
Los países emergentes están sentados sobre una bomba de relojería que todavía tienen margen para desactivar. Pero la cuenta atrás ha comenzado.
Muchos emergentes pueden presumir una deuda pública relativamente ligera en términos de PIB pero saben que eso nunca impediría una debacle financiera. Simplemente, se multiplicaría a toda velocidad hasta la asfixia si los ingresos de los tributos se desploman, los inversores salen corriendo y los bancos tienen que ser rescatados porque las empresas, muy endeudadas, ya no pueden devolverles el dinero.
En esas situaciones extremas, se impone nacionalizar parte de la deuda privada para estabilizar la economía y, en pocos años, una deuda pública modesta se convierte en un lastre agobiante que exige un rescate del Estado o de una parte de su sistema financiero. En España lo saben bien, porque así es cómo su deuda pública pasó del 36% del PIB en 2007 a superar el 100% del PIB en 2015.
Ese escenario puede repetirse a corto plazo en muchos países emergentes, pues, aunque su deuda pública es relativamente modesta, la de sus empresas, según las cifras del Fondo Monetario Internacional, se catapultó desde cerca de siete billones de dólares en 2008 hasta dieciocho billones de dólares en 2014. La mayor parte de ese torrente –alrededor del 80%– son préstamos denominados en moneda local.
Los sectores más vulnerables son la construcción, la industria, la minería y la producción y extracción de petróleo y gas, porque ahí se encuentran los negocios con más posibilidades de quebrar en un contexto internacional donde ha descendido la demanda para las exportaciones de los emergentes, donde los precios de los combustibles fósiles se han desplomado contra pronóstico más un 40% en el último año y medio, y donde la retirada de los estímulos cuantitativos de la Reserva Federal estadounidense ya ha provocado una fuga de capitales y un ataque contra las monedas que se está agravando con la subida de los tipos de interés en diciembre y probablemente otra vez en marzo.
Causas ‘globales’
Los economistas, aunque pueda parecer lo contrario, no se ponen de acuerdo en muchas cosas. Aquí, sin embargo, coinciden: la causa principal del aumento del endeudamiento es fundamentalmente “global”, que es el término que utilizan las instituciones internacionales en este caso para no decir que los máximos culpables son sobre todo las políticas monetarias de los países desarrollados (destacan la de Estados Unidos por encima de todas) y, en un segundo plano, la escalada del precio de la energía entre 2009 y mediados de 2014 –cuando el barril se disparó un 40%– y su posterior derrumbamiento del 40% a partir de entonces.
La influencia de los precios del barril es fácil de entender. Para empezar, las empresas pedían créditos para extraer y producir crudo y gas ante semejante bonanza mientras otras se veían obligadas a endeudarse para pagar una factura energética cada vez más elevada. Al mismo tiempo, los países emergentes que eran grandes ...
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