¿Por qué gasta Estados Unidos decenas de miles de dólares para lavar la imagen de las dictaduras de Asia Central?

 

 

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AFP/Getty Images

 

 

Cuando una persona lee una página web de noticias, no suele imaginar que la dirige un gran fabricante de aviones de combate y bombas inteligentes. Pero cuando el Pentágono tiene una visión propia de la política exterior estadounidense, y los fondos para impulsarla, puede colocar a un contratista de defensa con facturas de 23.000 millones de dólares (17.000 millones de euros aproximadamente) en una posición incomparable para informar sobre la guerra contra el terrorismo.

Desde hace tres años, una subdivisión de la empresa de Virginia General Dynamics ha creado y dirige una red de ocho “páginas web influyentes”, financiadas por el Departamento de Defensa con más de 120 millones de dólares procedentes del dinero de los impuestos. Las páginas, conocidas con el nombre colectivo de Trans Regional Web Initiative (TRWI) y manejadas por la división de General Dynamics Information Technology, están destinadas a zonas geográficas dependientes de diversos mandos de combate estadounidenses, entre ellos el Mando Central de Estados Unidos. Una de las webs de TRWI, Central Asia Online, al informar sobre Uzbekistán, una dictadura represiva cada vez más importante para los objetivos militares de EE UU en Afganistán, muestra una inquietante tendencia a quitar importancia a las violaciones de los derechos humanos que comete su Gobierno y a airear, sin ningún juicio crítico, sus afirmaciones sobre amenazas terroristas.

Central Asia Online nació en 2008, un periodo en el que era evidente que Washington podía fiarse cada vez menos de Pakistán como socio en las operaciones en Afganistán. En la búsqueda de rutas terrestres alternativas para abastecer a las tropas, Uzbekistán pareció la mejor opción. El cercano Irán era impensable mientras que las infraestructuras uzbekas, utilizadas por los soviéticos para entrar y salir de Afganistán durante su funesta guerra, eran muy superiores a las del vecino Tayikistán. Hoy, EE UU traslada cargamentos inmensos a través de Uzbekistán. A finales de 2011, el Pentágono confía en que el 75% de todos los suministros militares no letales traspasen las fronteras afganas por la llamada Red de Distribución del Norte, una cadena de rutas terrestres de transporte que van desde el Mar Báltico hasta el río Amu Darya, en Asia Central.

Uzbekistán, con una gran riqueza en gas y la mayor población de las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, está gobernado desde antes de su independencia en 1991 por el presidente Islam Karimov, un déspota contra el que Occidente emite condenas periódicas por mantener uno de los regímenes más represivos y corruptos del mundo. La ONG Freedom House da al país la puntuación más baja posible en su informe sobre la Libertad en el Mundo y otras organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch han relatado numerosos casos de torturas y trabajo infantil forzado. El respetado grupo ruso de derechos humanos Memorial asegura que Karimov tiene más presos políticos que todas las demás repúblicas postsoviéticas juntas, a menudo gracias a una “interpretación arbitraria” de las leyes. La inmensa mayoría de los condenados tienen vínculos de algún tipo con el islam. Memorial ha descubierto que miles de “musulmanes cuyas actividades no representan ninguna amenaza contra el orden social ni la seguridad reciben condenas por falsas acusaciones de terrorismo y extremismo”.

Pese a todo ello, dado el tenso momento de las relaciones entre Estados Unidos y Pakistán, las autoridades de Washington parecen más dispuestas que nunca a tender la mano al país uzbeko. Hasta ahora, Karimov ha respondido a las críticas de EE UU diciendo que iba a cerrar las rutas de abastecimiento a Afganistán. En 2005, después de que los estadounidenses exigieran una investigación sobre la matanza de cientos de civiles en la ciudad oriental de Andijan, el presidente cerró la base estadounidense de Karshi-Khanabad. Por consiguiente, las críticas de Washington han dejado paso a los elogios. En septiembre, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, felicitó en tono cauteloso a Uzbekistán por sus avances en materia de libertades políticas y, –aún más significativo, el presidente Barack Obama decidió eliminar las restricciones a la ayuda militar, vigentes desde 2004. El 22 de octubre, durante una visita a la capital del país, Tashkent, Clinton agradeció en persona al líder su cooperación. Un funcionario del Departamento de Estado que iba con ella aseguró que, en su opinión, Karimov desea dejar un legado democrático para “sus hijos y sus nietos”.

