Oscar Wilde dijo que "un mapa del mundo que no incluya Utopía
no merece siquiera un vistazo". Tenía razón. La humanidad
debería hacer un esfuerzo siempre a favor del progreso. Pero para llegar
a Utopía necesitamos un mapa y una nave que nos lleve hasta allí.
Por desgracia, la actual interpretación que hacen Bono, Jeffrey Sachs
y Tony Blair del estado de la cuestión está equivocada de plano. Ésa
es la razón por la que el artículo ‘La pesadilla del desarrollo’ (FP
EDICIÓN ESPAÑOLA, octubre/noviembre 2005) resulta tan oportuno.

Una dificultad fundamental de la tesis de Sachs es que acepta la idea de que
los gobiernos africanos son incapaces de suministrar servicios a sus ciudadanos
hasta que -y a menos que- los donantes extranjeros faciliten los
recursos necesarios. La premisa es simple: no hay dinero en África y
por ello el capital debe asegurarse de manera externa, sobre todo, a través
de la ayuda. En realidad, la mala gestión de los fondos, la enraizada
corrupción y el despilfarro han mantenido vacías las arcas de
los presupuestos destinados a temas sociales en todo el continente (…).
Los observadores serios saben que no es posible acabar con la corrupción.

No es nada sorprendente que los líderes africanos se hayan convertido
en expertos en justificar sus pésimos logros tras la independencia,
aduciendo falta de capacidad y de dinero. Sin embargo, raras veces se han pronunciado
sobre las ingentes sumas de capital que las élites africanas han sacado
del continente en vez de invertir en el crecimiento económico y el desarrollo.
En 30 de los 53 países africanos, las fugas de capital entre 1970 y
1996 (incluidos los intereses) ascendían a 274.000 millones de dólares
(unos 229.000 millones de euros). Esta cifra es equivalente al 145% de sus
deudas. Aún más: hay unos 100.000 millonarios africanos, sólo
en el continente, con unas fortunas que alcanzan los 600.000 millones de dólares
(unos 500.000 millones de euros) en total. Nada que ver con la escasez de dinero
ni de recursos, me parece.

El problema en África es, sobre todo, político, no económico.
La mayoría de sus líderes, lejos de ser benévolos funcionarios
frustrados por la falta de dinero para elevar la calidad de vida de sus pueblos,
son, de hecho, uno de los vértices activos de las complejas redes de
clientelismo, en las que los agradecimientos a quienes te apoyan siempre están
por delante de las necesidades de la gente.

  • Ian Taylor
    Escuela de Relaciones Internacionales
    Universidad de St. Andrews,
    Escocia (Reino Unido)

Oscar Wilde dijo que "un mapa del mundo que no incluya Utopía
no merece siquiera un vistazo". Tenía razón. La humanidad
debería hacer un esfuerzo siempre a favor del progreso. Pero para llegar
a Utopía necesitamos un mapa y una nave que nos lleve hasta allí.
Por desgracia, la actual interpretación que hacen Bono, Jeffrey Sachs
y Tony Blair del estado de la cuestión está equivocada de plano. Ésa
es la razón por la que el artículo ‘La pesadilla del desarrollo’ (FP
EDICIÓN ESPAÑOLA, octubre/noviembre 2005) resulta tan oportuno.

Una dificultad fundamental de la tesis de Sachs es que acepta la idea de que
los gobiernos africanos son incapaces de suministrar servicios a sus ciudadanos
hasta que -y a menos que- los donantes extranjeros faciliten los
recursos necesarios. La premisa es simple: no hay dinero en África y
por ello el capital debe asegurarse de manera externa, sobre todo, a través
de la ayuda. En realidad, la mala gestión de los fondos, la enraizada
corrupción y el despilfarro han mantenido vacías las arcas de
los presupuestos destinados a temas sociales en todo el continente (…).
Los observadores serios saben que no es posible acabar con la corrupción.

No es nada sorprendente que los líderes africanos se hayan convertido
en expertos en justificar sus pésimos logros tras la independencia,
aduciendo falta de capacidad y de dinero. Sin embargo, raras veces se han pronunciado
sobre las ingentes sumas de capital que las élites africanas han sacado
del continente en vez de invertir en el crecimiento económico y el desarrollo.
En 30 de los 53 países africanos, las fugas de capital entre 1970 y
1996 (incluidos los intereses) ascendían a 274.000 millones de dólares
(unos 229.000 millones de euros). Esta cifra es equivalente al 145% de sus
deudas. Aún más: hay unos 100.000 millonarios africanos, sólo
en el continente, con unas fortunas que alcanzan los 600.000 millones de dólares
(unos 500.000 millones de euros) en total. Nada que ver con la escasez de dinero
ni de recursos, me parece.

El problema en África es, sobre todo, político, no económico.
La mayoría de sus líderes, lejos de ser benévolos funcionarios
frustrados por la falta de dinero para elevar la calidad de vida de sus pueblos,
son, de hecho, uno de los vértices activos de las complejas redes de
clientelismo, en las que los agradecimientos a quienes te apoyan siempre están
por delante de las necesidades de la gente.

  • Ian Taylor
    Escuela de Relaciones Internacionales
    Universidad de St. Andrews,
    Escocia (Reino Unido)