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Vladímir Putin durante un mitin en Moscú, Rusia. (Kirill Kudryavtsev/AFP/Getty Images)

Vladímir Putin centra el discurso previo a las elecciones en su programa de seguridad nacional, pero ignora las promesas incumplidas de lograr una Rusia próspera y sostenible económicamente. Con los datos económicos en contra, el presidente sigue acuñando votos. ¿Qué supondrá la victoria de Putin para la economía del país?

El 18 de marzo, Rusia celebra elecciones a la presidencia del país. Todo indica que el presidente actual, Vladímir Putin, obtendrá otros seis años de mandato, con el 70% de los votos aproximadamente. Según las últimas encuestas, ninguno de los otros siete candidatos inscritos obtendrá más del 10%. El Partido Comunista, cuyo representante recibió el 17% en las últimas presidenciales, en 2012, hoy se queda muy por debajo del 10% en los sondeos. La única persona que se presenta con un programa liberal de cambio democrático y que atrae a los votantes jóvenes —Ksenia Sobchak— tiene alrededor del 1,6% en todo el país, aunque en las grandes ciudades cuenta con más apoyos.

Con esta certeza, la campaña electoral ha sido deslucida en el mejor de los casos, y el Kremlin ha centrado sus esfuerzos en asegurar una alta participación. Putin, que se negó a participar en los debates preelectorales con otros candidatos, no ha revelado su programa electoral hasta la semana pasada.

 

El programa de Putin

En un discurso dirigido el 1 de marzo a las dos Cámaras del Parlamento, el líder ruso esbozó su visión para los próximos seis años y más allá. Aunque, según la Constitución rusa, este debería ser el último mandato de Putin, no ha dado señales de estar dispuesto a traspasar el poder. Muchas propuestas contenidas en el discurso estaban deliberadamente situadas en un contexto que llega hasta 2030, es decir, un mandato presidencial más a partir de 2024. Muchos interpretaron que hablar de la “era post Putin” es prematuro.

La primera parte del discurso, de dos horas de duración, estuvo dedicada a la política interna, pero ha quedado ensombrecida por la segunda parte, en la que Putin presumió de los nuevos sistemas armamentísticos de Rusia y esbozó sus planes para defender el país de, lo que denominó, la amenaza militar y geopolítica de Occidente, en particular Estados Unidos.

Su intento de conseguir el apoyo de los votantes con su programa de seguridad nacional es esperable. Por un lado, pone de relieve el mayor triunfo de Putin en los seis últimos años: la reafirmación del lugar de Rusia como gran potencia militar regional y mundial, capaz de anexionarse Crimea y proyectar su poderío militar en Oriente Medio y más allá.

Por otra parte, ese triunfo sirve para desviar la atención del hecho de que el presidente ha sido claramente incapaz de conducir la economía rusa hacia un crecimiento económico sostenible e incluyente. Muchas promesas que había en el discurso sobre la aceleración del crecimiento, la mejora de los servicios sociales (sanidad y educación) y el apoyo a los emprendedores han sido una característica de todos los grandes discursos de Putin, pero sin resultados prácticos. En el entorno actual de estancamiento económico y deterioro de la atmósfera geopolítica, sonaron especialmente huecas.

 

Nuevas realidades

La campaña presidencial anterior de Putin se desarrolló en un contexto político mucho menos favorable. Miles de votantes urbanos de clase media salieron a las calles para exigir que continuara la modernización económica y política. En su discurso de toma de posesión en 2012, afirmó que sus políticas durante estos seis años “definirán la trayectoria de Rusia durante décadas” y prometió crear una nueva economía, introducir niveles de vida modernos en todo el país, liberar el sector privado de la corrupción y las presiones administrativas y convertir a Rusia en el centro de atracción de toda Eurasia.

