Mujer policia en Plaza de Tiananmen, China
Una mujer policía conduce vehículos electrónicos de dos ruedas que patrullan en la Plaza de Tiananmen durante la sesión de apertura de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino en el Gran Salón del Pueblo de Pekín, China. (Feng Li/Getty Images)

De Japón a la URSS y Alemania, países tanto rivales como amigos han influido a China en ideología, geopolítica, economía, estética o desarrollo tecnológico.

China no es una realidad cerrada. A pesar de que se la suele catalogar como país “único” o realidad “totalmente diferente”, China ya absorbía influencias externas, por ejemplo, en el siglo VII d.C., cuando la corte de la dinastía Tang estaba llena de árabes, persas, rusos y cristianos nestorianos, o cuando en el mismo siglo los peregrinos budistas chinos viajaban a India para conocer los orígenes de su fe.

La China actual, de hecho, es la “menos china” de la historia. Es la que ha recibido, de lejos, más influencias externas que han marcado su ideología, economía o geopolítica. La China actual es la China histórica que más ha absorbido del resto del mundo. Y eso ha sido clave para su éxito, en especial cuando ha asimilado -y no copiado- modelos extranjeros efectivos. Tanto lo ha hecho de países afines como rivales. Lo importante es que le sirvieran para responder a los desafíos de su tiempo.

Unión Soviética: ideología. La influencia del leninismo ruso en China no es cosa del pasado. Solo hace falta leer con detenimiento a los dirigentes chinos, como por ejemplo al secretario general del Partido, Xi Jinping. Xi y el Partido defienden que la adopción del modelo socialista y el marxismo-leninismo fue la clave para que el país se descolonizara, se desarrollara y ahora sea una potencia. Lo que habría hecho el Partido es “sinizar” el marxismo-leninismo soviético para adaptarlo a las condiciones chinas: el llamado “socialismo con características chinas”. 

La pregunta que se suele hacer es: ¿cómo puede estar un país comunista lleno de millonarios? Los dirigentes e ideólogos chinos afirman que lo fundamental del socialismo chino no es el tipo de propiedad (estatal, privada) o el modelo de desarrollo, sino la interpretación “científica” marxista-leninista de las leyes de la historia por parte de una vanguardia (el Partido) con el objetivo de una restauración nacional china. El Partido es el único capaz de interpretar las “leyes históricas” y traducirlas en medidas prácticas, garantizando así la prosperidad de China y evitando su recaída en la anarquía y la desunión. Este, por ende, es imprescindible: como afirman los dirigentes chinos, la alternativa a este es el caos. El modelo chino es superior a las democracias occidentales, afirman, porque estas están captadas y corrompidas por intereses de clase o de grupos privilegiados. Gracias al conocimiento de las “leyes de la historia”, el Partido ha sabido interpretar cuándo usar diferentes modelos de desarrollo: durante Mao, el colectivismo; durante Deng, la reforma y apertura. Pero su triunfo no es inevitable: como el mismo Xi afirma, el mayor peligro para este es interno, como el caso de la Unión Soviética demuestra. El “nihilismo histórico” que olvida la importancia del socialismo, o el hedonismo que conduce al individualismo, lo llevan al debilitamiento. Reafirmar el marxismo-leninismo es, por tanto, reafirmar al Partido.

Empresarios en Distrito Central de Negocios de Pekín, China
Unos empresarios observan el Distrito Central de Negocios en un edificio de oficinas en Pekín, China. (Cancan Chu/GettyImages)