En teoría, con las restricciones levantadas, General Dynamics debería salir beneficiada. La empresa ya se ha mostrado interesada en encontrar clientes en Asia Central y dio publicidad a sus productos en una exposición de defensa celebrada el año pasado en Kazajstán. Este posible interés de la empresa no deja en muy buen lugar las halagüeñas informaciones de Central Asia Online sobre las dictaduras calcificadas de la región, en especial Uzbekistán.

Reporteros sin Fronteras sitúa Uzbekistán en el puesto 163 de 178 países en su Índice de Libertad de Prensa 2010 y lo ha calificado este año de “enemigo de Internet”

No hay más que ver un reportaje del mes de marzo en el que se elogiaban los esfuerzos de Tashkent para inscribir a los grupos religiosos. El escrito no menciona las acusaciones hechas por organizaciones de confianza sobre detenciones arbitrarias de cristianos y musulmanes pertenecientes a grupos no inscritos; mientras que, en cambio, sí cita los cumplidos del clero vinculado al Estado sobre la libertad religiosa del país y alaba a los temidos servicios de seguridad por actuar con arreglo a las leyes. El artículo termina diciendo: “Uzbekistán está haciendo todo lo posible para garantizar que sus ciudadanos cuenten con las condiciones necesarias para ejercer la libertad de conciencia”.

Es evidente que eso no es cierto, dice John Kinahan, de Forum 18, una organización de defensa de la libertad religiosa con sede en Oslo: “Lo único armonioso en Uzbekistán es el panorama constante de violaciones de todos los derechos humanos que pueda imaginar, y eso, desde luego, no facilita ningún intercambio de opiniones sobre lo que sucede ni la relación entre unas personas y otras”.

Las razones para tener miedo siguen siendo muchas. A mediados de noviembre, un juicio celebrado a puerta cerrada cerca de Tashkent condenó a 16 hombres por pertenecer a un grupo islamista prohibido. Algunas informes independientes dicen que se les torturó para que firmaran sus confesiones. Las familias están abatidas sin saber cómo van a sobrevivir sin el dinero que llevaban a casa a los que se ha encerrado en la cárcel con penas de seis a doce años.

A veces la página web quita importancia a violaciones de los derechos humanos incluso contradiciendo preocupaciones expresadas por el Gobierno de Estados Unidos. El 13 de septiembre, el Departamento de Estado destacó Uzbakistán como país “especialmente preocupante” para la libertad religiosa y señaló los “graves abusos” en la “campaña contra los extremistas o quienes participan en actividades islámicas clandestinas” que está llevando a cabo el Ejecutivo. La víspera de que se hiciera público el informe, Central Asia Online incluyó un reportaje en el que defendía a Tashkent, titulado “Uzbekistán lucha contra el terrorismo, no la religión, dicen los analistas”. El artículo entrevistaba a miembros de grupos religiosos aprobados por el Estado para mostrar una imagen de tolerancia en el país y llegaba a la simplista conclusión de que “la mayoría está de acuerdo con las medidas enérgicas contra el terrorismo”.

“No es posible realizar encuestas independientes sobre lo que piensa la gente de la situación”, dice Kinahan. “Uzbekistán viola de forma constante los derechos humanos. Sus habitantes tienen un miedo comprensible a expresar su verdadera opinión… puede ser peligroso”.

