
A escala mundial, la creciente rivalidad geopolítica parece estar llevando, al menos por el momento, a un mundo menos controlado y menos previsible. Donde más patente es esto, desde luego, es en la relación entre Rusia y Occidente. Todavía no es una suma cero: las dos partes están aún colaborando en la cuestión nuclear iraní, la amenaza de combatientes terroristas extranjeros y, en general, el mantenimiento de la paz en África. Pero la política de Moscú en su región representa un verdadero problema, y su relación con EE UU y Europa se ha vuelto antagónica.
Las relaciones de China con sus vecinos también son tensas y podrían desembocar en una crisis en los Mares del Este de China o del Sur de China. La lucha entre Irán y Arabia Saudí inspira la violencia entre suníes y chiíes en todo Oriente Medio. Las propias potencias suníes están divididas: la rivalidad entre Arabia Saudí, los Emiratos y Egipto, por un lado, y Qatar y Turquía, por otro, tiene repercusiones en todo el norte de África. En otros lugares del continente africano, las potencias se enfrentan en Somalia y en la guerra cada vez más regionalizada de Sudán del Sur; y la RDC es desde hace mucho escenario de la competencia de sus vecinos para tener influencia y recursos.
La rivalidad entre las potencias mundiales y regionales no es nada nuevo, desde luego. Pero la hostilidad entre las grandes potencias ha paralizado al Consejo de Seguridad de la ONU en relación con Ucrania y Siria, y deja a sus miembros más poderosos menos tiempo y capital político para dedicarse a otras crisis. A medida que el poder se vuelve más difuso, el antagonismo entre las potencias regionales es más importante. La competencia entre unos Estados poderosos da un tono regional o internacional a las guerras civiles, y eso hace que su resolución sea más compleja.
Además, las guerras y la inestabilidad están concentrándose geográficamente y extendiéndose desde partes de Libia, el Sahel y el norte de Nigeria, a través de la región de los Grandes Lagos y el Cuerno de África, hasta Siria, Irak y Yemen, y de ahí a Afganistán y Pakistán.
Estabilizar las zonas más vulnerables del mundo debe ser una prioridad mundial de política exterior, y no solo un imperativo moral, porque esas regiones suelen servir de refugio a terroristas y criminales transnacionales.
A ello hay que añadir una preocupante tendencia a la violencia en países que están tratando de hacer la transición a la democracia. Entre los lugares con más problemas del mundo están los que intentan alejarse de un gobierno autoritario, como Libia, Yemen, Afganistán, la RDC y Ucrania. Labrar un nuevo consenso sobre la división de poderes y recursos es un reto enorme, y el fracaso suele desembocar en nuevas luchas.
Esto plantea dilemas tanto a las clases dirigentes nacionales como a las potencias extranjeras. Por un lado, sabemos que el comportamiento de muchos gobernantes ...
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