La canciller Angela Merkel (CDU) se despide en el escenario en el final oficial de la campaña electoral de la CDU y CSU en el Festhalle en Nockherberg.(Sven Hoppe via Getty Images)

Europa espera que el casi seguro nuevo canciller de Alemania, Olaf Scholz, mantenga unida a la UE al tiempo que refuerza la visión estratégica de la lucha contra el cambio climático, transforma la economía europea y sortea los obstáculos de la política mundial.

Las elecciones alemanas han terminado como predecían las encuestas: Olaf Scholz y su Partido Socialdemócrata (SPD) son los vencedores y tratarán de formar gobierno con los Verdes y los liberales en los social, pero conservadores en lo económico del Partido Democrático Libre (FDP). Necesitarán tiempo y un poco de teatro pero, al final, los tres partidos se pondrán de acuerdo en una “coalición semáforo” (llamada así por el color de cada partido). Es difícil alegar que Armin Laschet, del Partido Cristianodemócrata (CDU), tiene el mandato popular para formar gobierno después de haber obtenido uno de sus peores resultados y menos escaños que el SPD y ser un líder mucho menos popular que Scholz.

Europa observa los acontecimientos con nervios y expectación. Aunque en la campaña electoral casi no se habló de ella, el próximo gobierno va a encontrarse con una lista casi interminable de problemas europeos que aguardan solución, entre ellos las tan necesarias reformas de las reglas fiscales, el paquete de medidas “Objetivo 55” para alcanzar los objetivos climáticos europeos, que incluye el controvertido mecanismo de ajuste en frontera por carbono, los debates sobre cómo gravar y regular a los gigantes tecnológicos, los problemas de política exterior, en concreto en las relaciones con Rusia, los Balcanes Occidentales y Turquía, y una estrategia europea común respecto a China en política económica, exterior y de seguridad.

Alemania debe tener en cuenta lo que Europa espera del nuevo gobierno en tres grandes aspectos. La primera esperanza es que siga siendo un socio fiable. El papel más importante que tiene el país en Europa es el de forjar acuerdos entre intereses contrapuestos y mantener el continente unido. Alemania no concibe la UE desde un punto de vista transaccional ni como vehículo para reforzar el poder alemán, sino como la base de sus intereses nacionales. El Brexit ha hecho que se consolide en ese papel de constructor de acuerdos: antes, los Estados pequeños del noroeste y los del centro y el este de Europa confiaban en que Reino Unido tuviera en cuenta sus intereses, pero ahora Berlín tiene que asumir una parte mayor de esa responsabilidad. Angela Merkel era una gran negociadora y táctica, conocía todos los detalles de cada expediente y trataba de encontrar soluciones con las que todo el mundo —incluida ella— pudiera estar conforme. Todos los cancilleres alemanes deben desempeñar esa función. Seguramente Scholz lo hará bien, con su experiencia política y su seriedad, aunque tardará un tiempo en igualar el prestigio político de Merkel entre los dirigentes europeos.

El segundo deseo es que Berlín dirija la modernización de la economía europea y la lucha contra el cambio climático. Lo peor del legado de Merkel son las oportunidades perdidas, no haber aprovechado la pasada década para restablecer el pleno empleo en Europa y los bajos tipos de interés para invertir en el futuro y en la lucha por el clima. En Europa, Merkel defendió la austeridad y las reformas para reducir los déficits. Las reformas no produjeron el crecimiento económico que pensaban sus impulsores. En Alemania, dirigió gobiernos que dedicaron la mayor parte de los superávits fiscales a aumentar las pensiones en lugar de presionar para que se invirtiera urgentemente en infraestructuras digitales, innovación o preparativos para luchar contra el cambio climático. Como consecuencia, la eurozona no pudo recuperar hasta 2016 el nivel de rendimiento económico de 2008 y Alemania tardará 10 años en rectificar el bajo nivel de inversión pública de la era de la canciller. Durante su mandato, abandonó la energía nuclear, y hoy sigue siendo uno de los países más contaminantes per cápita del mundo.