Hong Kong, Taiwán: desarrollo. En los 70, miles de chinos cruzaron a nado y en secreto el estrecho que separa Shenzhen y Hong Kong. Muchos huían de la violencia de la Revolución Cultural o de la pobreza de la China maoísta. Cuando Deng tomó el poder a finales de los 70 y fue informado de este problema, decidió que la solución no estaba en disparar a los que huían, sino en desarrollar Cantón, la provincia china adyacente a Hong Kong. Los experimentos económicos de la China de Deng se permitirían, en primer lugar, en la provincia de Cantón (delante de Hong Kong) y en la de Fujian (delante de Taiwán). La idea era aprovechar al máximo las redes familiares y de contacto entre los habitantes de estos territorios más desarrollados y la China continental. Y así sucedió: de 1979 a 1995, alrededor del 66% de la inversión extranjera en China provenía de Hong Kong. Eso llevó a una explosión manufacturera en la provincia adyacente de Cantón: pasó de representar el 12% de las exportaciones chinas en 1979 al 33% a finales de los 80. La parte continental se llenó de emprendedores hongkoneses que empezaron a abrir fábricas de manufactura para la exportación; estos mismos también hicieron de guías a empresarios occidentales. 

Este contacto directo con la realidad de Hong Kong y más tarde Taiwán produjo una “revolución cultural” dentro de China: se pasó de una etapa maoísta donde las empresas y los capitalistas eran vilipendiados, y apenas había bienes de consumo y eran todos homogéneos, a una etapa donde se animaba a emprender y las tiendas se llenaban de ropas variadas. En las televisiones que empezaban a poblar las casas de China continental, los jóvenes aprendían las maneras “sofisticadas” de sus “primos” modernos y ricos de Hong Kong y Taiwán. Si a finales de los 70 era fácil distinguir a un hongkonés de camiseta colorida y tejanos de un chino continental de uniforme maoísta de algodón, en los 90 la adopción masiva de la moda hongkonesa y taiwanesa por parte de los chinos reducía drásticamente estas diferencias estéticas. Los chinos aprendieron a ser “modernos” mirando a Hong Kong y Taiwán. Se produjo un proceso de convergencia económica, cultural, social… pero no política. Esta convergencia inacabada es semilla de las tensiones actuales entre Pekín y Hong Kong y Taiwán.

Planta solar en China
Imagen de una planta solar en FuJian, China (Gettyimages)

Japón: economía. China mantiene una relación ambigua con Japón: por un lado, es el país que colonizó y masacró China en la primera mitad del siglo XX; por el otro, es el que más ha influido en el actual modelo económico chino. De hecho, Japón fue pionero entre los países de Asia Oriental que se convirtieron en economías avanzadas gracias a un mismo patrón de desarrollo económico. Como explica el experto Joe Studwell en How Asia Works, Japón, Corea del Sur, Taiwán y China continental han conseguido desarrollarse porque han seguido un mismo recetario de políticas de desarrollo. En primer lugar, todos hicieron una reforma agraria de distribución de la tierra en unidades familiares. Eso aumentó la producción agrícola, dio empleo básico a todo el país y aumentó ligeramente los ingresos familiares, que podían gastarse en bienes de consumo baratos. En segundo lugar, todos apostaron por la manufactura enfocada a la exportación. Los gobiernos de estos países subsidiaron e impusieron aranceles para proteger a las nuevas empresas manufactureras, pero con la condición de que cuando crecieran debían exportar. De este modo, solo las más eficientes sobrevivían a la competición de los mercados internacionales. De esta combinación de subsidios y “disciplina” exportadora nacieron megaempresas como Mitsubishi o Samsung. Crear una fuerte base industrial hizo que muchos campesinos poco formados pudieran aspirar a mayores sueldos, y pudieran gastar y ahorrar más. Finalmente, todos estos países ataron en corto al sistema financiero, dirigiendo el crédito a las empresas que eran rentables exportando. También impusieron controles de capitales para reducir la volatilidad de los mercados.

Japón fue el pionero de esta política industrial en Asia Oriental (modelo que en parte había copiado de la Alemania de preguerra). China estudió el caso japonés y adoptó sus mismas prácticas en la etapa de reforma y apertura. Descolectivizó la agricultura y repartió la tierra en unidades familiares (aunque esta seguía siendo propiedad del Estado). Fomentó la manufactura enfocada a la exportación con las Zonas Económicas Especiales (ZEE) que empezaron en Cantón y Fujian, y después se extendieron al resto del país. Mantuvo la propiedad estatal sobre el sistema financiero para poder orientar el crédito a la manufactura. Como Japón, China adoptó un modelo económico heterodoxo que no encajaba ni con el estatismo soviético ni con el libre mercado estadounidense.

