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Identificaciones electorales de partidarios del Gobierno de Maduro. (Humberto Matheus/NurPhoto via Getty Images)

La convocatoria de elecciones parlamentarias para el próximo 6 de diciembre de 2020 pone de nuevo a la oposición ante el dilema de perder la batalla institucional sin luchar o aceptar las reglas del régimen y legitimar la presidencia de Maduro. Con el liderazgo de Guaidó debilitado y la persecución a los principales líderes opositores, Maduro pone a la Unión Europea en el brete de cambiar una estrategia que ha sido poco eficaz.

Sin pasar por la Asamblea Nacional, en manos de la oposición, el Tribunal Supremo Electoral (TSE), leal al Gobierno de Maduro, nombró la nueva Comisión Nacional Electoral (CNE) de Venezuela que convocó las elecciones legislativas del 6 de diciembre de 2020 y decidió aumentar el número de escaños de diputados de 167 a 277. Con ello, el régimen chavista pretende acabar con el último reducto institucional que le queda a la oposición para ejercer una acción política, aunque sea más simbólica que real. En el año y medio desde que Juan Guaidó se proclamó legítimo presidente, apoyado por más de sesenta Estados, entre ellos 25 de la Unión Europa (UE), el escenario de una transición democrática está más lejano.

Respaldado por las Fuerzas Armadas, China, Cuba, Rusia e Irán, entre otros, Nicolás Maduro se enroca en el poder a pesar de la catastrófica situación del país y despliega su creciente autoritarismo y la persecución de cualquier disenso. En julio de 2020, el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) “intervino” a los partidos opositores Acción Democrática (AD), Primero Justicia (PJ) y Voluntad Popular (VP) para poner leales al régimen al frente de sus juntas directivas. Ya antes, el 26 de mayo, el TSJ confirmó a Luis Parra como presidente de la Asamblea Nacional a pesar de haber sido elegido sin quorum, en abierto desafío al presidente del Legislativo, Juan Guaidó.

El frente interno: la oposición contra las cuerdas

El régimen está ganando la batalla con la oposición. Mediante la represión, el servicio de inteligencia y el fraude electoral el madurismo está cerrando las puertas a una transición pacífica basada en negociaciones que, pese a varios intentos de mediación, siempre han tenido el mismo final. Una vez Maduro ha conseguido dividir a la oposición, rompe la baraja y aumenta la persecución de las fuerzas opositoras. Tras una década de penurias económicas, la desmoralizada población solo piensa en salir (más de cuatro millones lo hicieron), y la pandemia de la COVID19 ha empeorado la situación. Hoy, Venezuela es uno de los países más peligrosos del mundo con niveles de desnutrición, un sistema de salud colapsado, pobreza y desigualdad similares a Haití, el país más pobre de América Latina.

Una oposición debilitada se enfrenta a una nueva encrucijada electoral de la que no suele salir bien parada. Mientras una serie de diputados opositores ya fueron comprados por el régimen, otros se avienen a negociar las condiciones en las que se les permitirá participar y así obtener una magra parte del pastel que se reparten las élites. Las extemporáneas palabras de Trump en julio de 2020 añadieron más leña al fuego al poner en tela de juicio su apoyo a Guaidó que calificó de “débil” frente al “tipo duro” de Maduro con el que dijo estar dispuesto a dialogar.

De cara a las próximas elecciones parlamentarias la oposición sabe que ninguna respuesta será idónea. Si no acude, difícilmente podrán conservar la figura de Guaidó como presidente encargado y el chavismo dominaría todas las instituciones incluyendo el único espacio institucional que ganaron por la vía democrática. Pero si acuden, con sus líderes encarcelados, sus partidos desmantelados, las instituciones manipuladas y sin seguimiento internacional se convierten en títeres del régimen y contribuyen a legitimar a Maduro. Aceptar participar en las condiciones del régimen significaría admitir el fracaso de la estrategia de expulsar al “usurpador” Maduro del poder. Pero perder la última batalla institucional sin ni siquiera luchar es frustrante y les dejaría en una posición aún más débil. Por ello, aunque las elecciones serán fraudulentas y Guaidó se ha negado a participar, parece que una parte de la oposición acudirá a las urnas y se volverá a dividir, lo cual sólo le beneficia al régimen.

