¿Es el atentado del 18 de julio un punto de inflexión hacia la caída del régimen de Bashar al Assad? Esta es la pregunta que nos hacemos todos.

 

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Patrick Baz/GettyImages
El ex presidente de siria Hafez al Assad, sus hijos el actual presidente de siria Bashar y Maher al Assad, el general Assef Shawkat y el empresario Rami Makhluf

De los cuatro altos cargos asesinados en el atentado del pasado miércoles,  Assef  Shawkat cuñado de Bashar al Assad y entonces viceministro de Defensa, supone el mayor golpe para un régimen que cada vez ve más reducido su núcleo duro a familiares y hombres de confianza. La logística del atentado ha dejado a todos boquiabiertos y sobre todo ha puesto al descubierto las complejas dinámicas de la oposición.

En un régimen basado en el nepotismo y cuyo férreo control del país se ha ejecutado a través de las 14 ramas de los servicios secretos y una reducida jerarquía económica y militar, la eliminación de altos cargos corre el riesgo de transformar el organigrama del Gobierno de Al Asad más que su modo de proceder. Todos son reemplazables como puso de manifiesto la política de purga del partido Baaz realizada tras la muerte de Hafez al Asad en el año 2000, o los asesinatos selectivos y destituciones tras el magnicidio del ex primer ministro libanés Rafiq Hariri en febrero de 2005. El predecesor del asesinado ministro de Defensa fue sustituido por falta de lealtad a la hora de aplicar mano dura en la represión de las manifestaciones. La elección de un general cristiano para su reemplazo respondió principalmente a cuestiones de imagen. La entrada oficial un año atrás de un actor armado, el Ejército Libre Sirio (ELS), en la hasta entonces revolución pacífica ciudadana, alimentó las dinámicas de una guerra civil -sectaria- entre musulmanes alauíes (12% y a la que pertenece la familia Assad) y suníes (72% de la población) y cristianos (12%). La nominación estratégica el pasado agosto de un leal general cristiano como ministro de Defensa a cargo de la eliminación del ELS y de las protestas, pretendía desmentir el escenario de una guerra civil con un régimen cien por cien alauí.

El mayor impacto de este atentado radica en la simbología del acto más que en sus consecuencias inmediatas. Más allá de las pérdidas infligidas entre los leales a al Asad, este atentado cobra simbolismo al haber sido perpetrado en un lugar de máxima seguridad con los más altos representantes de los servicios secretos y del régimen en plena capital del país. El Gobierno sirio se ha nutrido de una imagen de seguridad y solidez mediante la constante represión de todo opositor, institucionalizando la percepción de un servicio secreto omnipresente en la vida social y política siria. La sensación de estar constantemente bajo la escucha de los oídos del régimen y bajo el miedo de la tortura han propiciado la parálisis de la oposición política interna durante décadas. Este atentado implica un golpe directo al corazón del Ejecutivo destruyendo su principal pilar que, hasta el pasado miércoles, le concedía aún una imagen de control sobre el país.

En cuanto a la logística operacional del atentado -independientemente de que se trate de una acción interna en exclusiva-, ha puesto de manifiesto a un actor clave en la lucha contra el régimen desde el inicio del conflicto: los actores encubiertos. El abastecimiento en armas, víveres, material informático e información sobre la estrategia del Ejército sirio, no podría haber sido posible sin la colaboración de personas muy cercanas al Gobierno y altos cargos de éste que están jugando un doble papel: mantener la cobertura de cercanía al régimen que les proporciona un valor incalculable al obtener información crucial y poder actuar desde posiciones privilegiadas al tiempo que apoyan, de forma encubierta, a los opositores. Si bien estos miembros han quemado sus bazas en un atentado que bien puede haber sido una tentativa fallida de magnicidio para decapitar al régimen de Al Assad, cabe esperar una caza de brujas interna que estreche el ya escueto círculo de aliados de confianza del presidente.

Hace dos meses el ELS parecía languidecer y el régimen planeaba una victoria final para recuperar el control del país. Hoy se invierten las tornas. El golpe psicológico sobre un Ejército sirio -que sigue manteniendo la superioridad en armamento y efectivos- se antoja una victoria crucial en la batalla que los detractores mantienen desde 16 meses. Paralelamente, aquí surgen nuevas incógnitas sobre el influjo de armas a los rebeldes desde el exterior.

El factor sorpresa del atentado puede provocar dos reacciones muy dispares. En la coyuntura siria todo es posible y adelantar escenarios es tarea de la imaginación. Pero cabe especular sobre posibles reacciones hacia un lado y otro de una caída o refuerzo del régimen. Por un lado, una retaliación sin frenos por parte del Gobierno que ignore a la opinión pública internacional y opte por arrasar por el aire las regiones rebeldes. Al fin y al  cabo la comunidad internacional no ha logrado presentar una postura unánime sobre el conflicto, ni establecer un sistema de emergencia en el territorio sirio que alivie a la población, limitándose a condenas, sanciones y al recuento de muertes. Por otro lado, es predecible también que aquellos, hasta ahora indecisos, actores afines a Al Assad reaccionen no como parte del régimen sino como individuos con instinto propio de supervivencia, abandonando sus puestos en busca de asilo político, uniéndose a las filas rebeldes o simplemente trabajando desde dentro contra él para ocupar un cargo en una plausible transición política. Una opción que aumentaría las filas de detractores y debilitaría la imagen del régimen produciendo reacciones en cadena.