En concreto en su cobertura del extremismo y terrorismo Central Asia Online sigue al pie de la letra la línea de Tashkent y, al mismo tiempo, muestra que tiene un acceso a fuentes oficiales imposible para cualquier otro informador occidental. A los periodistas extranjeros, incluido yo mismo, se nos niega siempre el visado. Los pocos que lo consiguen tienen que trabajar a escondidas, fingiendo ser cooperantes o turistas. Los reporteros locales tienen escasa libertad y corren el riesgo de ser detenidos por acusaciones inventadas de espionaje o amenazas contra la seguridad en cuanto se desvían de los puntos de vista oficiales. Mientras tanto, se niega la acreditación a organizaciones de información tan respetadas como Associated Press; se bloquean de forma habitual sitios web a los que se considera críticos con el Gobierno, como Uznews.net y FerganaNews.com. Reporteros sin Fronteras sitúa Uzbekistán en el puesto 163 de 178 países en su Índice de Libertad de Prensa 2010 y lo ha calificado este año de “enemigo de Internet”.  El mero hecho de que Central Asia Online parezca tener acceso ilimitado a la temida policía secreta del país, el Servicio Nacional de Seguridad (SNB), ya resulta sospechoso porque sugiere connivencia, dice un periodista uzbeko que escribe en secreto para medios de comunicación extranjeros.“Da la impresión de que la página web tiene una relación estrecha y especial con el Gobierno uzbeko”, señala ante varios reportajes de Central Asia Online sobre extremismo. “Los autores tienen acceso a funcionarios y clérigos que siempre se niegan a hablar con periodistas independientes; solo lo hacen con los vinculados al Gobierno, cuya labor cuenta con la aprobación del SNB”.

En sus historias sobre presuntos extremistas, Central Asia Online no menciona los abusos comprobados del Ejecutivo ni cita a analistas escépticos que pueden poner en duda las afirmaciones de Tashkent o sugerir la posibilidad de que sus tácticas represivas estén radicalizando a los musulmanes practicantes. En un reportaje publicado en agosto sobre las afirmaciones oficiales de que el Movimiento Islámico de Uzbekistán, afiliado a Al Qaeda, estaba reclutando miembros entre los trabajadores inmigrantes, el autor, Shakar Saadi, cita a un oficial del SNB con nombre, e incluso a un prisionero. Una auténtica hazaña periodística teniendo en cuenta que al observador especial de la ONU sobre torturas se le niega el acceso a las cárceles de Uzbekistán desde hace años.

En los dos últimos años, el presupuesto de las páginas web de TRWI ha aumentado de 10,1 millones de dólares a 121 millones de dólares, según los informes del Departamento de Defensa. Pero las partes involucradas en el proyecto se resisten a discutir detalles. Central Asia Online no ha respondido a varias peticiones de comentarios enviadas a través de su página web desde hace seis meses. General Dynamics Information Technology remite las preguntas al Comando de Operaciones Especiales de Estados Unidos (SOCOM, en sus siglas en inglés). Un portavoz de dicho Comando no quiso dar detalles de por qué había aumentado tanto el presupuesto. Dice que el contenido de las páginas se coordina con las embajadas regionales pero “se desarrolla en apoyo de una serie de objetivos de combate designados por el mando”.

Sin embargo, representantes de las cinco embajadas de EE UU en Asia Central me han dicho que ellos no tienen nada que ver con Central Asia Online. En Tayikistán, donde la embajada estadounidense tiene un loable historial de defensa de la libertad de información, el consejero de prensa ha asegurado que la página ni siquiera recibe los comunicados de la embajada. Un portavoz de otra institución diplomática en la región dijo que nunca había oído hablar del sitio web.

Todo esto sugiere una pregunta: ¿se está dando el dinero de los contribuyentes estadounidenses a un contratista militar con ánimo de lucro que es cómplice de un dictador de Asia Central solo porque es un aliado útil en la guerra contra el terrorismo?

Con el apoyo del Pentágono a las medidas uzbekas contra los extremistas está respaldando las políticas que fomentan el descontento y la radicalización en un país fronterizo con Afganistán

“Es inquietante, como mínimo”, dice Alexander Cooley, politólogo en Barnard College, que escribe con frecuencia sobre la impronta militar estadounidense en Asia Central. “No creo que nadie que colabore con los servicios de seguridad de Washington como contratista o subcontratista pueda ofrecer un análisis objetivo de las informaciones sobre terrorismo. Informar sobre éste significa, en parte, hacerlo sobre la aparición de amenazas legítimas, pero también sobre el hecho de que algunos Gobiernos utilizan el espectro del terrorismo como excusa política para reprimir a sus adversarios políticos”, dice Cooley. En su opinión, las “tonterías” de Central Asia Online “no son más que propaganda”.

Lo irónico es que con su apoyo incondicional a las medidas del Gobierno uzbeko contra los extremistas, el Pentágono está respaldando implícitamente unas políticas que, en opinión de muchos, fomentan el descontento y la radicalización en un país fronterizo con Afganistán. Mientras tanto, Uzbekistán está encantado de aprovechar esta renovada relación con Washington para impulsar su imagen.

Las páginas web de TRWI no ocultan su vinculación con el Ejército de EE UU y así lo dejan claro en sus secciones de “About”. El encargo inicial del Pentágono decía que los sitios web, entre los que están Southeast European Times y Magharebia, eran “herramientas en apoyo de los objetivos estratégicos y a largo plazo del Gobierno de Estados Unidos”, no sitios de periodismo profesional. Sin embargo, para ser un pequeño medio que informa sobre un oscuro rincón del mundo, a Central Asia Online le va relativamente bien. Este año ha publicado un promedio de 71 reportajes al mes, que lograron, según me ha contado un portavoz de SOCOM, alrededor de 168.000 lecturas de artículos, 85.000 visitantes únicos y 380 comentarios al mes.

El objetivo son los “públicos digitales” de las cinco antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, además de Afganistán y Pakistán, aunque el material, en su mayoría sobre seguridad y publicado en inglés, ruso, urdu y farsi, también se reproduce en periódicos locales, otros sitios web y agregadores de noticias de todo el mundo, lo cual aumenta el número de lectores. Aunque esos medios tienen la responsabilidad de reconocer la autoría de las informaciones, muchos, al menos en la región, no lo hacen y las presentan como historias locales y originales, no propaganda del Departamento de Defensa.

Aparte de su atención a los temas de seguridad, Central Asia Online informa a veces sobre deportes, negocios y la sociedad civil, también sin críticas de ningún tipo y citando siempre fuentes gubernamentales.
Un reportaje de principios de julio, “Uzbekistán propone mayor apertura oficial”, elogiaba las instrucciones dadas por el presidente Karimov a sus funcionarios para que redactaran más comunicados de prensa, que, según el artículo, “garantizarían el acceso público a la información sobre los organismos estatales y regularían los procedimientos para informar a la población sobre sus actividades”. Varios periodistas locales (de los aprobados por la policía secreta SNB) y funcionarios aseguraban a Central Asia Online que la información libre iba a florecer en Uzbekistán gracias al decreto del mandatario. El reportaje no mencionaba la advertencia hecha por el líder el 27 de junio de que “unas fuerzas destructivas” acechaban en Internet para “controlar las mentes de los jóvenes”.

En las semanas posteriores al discurso de Karimov, mientras Central Asia Online elogiaba la “apertura” del país, el Gobierno se dedicó a bloquear docenas de portales de noticias, incluidos los de The New York Times y Human Rights Watch. Unos funcionarios fervientes se aseguraron incluso de que, durante la celebración en Tashkent de un festival auspiciado por el Estado para celebrar el dominio UZ de Internet, nadie se alegrara demasiado: docenas de páginas web y portales internacionales se bloquearon. Y durante todo ese tiempo, la publicación siguió abierta y accesible en Uzbekistán.

 

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