Hoy, seis años después, cabe poca duda de que sus políticas han empujado a Rusia a una vía que será difícil cambiar a corto y medio plazo. En lugar de ser más próspera, más abierta y más competitiva a escala mundial, está encerrada en un enfrentamiento geopolítico con Occidente. Su economía —que incluye un control cada vez mayor del Estado, más énfasis en la independencia económica, la modernización tecnológica encabezada por el sector militar y la innovación por el Estado—, se ha alejado de la convergencia con las economías más desarrolladas del mundo.

 

Una divergencia creciente

Desde que Putin llegó al poder en el año 2000 y hasta que regresó a la presidencia, en 2012, la economía rusa experimentó una expansión considerable. Creció más deprisa que la economía mundial. La única excepción fue 2009, año en el que su economía se contrajo más que la economía mundial, pero se recuperó de inmediato y volvió a crecer. Además, en los dos primeros mandatos de Putin en la presidencia, la economía rusa, por término medio, creció más deprisa que la de China.

Esta expansión permitió que Rusia se acercara a las economías más desarrolladas y mejorara enormemente el nivel de vida de su población. Ahora, sin embargo, esta tendencia se ha invertido. Desde 2012, su crecimiento económico ha vuelto a ser inferior a la media mundial. En la última década, creció un 0,9% anual. Con esa tasa de crecimiento, Rusia tiene pocas posibilidades de ponerse a la altura de la economía global e incluso las desarrolladas, que hoy están creciendo a buen ritmo.

La divergencia económica comenzó antes de la crisis de Ucrania en 2014. La economía rusa tuvo dificultades para crecer de forma visible en 2012-2013, cuando los precios del petróleo seguían siendo altos. Había alcanzado el límite del crecimiento económico basado en la demanda y necesitaba reformas estructurales para aumentar la productividad, estimular la innovación y atraer nuevas inversiones al sector privado. Esta liberalización económica desde abajo no puede coexistir con un sistema político tan centralizado, una corrupción tan extendida ni una ausencia tan total del Estado de derecho como hay en Rusia.

 

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Una mujer camina delante de un cartel anunciando las elecciones presidenciales en Moscú, Rusia. (Kirill Kudryavtsev/AFP/Getty Images)

Falta de diversificación

Otro gran problema de la economía rusa es su dependencia desmesurada de las exportaciones de hidrocarburos, en las que basa el crecimiento económico y los ingresos presupuestarios. En 2014, el 74% de los ingresos por exportaciones derivaron de los hidrocarburos, y hoy sigue en el mismo nivel, gracias a que los precios del petróleo subieron más del 28% en 2017.

El comportamiento económico de Rusia ha estado siempre muy ligado a la dinámica de los precios del crudo. La falta de diversificación de su economía hace que cualquier caída repentina de los precios repercuta de forma importante en la estabilidad económica del país.

A pesar de las promesas constantes de diversificar y reducir la dependencia de las exportaciones de hidrocarburos, los altos precios del petróleo y el mal clima inversor han hecho que los avances en este sentido hayan sido muy lentos.

 

La superación de la recesión

Esta vulnerabilidad quedó patente en 2014, cuando la economía rusa se vio afectada por la combinación de una brusca caída de los precios del petróleo y las sanciones occidentales, impuestas tras la anexión de Crimea. Las sanciones rusas en respuesta —que supusieron la prohibición de las importaciones agrarias de Occidente—, por sí solas, no habrían tenido una repercusión tan profunda en la economía del país, pero el hecho de que coincidieran con la caída de los precios del petróleo les dio mucho más peso.

La economía rusa se contrajo un 2,5% en 2015 y un 0,2% en 2016, antes de recuperar un crecimiento modesto en 2017. La recuperación se debió a varios factores. Por un lado, Rusia tenía suficientes reservas financieras para soportar las conmociones económicas externas durante varios años. Hoy ese fondo de reservas está muy agotado, aunque todavía contiene divisas extranjeras por valor de 450.000 millones de dólares. Por otro lado, el Banco Central de Rusia puso en práctica unas políticas eficaces contra la crisis que permitieron recuperar la estabilidad macroeconómica, controlar la inflación y suministrar la liquidez suficiente al sector bancario. El Gobierno tomó varias medidas para reducir gastos, empezando por recortar el gasto público y arañando más dividendos de las compañías de propiedad estatal.