Alemania: tecnología. Vivimos en un mundo que constantemente celebra la innovación tecnológica. Sin embargo, diversos economistas consideran que, en las últimas décadas, hemos entrado en un estancamiento tecnológico donde el ritmo de innovaciones radicales es mucho menor que en el siglo XIX y la primera mitad del XX. Vivimos con casi las mismas invenciones que en los 70 (electricidad, microondas, aviones…), pero con un smartphone en la mano. Internet ha sido un gran salto, pero no se puede comparar, en conjunto, con el ferrocarril, la nevera o la radio.

China, probablemente, piensa de manera similar. Pekín ha demostrado ser mucho más recelosa con todo lo que tiene que ver con la tecnología virtual de consumo (aplicaciones, fintech, redes sociales…) que con la tecnología física e industrial (semiconductores, turbinas eólicas, coches eléctricos…). Como explicaba el analista Dan Wang, Pekín se siente más afín al modelo tecnológico alemán de manufactura e industria tecnológica basado en pequeñas y medianas empresas, que al modelo estadounidense de las big tech centradas en el software y el producto virtual. Además, China quiere evitar que las mejores mentes de su generación se vayan casi todas, como pasa en Estados Unidos, al equivalente chino a las empresas de Silicon Valley o Wall Street. China quiere ser puntera en tecnología física y real “a la antigua”: para Pekín es mucho más importante crear la megaplaca solar que alimente a una ciudad entera, que una app con la que se entretengan decenas de millones de personas. China también es consciente de que las empresas tecnológicas virtuales cada vez necesitan muchos menos trabajadores, en comparación con las de tecnología industrial. Por eso quiere mantener un nivel de manufactura nacional más similar al de Alemania (18%) que al de Estados Unidos (11%). Esta priorización de la tecnología “a la alemana” por delante de la de “estilo Silicon Valley” se pudo ver claramente el pasado verano, cuando Pekín impuso fuertes regulaciones y multas a empresas de software y virtuales chinas, a la vez que aumentaba los subsidios a tecnologías “reales” como los semiconductores, los vehículos eléctricos o las renovables.

Estados Unidos: geopolítica. El filósofo francés René Girard acuñó el siglo pasado la teoría mimética, que explicaba el conflicto humano como consecuencia de desear lo que tiene el otro. Para Girard, nuestros deseos están fuertemente determinados por lo que vemos que tienen y son los que están a nuestro alrededor. Podemos entender la formación de China como actor internacional en las últimas décadas desde la teoría mimética: Pekín ha crecido observando a Estados Unidos y deseando su poder. China se ha educado en lo que es ser una superpotencia observando a Estados Unidos. China, en el fondo, querría ser Estados Unidos. Y eso crea conflicto.

China, como Estados Unidos, desearía ser dominante en su región y tener la mayor influencia mundial entre las grandes potencias. EE UU consiguió dominar regionalmente a través de la Doctrina Monroe, mediante la que expulsó a las potencias europeas de América del Norte y Central en el siglo XIX. China se impuso regionalmente durante siglos a través de un sistema tributario basado en el poder blando, donde países como Corea o Vietnam reconocían una jerarquía de naciones donde China estaba en la cumbre debido a su supuesta superioridad cultural. Todo ello se vino abajo con la semicolonización de China por parte de potencias europeas y Japón.China entonces tuvo que integrarse en un sistema westfaliano de Estados donde no había una jerarquía explícita, al contrario que en el sistema tributario. En esta anarquía internacional, los países competían por el poder. En este contexto, quien ha “educado” (por observación) a China sobre cómo ser una superpotencia es Estados Unidos. Washington ha sido su principal ejemplo de cómo actúan las grandes potencias mundiales. Por tanto, es su principal fuente de imitación en términos geopolíticos. Y cuanto más quiere Pekín conseguir el poder que tiene Washington, cuanto más desea ser este, más conflicto se genera entre ellos, como hemos visto estos últimos años.