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Juan Guaido durante una conferencia en el Parlamento Europeo en Bruselas. (KENZO TRIBOUILLARD/AFP via Getty Images)

Un cambio de estrategia de la UE

Nicolás Maduro cuenta con valiosos aliados internacionales que le ayudan a sortear las sanciones de Estados Unidos. El enfrentamiento simbólico entre “Occidente” y China, Irán o Rusia no ayuda a desenredar el conflicto, sino que reproduce la polarización política. ¿Cómo puede la Unión Europea salir de esta lógica y contribuir a una solución pacífica? La UE necesita un cambio de estrategia, revisar la poco eficaz política de sanciones y mantener canales de diálogo abiertos con todos los actores internos y externos.

Un primer indicador de un cambio en este sentido fue la exitosa Conferencia de Donantes frente a la crisis de la COVID19 organizada por la UE y España en mayo de 2020: se consiguió comprometer más de 2.500 millones de euros para los países que acogen a los migrantes venezolanos, y un acuerdo entre Maduro y Guaidó para dejar operar a la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Menos positivos son los resultados del Grupo Internacional de Contacto (CIG), lanzado en 2019 por ocho países europeos y latinoamericanos que continua a remolque de los acontecimientos y lanzó el 24 de junio de 2020, otro comunicado en que lamentaban el nombramiento del CNE y las maniobras contra los tres partidos opositores. En esta misma línea, el Parlamento Europeo aprobó el 10 de julio una Resolución que reitera el apoyo a Guaidó como legítimo presidente del Parlamento y Jefe de Estado interino.

Poco útil a la búsqueda de una salida pacífica fue la ampliación de las sanciones selectivas a once funcionarios el 29 de junio: no solo no movió un ápice la posición de Maduro, sino que éste amenazó con expulsar a la embajadora de la UE y al día siguiente el CNE decidió convocar las elecciones parlamentarias. Aunque la crisis bilateral se resolvió por un comunicado conjunto del Alto representante de la Unión y del ministro de Exteriores venezolano, este incidente y el respaldo europeo a Guaidó no favorecen la “solución pacífica al conflicto” que dice buscar.

El reconocimiento de Guaidó y las sanciones selectivas no han evitado la consolidación de Maduro en el poder. Contribuir a desenredar el conflicto pasa por reconocer la asimetría de poder y a las dos coaliciones enfrentadas, así como dialogar con los actores externos que apoyan a Maduro. Significaría encontrar un consenso de mínimos con todos los implicados en vez de posicionarse a favor de uno de ellos. Para una posible hoja de ruta se presentan cuatro escenarios. La Cumbre UE-China prevista durante la presidencia alemana del Consejo Europeo ofrece una ocasión para acercar posiciones en torno a una salida pacífica al conflicto que también desea China cuyo apoyo a Maduro es sobre todo económico. Para salir del laberinto venezolano sería esencial ofrecer incentivos para que Cuba, que firmó en 2016 un Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación con la UE, participe en dicho proceso. Ganar a EE UU como aliado para una salida pacífica del conflicto con o sin Trump de presidente; se precisa un acercamiento de posiciones en línea con el documento sobre la transición en Venezuela aprobado por el Departamento de Estado que excluye aventuras militares. Por último, habría que reconstruir la interlocución con el régimen de Maduro a cambio de concesiones que permitan levantar las sanciones y evitar un mayor atrincheramiento en el poder desmantelaría el “discurso victimista” del régimen hostigado del exterior.

Para conseguir alterar la hoja de ruta de Maduro hay que ampliar la alianza de actores y salir de la dinámica de polarización, que siempre le beneficia. Eso implica acercarse a los aliados de Venezuela y entender cuáles son sus intereses en un conflicto interno que se ha convertido en un espacio de enfrentamiento geopolítico con un altísimo coste para la población venezolana que es el gran perdedor de este juego.