Los planes gubernamentales para privatizar varias empresas estatales no tuvieron éxito, porque muchos inversores extranjeros se mostraron precavidos ante la posibilidad de invertir en el mercado ruso. Sí fue posible obtener inversiones estratégicas de fondos y empresas estatales de China, sobre todo en el sector energético, pero el volumen obtenido no respondió a las expectativas iniciales del Kremlin. Por otra parte, la agresiva campaña de lucha contra los paraísos fiscales logró que volviera cierta cantidad de dinero ruso al país, aunque la fuga de capitales volvió a cobrar fuerza en 2017.

 

Un legado difícil

La recesión ha dejado huellas en la economía rusa que pueden complicar cualquier futura reforma estructural. El dominio estatal de la economía aumentó a costa del sector privado, que no repercute a las rentas y que resultó muy afectado por la caída de la demanda interna, la reducción radical de las inversiones extranjeras directas y las restricciones al acceso al dinero debidas a las sanciones. El Estado ha incrementado su presencia en sectores como las finanzas, la energía, el transporte y los medios de comunicación, mientras que en el de la producción industrial el Estado ha ayudado a crear grandes triunfadores nacionales, integrados verticalmente, que tienen un papel más dominante.

Según el Banco Mundial, el sector de las pequeñas y medianas empresas fue el más golpeado por la recesión, porque los préstamos en ese ámbito cayeron más que en cualquier otro segmento del mercado. Las pequeñas y medianas empresas rusas suelen obtener su financiación de la familia y otros fondos personales y son las más vulnerables a la corrupción e incluso la posibilidad de que determinados funcionarios y sus socios se adueñen de las que tienen éxito. Durante la recesión, muchas empresas volvieron a la economía informal, que se expandió enormemente. Según un estudio reciente, la economía sumergida representa hoy en Rusia el 39,37% del PIB anual, cuando, hace unos años, era el 22%.

Otra gran herencia de la recesión es el inmenso endeudamiento de los presupuestos regionales, a los que se pidió que cargaran con la responsabilidad de cumplir las promesas populistas de Putin de subir los salarios de los empleados del sector público, al tiempo que la austeridad presupuestaria hizo que los planes de inversión en infraestructuras regionales y otros programas de desarrollo se recortaran de forma considerable. Por otra parte, las autoridades regionales se han convertido en objetivos de la selectiva campaña anticorrupción del presidente, que ha encarcelado a varios gobernadores y altos funcionarios por soborno y malversación de fondos públicos.

Estos casos de corrupción, a los que se ha dado mucha publicidad, no han cambiado el principio fundamental del sistema político de Putin, que sigue recompensando la lealtad política con el acceso a amplios recursos financieros. En los tres últimos años, la lista Forbes de los multimillonarios más ricos de Rusia ha mostrado cómo las personas del círculo íntimo del presidente, muchos de ellos blancos de las sanciones de Occidente, se han beneficiado de los grandes contratos del Estado. En los últimos, tiempos se ha impuesto el secreto sobre numerosos contratos estatales, se supone que para evitar nuevas sanciones de Estados Unidos contra sus adjudicatarios, pero esa falta de transparencia los vuelve todavía más vulnerables a la corrupción.

Por último, otro gran legado de la recesión es el aumento de las desigualdades en la sociedad rusa, ya profundamente desigual. La contracción de las rentas disponibles, que ha continuado incluso cuando la economía rusa volvió a crecer, en 2017, incrementó la tasa de pobreza en un 0,2% entre 2015 y 2016. Las rentas de más de 20 millones de personas, el 14% de la población, siguen estando por debajo del umbral de subsistencia.