En los últimos años de Merkel, la situación política cambió y el equilibrio presupuestario perdió importancia. El Brexit y la presidencia de Donald Trump demostraron que, en épocas de agitación económica y social, hasta las democracias maduras eran vulnerables al populismo. La influencia creciente de los Estados autoritarios (incluida China) en Europa llevó a muchos políticos alemanes a la conclusión de que era crucial invertir en la fortaleza económica y la unidad política del continente para garantizar su resiliencia. Al mismo tiempo, el debate alemán sobre la deuda y el gasto público se había vuelto menos dogmático, con la presencia de una nueva generación de economistas que reexaminó las políticas económicas de la década anterior. Con tipos de interés negativos y la rápida reducción de la deuda pública, la población alemana dejó de sentirse amenazada por el endeudamiento del Estado. Mientras tanto, el cambio climático se había convertido en la mayor preocupación de los votantes alemanes, lo que convenció a muchos políticos de que había que emplear todas las herramientas posibles para combatirlo, aunque eso significara cruzar líneas rojas.

La propia Merkel cruzó una de esas líneas cuando reaccionó ante la pandemia, y lo hizo con el respaldo de una parte sorprendentemente grande de los responsables de la política económica de Alemania. En colaboración con Scholz, ministro de economía de su gobierno, estableció un fondo de recuperación para la UE que comprende, además de 750.000 millones de euros de deuda mutualizada de la Unión, unas transferencias importantes a los países económicamente más débiles del sur y el este de Europa. El fondo está dirigido a reformas e inversiones que preparen la economía europea para el siglo XXI, incluidas las transiciones digital y verde.

Ahora muchos países europeos esperan que la política alemana promueva más gasto e inversiones públicas, aunque no necesariamente en forma de transferencias como el fondo de recuperación actual. Una de las principales prioridades es la revisión de las reglas fiscales europeas desde una perspectiva ecológica, para permitir las inversiones públicas (y la ayuda a las privadas) no solo en Estados fuertes como Alemania sino en toda Europa, con el fin de alcanzar la neutralidad de carbono. El acuerdo de coalición en Alemania sentará el tono del debate y los europeos esperan, con razón, que el SPD y los Verdes insistan verdaderamente en instaurar antes unas reglas fiscales verdes para Alemania. Lo cual es factible. La coalición semáforo puede aprobar un fondo de transición climática de 500.000 millones de euros, en su mayoría al margen de las reglas fiscales, para sostener inversiones públicas y privadas y animar a las empresas Mittelstand (medianas) de Alemania a hacer la transición a la neutralidad de carbono y ser innovadoras en este aspecto. Este fondo podría servir de modelo para una cláusula de inversiones verdes en el reglamento fiscal europeo.

La tercera esperanza es que el próximo gobierno alemán esté más dispuesto a asumir el coste económico de ayudar a que Europa tenga más fuerza en la política exterior. Este es seguramente el terreno más complicado para Scholtz. El FDP y los Verdes han dado a entender que respaldan una postura más dura por parte de Europa frente a los regímenes autocráticos como China. Scholz ha dicho que es partidario de una Bundeswehr mejor equipada para destacar el poderío militar europeo, en contra de las opiniones de otros miembros de su partido. Pero hablar es fácil. La crisis del gas que está sufriendo Europa es el primer problema, en especial para el SPD. Después de apoyar el gasoducto Nord Stream 2 desde Rusia hasta Alemania, para horror de sus socios europeos, Berlín debe demostrar que Alemania está dispuesta a plantar cara a Rusia en un conflicto geoeconómico. Ahora bien, que Europa no se haga ilusiones: el nuevo gobierno no se apartará apenas del rumbo de Merkel —ya sea con respecto al acuerdo de inversiones con China, aún por ratificar, Nord Stream 2 o las relaciones con Turquía— y prestará atención ante todo a la necesidad de reforzar las alianzas con Europa y Estados Unidos y construir una visión estratégica común.

Scholz y el gobierno semáforo necesitarán una visión más estratégica para Alemania y Europa de la que mantuvieron los gobiernos de Merkel y la misma capacidad que ella de forjar acuerdos y posiciones comunes europeas en temas políticos delicados. Merkel ha vivido un periodo en el que ha tenido que gestionar numerosas crisis. Scholz no lo va a tener más fácil.

 

El artículo original en inglés ha sido publicado en CER.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia