Bandera paquistaní a media asta en la embajada de este país en Nueva Delhi, un día después del ataque contra una escuela en la ciudad de Peshawar, diciembre de 2014. Sajjad  Hussain/AFP/Getty Images)
Bandera paquistaní a media asta en la embajada de este país en Nueva Delhi, un día después del ataque contra una escuela en la ciudad de Peshawar, diciembre de 2014. Sajjad Hussain/AFP/Getty Images)

Las claves para entender las causas y las posibles consecuencias del reciente ataque del grupo terrorista Tehrik-e-Taliban Pakistan en la ciudad de Peshawar.

A media mañana del martes 16 de diciembre, un grupo de entre siete y diez hombres armados vestidos con uniformes del Frontier Corps, una fuerza paramilitar estatal paquistaní, entraron en una escuela regentada por el Ejército en Peshawar, al noroeste del país. Durante las siguientes siete horas, los militantes, miembros del Tehrik-e-Taliban Pakistan (TTP), se dedicaron a disparar contra todo el que se les puso por delante, hasta que las fuerzas de seguridad lograron acabar con ellos. El resultado: 141 muertos, 132 de ellos niños e innumerables heridos.

La justificación para semejante barbarie aportada por el portavoz de la facción del TTP que reivindica el ataque es que se trata de una respuesta a la ofensiva militar que el Ejército lleva a cabo en la región de Waziristán del Norte contra los talibanes desde junio.

El Tehrik-e-Taliban Pakistan era la fuerza militante más poderosa en las áreas tribales, región fronteriza con Afganistán, hasta la muerte de su líder Hakeemullah Mehsud a manos de un ataque drone estadounidense en noviembre de 2013. Desde entonces, continuas disputas internas por la falta de reconocimiento del nuevo líder, Maulana Fazlullah, llevaron a la salida del grupo de muchos comandantes que, o decidieron dejar las armas, o bien llegaron a acuerdos con el Ejército paquistaní para dedicarse a seguir la lucha en Afganistán.

En junio, una esperada ofensiva del Ejército, que aún continúa, contra los reductos talibanes en Waziristán del Norte, privó al TTP de su base más importante y puso bajo gran presión a la organización. Las disensiones en el seno del grupo llegaron a un punto crítico a finales de agosto pasado, cuando una rama del mismo, liderada por el que se considera su comandante más capaz, Omar Khalid Khorasani, al frente de la facción del TTP de Mohmand, anunció su salida de la organización y la creación de un grupo independiente, el Jamaat-ul Ahrar (JuA).

En los días siguientes se sucedieron enfrentamientos verbales entre los portavoces del TTP de Fazlullah y el JuA, que hacían evidente las disputas irreconciliables entre ambas facciones. Otros grupos más reducidos del TTP se escindieron en los meses posteriores, dejando a la formación original, comandada por Fazlullah, muy reducida. De esta forma, el JuA se convertía, al menos sobre el papel, en el principal grupo talibán de Pakistán.

Maulana Fazlullah, que cuenta con un largo historial como comandante del Tehrik-e-Nifaz-e-Shariat-e-Mohammadi (TNSM) en su nativo Swat, permanece refugiado con sus seguidores en el este de Afganistán, donde llegó a finales de 2009 huyendo de la operación militar que le expulsó de Swat. Desde 2010, y mucho antes de llegar a ser el líder del TTP, Fazlullah se ha dedicado a establecer su influencia en las provincias afganas de Kunar, Nangarhar y Nuristán, desde las que en 2011 comenzaron a lanzar ataques contra las fuerzas paquistaníes al otro lado de la frontera.

El incremento de la actividad talibán procedente de estas provincias afganas ha llevado, tanto al Gobierno como al Ejército del país, a reclamar en reiteradas ocasiones de las autoridades afganas la captura y extradición de Fazlullah. Algo a lo que Kabul se ha negado repetidamente, afirmando incluso que no tienen constancia de la presencia de Fazlullah en la región.

Esta reticencia de Afganistán ha generado especulaciones sobre el posible apoyo de los servicios de inteligencia afganos a Fazlullah. Según estos rumores, que podrían sonar plausibles, este país querría pagar a Pakistán con su misma moneda y apoyar a grupos insurgentes que ataquen al otro lado de la frontera, algo que Islamabad lleva instigando contra su vecino desde comienzos de los 70.

Para Afganistán, mantener el apoyo o al menos la tolerancia a la presencia en su territorio de grupos como el de Fazlullah serviría como elemento de presión frente al similar apoyo que Pakistán presta a grupos insurgentes afganos, como los propios Talibanes comandados por el Mullah Omar.

El ataque contra la escuela de Peshawar podría responder a varias motivaciones. Para el grupo de Fazlullah, es una forma de recuperar presencia frente a su más prestigioso rival, el Jamaat-ul Ahrar, además de proporcionar un duro golpe al Ejército paquistaní, su enemigo acérrimo. Por otra parte, de ser ciertos los vínculos de la facción de Fazlullah con la inteligencia afgana, podría tratarse de un toque de atención a Pakistán tras los recientes ataques suicidas que se han producido en Afganistán y que las autoridades de este país vinculan directamente con su vecino. Básicamente, Kabul le estaría diciendo a Islamabad que el apoyo al terrorismo es un juego al que pueden jugar dos.

El precipitado viaje a Kabul del Jefe de Estado Mayor del Ejército paquistaní y, a todos los efectos máxima autoridad del país, general Raheel Sharif, a la mañana siguiente del ataque, parece indicar claramente la procedencia del mismo. Con apoyo de las autoridades afganas o no, parece claro que Fazlullah lleva a cabo sus acciones en Pakistán desde su refugio en Afganistán.

En cuanto al ataque en sí, dejando al margen el horror del mismo y el terrible número de víctimas, en su mayoría niños, no implica necesariamente un empeoramiento de la situación de la seguridad en Pakistán, que ha visto reducida la incidencia del terrorismo a raíz de la ofensiva en Waziristán del Norte y la división del TTP.

El objetivo elegido es de carácter blando, es decir, fácil y vulnerable, en todos sus aspectos. Se trata de una escuela regentada por el Ejército, lo cual no es nada fuera de lo común, ya que las Fuerzas Armadas paquistaníes mantienen un enorme entramado de infraestructuras y servicios propios, desde escuelas y hospitales hasta empresas de transporte, energía o alimentación. La seguridad de estos elementos del entramado militar es, a todas luces, deficiente, al igual que la respuesta de las Fuerzas de Seguridad al ataque, que necesitaron más de siete horas para controlar la situación.

Por otra parte, el ataque se produce en Peshawar, a escasos 30 kilómetros de las áreas tribales y a poco más de las bases talibanes en Afganistán. Muy distinto de ataques precedentes de mayor magnitud y complejidad aunque menor número de víctimas, como el llevado a cabo en 2009 contra el Cuartel General del Ejército en Rawalpindi o el de 2011 contra la base naval de Mehran en Karachi.

Apoyo afgano o no, el ataque ha tocado la fibra sensible del Ejército y es más que probable que demande una contundente respuesta por su parte. De momento, la visita del general Sharif a Kabul parece encaminada, cuando menos, a presionar para obtener la captura de Fazlullah. En función de la respuesta afgana esto podría derivar en un empeoramiento de relaciones entre ambos países y una nueva escalada en el apoyo paquistaní a la insurgencia afgana.

Es de esperar, igualmente, un incremento de la actividad militar de Pakistán en el norte de las áreas tribales, fronterizas con las provincias afganas donde se refugia Fazlullah, así como un aumento en los ataques drone estadounidenses que se vienen produciendo en estas mismas provincias. Este ataque ha colocado a Fazlullah, si no lo estaba ya, en el punto de mira de Islamabad.