 

Recuperación frágil, perspectiva optimista

La vuelta al crecimiento ofrece un entorno favorable para la campaña electoral de Putin. Aunque todavía está por debajo del 2%, el aumento de las exportaciones de bienes y servicios están impulsando un crecimiento del 1,5% del PIB. El Gobierno ruso sigue mostrándose optimista sobre el crecimiento futuro, la baja inflación (alrededor del 2% en enero de 2018), la bajada del coste de la vida y el aumento del consumo interno (que creció un 3,4% en 2017, después de haber caído el 9,4% en 2015 y el 2,8% en 2016).

La decisión reciente de S&P de mejorar la calificación de crédito de Rusia hasta un nivel que permite pensar en inversiones contribuye al optimismo. Fitch también ha hecho una valoración positiva y ha dicho que “refleja avances constantes en el fortalecimiento de la política económica, apoyada en un tipo de cambio más flexible, un fuerte compromiso de luchar contra la inflación y una estrategia fiscal prudente”.

Los inversores extranjeros ya han gastado mucho dinero en bonos del Estado ruso, hasta el punto de que el 35% está ya en manos de no residentes. Sin embargo, una nueva reducción del tipo de interés por parte del Banco Central, en línea con el objetivo de Putin de bajar al 7% el coste del endeudamiento a largo plazo para los hogares rusos, podría desanimar a los especuladores deseosos de obtener buenos rendimientos gracias a la estabilidad del rublo y la baja inflación.

Los economistas rusos son menos optimistas sobre las perspectivas económicas del país. Un análisis publicado, recientemente, por 26 grandes economistas rusos e internacionales prevé que el crecimiento del PIB real de Rusia va a seguir siendo inferior al 2% en los próximos cinco años: 1,7% en 2018, 1,6% en 2019-2020, 1,8% en 2022 y 1,6%, es decir, peor, en 2022. La producción industrial rusa, que tuvo un fuerte desarrollo en enero, se frenó en febrero, lo cual muestra la fragilidad de la recuperación económica.

Los rusos se sienten positivos, sin embargo. Las últimas encuestas indican que el 63% de la población ve el futuro con optimismo, el porcentaje más alto de los seis últimos años. El número de los que se sienten optimistas sobre la economía ha pasado del 11% al 31% en solo un año.

Este optimismo permite pensar que el periodo de movilización nacionalista en el que el Kremlin pidió a los ciudadanos que se apretaran el cinturón para poder reconstruir el poderío ruso ha terminado. Según las últimas encuestas, el número de rusos que desea normalizar las relaciones con Occidente ha pasado del 15% al 24% en un año. Y, por otra parte, el 49% quiere que Rusia se retire de Siria, mientras que solo el 30% quiere que continúe la intervención.

Tras las elecciones, el principal reto de Putin será conciliar sus ambiciones geopolíticas, claramente delineadas en la segunda mitad del discurso del otro día, con la necesidad de cumplir sus promesas de modernizar la sanidad y la educación y de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos corrientes. Todo esto va a necesitar mucho dinero (los economistas rusos calculan que sus promesas electorales costarán alrededor de 2 billones de rublos al año, algo más de 28.000 millones de euros) y mucho capital político (Putin no mencionó las reformas más difíciles —pensiones e impuestos—, imprescindibles para obtener fondos que permitan modernizar las infraestructuras y mejorar el acceso a la vivienda). La diversificación sigue siendo una prioridad importante, pero ha perdido urgencia por la reciente recuperación de los precios del petróleo y la lenta reanimación de las inversiones, tanto nacionales como extranjeras. Rusia ha conseguido ampliar sus exportaciones agrarias y militares, pero las materias primas siguen dominando.

A pesar de la retórica violenta, Rusia tuvo que recortar el gasto militar en 2017 para mantener controlado el déficit presupuestario. Cualquier modernización significativa del Ejército, algo que Putin mencionó en su discurso, complicaría la obtención de fondos para el ambicioso plan de desarrollar la economía digital rusa. Todavía no está claro a qué parte del discurso dará prioridad Putin después de las elecciones, pero el modesto crecimiento económico del país, en cualquier caso, hace que sea imposible sacar adelante las dos.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia