía libre a los esbirros del terrorismo. Igualmente, los tuaregs y los árabes -ambos grupos étnicos mayoritarios que nutren esta misión especial antiterrorista por sus conocimientos de la tierra y su adaptación a la vida nómada- han tomado derroteros diferentes. Unos se han sumado a las filas rebeldes en la lucha por la creación de Azawad y otros han huido a la capital. La misión, por tanto, cuya finalidad era erradicar las bases de los extremistas que funcionan de madrigueras para el tráfico de armas y de drogas se ha frenado hasta nueva orden.

La inquietud general, por tanto, reside en que esta desestabilización en el Sahel pueda fortalecer notablemente a AQMI y sus redes instaladas en la franja liberada por los rebeldes. En este territorio casi mil terroristas actúan para el reclutamiento de nuevos muyahidines, el entrenamiento ideológico y físico de los yihadistas y refugian a los rehenes occidentales para negociar su liberación. Los terroristas han conseguido en los últimos diez años fidelizar a buena parte de la población del norte de Malí convirtiéndola en cómplice a cambio de una aportación económica.

Tanto los nómadas como los tuaregs de la zona han mantenido una relación muy estrecha con los valedores de Bin Laden ya que la dependencia que la población local ha tenido de los terroristas ha sido crucial para su propia supervivencia. Y más allá de los autóctonos de la región, los miembros de Al Qaeda han conseguido, a golpe de ingentes cantidades de dinero, ganarse la complicidad de algunos miembros del Ejército mauritano y maliense que han vendido carburante e incluso armas a los esbirros de AQMI.

Miembros de Al Qaeda han conseguido, ganarse la complicidad de algunos miembros del Ejército mauritano y maliense

Las células de Al Qaeda además de estar dotadas de un interesante equipo bélico, disfrutan de unas elevadísimas comunicaciones. No les faltan aparatos multimedia. La dotación tecnológica es tan alta o igual que la de cualquier Ejército occidental, de hecho algunos de los arrepentidos de esta organización han llegado a asegurar que AQMI es un ejército perfectamente jerarquizado al que le falta poco para alcanzar los mil islamistas, entre los que no sólo se identifican yihadistas también bandidos manipulados por un discurso salafista.

Con ésta absoluta libertad de movimiento en la región de Azawad, los radicales ganan un nuevo pulso en su batalla física e ideológica pero es pronto para evaluar lo que realmente puede representar en términos de reclutamiento o embestidas. Lo que está claro es que ya antes de la rebelión tuareg, los miembros de Al Qaeda apenas encontraron resistencia a la hora de penetrar en los diferentes rincones del Sahel por la facilidad con la que se transita en la franja desértica. Las kilométricas fronteras terrestres porosas e imposibles de sellar militarmente allanan el camino a los criminales en el desarrollo del negocio del narcotráfico y de las armas, y en la búsqueda de su propio abastecimiento y de un inmenso caldo de cultivo en una región carente de oportunidades, falta de recursos y vacía de estructuras serias educativas.

Los analistas más optimistas consideran que la creación del Estado Azawad servirá de muro de contención al auge terrorista en la zona y los más pesimistas opinan todo lo contrario. Pueden pasar dos cosas en este territorio de 850.000 kilómetros: por una parte, que los azawíes se agencien el territorio y sean capaces de neutralizar los envites yihadistas y, por otra, que pierdan definitivamente el control a favor de los radicales y los terroristas y se produzca una intervención del Ejército de Malí con la ayuda de los países vecinos para devolver al país la integridad territorial.

 

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